27 de junio de 2022

Criptoactivos: ¿un nuevo “Salvaje Oeste”?


Aun cuando la regulación del sector financiero ha sido tradicionalmente intensa, no siempre ha puesto el foco en determinadas parcelas que se apartan de las prácticas usuales y van por delante del marco normativo vigente. Y ello, como hemos tenido ocasión de comprobar en la gran crisis financiera internacional, a costa de generar grandes riesgos que pasan desapercibidos hasta que es demasiado tarde.

Algo parecido ocurre en el mercado de los criptoactivos, donde los desarrollos meteóricos han evidenciado la inercia de las disposiciones regulatorias preexistentes. El número de criptoactivos supera hoy día… ¡la cifra de 10.000! La extensión de las criptomonedas no se explicaría sin el entusiasmo despertado entre numerosos colectivos de personas que ven en tales activos una alternativa imbatible para sortear el dinero de curso legal, desechar los intermediarios financieros tradicionales y los esquemas de pagos convencionales o, entre otras motivaciones, obtener importantes y cómodas ganancias.

Ese punto de vista contrasta con el mantenido por algunos economistas, reguladores y banqueros centrales que muestran su escepticismo, al tiempo que advierten acerca de una serie de inconvenientes asociados al uso de las criptomonedas. Eso no impide que, de manera unánime, se reconozcan las ventajas de las nuevas tecnologías -basadas en blockchains- que dan soporte al uso de las criptomonedas.

Un destacado exponente de esa posición crítica es Fabio Panetta, miembro del comité ejecutivo del Banco Central Europeo: “los cripto-evangelistas prometen el cielo en la tierra, usando una narrativa ilusoria de unos precios siempre en alza de los criptoactivos para mantener las entradas de fondos y así el impulso que alimenta la burbuja cripto”. Como en un esquema Ponzi, una dinámica alcista sólo puede continuar en tanto un creciente número de inversores crean que los precios van a seguir subiendo y que puede haber un valor fiduciario no respaldado por alguna corriente de ingresos o una garantía. Hasta que el entusiasmo se desvanece y estalla la burbuja.

Su crítica se apoya en otros argumentos: i) las transferencias de criptoactivos pueden requerir horas para su procesamiento; ii) sus precios fluctúan bruscamente; iii) las supuestamente anónimas transacciones dejan un rasgo inmutable que puede ser seguido; iv) una gran mayoría de tenedores de criptoactivos depende de intermediarios, contrariamente a la proclamada filosofía de las finanzas descentralizadas.

No obstante, es oportuno diferenciar entre los “criptoactivos sin respaldo”, de los que nadie es responsable, y que no tienen ninguna garantía, ni están gestionados por un operador de confianza, y las “monedas estables” (“stablecoins”), cuyo valor está vinculado a uno o varios activos de bajo riesgo. Ahora bien, si estos últimos activos quedan fuera de la regulación, son estables sólo en el nombre. El reciente colapso de algunas de estas monedas es ilustrativo al respecto.

Los criptoactivos sin respaldo no pueden cumplir su objetivo originario de facilitar los pagos, por ser demasiado volátiles para desempeñar las tres funciones del dinero: medio de intercambio, depósito de valor, y unidad de cuenta. Descartada su utilidad como dinero, las criptomonedas ni siquiera cumplen, en opinión de Panetta, otras funciones económicas o sociales que puedan ser valiosas, como ayudar a la financiación del consumo y la inversión, o apoyar la lucha contra el cambio climático. Niega categóricamente tales posibilidades, y considera que hay razones para creer que hacen exactamente lo contrario.

Y concluye con un contundente juicio: “Los criptoactivos están trayendo inestabilidad e inseguridad – exactamente lo contrario de lo que prometían. Están creando un nuevo Salvaje Oeste”. En evitación de esos males potenciales, aboga por una regulación que asegure el control de los riesgos, sin frenar una innovación que pueda estimular la eficiencia en los sistemas de pagos y las aplicaciones más amplias de las nuevas tecnologías.

En suma, los objetivos de promover la innovación, preservar la estabilidad financiera y proteger al consumidor deben figurar en la agenda regulatoria prioritaria. En cualquier caso, a efectos de una toma de decisiones informada, es bueno conocer las dos visiones del mundo de los criptoactivos, la entusiasta y la crítica.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



25 de junio de 2022

El valor de las reliquias impositivas

 A través del profesor José María López recibo inesperadamente una pequeña joya impositiva localizada por el también profesor e investigador Víctor Heredia. Se trata de minúsculo texto titulado “Manual del Impuesto sobre las Utilidades”, editado en el año 1900.

