28 de junio de 2020

Best sellers económicos: la gran convergencia ideológica

Como otras publicaciones especializadas en temas económicos y financieros, el diario Financial Times, el más influyente en la esfera internacional, tiene atribuida una aureola con connotaciones intrínsecas de liberalismo y ortodoxia económica, así como de defensa a ultranza de la empresa y de los mercados libres. Cualquier lector que haga un seguimiento de sus planteamientos editoriales y del posicionamiento de sus articulistas más destacados, encabezados por Martin Wolf, el comentarista económico jefe, podrá comprobar que no siempre las presunciones o las etiquetas preestablecidas se corresponden con la realidad.

Así, las críticas al capitalismo son un lugar común, al igual que la ardorosa defensa de los postulados keynesianos, concretada en un permanente apoyo de la expansión del tamaño del sector público, vía gastos, impuestos y deuda. Propuestas como la teoría monetaria moderna, el repudio a las denominadas políticas de austeridad presupuestaria, la expansión monetaria, la aplicación de elevados impuestos sobre el patrimonio, o la realización de ingentes inversiones en el marco del Green New Deal, encuentran un respaldo inequívoco en las páginas de dicho periódico. Siempre con un amplio y sólido despliegue argumental, combinado con una variada gama de fuentes estadísticas.

Ese posicionamiento doctrinal se refleja también, al menos en parte, en las selecciones recurrentes de libros de Economía que se recomiendan en distintas fechas. Así, en la lista de obras de contenido económico propuestas por Martin Wolf para el verano de 2020 (“Summer books of 2020: Economics”, Financial Times, 23-6-2020), nos encontramos prácticamente con una veintena de títulos, entre los que predominan las críticas al capitalismo, las denuncias de los problemas de pobreza y exclusión generados por dicho sistema, la revitalización de las propuestas georgistas de traspasar al Estado el aumento del valor de la tierra, la defensa de la renta básica universal y de la dignidad económica, la justificación de la teoría monetaria moderna, y, asimismo, entre otros, el libro de Thomas Piketty “Capital e ideología”, que defiende “un nuevo programa radical de igualitarismo socialista”.

La visión económica que se desprende de la mayoría de los libros seleccionados es realmente descorazonadora, ante los panoramas tan dramáticos que reflejan, a partir de una realidad que, lejos de avanzar hacia formas más prometedoras, se ve atrapada por enormes dificultades y situaciones dramáticas. Si, después de leer “En defensa de la Ilustración”, de Steven Pinker, podíamos haber creído, vanamente, que el extendido pesimismo no estaba tan justificado, un simple repaso de los resúmenes de las referidas obras nos desmonta nuestras creencias y expectativas de forma contundente.

Después de una etapa en la que supuestamente había triunfado el liberalismo, comprobamos ahora que, entre las corrientes dominantes, más extendidas y con mayores éxitos de publicación y difusión, se ha producido una gran convergencia ideológica, que se articula sobre una crítica implacable al capitalismo y al mercado. Paradójicamente, el éxito económico alcanzado por China, país respecto al que llama la atención la condescendencia de los análisis en la vertiente política e institucional, se sustenta en la apuesta por el capitalismo y el mercado, sujeto a controles, y en la generación de enormes desigualdades distributivas.

Con independencia de ello, parece claro que los sistemas económicos imperantes en los países occidentales han fracasado en numerosos aspectos, pero no deja de ser curioso el olvido de que se trata de sistemas mixtos. A la luz de los análisis dominantes, da la impresión de que la parte del mercado ha fracasado en un 100%, en tanto que la del sector público ha sido eficaz en el mismo porcentaje. No estaría de más poder contar con estudios rigurosos que permitieran corroborar tales porcentajes y, a partir de ahí, proponer algún reparto adecuado de funciones, si es que se desprendiera que el mercado puede tener algún papel económico que desempeñar. La historia está ahí, pero, ya se sabe, agua pasada no mueve molino.

Y, finalmente, habría que contrastar si la gran convergencia ideológica identificada puede responder en parte a algún sesgo de selección y, en realidad, no existe un consenso total en ese sentido. ¿Hay que enterrar el concepto de “progresofobia” sugerido por Pinker?

24 de junio de 2020

Los bajos tipos de interés, ¿un impuesto sobre los ahorradores?

La idea evocada en el título de este post es la que aparece explícitamente en el de un artículo de Don Ezra publicado en el diario Financial Times (24-6-2020), pero sin interrogantes: “Low interest rates are a tax on savers”.

