27 de febrero de 2021

Harford y Debussy: claro de mente, claro de luna

 

Desde hace años, Tim Harford, el economista camuflado del Financial Times[1] viene desplegando su abundante arsenal de fundamentos económicos para exponer, plantear y analizar numerosas cuestiones y problemas económicos. La aplicación de la perspectiva económica está omnipresente en sus textos, de manera explícita, por lo que la referida denominación no puede ser más engañosa.

Explícita es esa faceta como también lo son los permanentes recordatorios en sus contribuciones a los libros publicados por el economista británico. Ni él ni sus editores se olvidan nunca de hablar de sus libros, si bien no todos han conocido la misma tasa de éxito. Aunque tal vez sea difícil emular las cotas alcanzadas por su primera obra[2], su último libro parece bien posicionado. Disponible ya la edición española, en “10 reglas para comprender el mundo” (Conecta, 2021), ante una panorama tan adverso, confuso e incierto como el que vivimos, se muestra, según se indica en el subtítulo, “Cómo los números pueden explicar (y mejorar) lo que sucede”.

La exposición de la primera de las reglas (“Examina tus sentimientos”) es sumamente aleccionadora, y nos recomienda tratar de controlar nuestras emociones cuando estamos ante una nueva información: “Si no dominamos nuestras emociones, ya sea cuando nos dicen que dudemos o cuando nos dicen que creamos, correremos el peligro de engañarnos”.

Harford expone distintas situaciones reales en las que se pone de manifiesto que incluso las mentes más preclaras pueden quedar perturbadas por la influencia de los sentimientos personales. La historia de la falsificación de las obras de Johannes Vermeer, aderezada con ingredientes tales como el dictamen del experto más prestigiado en pintura holandesa, los vínculos del falsificador con los nazis, o el veredicto de la sociedad holandesa, es particularmente reveladora.

Para preservar la claridad de la mente y minimizar los errores interpretativos sería necesario, antes de asumir un dictamen, darse un respiro, tomar una prudente distancia y huir de la mecánica del pensamiento rápido. No es nada fácil, pues algunos sesgos cognitivos y concepciones personales tienden a activarse sin demora y a desencadenar una fuerza irrefrenable.

Antes de adentrarnos por senderos sin retorno, lo ideal sería poder detenernos un instante para disfrutar de un claro de luna o, si no está a nuestro alcance, cerrar los ojos mientras las notas de Debussy despliegan su cautivadora melodía. Habría de ser, por supuesto, en un entorno protegido de las irrupciones -efectivas, o simplemente potenciales- provenientes de los múltiples dispositivos tecnológicos, que tanto han cambiado nuestras vidas, para lo bueno y también para lo malo.           





[1] En este diario escribe la columna “Undercover Economist”, nombre que deriva del título de su principal best-seller.

[2] De “The undercover economist” se han venido más de 1,5 millones de copias en todo el mundo, en 30 idiomas.

 

23 de febrero de 2021

Filantropía e impuestos

 

El sector filantrópico alcanza en general una dimensión económica considerable, que en algunos países llega al 5% del PIB. En colaboración con el Centre for Philanthropy de la Universidad Ginebra, la OCDE ha publicado un informe sobre el tratamiento fiscal de la filantropía en 40 países, entre los que, sorprendentemente, no se incluye España (“Taxation and Philanthropy”, 2020).

En una sociedad donde no se reconoce el papel crucial -“dador” en el sentido sloterdijkiano- de los contribuyentes en la aportación de fondos que posibilitan el gasto del Estado, el tratamiento fiscal a otorgar a las actividades filantrópicas es normal que sea objeto de controversia. Los argumentos a favor de la concesión de ventajas fiscales descansan básicamente en tres aspectos: i) apoyar la provisión de bienes de interés colectivo o de actividades con repercusiones sociales (externalidades) positivas que no se desarrollan suficientemente; ii) proporcionar un estímulo para el suministro de bienes o servicios que, de otro modo, tendrían que ser cubiertos por el Estado; iii) fomentar la descentralización en la toma de decisiones como rasgo importante de una sociedad democrática.

En el otro lado de balanza aparecen argumentos contrarios a un tratamiento preferencial: i) la generación de una pérdida recaudatoria que debe ser compensada de alguna manera; ii) la posible ventaja competitiva de las entidades filantrópicas y sus grupos asociados frente a otras entidades que no siguen prácticas filantrópicas; iii) el mayor disfrute de los beneficios fiscales por los contribuyentes más ricos; iv) la influencia adquirida por los grandes filántropos.

A la vista de esta batería de argumentos, es evidente que no puede haber un posicionamiento en abstracto sin entrar a valorar en la práctica cada una de las consideraciones expuestas. No obstante, algunas pautas tienen un lugar reservado entre las recomendaciones que puedan formularse. Los criterios sobre la elegibilidad de las entidades merecedoras de un estatus especial como canalizadoras de fondos favorecidos fiscalmente son esenciales, así como la garantía de su sometimiento a los estándares contables, de cumplimiento normativo, de transparencia y de rendición de cuentas. Naturalmente, ha de partirse de la premisa de que la concesión de ayudas directas desde los presupuestos públicos debe estar sometida a los principios de eficacia, eficiencia y control, además de los antes mencionados, irrenunciables para evaluar la gestión del gasto público, ya sea mediante transferencias o subvenciones directas, o por la vía de los beneficios fiscales.

La delimitación de actividades que merecen ser receptoras de ayudas indirectas es asimismo otro requisito imprescindible, a fin de evitar que los grandes donantes, de alcance nacional o internacional, canalicen recursos primados fiscalmente a las prioridades de su elección. No obstante, la experiencia muestra que puede haber asignaciones privadas de recursos que responden estrictamente a necesidades sociales, mientras que también puede haber asignaciones públicas en las que prevalezcan connotaciones relacionadas con afinidades e intereses específicos. En suma, el drenaje de recursos públicos que origina el tratamiento fiscal de las actividades filantrópicas debería ser objeto de una estricta y rigurosa evaluación, como igualmente todo el gasto que, de forma directa, se canaliza por la vía de los presupuestos públicos.