El librito, pese a sus dimensiones tan exiguas, recoge la Ley del mencionado tributo, un índice alfabético de las materias contenidas y de las tarifas, así como el “Reglamento Provisional para la Administración y Cobranza de la Contribución sobre las Utilidades de la Riqueza Mobiliaria”, que gravaba los rendimientos del trabajo y los del capital mobiliario. Merece la pena detenerse en el contenido de esa histórica disposición con algún análisis específico, pero también en la introducción del “Manual”, cuya autoría corresponde a un enigmático “Secretariado”. El desconocido autor es capaz de plasmar, en un texto tan breve, algunas ideas y nociones básicas en la teoría de la imposición, en algún caso incurriendo en abiertas contradicciones de planteamientos.

En la introducción se abordan cuestiones como el concepto de impuesto, su justificación y clasificación, los principios impositivos, o la diferencia entre un impuesto proporcional y otro progresivo.

Pese a la defensa de los impuestos –“sin el impuesto, únicamente bajo el régimen de absoluta comunidad, puede existir la sociedad”-, se sostiene que “sus formas y modos de exacción han sido, y por desgracia siguen aún siendo, infinitas”. Se avala la revolución francesa, cuyos legisladores, aun siendo calificados como “terribles”, “llevaron á la práctica los sanos principios sentados por la nueva ciencia económica”.

De nuevo nos encontramos con una manifestación un tanto ambigua cuando se afirma que “no somos de los que creen que el impuesto no deba limitarse todo lo posible, sino que al contrario, creemos que en el manejo de la fortuna pública debe presidir, como en el de la privada, y más aún si cabe, el orden y la economía, no malgastándose en cosas inútiles. Pero también distamos mucho de creer que el impuesto sea un mal necesario, que, si fuera dable debería evitarse”.

Interesante es la afirmación según la cual “claro está que no hay impuesto que no pueda ser calificado de contribución sobre las utilidades, cualquiera que sea el nombre con el que se le designe”.

También lo es la crítica a los impuestos que exigen la misma cuota a todas las personas con independencia de su situación. Parece referirse a los impuestos de capitación, aunque lo que figura es una referencia al “carácter nada simpático de capitalización”.

“Nada excita tanto los ánimos á la defraudación, á la ocultación, como lo exagerado de las cuotas”, es otro de los mensajes que, ya en su parte final, encontramos en esta apreciable reliquia impositiva. Más de 120 años después, ese texto introductorio, minúsculo y anónimo, sigue siendo una apreciable fuente para la reflexión y la inspiración en el terreno fiscal.

1.      


24 de junio de 2022

Espíritu machadiano

Noche de San Juan, solsticio de verano... tiempo de cambio, de renovación.

Hay, sin embargo, principios que no están sujetos a cambios, se mantienen incólumes al paso del tiempo, pues son consustanciales al espíritu inmutable.

Oculta entre libros, emerge ahora la vieja estampa en época de mudanzas. Su imagen y sus palabras siguen recordando al caminante que no hay caminos.



18 de junio de 2022

“1795”: se cierra la trilogía de Estocolmo

 

Con “1795” se pone término a la trilogía de Estocolmo del escritor sueco Niklas Natt Och Dag, cuyos tres títulos son bastante lacónicos[1]. En la última entrega vuelve a ejercer de consumado cronista de una época oscura. Conocedor de cada rincón, de cada recoveco de la capital escandinava, la describe como un lugar deplorable, inhóspito, insufrible, caótico y sucio, dominado por la fetidez, y poblado por personajes crueles, perversos, abyectos y sin escrúpulos.

Uno no puede sino reafirmarse en las impresiones recibidas de las dos primeras novedades y, de nuevo, quedar admirado por la capacidad narrativa y descriptiva del autor, que no ahorra al lector ningún detalle, aunque pueda herir su sensibilidad o provocar su repulsa. La pregunta, ineludiblemente, vuelve a aflorar: si el retrato de la sociedad de la capital sueca que describe Natt Och Dag se asemeja mínimamente a la realidad histórica, ¿cómo ha podido obrarse semejante milagro? ¿O resulta que, tal vez, habría que revisar las percepciones de la época contemporánea a raíz de las descripciones menos optimistas de autores como Henning Mankell?

De la lectura de las novelas de la trilogía es difícil extraer indicios alentadores más allá de los comportamientos altruistas y quijotescos del atormentado y maltratado dúo de semihéroes a su pesar, los integrantes del atípico tándem Cardell-Winge 2º.

