Desde
un primer momento, al leer las contribuciones del productivo y fértil dúo
diferenciable de historiadores integrado por Fernando Alonso y Víctor Heredia,
de quienes hay algunas referencias en estos anaqueles prestados por Google, he
tenido la sensación de que, en realidad, practicaban una rama de la Historia
que bien podría denominarse Microhistoria. Ambos son capaces de encontrar los detalles
más nimios que permanecen ocultos tras los grandes titulares o los estereotipos
que han trascendido de los acontecimientos históricos. Microhistoriadores, o
micro-investigadores históricos.
Circunstancialmente,
a finales del año pasado, tuve conocimiento de que había fallecido, a la edad
de 94 años, Natalie Zemon Davis, considerada pionera, precisamente, de la Microhistoria.
Entendida ésta como una “rama de la disciplina, [en la que] los estudiosos se
centran en un individuo, una comunidad o un evento local como forma de extraer
lecciones históricas más amplias sobre la sociedad de la que fueron parte”[1].
Se
trata, como es evidente, de una concepción distinta, y bastante más pretenciosa,
de la aproximación histórica identificada, de forma meramente intuitiva, en los
dos investigadores especializados en la historia local malacitana.
Pero
hay otro aspecto mucho más relevante. La referida pionera declaraba que lo que escribía
era en parte de su propia invención, “pero en estrecho control con las voces
del pasado”. Un reconocimiento que, indefectiblemente, penetra en los confines de
la novela histórica, que, a su vez, da paso a una peligrosa senda a efectos
interpretativos. No es extraño que esa práctica despertara reticencias entre
algunos historiadores[2].
Un novelista histórico puede ser buen historiador y buen novelista. El problema
es que, en el fragor de la batalla lectora, el lector pierda el hilo de lo que
es historia y de lo que es ficción.
[1] Vid. T.
Barber, “Natalie Zemon Davis, Pioneer of microhistory, 1928-2023”, Financial
Times, 28-10-2023.
[2] Ibíd.