No sé si algún alumno un tanto despistado pudiese entrar en este blog y encontrar esta entrada, pero sin duda la pregunta planteada podría servirle de estímulo para la realización de un posible trabajo de fin de grado (TFG).

También la inflación suele catalogarse como un impuesto. Hace unos cuarenta años, cuando yo me encontraba cerca de convertirme en graduado, o licenciado, como entonces se llamaba, me impactó bastante el análisis de la inflación que realizaba Nicolás Sartorius, por aquel entonces destacado y prestigiado dirigente del Partido Comunista de España, en la mítica revista Nuestra Bandera. Mantenía la tesis de que la inflación era una suerte de mecanismo utilizado por el poder estatal, vinculado a las clases dominantes, para llevar a cabo un proceso de redistribución de la renta. Qué fácil era interpretar, en aquella época, los fenómenos económicos.

Supongo que recogería dicha opinión en la recensión de la obra “La inflación en versión completa”, de José Luis Sampedro, que nos había encargado José Emilio Villena Peña, insigne profesor de Política Económica, que este curso ha puesto fin a su prolongada trayectoria docente en la Facultad de Económicas de Málaga. Menuda pérdida la que registra el centro que abrió la senda de la Universidad malacitana.

Sostiene Don Ezra que los bajos tipos de interés son como un impuesto sobre la renta del ahorro. El argumento que utiliza es el siguiente. Como consecuencia de la política de expansión cuantitativa practicada por los bancos centrales, mediante la que adquieren importantes volúmenes de títulos públicos y privados, el endeudamiento resulta más barato. De esta manera, los tipos de interés en la economía se reducen sustancialmente. “Supongamos que el tipo de interés ‘natural’ que un banco ofrecería por captar depósitos de ahorro… sería del 4%. Y supongamos que el tipo vigente es del 1%. Usted está perdiendo el 3% que habría obtenido si los tipos de interés no se hubiesen forzado artificialmente a la baja. Para mí, esto es justo como un impuesto. Es como un aumento en los tipos del impuesto sobre la renta”.

Aunque nadie se plantee hacer un TFG sobre este tema, dejo aquí formulada la pregunta: ¿pueden equipararse los bajos tipos de interés a un impuesto?, ¿puede existir alguna estrategia para acabar con los ahorradores?

Recuerdo que la lectura de aquel libro de Sampedro me resultó muy estimulante, aunque quizás tenía el inconveniente de que podía llegar a transmitir la idea de que, con la lectura de la sedicente “versión completa”, uno ya había alcanzando la cumbre del conocimiento del perturbador fenómeno económico. Allí arriba creímos haber estado algún tiempo, hasta tomar conciencia de que había que iniciar una rápida desescalada.