La tercera entrega se desarrolla, casi íntegramente, en la cada vez más inhabitable -ora por el frío, ora por el calor, siempre, por la suciedad y la corrupción- ciudad entre puentes, siguiendo el rastro de las trágicas heridas que quedaron abiertas al término de “1794”.

Como en las dos novelas anteriores, tampoco en esta hace el autor ninguna concesión, a nadie, ni al lector, ni a los personajes. Quien se adentre en su lectura ha de estar preparado para cualquier desenlace, y debe ir pertrechado de ciertos aparejos mentales a fin de tener la resiliencia suficiente para soportar algunos avatares literarios. El hiperrealismo de Natt Och Dag puede llegar a ser lacerante.



[1] Vid.: “’1793’: Estocolmo no es lo que era”, blog Tiempo Vivo, 14 de junio de 2020; “’1794’: la historia de Suecia, también escrita con renglones torcidos”, blog Tiempo Vivo, 24 de abril de 2021.

 


17 de junio de 2022

Playas en la memoria: el recuerdo de “La hija de Ryan”

 

La primera vez que vi la película fue en Madrid, a comienzos de los años setenta. Por múltiples razones, desde entonces se convirtió en una cinta icónica, en una referencia simbólica permanente desde aquella etapa de la adolescencia lejana. Y, desde entonces, soñaba con visitar algún día aquellos impresionantes parajes de la costa irlandesa.

Para mi sorpresa, me enteré, años después, de que al menos parte de la película había sido rodada en tierras portuguesas, donde incluso se habría construido el poblado de pescadores donde se ubicaba el significado establecimiento del “padre de la hija de Ryan”, más simplificadamente conocido como Ryan.

Ante esa información incompleta pero sugerente, por un momento creí que podía estar en la mítica playa cuando, hace años, ya en 2009, un experto conocedor de las rutas inexpugnables de El Algarve, me condujo a un lugar recóndito, donde, como por arte de magia, vi reproducidas las imborrables escenas con las que arranca la historia. Fue una experiencia fascinante.

Haber tenido luego la confirmación de que tales escenas fueron rodadas en la costa irlandesa no mermó un ápice el gozo de aquella experiencia ensoñada, como tampoco, aún menos, resta el más mínimo encanto a aquella espléndida playa lusa.

Hace sólo unos días, en una singular intervención pública hacía referencia a la inminente conmemoración del Bloomsday. Curiosamente, desde la patria de Joyce, ese señalado día alguien me remite una fotografía de la playa originaria, la playa de Inch. Se cierra el círculo, cincuenta años después. En la distancia y en la imaginación, el disfrute es enorme. Lo seguirá siendo. A thing of beauty is a joy forever. Keats dixit.



14 de junio de 2022

Las diferentes caras de la presión fiscal

 

Dado que, como afirmaba Tocqueville, “casi no hay asunto público que no tenga su origen en un impuesto o que no venga a parar en él”, no es de extrañar la relevancia que, en el debate político y social, tienen los indicadores representativos de la carga tributaria de un país. Entre ellos sobresale el de la presión fiscal, pese a ser un indicador bastante burdo y sujeto a diferentes escollos metodológicos para su adecuada definición y su correcta medición. En su acepción habitual, la presión fiscal se expresa como el cociente entre los impuestos recaudados (incluyendo las cotizaciones sociales) y el producto interior bruto (PIB) de un país, correspondientes a un año determinado.

Por supuesto, se trata de un indicador que aporta una información útil y de interés: de una manera aproximada, qué parte del valor de la producción nacional, magnitud similar a la de la renta nacional, se detrae a través de impuestos y cotizaciones sociales.

En 2021, con prácticamente un 38% del PIB, la presión fiscal ha alcanzado su máximo histórico en España. Curiosamente, con una cifra inferior en torno a 1 punto porcentual, la anterior cota máxima, aparte del año atípico de 2020, se había alcanzado en 2007, en la fase final del ciclo económico expansivo.

En 2020, la presión fiscal española (37,5%) se situaba algo menos de 4 puntos porcentuales por debajo de la media de la Unión Europea, donde los valores extremos correspondían a Francia y Dinamarca (47,5%), por un lado, y a Irlanda (20,8%), por otro.

El indicador de la presión fiscal aporta información, pero al mismo tiempo la oculta respecto a aquellos factores que condicionan y determinan el resultado final, el guarismo porcentual con el que se mide la presión fiscal: ¿podemos concluir, sin más, que la situación del contribuyente medio de un país con una presión fiscal del 40% es mucho mejor que la de su homólogo en otro país con una presión fiscal del 50%?