De manera recurrente, las donaciones significativas realizadas por fundaciones vinculadas a personajes célebres, o por grandes compañías, suscitan una considerable controversia entre partidarios y detractores. Antes de emitir una opinión fundada deberían despejarse, al menos, las siguientes cuestiones: a) si la donación viene a cubrir alguna necesidad social no atendida; b) si conviene que esa necesidad sea satisfecha; c) cuál sería el coste para el Estado si se aborda íntegramente con fondos públicos (por ejemplo, 10 millones de euros); d) cuál sería el coste para el Estado si se cubre mediante una donación privada (si proviene de una compañía que puede computar como gasto deducible el coste de la aportación efectuada, en el ejemplo, 2,5 millones de euros); e) si los inconvenientes derivados de la notoriedad y la influencia del donante tienen una valoración económica que compensa la referida diferencia de costes directos.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

22 de febrero de 2021

Recordando el criterio rawlsiano

Se cumplen en 2021 cincuenta años desde la publicación de la influyente obra de John Rawls "Teoría de la justicia". La propuesta de aplicación del "velo de la ignorancia" a la hora de propugnar el criterio de justicia que debe prevalecer en la sociedad me parece de una fuerza y de una solidez incontestables. En este ámbito y en muchos otros. Si pudiéramos abstraernos del conocimiento de nuestra posición efectiva en la sociedad, en la escala de la renta y en otros apartados, sin duda estaríamos en mejores condiciones para marcar las reglas. Parecería lógico preocuparnos de la situación de aquella persona que quedara ubicada en la peor posición. Nos podría tocar a nosotros o a uno de nuestros seres queridos.


La obra de Rawls reúne un gran número de alicientes y elementos de interés, y sigue teniendo plena vigencia, convertida en objeto de culto y veneración. Toda efeméride de esta naturaleza puede ser un motivo para un reencuentro con el autor y su obra. La escasez de los limitados recursos personales impone, no obstante, su implacable ley, de manera que es casi inevitable añadir otra entrada a la ya interminable lista de tareas pendientes.


Eso no impide recordar brevemente antiguas incursiones en la aplicación del criterio rawlsiano, como la que, hace años, recogíamos en un texto de ejercicios de Hacienda Pública[1]:


El gobierno tiene previsto establecer un programa de impuesto sobre la renta del individuo A para financiar transferencias a favor del individuo B. Pueden presentarse distintas situaciones en función de cuál sea el tipo impositivo sobre la renta de A:



Suponiendo que la utilidad de A es igual a la renta de A, y que la utilidad de B es igual a la renta de B, indique cuál será la opción elegida para cada uno de los siguientes criterios de justicia distributiva: 1) dotación estricta; 2) utilitarista; 3) igualitarista; 4) rawlsiano.


Como pista para quienes no estén familiarizados con el criterio rawlsiano, cabría recordar que también se conoce como criterio “maximín”, ya que el objetivo de justicia lo concreta en maximizar la posición del individuo peor situado.



[1] José M. Domínguez Martínez y Germán Carrasco Castillo, “Ejercicios de Hacienda Pública”, UNED, Pirámide, 1998.

 



21 de febrero de 2021

El futuro del capitalismo ante el gran reinicio

 

El futuro del capitalismo, si es que lo tiene, aguarda pacientemente su turno, ya desde hace años, en la lista de proyectos pendientes. Otros rivalizan con dicho tema. La magnitud de la tarea, en un panorama donde la inquietud por el conocimiento, incapaz de refrenarse, no da tregua, para seguir aumentando la pequeñez incontestable del empeño, y dar paso a un inevitable sentimiento de angustia mezclada con frustración. La procrastinación acaba erigiéndose, como siempre, dominante.

Dado que el horizonte no es propicio para iniciar aventuras intelectuales de envergadura, tal vez sea preferible, en lugar de dejarnos atormentar impotentes ante la acumulación de más capas de sedimentos generadores de una complejidad creciente, intentar pequeñas incursiones. Algunas, de hecho, aunque minúsculas, figuran ya recogidas en registros de este cuaderno de bitácora, iniciado a finales de julio del año 2017.

La convicción de la necesidad de aproximarnos a las perspectivas futuras del capitalismo es ya total cuando uno observa cómo, en un movimiento apostólico global de enorme influencia, el diseño de la sociedad de nuestros hijos y nietos cabalga a marchas forzadas. Así se dicta desde el directorio del World Economic Forum (WEF), donde se ha elegido un título un tanto inquietante para la macrooperación de alcance mundial en marcha, el “great reset”, el “gran reinicio”.

Según declara Klaus Schwab, fundador y presidente ejecutivo del WEF, “Para alcanzar un mejor resultado, el mundo debe actuar conjuntamente y reformar rápidamente todos los aspectos de nuestras sociedades y nuestras economías, desde la educación a los contratos sociales y las condiciones de trabajo. Todos los países, desde Estados Unidos a China, deben participar, y todas las industrias, desde las del petróleo y el gas a las tech, deben ser transformadas. En suma, necesitamos un ‘Gran Reinicio’ del capitalismo[1].

Particularmente desde los últimos años, no paran de añadirse calificativos y etiquetas al capitalismo, por lo que, con más motivo, es imprescindible partir de expresar, lo más claramente posible, qué se entiende por capitalismo.

En estas reflexiones estaba cuando retomé un reciente artículo de celebración y exaltación –con todo merecimiento- del extraordinario y apabullante éxito logrado por la Wikipedia con ocasión de la conmemoración de su vigésimo aniversario. En dicho artículo se recogen los resultados de una investigación (eso sí, un tanto antigua) según la cual una comparación de la Wikipedia con la Enciclopedia Britannica arrojaba escasa diferencia en el número de errores que los expertos podían encontrar en un artículo típico[2].