20 de junio de 2020

No hay finanzas sostenibles sin democracias sostenidas: de ASG a ASGD

El paradigma de las finanzas sostenibles se extiende, día a día, de manera imparable, como una inmensa marea verde, que afecta de lleno a todo tipo de entidades, financieras o no financieras. Y ello a pesar de que su denominación no sea un prodigio de precisión, ni su ámbito un campo que se preste a una fácil demarcación, como se señalaba en una entrada anterior de este blog (btv, 20-1-2019).
Las finanzas sostenibles tienden a impregnarlo todo, se adentran por todos los recovecos, se cuelan por todos los intersticios, y han pillado por sorpresa a todos los instrumentos de medición y de observación tradicionales. Se han instalado para cambiar la forma de ver y de cuantificar la actividad económica y financiera. Ya todo debe pasar por el triple filtro de los factores ASG (ambientales, sociales y de gobernanza).
Pero, en cierto modo, se ven lastradas en su despliegue por esa tendencia tan polarizadora y nociva que aqueja a la sociedades contemporáneas, en esta era del pensamiento binario (btv, 6-4-2018): “verde” frente a “marrón”. Sin embargo, la realidad es bastante más compleja, y no siempre es posible, ni deseable, limitarse a la utilización exclusiva de etiquetas excluyentes.
El objetivo del desarrollo económico sostenible e integrador requiere atender no sólo a los factores medioambientales, sino también a los sociales y a los ligados a la gobernanza. No obstante, es ya manifiesto el riesgo de que esta última perspectiva se circunscriba al mundo empresarial y se olvide de otras estructuras de gobernanza mucho más relevantes, como las concernientes a las grandes corporaciones tecnológicas, a las redes sociales, a las organizaciones supranacionales, y a los Estados. La frondosidad de los verdes bosques no deja ver bien las dimensiones del verdadero hábitat ni los hilos marrones que mueven el ciclo de las estaciones y la rueda de los fenómenos meteorológicos.
Ante un panorama de cambio climático y de daños irreparables al medioambiente es incuestionable el énfasis en los programas para su reparación. Los riesgos son extremos, y es lógico y necesario que las decisiones del sistema financiero en su conjunto, que canaliza recursos a la economía real, tome en consideración la perspectiva medioambiental. La calificación en la gradación de colores es crucial a la hora de asignar recursos, pero esa orientación no debería obviar otras facetas básicas. Algo más que un fantasma recurre el mundo, el declive de los regímenes democráticos efectivos, unido al afianzamiento de prácticas dictatoriales, tiránicas y caudillistas. Y, mientras que hay un marco para abordar los retos medioambientales, no sólo no lo hay para frenar ese proceso ni, lo que es peor, existe la conciencia del alcance ni de la magnitud de los riesgos existentes. 
Sin ir más lejos, el sello verde puede eclipsar otras dimensiones primarias. Bien es cierto que podría argüirse que el tercer pilar de la tríada ASG, el relativo a la gobernanza, se supone que debe ser también comprehensivo de la esfera estatal y de cualquier instancia de poder real, pero en modo alguno cabe darlo por supuesto. Con el entierro del “fin de la historia” avanzado por Fukuyama ha quedado también sepultada la idea de que las experiencias dictatoriales o autoritarias no eran sino una etapa, más o menos larga, que habrían de dejar paso a la libre expresión de la voluntad de los ciudadanos.
Lo describe con claridad Marcos Buscaglia: “Los bonos verdes, diseñados para financiar proyectos con efectos medioambientales o climáticos positivos, son una respuesta de los mercados financieros a una amenaza existencial que afronta el género humano. Pero los seres humanos afrontan actualmente otra amenaza, a la que los mercados financieros parecen ajenos: el socavamiento de la democracia y de los derechos humanos en todo el mundo”. 
En esta línea, propone crear los “bonos democráticos” e índices de democracia para desafiar dicha amenaza. Y nos advierte de que “la democracia no muere ya de la forma acostumbrada, a través de golpes militares”, sino como señalan Steven Levitksy y Daniel Ziblatt en su obra “Cómo mueren las democracias” (btv, 5-4-2020): “Existe otra manera de hacer quebrar una democracia, un modo menos dramático pero igual de destructivo. Las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder… más a menudo, las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciables”.
En su artículo, M. Buscaglia cuantifica la deuda internacional viva correspondiente a bonos soberanos emitidos por “países en desarrollo”, de los cuales dos tercios son considerados, según los informes de Freedom House, “países no libres” y “países parcialmente libres”. Por otro lado, señala que “algunos de los mayores emisores son países cuyas credenciales se han deteriorado rápidamente en los últimos años [si es que algunos las han llegado a tener en algún momento, habría que añadir], tales como China, Rusia, Turquía y Polonia. Venezuela ha impagado en torno a 70.000 millones de dólares de bonos soberanos y cuasisoberanos, una suma de deuda que se expandía rápidamente incluso cuando los gobiernos de Chávez y Maduro estaban destruyendo lo que sólo unos pocos años antes era una de las más sólidas democracias de América Latina”.
Sobre la base de esa apreciación, no duda en proponer convertir en cuarteto el trío de los factores de la sostenibilidad: “Democracy is under threat, we must add a D to ESG” (Financial Times, 10-2-2020). De ASG a DASG, o, tal vez, ASGD: “Asegurar Siempre Gobiernos Democráticos”. Debería ser la premisa básica en la condicionalidad de cualquier ayuda internacional, algo esencial que, desafortunadamente, no está garantizado ni siquiera en Europa. Los desastres que nos amenazan en esta época no son sólo fruto de la furia desatada de la naturaleza.


18 de junio de 2020

La pandemia del coronavirus según Niall Ferguson: algunas ¿verdades? incómodas

Niall Ferguson es un destacado historiador, especializado en el campo de las finanzas, que utiliza las enseñanzas históricas para analizar los problemas actuales, sin rehuir el debate sobre los temas económicos más controvertidos. Sus obras se caracterizan por incluir perspectivas novedosas y aflorar aspectos soslayados en los estudios convencionales. Reúne, además, la condición de ser un gran comunicador, lo que le lleva a lanzar mensajes con un gran poder de persuasión, aunque a veces podamos mantener algún escepticismo respecto a algunas de sus manifestaciones.