De entrada, tendríamos que ver qué beneficios derivados del gasto público obtiene el contribuyente en cada país. Aun prescindiendo de esta perspectiva, no podemos olvidar que la cifra de la presión fiscal sintetiza la influencia de una serie de factores subyacentes que, de manera concatenada, dan lugar dicha a cifra: el marco de la normativa fiscal aplicable, la canalización de ayudas públicas a través de desgravaciones fiscales o de gastos públicos directos, la reacción y las decisiones de los agentes económicos, el alcance de la economía sumergida, la magnitud del fraude fiscal, la eficacia recaudatoria, o la influencia del ciclo económico.

El Instituto de Estudios Económicos, en colaboración con la Tax Foundation, publicó, a finales del pasado año, un informe (“Competitividad fiscal 2021”) en el que se ofrece información acerca de dos acepciones diferentes que guardan relación con algunos de los aspectos antes señalados. Se trata de la “presión fiscal normativa” y de la “presión fiscal efectiva”.

Por presión fiscal normativa se entiende “la carga de gravamen que el diseño del sistema fiscal introduce en las economías, al margen de la recaudación que obtenga”. Así, aun cuando la presión fiscal de España era inferior a la media de la Unión Europea en 2019 (35,4% vs 40%), su presión fiscal normativa se situaba por encima, con un índice de 112,8 respecto a la media de referencia (100).

Por otro lado, el indicador de la presión fiscal efectiva se define como “la ratio entre la recaudación tributaria y el PIB de un país sin tener en cuenta el peso de la economía sumergida en la medición de dicho PIB”. Con este indicador, “la presión fiscal efectiva [en España] es muy similar a la de la media de la Unión Europea… 44,6% y 44,9%, respectivamente”, con datos de 2019. A este respecto, se incide en que “lo que los datos sugieren es que, en España, se recauda el 35,4% del PIB total del país, pero está pagado exclusivamente por el 78% de la actividad, dado que el 22% del PIB es economía sumergida”.

Con independencia del nivel tributario que se considere adecuado, y de algunas posibles matizaciones metodológicas, es conveniente disponer de información objetiva a fin de identificar la composición del indicador agregado. Un aspecto importante es poder conocer cuál es la carga efectiva soportada por quienes realmente cumplen sus obligaciones tributarias.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

12 de junio de 2022

Las promesas por las que vivimos...

 

Es el título de la obra que Harry Scherman publicó en el año 1938 (Ediciones Deusto, 2020), citada aquí mismo en relación con el conocimiento económico[1]. En ella se pone de relieve el papel crucial que juegan las promesas para el desenvolvimiento de la actividad económica: “es evidente que nadie puede vivir en sociedad de forma sostenida si se dedica a incumplir una y otra vez sus compromisos laborales y/o salariales”. Los intercambios diferidos en el tiempo son tambien “responsables casi por entero de la producción económica, que dejaría de realizarse sin ellos”.

Esta perspectiva analítica se traslada luego al ámbito del dinero, respecto al que “la continuada y casi universal ignorancia constituye un auténtico enigma”. Para Scherman, la falacia primaria radica en la “confusión recurrente entre el dinero y las promesas de pagar dinero en el marco de un intercambio determinado”.

Merece la pena leer el esbozo de las características del dinero y de su evolución a lo largo de la historia que lleva a cabo. Puede ser una buena referencia para contextualizar el dinero en el mundo actual.

También, para apreciar el deterioro del valor del dinero fiduciario en una situación inflacionaria: “Entregamos dinero a cambio de promesas que nos aseguran que podremos recuperarlo cuando deseemos. Si no sucede esto, se rompe la promesa y se roba nuestra riqueza. Esto es lo que hace que el dinero de papel pueda terminar sin valor alguno… Cuando se quiebran las promesas, hasta el más tonto entiende que el dinero de papel no vale nada. Pero, si todo el mundo cree en el cumplimiento de las promesas, entonces la sociedad acepta tal forma de pago y vincula a ella toda su riqueza, todo su trabajo y todos sus activos”.




10 de junio de 2022

Meritocracia: fútbol de élite vs política

 

El fútbol de élite es una meritocracia. ¿Por qué no puede serlo también la política?, se pregunta Simon Kuper, el articulista especialista en temas deportivos, fundamentalmente futbolísticos, del diario Financial Times. Tras poner de relieve el riguroso proceso de selección “natural” seguido por los grandes clubes de fútbol -el caso de La Masía barcelonística es paradigmático-, subraya cómo, en este deporte, en su categoría de élite, la calidad prevalece por encima del currículum, la apariencia personal o el color de la piel. Deben tenerla y mantenerla para continuar en la élite. El fallo en el deporte queda patente y se penaliza.