Este impactante y revelador detalle se convirtió así en todo un incentivo para no demorar la tarea inicial antes mencionada y abordar la noción de capitalismo. Puestos a la obra, pude encontrar las dos siguientes definiciones en dichas fuentes:

“El capitalismo es un orden o sistema social y económico que se encuentra en constante movimiento, derivado del usufructo de la propiedad privada sobre el capital como herramienta de producción, que se encuentra mayormente constituido por relaciones empresariales vinculadas a las actividades de inversión y obtención de beneficios, así como de relaciones laborales, tanto autónomas como asalariadas subordinadas libres, con fines mercantiles”.

“Sistema económico, dominante en el mundo occidental, desde la disolución del feudalismo, en el que los medios de producción son de propiedad privada y la producción es guiada y la renta distribuida a través de la operación de los mercados”.

¿Se trata de explicaciones adecuadas y clarificadoras? ¿Cuál corresponde a la Wikipedia, y cuál a la Enciclopedia Britannica?

Aunque la probabilidad sea considerablemente baja, si alguien, aunque sea fortuitamente, llega a leer las dos definiciones, a través de estas líneas interpuestas procuraré demorar por un instante, en el supuesto de que la desconozca, la constatación de las adscripciones correctas.

Todavía, si sigue leyendo este texto, tiene la oportunidad de expresar cuál de las dos enciclopedias cree que es más fiable, y de decidir la procedencia de cada cita.

Fin de este pequeño test: la primera definición proviene de la Wikipedia[3]; la segunda, de la Enciclopedia Britannica[4].

Sí, estoy completamente de acuerdo, esta muestra nos da pie para realizar algunas reflexiones conceptuales, literarias; también acerca del proceso de generación y transmisión del conocimiento.

P.S.: Acabo de caer en la cuenta de que esta semana, al comenzar la exposición de los fundamentos de la teoría de la Hacienda Pública, ante los alumnos de la asignatura "Sistemas Fiscales", he de hacer referencia al capitalismo. ¿Qué noción debería utilizar? ¿Qué fuente debería recomendar?



[1] K. Schwab, “Now is the time for a ‘great reset’”, https://www.weforum.org/agenda/2020/06/now-is-the-time-for-a-great-reset/.

[2] The Economist, “Wikipedia at 20. The other tech giant”, 9 de enero de 2021.

[3]Capitalismo”, Wikipedia, consultada el 21 de febrero de 2021, a las 12 horas y 54 minutos (CET).

[4]Capitalism”, Enciclopedia Britannica, 15ª edición, 1983.

20 de febrero de 2021

El manifiesto verde de Bill Gates

A veces, cuando viajo de noche, quedo impactado por la inmensidad de la oscuridad. Debe de ser una experiencia inolvidable dejar de percibir, desde la quietud de las alturas, los rastros lumínicos de las aglomeraciones urbanas en la superficie del planeta. Así lo describe Bill Gates, quien, a partir de tales vivencias, dice haber aprendido que mil millones de personas –cifra que ahora sitúa en 860 millones- no tenían acceso a una electricidad fiable.

Y, sin más dilación, nos coloca ante un grave dilema. Es obvio que sería prácticamente imposible lograr avances significativos en la lucha contra la pobreza y la enfermedad “cuando más de una de cada diez personas en la Tierra no disponen de un acceso fiable a todos los beneficios de la energía… pero alcanzar un estilo de vida moderno depende de los combustibles fósiles. Y el problema es simple: no nos podemos permitir liberar más gases de efecto invernadero”.

Convertido quizás en la primera referencia mundial en la lucha contra el cambio climático, destronando a Al Gore, ha escrito un libro, “Cómo evitar un desastre climático”, “para proponer un plan práctico para eliminar las emisiones y desarrollar y desplegar los instrumentos que necesitamos para hacerlo”. Así lo expone en un reciente artículo que sirve de presentación internacional de su “manifiesto verde”[1].

El magnate estadounidense –predicador todoterreno de enorme influencia global- considera que, para lograrlo, se requerirá un montón de esfuerzos por parte de los únicos grupos capaces de operar a escala global, los gobiernos, las organizaciones no lucrativas y las corporaciones.

Gates pone el foco en lo que denomina las “Primas Verdes” (“Green Premiums”), que define como “las diferencias en coste entre una forma de hacer algo basada en los combustibles fósiles y la forma limpia, no basada en emisiones, de hacer la misma cosa”. Estas primas “nos dicen cuánto costará que haya emisiones nulas en todos los sectores de la economía donde los combustibles fósiles están implicados”. Hoy por hoy, salvo en algunos casos, tales primas son muy elevadas, por una serie de razones.

Nos deja bastante desazonados cuando nos asegura que la alternativa de la plantación de árboles como forma de absorber parte del carbono es irrisoria a tenor de la magnitud de la tarea necesaria: “Para absorber las emisiones de ciclo vital que se producirán por cada estadounidense vivo actualmente… se necesitaría plantar y mantener permanentemente… casi la mitad de la masa continental del mundo”. Todo un jarro de agua fría, después de que, hace años, Mario Robles del Moral, desde su apasionado conocimiento de los bosques, reforzado con la indiscutible autoridad de sus dos apellidos arbóreos, nos ilusionara tanto con el proyecto del “Green Way”, de un camino verde que describiría una senda trasnacional, visible desde el espacio exterior.

En su opinión, es preciso incidir en cuatro áreas, esencialmente de la mano de las empresas:

1ª) Movilización del capital para reducir las primas verdes (vgr., financiación de soluciones innovadoras bajas en carbono).

2ª) Adecuación del perfil de los productos demandados (vgr., compra de vehículos eléctricos, sustitución del acero y del cemento por alternativas verdes).

3ª) Expansión de la investigación y el desarrollo (vgr., carnes de origen vegetal).

4ª) Configuración de las políticas públicas (vgr., promoción de I+D en energías limpias).

El artículo acaba con una apelación a los líderes empresariales a fin de que tengan el coraje necesario para asumir los riesgos para adoptar las actuaciones requeridas ante el cambio climático.

No sin antes dejarnos con una especie de enigma. En este sentido, nos deja un tanto desconcertados cuando, al recordar que solía trabajar en el ámbito de la salud global, “en el que los gobiernos y las corporaciones del mundo necesitan que ocasionalmente se les recuerde por qué deben preocuparse”, no hace la más mínima alusión al terrible recordatorio que nos azota desde hace ya un año. Es de esperar que en el libro nos aclare éste y otros misterios, como cuál es su recomendación acerca del modelo económico, social y político compatible con los objetivos medioambientales.