Eso es lo que me ocurrió cuando, en el año 2008, leí unas declaraciones suyas en la revista The Economist según las cuales él, que había impartido clases en las mejoras escuelas de negocio del mundo, consideraba que muchos de los estudiantes no sabían diferenciar entre el tipo de interés nominal y el tipo de interés real. Como he expresado en otros lugares, cuesta asimilar semejante constatación, pero dicho testimonio, aunque pudiera ser un tanto hiperbólico, me fue de utilidad como indicio para justificar la necesidad de actuar con vistas a la promoción de la cultura financiera de ciudadanos que no han tenido la oportunidad de pisar esos centros de élite.

No recuerdo haber leído ningún texto de Niall Ferguson sin haber encontrado algún aliciente. Por eso, cuando casualmente me topé con el anuncio de una entrevista suya acerca de la crisis de la Covid-19 no dudé en localizarla. Después de leerla, sólo lamento una cosa, que sea de tan corta extensión. Breve, sí, pero sumamente jugosa. Y, aunque se pueda estar más o menos de acuerdo con cada una de sus afiladas respuestas, no se puede permanecer indiferente ante ellas. Sus argumentos, lanzados desde una libertad de pensamiento incontestable, son una invitación a la reflexión y al debate. No sé realmente si son o no verdades irrefutables, pero sí sospecho que puedan ser dardos incómodos, especialmente para quienes tienen todas las respuestas y disfrutan del privilegio de estar imbuidos de la razón.

Recomendaría, pues, una lectura sosegada de la referida entrevista (Actualidad Económica, 14 de junio de 2020). Aquí me limitaré a entresacar algunas frases significativas, sin añadir comentario alguno:

i.         “El principal riesgo es que hemos creado una disrupción económica superior a lo que seguramente era necesaria y cuyas consecuencias son potencialmente más dañinas que la propia pandemia”.

 ii.         “El gran error fue retrasar la adopción de medidas una vez que se cobró conciencia de la gravedad de la enfermedad”.

iii.         “Muchos Gobiernos minimizaron los riesgos en enero y febrero, para luego, en un giro pendular, dejarse dominar por el pánico en marzo y cerrarlo todo”.

iv.         “La mayor responsabilidad corresponde claramente al Partido Comunista Chino, que fue primero incapaz de contener el brote, lo ocultó luego y no facilitó finalmente información a la comunidad internacional sobre el alcance del mal”.

v.         “El problema no ha sido la globalización, sino la falta de preparación de los Gobiernos y, desde luego, la incapacidad y la mala gestión una vez se planteó el problema”.

vi.         “La cuestión relevante es por qué no lo hemos hecho mejor”.

vii.      “Más que a un cisne negro, el covid se asemeja a… un ‘rinoceronte gris’… es decir, un evento que todo el mundo ve venir y del que es posible escudarse, pero que se prefiere ignorar”.

viii.         “… Es deshonesto pretextar que era imposible habilitar planes de contingencia mejores”.

ix.       “El covid allana el terreno para iniciativas como la renta básica universal y legitima los déficits de tamaño planetario. También ha elevado a la categoría de dogma de fe la idea de que un sistema de salud universal solo puede ser público”.

x.         “Ciberia [“Cíber” + “Siberia”] es hoy más relevante que nunca, porque, primero… las grandes tecnológicas también son más poderosas que nunca y, segundo, porque la capacidad disruptora de las redes en una sociedad abierta son mayores”.


17 de junio de 2020

La crisis de la pandemia y el orden político, según Fukuyama

Francis Fukuyama es autor de lúcidos y documentados análisis acerca de la naturaleza del orden político y de los factores explicativos de la eficacia y la legitimidad de los gobiernos. Ante un evento tan extraordinario y relevante como la crisis originada por la pandemia del coronavirus, que ha puesto a prueba la capacidad de actuación de los Estados y la resistencia del modelo de sociedad, era de esperar que aplicara su enfoque analítico a la experiencia internacional. Así lo hace en un reciente artículo (“The pandemic and political order”, Foreign Affairs, julio/agosto 2020).