A continuación, muestra el contraste con la élite política educada en centros académicos elitistas. Los criterios de selección son muy exigentes, pero hay muchos ejemplos de que no siempre responden a factores objetivos, y, además, existen números sesgos. El acceso a la alta esfera política responde en buena medida a factores extracurriculares y no siempre está avalado por alguna experiencia de gestión significativa. Por otro lado, los líderes políticos han de enfrentarse a una amplia gama de complejas cuestiones que exceden de sus conocimientos y competencias. Según Kuper, “necesitan, por tanto, cualidades de humildad y de saber escuchar para actuar como coordinadores, oyendo a los expertos. El peor líder posible es un egomaníaco que -quizás estimulado por su CV, casta y género- imagina que él lo sabe mejor”.

Finalmente, apunta un aspecto clave: “un equipo de fútbol tiene que ganar partidos, mientras que un gobierno tiene que agradar a los votantes. Esto tiene poco que ver con la realización de buenas políticas. Una transición energética o una reforma educativa puede llevar décadas para ser juzgada y a veces incluso más tiempo. La misión nuclear de un gobierno es evitar catástrofes, pero los votantes raramente recompensan a los políticos por cosas que no ocurren”.

A este respecto, es bien conocida la diferencia entre los servicios públicos creativos y los preventivos. En el fútbol es más fácil la evaluación. No es lo mismo el papel de un portero cuya portería se mantiene a salvo cuando no ha habido ningún disparo entre los tres palos, que otro que logra el mismo resultado, pero con paradas providenciales.

8 de junio de 2022

El estado del mundo: el testimonio del cronista de Davos

 

Martin Wolf viene actuando en los últimos años como el distinguido cronista de las cumbres de Davos. Este año, tras la celebración de la atípica cumbre primaveral, a través de una docena de proposiciones trata de dar respuesta a un interrogante clave: ¿cómo podemos dar sentido al mundo?

Su prosa es afilada; su análisis, penetrante; sus mensajes, contundentes, reveladores de cuanto acontece en el mundo, visto desde su elevada torre de vigía, que hace a la vez de faro. Desde él señala tendencias y marca pautas de gobernanza económica, social y política.

He aquí una síntesis de su tabla de la ley mundial[1]:

1.    El mundo está amenazado por grandes males, y es claramente vulnerable a perturbaciones imprevisibles e incluso inimaginables.

2.     La economía ha cedido su primacía a la política (guerras culturales, políticas de identidad, nacionalismo, y rivalidad geopolítica).

3.      La tecnología continúa su marcha transformadora.

4.      Las diferencias políticas entre las democracias avanzadas, por un parte, y Rusia y China, por otra, son ahora profundas.

5.      A pesar del auge de China, Occidente, definido como las democracias de países con alta renta, es aún muy poderoso.

6.      Sin embargo, Occidente está profundamente dividido, entre países y dentro de estos. Hay políticos que apoyan a Putin y otros que se apartan de las pautas democráticas.

7.      A largo plazo, es probable que Asia se convierta en la región económica dominante del mundo.

8.      Las democracias de los países ricos deberán mejorar su juego político si quieren persuadir a los países emergentes y en desarrollo de que se alineen con ellas en vez de con Rusia y China.

9.      La cooperación global sigue siendo esencial.

10.   Los rumores acerca de la muerte de la globalización son exagerados.

11.   Dados los inmensos desafíos políticos y organizativos, las posibilidades de que la humanidad impida un cambio climático dañino son escasas.

12.   La inflación se ha desatado de una forma no vista durante cuatro décadas. Es una cuestión abierta si los bancos centrales mantendrán su credibilidad.

Estos son los mandamientos wolfianos. Como colofón, apunta que “En Occidente tenemos que manejar profundos cambios y conflictos letales en un momento de división y desilusión. Nuestros líderes tienen que estar a la altura de la ocasión. ¿Lo harán? Únicamente podemos confiar en que así sea”.

Sin embargo, el medio en el que se han difundido los mensajes ha seleccionado una terrible imagen de cabecera…




[1] “Twelve propositions on the state of world”, Financial Times, 31-5-2022.