[1] Bill Gates, “Bill Gates: my green  manifesto” (a pesar de que el corrector automático del ordenador se empeña en escribir “green” con mayúscula, y en añadir una tilde a “manifesto”), Financial Times, 19 de febrero de 2021. [Afortunadamente, no ha hecho acto de incursión ningún sagaz traductor, ya que el nombre de “Guille Puertas” es menos conocido. Sin embargo, en el fondo, no le faltaría algo de razón si nos sugiriera que el artículo, en el que el editor incluye el nombre del autor en el título, en realidad viene a advertirnos de que es preciso abrir las “puertas de las facturas”.]

19 de febrero de 2021

La impartición de educación financiera a través de medios digitales

 

En un reciente informe, la OCDE afirma que “la importancia de la provisión digital de educación financiera está aumentando en paralelo con la digitalización de nuestras sociedades y nuestras economías”[1]. Para un proyecto de educación financiera como Edufinet, “nativo digital”, con este atributo plasmado en su propia denominación, este reconocimiento no viene sino a confirmar la oportunidad de seguir incidiendo en esa orientación. Y ello sin perjuicio de preservar la estrategia de “omnicanalidad”, basada en la complementariedad de canales para el desarrollo de las acciones formativas, en las que hemos basado nuestra hoja de ruta que supera ya los quince años de compromiso efectivo con la educación financiera.

Según la OCDE, la utilización de medios digitales para la impartición de educación financiera tiene una serie de ventajas, tanto para los destinatarios y monitores como para las autoridades públicas (y otros agentes impulsores, cabe añadir):

§  Respecto a los individuos:

o   Mejora el acceso a la educación financiera: la información, la instrucción y el asesoramiento financieros pueden ser más accesibles para destinatarios y formadores, que, de otro modo, podrían quedar excluidos de oportunidades de programas de alta calidad debido a requerimientos de ubicación, tiempo y secuencia de enseñanza.

o   Facilita y mejora las oportunidades: a través de un contenido ajustado a audiencias diversas e incluso a perfiles personales.

o   Apoya el reforzamiento de las competencias básicas y mejora las habilidades para la gestión del dinero: la tecnología permite a los individuos contrastar sus conocimientos en tiempo real, y llevar a cabo ejercicios de simulación en un entorno controlado, mejorando así la confianza personal con los conceptos financieros y la toma de decisiones.

o   Incentiva los comportamientos financieros positivos a través del establecimiento de metas personales, mecanismos de retroalimentación y recordatorios. Asimismo, permite disminuir los sesgos de comportamiento mediante acicates autoaplicados o informaciones en los momentos apropiados.

§  Respecto a las autoridades (y otros agentes impulsores), permite:

o   Llegar a audiencias que no pueden ser alcanzadas a través de medios tradicionales.

o   Extender intervenciones tradicionales de éxito contrastado.

o   Reducir los costes de la impartición de programas.

o   Controlar el uso de los recursos educativos por la audiencia en tiempo real.

o   Revisar el contenido efectivo de intervenciones online.

o   Aumentar las oportunidades para la recopilación de datos y la realización de análisis.

No obstante, la enseñanza digital ha de afrontar también algunos retos:

§  Respecto a los individuos:

o   Carencia de competencias digitales.

o   Falta de infraestructuras digitales adecuadas.

o   Necesidad de mayor autonomía y de motivación propia.

§  Respecto a las autoridades (y otros agentes impulsores):

o   Adaptar los contenidos a formatos online o digital.

o   Encontrar nuevas formas de implicación y motivación.

o   Formación y preparación de los monitores.

o   Abordar la carencia de competencias digitales entre los destinatarios.

o   Preservar la protección de datos.

La OCDE clasifica las iniciativas de educación financiera digital desarrollada en los países miembros de dicha organización en varias categorías según los objetivos principales:

a.      Mejora del acceso a la información y a las consultas financieras: websites, apps de teléfonos móviles, uso de plataformas de redes sociales.

b.      Mejora del acceso a la formación.

c.      Desarrollo de competencias y de confianza: presupuestación y gestión financiera personal, aplicación de la gamificación.

En el citado informe se da cuenta asimismo de las primeras aplicaciones de la inteligencia artificial en el campo de la educación financiera, a través de chatbots que interactúan con los usuarios de servicios financieros o con niños.

En Edufinet, en línea con nuestra filosofía y nuestra trayectoria, somos conscientes de la relevancia de los canales y medios digitales en todas y cada una de las fases que integran el proceso productivo de la educación financiera. Se trataba de una magnífica oportunidad que nos ofrecían las nuevas tecnologías, en el marco de tendencias imparables, pero que enfocábamos siempre como una elección voluntaria, dentro de la referida estrategia multicanal. La situación generada por la terrible pandemia del coronavirus ha acelerado las tendencias en curso y ha eliminado los grados de libertad respecto al diseño y la implementación de las acciones formativas. Ahora lo que deseamos es que finalice pronto el calvario que estamos sufriendo, y podamos seguir utilizando las alternativas digitales sin ningún tipo de imposición, complementándolas con las actuaciones presenciales, que siguen siendo muy valiosas, y que hoy tanto añoramos.

(Artículo publicado en EdufiBlog)



[1] Vid. OCDE (2021), “Digital delivery of financial education: design and practice”, www.oecd.org//financial/education/digital-delivery-of-financial-education-design-and-practice.htm.

17 de febrero de 2021

Cigarras vs hormigas: ¿a quiénes favorece el sistema impositivo?

 

Desde hace siglos, vienen manteniéndose arduas controversias sobre determinadas cuestiones tributarias de gran trascendencia. La concerniente al tratamiento a otorgar a la parte de la renta que se destina al ahorro, frente la que se dedica al consumo inmediato, es una de las más señaladas.