En el mismo señala que “ya está claro por qué algunos países lo han hecho mejor que otros al afrontar la crisis hasta ahora, y hay razones para considerar que estas tendencias continuarán”. Y sostiene la tesis de que no es una cuestión del tipo de régimen: “Algunas democracias han actuado bien, pero otras no, y lo mismo es cierto para las autocracias”.

Según Fukuyama, los factores responsables de que haya habido respuestas exitosas ante la pandemia son tres: capacidad estatal, confianza social, y liderazgo. Así, “los países que han contado con los tres -un aparato estatal competente, un gobierno en el que los ciudadanos confían y que escucha a éstos, y líderes efectivos- han tenido una actuación impresionante, limitando el daño que han sufrido. Los países con estados disfuncionales, sociedades polarizadas, o con un pobre liderazgo lo han hecho mal, dejando a sus ciudadanos y a sus economías expuestos y vulnerables”.

En su opinión, la pandemia ha representado una prueba de resistencia política global, tan dura que muy pocos países es probable que la superen. “Para manejar los estadios iniciales de la crisis de manera exitosa, los países necesitaban no sólo Estados capaces y adecuados recursos, sino también una gran dosis de consenso social y líderes competentes que inspiraran confianza”, apostilla. Tal necesidad, según él, fue cubierta por Corea del Sur, que delegó la gestión de la epidemia en un equipo sanitario profesional, y por Alemania.

En el artículo no se menciona el caso de España en ningún momento. ¿En qué lado del espectro habría que situarla con arreglo a los cánones planteados por Fukuyama?

16 de junio de 2020

El impacto económico del Gran Confinamiento sobre los servicios

La crisis económica desencadenada por la pandemia del coronavirus no deja de causar estragos ni de acumular calificativos deslumbrantes, como se ha puesto de manifiesto en anteriores entradas de este blog. En esa línea,  Gita Gopinath,  economista jefe del FMI (“The Great Lockdown through a Global Lens”, IMFBlog, 16-6-2020), afirma que “la crisis económica resultante es algo diferente a lo que el mundo ha visto hasta ahora. Esta es una crisis verdaderamente global”. Y, a diferencia de crisis precedentes, ha afectado de manera atípica al sector servicios.

No había que ser un lince para percatarse de que la adopción de medidas tan extremas como la del confinamiento no iba a resultar algo inocuo en el terreno económico y, especialmente, en el de los servicios presenciales. Tampoco se requería, desde luego, estar en posesión de dotes geniales para arbitrar remedios tan caseros, ni para imponerlos por ley. Aunque quizás no falta quien pretenda reivindicar derechos de autor en uno y otro apartado.

Como puede apreciarse en el primer gráfico adjunto, la contracción del sector servicios, medida a través del Índice de Gestores de Compras, ha sido mucho mayor que en el manufacturero.

Por otro lado, como tampoco resulta muy sorprendente, se constata una clara relación negativa entre las restricciones a la movilidad y el valor del referido Índice para el sector servicios. En el segundo gráfico, dicho Índice es menor cuanto mayor ha sido la caída de la movilidad. En el mismo, España aparece en una posición destacada, como uno de los países donde mayor ha sido la disminución de la movilidad, y donde el impacto negativo en los servicios ha sido también más acusado.

En el gráfico se perciben las distintas estrategias adoptadas por los diferentes países, que describen un rango inusitadamente amplio ante una situación tan crítica. El tiempo permitirá decir cuáles han sido las más acertadas, una vez que se valoren todas las variables afectadas en su conjunto.




14 de junio de 2020

“1793”: Estocolmo no era lo que es

A lo largo de las últimas décadas, he viajado en numerosas ocasiones a Estocolmo; aunque siempre a lomos de la fértil novela negra escandinava. Ciudad magnificente y serena, capital de un país envidiable en muchos aspectos, que durante años ha encarnado el modelo ideal de sociedad. Nadie lo diría después de descubrir el supuesto submundo que muestran los innumerables títulos de las inacabables series representativas de dicho género. A pesar de todo, el encanto arquitectónico de Estocolmo y de su entorno queda incólume. Y, en cualquier caso, el panorama se antoja casi idílico si lo comparamos con el descarnado retrato que de la gran urbe septentrional en el año 1793 traza Niklas Natt Och Dag.

Este nuevo talento de la inagotable cantera de escritores suecos ha irrumpido con fuerza y arrojo en el sumamente denso bosque de autores de ese tipo de literatura, ya sea ambientada en nuestro tiempo o en distintas épocas del pasado.