7 de junio de 2022

Mensaje en torno a Atticus Finch

 

Hacía bastante tiempo que no recibía ningún correo críptico de origen desconocido. En esta ocasión, el protagonismo no corresponde a la filosofía, como ha sido el caso más frecuente en misivas anteriores, pero sí a la literatura. He de reconocer que, aunque siempre me han inquietado mucho los anónimos, cuando se ciñen al desciframiento de algún enigma, me intrigan como reto intelectual, como estímulo para la indagación y la búsqueda de nexos explicativos larvados. Acicate, como pueden ser, para el ejercicio de una mente detectivesca, se convierten también en una fuente de frustración cuando no se logra descifrar los códigos empleados. Así me ocurre todavía respecto a alguno de los textos recibidos en los últimos años. También, acerca de algún que otro libro recibido de remitente no identificado.

Tuve que buscar afanosamente entre los viejos textos para encontrar un ejemplar desvaído de la novela de Harper Lee, que apenas recordaba. Como tampoco los detalles de la película, que vi cuando aún era casi un niño. Sólo la imagen de Gregory Peck parece tener aún vida en la pantalla. Todo en blanco y negro.

El ejemplar de la novela que ahora me llega, de la edición conmemorativa del 60º aniversario de su publicación en 1960, magníficamente encuadernado y con una portada en la que se combinan varios colores, reproduce el texto original, en lengua inglesa: “To Kill a Mockingbird”.

La nota que lo acompaña, sin firma ni fecha, se limita a decir lo siguiente: “Atticus Finch sigue siendo un modelo inspirador. De dos personas que te aprecian (109)”.

Totalmente desconcertado, no logro identificar el origen del envío, ni el sentido del enigmático mensaje. Intrigado, acudo raudo a la página 109, cuyo significado difícilmente puede apreciarse sin atender las que la preceden.

No obstante, en ella encuentro una frase interesante pronunciada por Miss Maudie: “People in their right minds never take pride in their talents”. También, otra en la que es difícil no ver alguna evocación a alguno de los personajes de “My Fair Lady”: “Atticus is a gentleman, just like me”. Pero, tal vez, todo sea una mera ficción.

Sin embargo, no lo fue del todo el episodio referido en el primer párrafo de la novela: “When he was nearly thirteen my brother Jem got his arm badly broken at the elbow”. Hay accidentes e incidentes que pueden llegar a cambiar el curso de una vida.



6 de junio de 2022

Educación en la “era 4IR”


Estamos de lleno en la era 4IR (Cuarta Revolución Industrial, por sus siglas en inglés). Basada en las innovaciones de las tres revoluciones industriales precedentes, ha permitido avances en una serie de campos como la captación de datos, el procesamiento de la información, el acceso generalizado y sin cables a Internet, la inteligencia artificial, o la biotecnología. El nuevo entorno plantea grandes retos al sistema educativo en todo el mundo. En un reciente informe del Foro Económico Mundial (“Catalysing Education 4.0”, mayo 2022) se realiza un análisis de la situación, y se apuntan diversas líneas de actuación para aprovechar el potencial económico y social disponible.

El informe parte de una contundente ilustración de las ventajas de la educación: en términos de ganancias salariales en el conjunto de la vida laboral, de bienestar individual, y de efectos positivos desde el punto de vista social. Según diversos estudios, un año adicional de educación se traduce, en promedio, en unos ingresos más elevados (en un 9%) en el ciclo vital. Un mayor nivel educativo lleva a un mejor estado de salud, que, a su vez, permite que las personas alcancen mayores cotas de felicidad y satisfacción. Una mejor salud favorece el desarrollo cognitivo, una mayor productividad y unos mejores resultados económicos. Otros efectos positivos están también presentes en el plano social (compromiso cívico, confianza institucional, tolerancia, iniciativas sociales…). Una vez que se computan todas estas repercusiones, la rentabilidad económica y social de la inversión en educación se dispara.

La capacidad de resolución de problemas de forma colaborativa por parte de los estudiantes puede desempeñar un papel importante como motor del desarrollo económico. Según estimaciones del Foro Económico Mundial, una mejora en dicha capacidad, hasta el nivel medio de los 10 países actualmente mejor posicionados, podría añadir 2,5 billones de euros a la cifra del PIB mundial.

A partir de lo expuesto se plantea una pregunta clave: ¿qué clase de reformas, transformaciones e inversiones se requerirían en el sistema educativo para hacer que ese escenario teórico se convirtiese en realidad? En el informe se identifican tres áreas de oportunidad claves: i) nuevos mecanismos de evaluación; ii) adopción de nuevas tecnologías para el aprendizaje; y iii) potenciación del rol de los docentes.