La fábula de la cigarra y la hormiga podría servir como referencia para tratar de ilustrar la situación. Simplemente como idea aproximativa, y salvando las distancias derivadas de actitudes totalmente contrapuestas, podríamos asimilar la primera al consumidor, y la segunda, al ahorrador. ¿A cuál de los dos perfiles favorece más el sistema impositivo, al de la cigarra o al de la hormiga?

No es, desde luego, una pregunta que se pueda despachar sin más de manera inmediata, aunque podamos tener alguna intuición al respecto. Son muchos los escenarios que pueden barajarse, entre otras razones, por la enorme heterogeneidad que, en la práctica, presentan los sistemas tributarios. En el esquema adjunto se esboza un marco simplificado para estudiar la cuestión planteada. Se supone que dos personas llegan a un país en el que van a residir durante 10 años, en cada uno de los cuales percibirán una renta dada. Una de ellas destina sus ingresos netos de impuesto al consumo inmediato; la otra, la mitad a consumir y la otra mitad, a ahorrar. Al cabo de los 10 años abandonan el país, pero antes de salir de éste deberán donar el patrimonio acumulado, en su caso, o bien consumir íntegramente los recursos acumulados.

Una vez aterrizado dicho marco dentro de unas coordenadas que podríamos considerar “representativas”, procuraremos aportar una respuesta.



15 de febrero de 2021

Negrete, en la ruta perdida de las librerías malagueñas

El dicho popular, de dudosas raíces intelectuales, retrataba Málaga como una ciudad más que refractaria para acoger librerías en su entramado urbano. No es en absoluto verdad. Málaga tuvo significados establecimientos de esa naturaleza cuya imagen icónica, muchos años después de haber desaparecido a raíz de la llegada de la supuesta modernidad, aún pervive entre nosotros. Algunas de ellas brillan con luz propia pese a llevar tiempo formando parte del distinguido club de los comercios malacitanos históricos desaparecidos, tras dejar una huella imperecedera. Los integrantes de mi generación no podemos esgrimir que, en nuestra adolescencia, allá por la primera parte de los años setenta, escasearan esos lugares que atesoraban tanto saber, tanto conocimiento y tanta creación literaria, en una época en la que no podía predecirse, ni en clave de ciencia-ficción, las transformaciones que originarían las nuevas tecnologías. Aun así, éstas no han logrado erradicar esa inconmensurable invención de la mente humana que es el libro.

Ante un objeto de culto de semejante estatus, no es de extrañar que las librerías fueran lugares sagrados donde, en cualquier momento, podía producirse un milagro. Por ello era muy importante no perder la ubicación de todas ellas, cada una con su estilo y su sello particulares. En ese itinerario estaban templos de obligada visita como, entre otros, los de las librerías Denis, Ibérica, Cervantes, Proteo, Prometeo, Rayuela, Atenea, o Gibralfaro; en otras rutas de devoción nos encontramos, en algunos casos más tarde, con los rótulos de Picasso, Códice, Áncora, Jábega, o Luces. Algunas siguen en pie afrontando toda suerte de avatares y desafiando pronósticos agoreros.

Había grandes librerías y también grandes libreros. Uno de ellos regentaba un establecimiento cuyas reducidas dimensiones eran ensanchadas por sus vastos conocimientos bibliográficos y su pasión por los libros, cualquiera que fuera su género, tiempo o autor. Su pequeño santuario ocupaba un lugar destacado en las rutas a la búsqueda de contenidos literarios o académicos, enfrente de la iglesia donde Picasso visitó la pila bautismal. Pepe Negrete encarnaba la representación de la esencia del librero, y su imagen forma parte de la historia de la cultura malagueña.

Su figura se incorpora a las bases del proyecto MLK, de la mano de un gran conocedor del erudito, que, a través de un emotivo y documentado artículo (https://proyectomlk.blogspot.com/2021/02/la-libreria-de-pepe-negrete.html), fruto de su propia experiencia, nos acerca a ese inolvidable e inigualable personaje.

14 de febrero de 2021

La vacuna contra la Covid-19: una perspectiva económica elemental

 

La pandemia del coronavirus no para de segar vidas humanas, además de acarrear extraordinarias consecuencias personales, sociales y económicas, ahora, y otras que se proyectarán en el futuro. La aplicación de una vacuna se erige como elemento imprescindible para la que la economía y la sociedad puedan aspirar a recuperar su tono e instalarse en una senda de normalidad sin adjetivos. Dicha aplicación se presta a un análisis desde una perspectiva económica en el que se suscitan diversas cuestiones de gran relevancia, como las que, como simple ejercicio de reflexión inicial, se relacionan a continuación:

       i.          La Covid-19, como enfermedad con tan alta tasa de transmisibilidad y un elevado índice de severidad potencial, representa un mal colectivo o social en toda regla. Su incidencia se va extendiendo a millones de personas en todo el mundo sin que, en condiciones normales, se le pueda poner freno. Sólo el fin de la vida en sociedad, o, lo que es lo mismo, el fin de la vida misma, o el suministro extensivo a toda la población de una vacuna eficaz pueden erradicar ese carácter de mal colectivo puro, incontenible.

      ii.          La vacuna se convierte así en un bien colectivo, ya que permitiría contener la propagación de la enfermedad, beneficiando a la colectividad (neotiempovivo.blogspot.com, 17-5-2020). La utilización de la expresión “bien público” para aludir a este tipo de situaciones es una fuente de confusiones y de conclusiones falaces. Lo verdaderamente “público” hace referencia a algo que afecta simultáneamente a muchas personas, sin que, de entrada, tenga nada que ver con la distinción entre el sector público y el privado.

     iii.          En una situación en la que estemos ante un bien colectivo puro, del que se beneficiará cualquier persona, aunque no esté dispuesta a pagar por él, la teoría económica establece que el Estado debe encargarse de garantizar su suministro utilizando una forma de financiación coercitiva, la de los impuestos.