Si verdaderamente Estocolmo respondía a la minuciosa descripción que hace el joven escritor, ya coronado por el éxito, uno no puede sino preguntarse, lleno de incredulidad, que cómo es posible que semejante concentración humana de miseria, penuria, inseguridad, abuso, corrupción, desorden, suciedad, inmundicia, maldad y caos, ha podido evolucionar hasta llegar a la situación actual, que, pese a las reticencias que puedan desprenderse de los referidos textos literarios, sigue causando admiración en todo el mundo. Habría que adentrarse en el análisis de “Cómo llegar a ser Dinamarca”, inspirado en la obra de Fukuyama, pero eso nos llevaría a salirnos del terreno en el que ahora estamos.

“1793” es una novela detectivesca en clave histórica. Aunque se basa en la gran intriga que rodea a un extraño crimen con el que arranca la obra, la minuciosidad con la que el autor describe la configuración de la ciudad, las condiciones de vida, la apariencia de los personajes y los avatares meteorológicos da pie a que, por momentos, el lector se crea inmerso en una pormenorizada crónica histórica.

Y, para desempeñar la labor investigadora, ciertamente ardua y plagada de obstáculos que llevan a los protagonistas al límite, el documentado narrador elige a dos singulares personajes, totalmente contrapuestos, pero que, a la postre, forman una compacta pareja, un letrado metódico, persistente, ecuánime y sagaz, afectado gravemente por la tuberculosis, y un excombatiente mutilado, que ejerce como vigilante de tabernas, propenso a la gresca y al alcohol, pero no menos proclive a la perseverancia y al compromiso.

Muchas serán las vicisitudes que habrán de afrontar para ir despejando una concatenación de indescifrables intrigas y sorteando peligros insospechados. Como también lo son algunos de los giros que aguardan al lector, que deberá armarse de entereza para sobrellevar algunas descripciones de angustiosos y crueles episodios que van acaeciendo.

A diferencia de otras muchas novelas que pueblan este aparentemente inagotable filón de la novela negra, “1793” es una obra bien escrita e hilvanada. Algunos trances pueden parecer un tanto inverosímiles, pero, también en comparación con otras, “non troppo”.

Asimismo habría que señalar que, no ya hasta el último capítulo sino hasta la última escena, no puede asegurarse lo que va a ocurrir (o había ocurrido). Tanto es así que, a pesar de que en la solapa del libro se anuncie que se trata de una primera entrega de una trilogía, queda algún resquicio de duda acerca de si realmente ello va a ser factible.

11 de junio de 2020

La letalidad de las pandemias en perspectiva histórica

Según el Centro de Recursos del Coronavirus de la Johns Hopkins University, consultado hoy, 11 de junio de 2020, el número de víctimas mortales ocasionadas por la Covid-19, a escala mundial, se eleva ya a 417.377 personas. Aun cuando este tenebroso cómputo, lamentablemente, no se ha detenido todavía (hoy se reflejan 4.140 registros más que ayer), la pandemia que lleva meses azotando al mundo se encarama ya dentro del top ten de las más mortíferas de la historia, que aparecen relacionadas en el cuadro adjunto.

Ese tétrico ranking está encabezado por la denominada “Spanish Flu”, a la que se imputan nada menos que 100 millones de muertes. Si el nombre de España no ha gozado de demasiada fortuna ni de justo tratamiento a raíz de una serie de episodios históricos, sin duda éste alcanza una cotas difícilmente superables. La no participación hispana en la primera gran confrontación bélica mundial tuvo indirectamente este aberrante legado reputacional. Y no deja de ser curioso que, respecto a otros contextos históricos, en los que los españoles sí actuaron como exportadores inconscientes de enfermedades desconocidas en otros territorios, prosperara, en cambio, la tesis, firmemente arraigada, del genocidio.

Cuestiones ambas aclaradas por estudios históricos rigurosos, que no han podido impedir que el nombre de este país del sur de Europa siga arrastrando pesados lastres, lo que tal vez sea una de las explicaciones de la reticencia de algunas personas a llamarlo por su nombre. Pero son éstos a aspectos a abordar desde otras perspectivas, distintas a la de dimensionar el impacto de las pandemias, a partir del referido cuadro, tomado de Óscar Jordà, Sanjay R. Singh, y Alan M. Taylor, “The long economic hangover of pandemics”, Finance & Development, junio 2020, donde se citan otras fuentes originarias.