Respecto a la primera, se destaca el establecimiento y la mejora de los sistemas de medición y evaluación de las competencias de los estudiantes. Asimismo, la introducción de nuevos instrumentos de valoración de competencias tales como la autoevaluación, la evaluación por pares y la evaluación cualitativa. También se incide en el fortalecimiento de la capacidad de “aprender a aprender”, y en la conexión entre educadores y empleadores, de forma que se vislumbren claramente los requerimientos formativos de los puestos de trabajo, y que parte de éstos puedan proveerse en el ámbito empresarial.

Por lo que se refiere a la segunda área, aunque se parte de la premisa de que la tecnología no lleva, por sí misma, a una educación de más calidad, los avances en las tecnologías de la educación pueden servir de apoyo a un aprendizaje más inclusivo y basado en competencias, así como a mejorar las acciones formativas. En todo caso, la tecnología se concibe como un complemento, no como un sustituto, del profesorado.

En tercer lugar, por su papel clave en el proceso educativo, son necesarias inversiones estratégicas para asegurar que el personal docente disponga de las competencias, los instrumentos y los recursos necesarios.

Finalmente, se aboga por un enfoque de profunda colaboración multilateral entre todos los colectivos implicados (“stakeholders”) en el ciclo educativo: educadores, gobiernos, líderes empresariales, e inversores.

Difícilmente puede encontrarse una actuación que combine de forma tan armónica los beneficios individuales y los beneficios sociales. Como toda inversión, la educativa necesita de un período de maduración antes de dar todos sus frutos. Por eso, no hay tiempo que perder. En gran medida, el porvenir en la era 4IR estará marcado por el alcance, el ritmo y la eficacia de la inversión en educación.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



5 de junio de 2022

La laxitud de la justicia impositiva, según Pareto

 

En la obra “La transformación de la democracia”, publicada originariamente en el año 1921 (versión castellana, Edersa,1985), Vilfredo Pareto lleva a cabo un análisis de la democracia. Controvertida en muchos aspectos, hasta el punto de que, según escribe Giovanni Busino en el prefacio, es considerada la “Biblia de los adversarios del régimen parlamentario”, no obstante, su lectura sin referencias podría llegar a que fuera confundida, al menos a tenor de ciertos párrafos, con alguno de los numerosos textos escritos en los últimos años acerca del incierto rumbo de la democracia.

Para empezar, afirma Pareto que “el término democracia es equívoco, como muchos términos del idioma vulgar”, lo cual, si atendemos a las distintas interpretaciones teóricas y, sobre todo, empíricas, no parece una gran exageración.

Contiene también interesantes reflexiones respecto a la alternativa de pago de las deudas estatales a través de la depreciación monetaria. Y no falta una breve alusión a la noción de justicia impositiva.

Según Pareto (pág. 81), la evolución de los sentimientos hacia los impuestos es muy importante: “Antaño se pensaba que era justo que los impuestos alcanzasen a casi todas las clases inferiores y que las clases superiores estuvieran exentas de ellos o casi. Hoy día, los términos están invertidos, lo que muestra, dicho sea de paso, que esta ‘justicia’ tiene una espalda ancha, nunca niega su ayuda a los poderosos”.

Y continúa afirmando que “Antaño se consideraba libre la disposición según la cual los que pagaban los impuestos debían primero admitirlos y aprobarlos; hoy se llama libre a la disposición en virtud de la cual los impuestos son decididos por los que estarán exentos de ellos o casi, lo que muestra muy bien que el término libre es tan maleable como el de justo”.

Más adelante (págs. 81-82) señala que “hoy en día, los que aceptan el principio para despojarlos son los poseedores… preocupados únicamente por trasladar su parte al vecino”.

En ese párrafo cita Pareto a Tocqueville, y ya se sabe lo que decía el autor de “El antiguo régimen y la revolución” acerca del papel de los impuestos en la historia…



4 de junio de 2022

La política económica ante la crisis energética

 

Desde hace algún tiempo, en algunos países, como Reino Unido, se viene hablando de la “crisis del coste de la vida”. En otros no se utiliza ninguna etiqueta, pero la situación vivida es similar. Con o sin ella, es normal que los gobiernos hayan barajado y, en muchos casos, aplicado, distintas medidas para paliar el fuerte impacto derivado de la escalada de los precios de la energía en los presupuestos familiares. El problema es tan acuciante como difícil es encontrar una solución óptima dentro del arsenal de medidas de política económica.

Tomando como referencia una actuación anunciada por el gobierno británico, Martin Sandbu lleva a cabo un sucinto análisis económico de cuatro opciones para tratar de mitigar los elevados costes de la energía[1]: i) limitar directamente los precios máximos; ii) reducir o eliminar los impuestos sobre las compras de energía; iii) no tocar los precios, pero compensar directamente a grupos de personas por los altos costes; y iv) dejar inalterados los precios, pero cambiar las estructuras de mercado a través de las que aquellos se fijan, en particular de manera que los consumidores puedan beneficiarse de un bajo coste marginal de generación de la electricidad renovable.