    iv.          En el caso que nos ocupa, la disposición a pagar es distinta, pero eso no quita para que el Estado se encargue de garantizar el suministro generalizado de la vacuna a toda la población. Ahora bien, esto no significa que esa actuación deba basarse necesariamente en medios públicos. Tan pública en sentido económico es una actuación de ese tenor como otra en la que, bajo la coordinación del Estado, se utilicen medios privados, algo que ya se da en la propia producción. Y es más, ante un panorama de emergencia sanitaria, lo absurdo es no emplear todos los recursos disponibles, garantizando en todo momento la planificación, la priorización de colectivos y el acceso equitativo a la prestación.

      v.          Todo el mundo tiene derecho a disponer de la mayor información relativa a los tratamientos médicos que vaya a recibir, pero debe tener presente que la decisión de aceptarlos o de rechazarlos no le concierne exclusivamente, sino que afecta al resto de la población. De ahí que pueda justificarse un régimen de vacunación obligatoria o, en su defecto, la adopción de medidas preventivas alternativas.

    vi.          La implementación de un programa preventivo ante una enfermedad tan acuciante requiere, idealmente, cumplir con toda una serie de principios básicos, como los de perentoriedad, igualdad, eficacia, eficiencia, o economía, pero, en la práctica, a veces resulta inevitable afrontar determinados conflictos de objetivos. A este respecto, surge la duda de si debería aplicarse una especie de “principio de mejora paretiana sanitaria”: por ejemplo, ¿deberían permitirse iniciativas que beneficiaran a personas de algunos colectivos, como los trabajadores de los servicios esenciales, siempre que ello no fuera en detrimento de nadie?

   vii.          Y una última reflexión. La existencia de administraciones territoriales encuentra una justificación económica para el suministro de bienes y servicios colectivos de carácter territorial. ¿Tiene sentido recurrir a ellas como instrumento esencial cuando está en juego un problema de alcance nacional y supranacional?

Las lecciones de Economía que se desprenden de la pandemia del coronavirus pueden esperar a que los estudiantes regresen presencialmente a las aulas, pero lo que no admite espera es aprovechar todas las opciones y optimizar todos los recursos disponibles para hacerle frente.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

13 de febrero de 2021

Ilustración con cánones religiosos: filosofía, religión y política en Ben Shapiro

 

Desde hace unos años, el Instituto Juan de Mariana viene editando, dentro de la Colección de Ensayo Político, una serie de obras clásicas y otras de autores actuales. La selección efectuada, ya sea por una razón o por otra, ofrece siempre bastantes alicientes y elementos de interés. Esto ocurre también, y de modo acentuado, en el caso de la publicación del libro del joven abogado y comentarista político Ben Shapiro “El lado correcto de la historia” (Ediciones Deusto, 2020).

A ese perfil añadía hasta hace poco el de conferenciante en los campus universitarios, actividad a la que, a tenor de lo que relata en la introducción de dicho libro, parece que habrá de renunciar. Otrora espacios de libertad, algunos de esos campus se han convertido en reservas espirituales y materiales en las que no tienen cabida ideas y teorías que no cuenten con el aval del pensamiento correcto. Los libros en formato clásico siguen siendo, sin embargo, al menos hasta ahora, aunque con evidentes barreras de acceso, un eficaz vehículo para la transmisión de tales planteamientos. Ahí radica la causa de la edición del libro de Shapiro. No sé si también será ese el motivo por el que Rosa Díez, que tuvo alguna desgraciada experiencia en sede universitaria, haya recurrido a la vía editorial con “La demolición” (La Esfera de los Libros, 2021). No conozco esta publicación, que me ha recomendado la misma persona que, hace ya demasiados años, me animó a asistir al histórico mitin que Felipe González dio en la Facultad de Económicas de Málaga en el año 1976.

Es casi inevitable evitar verse arrastrado por los recuerdos, por lo que es mejor que retorne a Shapiro, pese a los riesgos asociados incluso a la mera consideración de un personaje vilipendiado en los paraninfos y execrado por las élites del pensamiento económico.

Según expone, su libro trata de dos misterios relativos a la sociedad estadounidense: “¿por qué nos ha ido tan bien?”, y “¿por qué estamos echándolo todo a perder?”. Alineado, al menos en apariencia inicial, con las tesis pinkerianas, sostiene Shapiro que no vivimos en un mundo perfecto, pero sí en el mejor mundo que hemos conocido. Sin embargo, en vez de vivir en una sociedad que funcione en torno a la lógica, vivimos en una sociedad basada en la autoestima, en la que hay una división mayor que nunca, y ha desaparecido la confianza en las instituciones.

A continuación repasa algunas explicaciones de uso común (aumento de la desigualdad económica, cuestión racial, influencia de las redes sociales) y, sorprendentemente, rechaza contundentemente tales factores. Su tesis es que “la civilización occidental, con sus valores, su razón y su ciencia, se construyó sobre bases muy sólidas que, lamentablemente, hemos olvidado, dando pie al desplome progresivo de lo mejor de nuestra civilización”.

Sin ocultar en ningún momento sus profundas convicciones religiosas, Shapiro subraya que “desde Jerusalén y Atenas, hemos cultivado la creencia en que la libertad bebe de dos ideas gemelas: la primera sostiene que Dios creó a todo ser humano a su imagen y semejanza; la segunda mantiene que los seres humanos somos capaces de investigar y explorar el mundo que ha creado Dios… En Jerusalén y Atenas se construyó la ciencia. La confluencia de los valores judeocristianos con el pensamiento racional de las leyes naturales griegas dieron pie a los derechos humanos…”, y están en la base de grandes hitos que han marcado la evolución de la sociedad occidental. En cambio, “las civilizaciones que le han dado la espalda a Jerusalén y Atenas han colapsado y no han dejado más que polvo detrás”, capítulo en el que menciona la Unión Soviética, la Alemania nazi y la Venezuela actual. Frente a la idea de que nada de esto puede ocurrir en Estados Unidos, Shapiro aduce que “el progreso no está garantizado, y de hecho, puede que estemos enterrándolo de forma paulatina, acabando con nuestro bienestar desde dentro”. Y otro tanto, asegura, sucede en Europa.