Un siglo después de la “Gripe Española”, sin conflictos bélicos mundiales, en la era de los smarthpones, de internet, de las comunicaciones por satélite, de los big data, de la inteligencia artificial, de la nanotecnología, y de muchas cosas más, un virus nos ha introducido en una máquina del tiempo y nos ha transportado instantáneamente a la Edad Media. Y tal vez sólo el “Gran Confinamiento” ha sido lo que ha impedido emular la senda de la espantosa “Muerte Negra”, que causó 75 millones de víctimas mortales.

Los autores citados (Jordà, Singh y Taylor) han analizado las consecuencias macroeconómicas después de las grandes pandemias. Concluyen que sus efectos económicos pueden ser muy duraderos, extendiéndose a veces durante décadas. Concretamente, tienden a deprimir los tipos de interés de manera persistente. Aun cuando, dadas las características de la Covid-19, y teniendo en cuenta otros aspectos, hay factores que pueden contrarrestar esa tendencia descendente, consideran que, en términos netos, debemos esperar un período sostenido de bajos tipos de interés reales. O, lo que es lo mismo, un deleite para quienes se endeuden y un tormento para los pretendan ahorrar.

8 de junio de 2020

La cultura financiera de los jóvenes según el Informe PISA


José M. Domínguez Martínez
José Mª López Jiménez

La publicación de los resultados de las pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés), desarrollado por la OCDE, es un momento esperado por todas aquellas personas involucradas de una manera u otra en las iniciativas de educación financiera para jóvenes.

Los objetivos generales de PISA son ambiciosos, pues esta iniciativa trata de evaluar no tanto el conocimiento adquirido y su posible reproducción irreflexiva por los estudiantes, sino qué se puede hacer por estos con tal conocimiento, es decir, sus competencias, ante distintos entornos.

Los resultados de las pruebas específicas llevadas a cabo en el año 2018 sobre aspectos relacionados con el dinero, la economía y las finanzas, no obligatorias sino voluntarias para los países y los territorios participantes, han sido publicados por la OCDE con fecha 7 de mayo de 2020 (“PISA 2018 Results. Are students smart about money?”, vol. IV”).

En la prueba de 2018 participaron 117.000 estudiantes, representativos de un total de 13,5 millones de estudiantes de 15 años de edad, correspondientes a una veintena de países y territorios, entre ellos España.

Las mejores calificaciones se alcanzan en Estonia, en Finlandia y en las provincias canadienses, con puntuaciones de 547, 537 y 532, respectivamente. España obtiene 492, en el 11º lugar de los países considerados, cuyas puntuaciones mínimas se sitúan en 388 y 403. Según los datos informados por los estudiantes, España se encuentra entre los países con un índice de educación financiera en el aula inferior a la media.

El informe es extenso (250 páginas) y ofrece abundantísima información, por lo que señalamos a continuación algunos de sus aspectos, a nuestro juicio, más notables:

  • Se parte de la constatación de un creciente reconocimiento de que toda la población y, especialmente, los jóvenes, necesitan tener instrucción financiera para desempeñar tareas comunes en su vida cotidiana.
  • Partiendo de que la prueba de 2018 clasifica a los estudiantes en 5 niveles de competencia (1, 2, 3, 4 y 5, siendo 1 el nivel inferior y 5 el superior), un 85% de los estudiantes alcanza, al menos, el nivel 2, y sólo un 10% llega al nivel máximo. En promedio, y al igual que en España, en torno a un 15% de los estudiantes se sitúan en el nivel 1 o por debajo de este.
  • Se observa una elevada correlación positiva de la alfabetización financiera con las competencias en matemáticas (0,87) y lectura (0,83).
  • También se da una apreciable relación positiva entre el acceso a productos financieros básicos y la puntuación alcanzada (R2 = 0,72): son mejores los resultados de los alumnos que tienen a su disposición una cuenta o una tarjeta que los de los alumnos no bancarizados.
  • Respecto a las diferencias de puntuación entre estudiantes de un mismo país, la OCDE llama la atención, entre otros aspectos, sobre que un 10% de las diferencias en competencias financieras puede ser explicado por el estatus socioeconómico.
  • Los progenitores son la fuente más común de información sobre cuestiones monetarias de los estudiantes, de lo que se deduce que, desde el punto de vista de los programas de educación financiera, cabe plantearse el desarrollo de acciones dirigidas expresamente a aquellos, para su proyección indirecta en los menores.
  • En general, los estudiantes desaventajados y los que pertenecen a escuelas desaventajadas es más probable que hayan realizado tareas relacionadas con el dinero en el aula, en comparación con los pares aventajados. Pero esa mayor exposición está asociada, paradójicamente, a un peor desempeño en materia financiera.
  • De igual manera, resulta altamente sorprendente que el haber manejado un libro de texto que contenga específicamente cuestiones financieras se refleje en un peor desempeño, cifrado en 25 puntos.
  • Un 52% de los estudiantes declaran que les gusta hablar de cuestiones financieras, pero el 37% señalan que no les son relevantes en el momento actual.