Señala Sandbu que lo que más diferencia estos enfoques es si actúan contra o a favor del mercado y, como consecuencia, si promueven o frustran los intereses a largo plazo de los gobiernos que los adoptan.

Los dos primeros mencionados, al tratar de colocar los precios por debajo de sus verdaderos costes marginales, estimulan a los consumidores a usar más fuentes de energía cuya escasez relativa es responsable de la escalada de los precios: gas para calefacción y electricidad, y combustible para el transporte no electrificado.

Tratar de limar señales de precios relativos fundamentales con vistas a reducir la inflación media está abocado a generar problemas para el futuro, señala Sandbu: aumenta la demanda de energía fósil y se reduce el incentivo a invertir en renovables. Por ello se decanta por los enfoques tercero y cuarto: “permitiendo que los precios marginales de la fuente de energía suban cuanto sea necesario se protege el incentivo para economizar o desplazarse a los sustitutivos. Un apoyo financiero directo es fácil de diseñar y puede ser centrado en aquellas personas más necesitadas… Pero lo más importante es que las medidas compensatorias deben estar ajustadas con planes para cambiar cómo generamos y consumimos energía”.

Así pues, el mercado, el denostado mercado, es alabado en su papel asignativo. Y, desde luego, no es objetable separar las facetas de la asignación y la distribución. Es preferible utilizar instrumentos especializados en lugar de pretender alcanzar todos los objetivos con un solo instrumento.





[1] “The good, the bad and the ugly of government energy policies”, Financial Times, 29 de mayo de 2022.

3 de junio de 2022

El tope de bases y la regresividad de las cotizaciones sociales

 

Las cotizaciones sociales se incluyen, junto a los impuestos, para el cálculo de la presión fiscal, pero, estrictamente, no son impuestos. Su marcado carácter contributivo, concretado en la conexión -aun siendo aproximada y, por supuesto, contingente- es incompatible con la definición de impuesto, como tal, carente de contraprestación. La cuantía de las cotizaciones sociales -tanto la correspondiente a la persona empleadora como la de la persona empleada- se determina mediante la aplicación de un tipo proporcional sobre la retribución real, pero con sujeción a una base mínima y a una base máxima. Es decir, si la remuneración es inferior a la base mínima, se toma ésta para el cálculo de la cotización; si es superior, se calcula sobre la base máxima. Sólo se toma la retribución real cuando ésta está comprendida entre esos dos límites.

Indudablemente, si se utiliza un tipo de gravamen fijo o proporcional, el tipo medio (cotización/retribución) caerá para todas aquellas retribuciones que superen la base máxima. Esa es la definición usual de regresividad en el ámbito impositivo: a medida que sube la renta, disminuye el tipo de gravamen medio[1].

Esto es así, pero, ante un ingreso como las cotizaciones sociales, el análisis es incompleto. Debe complementarse con el cálculo de la ratio correspondiente a la cuantía de las prestaciones respecto al salario. En un sistema contributivo, lo lógico es que se mantenga una correlación entre el importe de la base máxima y el de la pensión máxima. Si la primera supera a la segunda, se acentuaría el carácter impositivo de las cotizaciones. Cualquier actuación en esta línea debería hacerse con la máxima transparencia a fin de que todo el mundo tuviese claro el juego de los mecanismos contributivos y redistributivos.

Con vistas a una reflexión al respecto puede abordarse el siguiente enunciado[2]: “Comente la consecuencia que tiene sobre la relación cotización/retribución salarial el hecho de que las bases de cotización estén topadas. Valore dicha situación y póngala en conexión con la evolución de la magnitud de las prestaciones recibidas”.

A efectos ilustrativos, se ofrece un ejemplo basado en unos supuestos: base mínima, 1.000 €; base máxima, 40.000 €; tipo de gravamen: empleado, 10%; empleador, 30%. Los resultados se muestran en el cuadro adjunto.





[1] Si, cada vez más, queda patente la necesidad de extender el cálculo de la progresividad, proporcionalidad o regresividad de los impuestos al conjunto del ciclo vital, esta perspectiva es aun más pertinente en el caso de las cotizaciones sociales.

[2] “Prácticas de Sistemas Fiscales: (249) cuestiones y ejercicios”, Facultad de Económicas de Málaga, Servicio de Reprografía, 2020 (enunciado nº 206).

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