El autor del libro reconoce que ha existido una tensión innegable entre Jerusalén y Atenas, “pero acabar con esa tensión es un error: se trata de aunar lo mejor de ambas tradiciones, no de tumbar el puente que nos ha permitido unir la herencia de ambas civilizaciones y construir un mundo mejor”.

Teniendo en cuenta la transparente declaración de la profesión de su fe religiosa, y, no digamos, el aluvión de descalificaciones y etiquetas acusatorias que encontramos sobre Ben Shapiro, incluso antes de completar la introducción podemos sentir la tentación de arrumbar el libro. Dado que procuro atenerme al criterio de valorar los argumentos no en función de quién los proclame y defienda, sino de su mayor o menor fundamentación y validez, creo que merece la pena participar en la excursión intelectual propuesta, no ya con ánimo de refutación ni de aplauso, sino con el de recabar elementos para la reflexión personal.

La búsqueda de la felicidad es la gran cuestión que se aborda inicialmente. A partir de una referencia clave a lo largo de toda la obra, la de los Padres Fundadores de Estados Unidos, rechaza que los gobiernos hayan de ser responsables de nuestra felicidad, ni que deban garantizarla, sino proteger nuestro derecho a perseguirla. Bajo la inspiración de raíces judeocristianas y postulados filosóficos de la Grecia antigua, aderezados en el tamiz de los Padres Fundadores, para Shapiro la felicidad comprende cuatro elementos: el propósito moral y la capacidad individual, por un lado, y el propósito moral y la capacidad colectiva, por otro. Defiende que “Nuestra sociedad fue construida sobre el reconocimiento de estos cuatro elementos. La fusión de Atenas con Jerusalén, templada por el ingenio y la sabiduría de nuestros Padres Fundadores, condujo a la creación de una civilización de libertad incomparable y repleta de hombres y mujeres virtuosos, que se esfuerzan por mejorarse a sí mismos y a la sociedad que los rodea. Pero estamos perdiendo esa civilización…”, y asevera que “No puede haber un propósito moral o comunitario sin una base de significado divino. No puede haber capacidad individual o comunitaria sin una creencia constante y permanente en la naturaleza de nuestra razón”. En definitiva, según él, “La historia de Occidente se basa en la interacción entre estos dos pilares: lo divino y lo racional”.

Encontramos luego la oportunidad de acercarnos a los principios del judaísmo, al que le atribuye la creación de la noción de un universo moral, y coloca por encima de los politeísmos. Frente a la patente división entre gobernantes y plebeyos, “El judaísmo luchó contra esta desigualdad humana con uñas y dientes. Bajo sus postulados, todos somos creados iguales y estamos dotados con un cierto nivel de libre albedrío… El judaísmo cree que el poder debería existir en primera instancia en la familia y, en segundo lugar, en la comunidad de la fe. Sólo después, y finalmente, estaría el gobierno”. Y continúa afirmando que “El judaísmo tiene una sana sospecha hacia el poder centralizado… De igual modo, la Biblia está llena de fórmulas que aspiran a consagrar el desarrollo del propósito individual y colectivo. Esa verdad empezó a ser oscurecida por la lectura que hizo de la Biblia la Ilustración”.

Y eleva luego su tono cuando, tras constatar que “ignorar el legado de la tradición grecorromana perpetúa la mentira de que la civilización occidental nos trajo explotación y no libertad”, afirma que “De hecho, los promotores del multiculturalismo educativo no promueven un aprendizaje más amplio sino la falta de aprendizaje”.

Para Shapiro, “Jerusalén trajo los cielos a la tierra, pero la elevación de la razón de Atenas lanzó a la humanidad hacia las estrellas”, declaración que sirva de pórtico a un recorrido por las aportaciones de los principales filósofos a lo largo de la historia. De entrada, se ensalza de nuevo a los griegos, quienes crearon las bases del método científico y nos dieron también las raíces de la democracia. A pesar de la concisión de los capítulos, no falta una alusión a la controversia relativa a la crítica de Popper a la figura de Platón.

Firme partidario de la necesidad de estudiar a los clásicos, subraya que “sin Atenas, Occidente no existiría tal y como es, lo que sin duda haría que el mundo fuese mucho peor… pero limitarnos a Atenas no es suficiente paras explicar la grandeza de Occidente. Atenas no fue suficiente: Occidente aún requeriría de Jerusalén”.

Pero ambos componentes estaban en guerra entre sí. ¿Podían unirse las dos tradiciones?, se pregunta Shapiro, para quien las preguntas suscitadas impulsaron la filosofía y la religión durante los siguientes trece siglos, transformando “el pensamiento y la historia del continente europeo y proporcionando la siguiente capa de ideas fundamentales que permitió la construcción de la modernidad”. Desde esta perspectiva, se cataloga el cristianismo como “el primer intento serio de fusionar el pensamiento judío con el griego”. Pero, como él mismo reconoce, “al hacer que la fe fuese primordial, el cristianismo relegó el papel de la razón griega en la vida de los seres humanos”. La expansión de esta religión es, inevitablemente, objeto de consideración, tras recordarnos que en el año 40 había alrededor de mil cristianos…

Trata luego de rebatir la idea de que el período de expansión del cristianismo fuese una “Edad Oscura”, y reivindica que “el progreso continuó a medida que se extendió el cristianismo”, aportando algunas referencias culturales, educativas, artísticas y económicas. Sin embargo, “para que la ciencia y la democracia arraigasen definitivamente en Occidente, la razón tenía que ser elevada una vez más”, proceso que comenzó con el escolasticismo. El pensamiento de Aquino vino a encarnar la unificación de Jerusalén y Atenas. Y es al ensalzar su figura cuando Shapiro expone algunas de sus tesis más desafiantes: i) “Contrariamente a lo que sostiene la propaganda del movimiento ateo posmoderno, casi todos los grandes científicos hasta la era del darwinismo fueron creyentes en la religión”; ii) “La era del progreso científico no comenzó con la Ilustración. Comenzó en los monasterios europeos”.

Otro de los elementos que incorpora en su discurso es el reproche a la “certeza moral completa y absoluta con la que creen actuar nuestros líderes”, tanto de la izquierda como de la derecha política: “Esta noción arrogante de certeza absoluta atenta contra los cimientos de nuestra propia civilización”. Asimismo, incide de nuevo en que “el mito secularista sostiene que la religión detuvo el desarrollo de la ciencia durante milenios. Nada más lejos de la realidad. Sin los fundamentos judeocristianos, la ciencia no existiría como en Occidente. Así de simple”. El respaldo a esta posición representa un difícil empeño, al que no rehúye Shapiro, como tampoco al no menos arduo de buscar los fundamentos filosóficos del Estado.

Los Estados Unidos de América aparecen más tarde como el primer país de la historia en el que culmina el largo viaje filosófico descrito, con unos Padres Fundadores devotos de Cicerón y Locke, de la Biblia y de Aristóteles, y que concebían los derechos y las obligaciones como las dos caras de la misma moneda. En palabras de Shapiro, “La ideología de los Padres Fundadores sirvió como la base del mayor experimento de progreso y libertad jamás ideado por la mente del hombre… se trató de una idea desarrollada a través de principios judeocristianos y de la tradición racional griega”. La consecución de fines sociales o comunitarios a través de asociaciones voluntarias, aspecto destacado por Tocqueville, era uno de los pilares de dicha filosofía. La importancia de la distinción entre lo comunitario y lo público, desafortunadamente hoy día tan ignorada, subyace en dicho enfoque.

Para Shapiro, “la filosofía de los fundadores… ha sido una bendición histórica y sin parangón para la humanidad… Pero esa filosofía fundacional, que es la joya de la corona de Occidente, no ha prevalecido. De hecho, ha ido decayendo gradualmente”. A la explicación de ese proceso dedica varios capítulos.

Argumenta que la filosofía fundacional se basaba tanto en la razón secular como en la moral religiosa, y cuestiona la visión de “los defensores de la llamada Ilustración” en el sentido de que la filosofía de Occidente moderno nació del rechazo de la religión y del abrazo a la razón. Particularmente crítico se muestra con diversos pensadores, como Voltaire: “Cuando la idea de libertad de Voltaire se mezcló con la pasión de Jean-Jacques Rousseau… el resultado terminó siendo la guillotina”. Y, apoyándose en Dostoievski, considera que la muerte de Dios suponía también la muerte del hombre, y que “la razón sin límites, combinada con la pasión natural, terminaría pronto por convertirse en una mezcla tóxica”. Claramente contracorriente es su análisis de la Revolución francesa (“fue sangrienta, insaciable y horrible”) y su crítica de la preponderancia de lo colectivo frente a lo individual. Llevó a la celebración del “Estado nación como la apoteosis de la voluntad general”, y “convirtió el nacionalismo romántico en una fuerza impulsora de la historia”.

La figura de Marx es, lógicamente, objeto de consideración, y, como era de prever, no con una benevolente conclusión: “El pensamiento marxista ofreció una visión transformadora de la humanidad… El fantasma del comunismo no sólo recorrió todo el mundo, sino que llegó a dominar a miles de millones de personas. Pero la puesta en práctica de esta filosofía condenó a millones de individuos a la esclavitud, la miseria y la muerte”.

Posteriormente la atención se centra en la “religión de la humanidad” propugnada por Auguste Comte, que “sentó las bases para la arrogante y pretenciosa era del progresismo occidental que se abrió paso tiempo después”. Como postulaba John Dewey, “el Estado debe usar medios para promover los derechos de empoderamiento, las cosas que los ciudadanos necesitan para ‘crecer’…”. Según Shapiro, el “progresismo pragmático” se asentó en Estados Unidos.

En un plano más general, “el nacionalismo romántico, el redistribucionismo colectivista y el progresismo científico iluminaron toda necesidad individual de sentido… No sorprende, pues que los peores pecados de los siglos XIX y XX naciesen de distintas combinaciones” de tales elementos. Los casos de la Alemania nazi, la Unión Soviética, y de China en la etapa maoísta son objeto de consideración.

Shapiro aporta referencias que denotan que “el deseo de que exista un régimen capaz de materializar las utopías que se creían superadas tras los fracasos del siglo XX sigue muy vivo”. Apartándose claramente de las tesis dominantes, efectúa un repaso de la experiencia norteamericana en el ámbito de las políticas económicas y sociales a lo largo del siglo pasado. Sus aseveraciones no dejan de causar sorpresa al lector cuando, por ejemplo, afirma que la planificación económica de Roosevelt alargó la Gran Depresión durante casi una década.

Más adelante, después de cribar las aportaciones de los filósofos existencialistas, cuestiona la interpretación de la Ilustración de Steven Pinker, al presentarla como una ruptura significativa con el pensamiento precedente, y por concebir el progreso humano en términos estrictos de indicadores de calidad de vida. Para Shapiro, “los intentos de la Nueva Ilustración de repudiar los valores judeocristianos y la teleología griega descansan en una ignorancia de la historia”. A pesar de ello, aboga por que “los nuevos atenienses científicos deberían hacer causa común con los devotos de Jerusalén, en lugar de hacerles la guerra. Lo mismo sucede a la inversa. Porque resulta que, al fin y al cabo, existen amenazas filosóficas muy grandes que se dirigen contra la civilización occidental y que requieren de toda nuestra atención”. En el capítulo noveno (“Retorno al paganismo”) refleja su visión al respecto, con una versión heterodoxa de la evolución de la sociedad norteamericana y una explicación de las claves de la transformación cultural acontecida en el curso de las últimas décadas. La noción de “interseccionalidad” (entre grupos formados por distintos colectivos según determinadas características) desempeña un rol destacado en esa exégesis.

Ante el desolador panorama que traza de la sociedad estadounidense, marcada por la división social, la ira y el odio, propugna como alternativa la vuelta a los valores judeocristianos y la razón griega que sustentaron la fundación de Estados Unidos.

Con independencia del posicionamiento personal que adoptemos ante la obra de Shapiro, hay que reconocer que ésta tiene al menos dos aspectos positivos: la explícita declaración de sus creencias y juicios de valor, y la condición de contrastables que tienen las proposiciones en las que basa su desafiante discurso.

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