El informe de la OCDE identifica en su parte final una serie de pautas para mejorar las políticas y las prácticas de educación financiera, que deberían orientarse hacia: i) las necesidades de los estudiantes con inferior desempeño y peores condiciones socioeconómicas; ii) la igualdad de oportunidades formativas de chicos y chicas: iii) el acceso a productos financieros (digitales) apropiados según la edad, y iv) la provisión de la formación necesaria en la escuela y en el hogar.

La OCDE anuncia que está trabajando en un nuevo marco de aprendizaje conceptual (“The Future of Education and Skills: Education 2030”), basado en un compromiso con los factores ambientales, sociales y de gobernanza (ASG), y con el bienestar individual y colectivo, y que se encuentra alineado, al menos, cronológicamente, con la Agenda 2030 de las Naciones Unidas y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Como se indica en el informe aquí reseñado, a medida que las sociedades cambian, van emergiendo nuevos conceptos y cuerpos de conocimiento que se consideran de importancia clave para que los estudiantes los aprendan en la escuela.. Es ciertamente significativo que se incluya, dentro de ese repertorio estratégico, la destreza financiera.

(Artículo publicado en el diario “Málaga Hoy”, con fecha 7 de junio de 2020)

7 de junio de 2020

En defensa del pesimismo scrutoniano


He de agradecer de nuevo la labor del operario encargado de desordenarme el desorden de mi habitáculo privado, a resultas de lo cual han aparecido notas olvidadas, cuadernos perdidos y libros ignorados. Veo que uno de ellos trata acerca del pesimismo, que, en particular desde que nos vimos atrapados por el implacable confinamiento y todo lo que ha venido después, me atenaza y angustia de manera inexorable. Pensándolo bien, quizás lo que me tendría que preguntar es si alguna vez en mi vida ese carácter me ha abandonado alguna vez. En un fugaz balance me vienen a la mente episodios que me recuerdan que, a pesar de ello, a veces no fui suficientemente previsor de lo negativo. Aun así, durante años, la figura de Charlot caminando bajo el lema “Don’t forget your dreams”, que tenía colgada en mi dormitorio de adolescente, fue una imagen icónica que me dio impulso en momentos difíciles. Se puede ser pesimista y mantener viva, aunque muy tenuamente, la llama de la esperanza.

La contraposición entre los optimistas y los pesimistas fue un tema que abordó el filósofo Lucio Ségel en el acto de presentación de un libro de poemas, “Paisaje de lumiagos”, del poeta Juan Ceyles. Recuerdo que sufrí mucho en ese acto, que tuvo lugar hacia finales de los años ochenta, cuando vi que el presentador de la obra, un avezado intelectual curtido en la oratoria de las organizaciones juveniles comunistas, quedó extrañamente desfigurado en su alocución. La última vez que lo vi, me obsequió un libro de Foucault, de quien era un apasionado seguidor. En su intervención, el filósofo inconformista expuso su elaborada tesis sobre el pesimismo. Proponía reservar el calificativo de pesimista para aquellas personas que hacen mal las cosas, para los que tratan permanentemente de entorpecer el presente o el futuro; no así para quienes se afanan día a día en mejorar la sociedad, aunque a veces duden de lo que nos espera.

En la obra “Usos del pesimismo. El peligro de la falsa esperanza” (2010), el filósofo Roger Scruton analiza el pesimismo desde otra perspectiva, como fuerza que arremete contra el autoengaño de ciertas falacias que parecen justificar la esperanza. Partiendo de la base de que los errores más obvios son los más difíciles de rectificar, evoca que, mientras que algunos pensadores propensos al optimismo pensaban “que la humanidad había entrado por fin en un período de conocimiento científico… Nada podía estar más lejos de la verdad. Los grandes movimientos de masas como el comunismo, el nazismo y el fascismo, en los que las falsas esperanzas se transformarían en ejércitos armados, no tardaron en aparecer en el horizonte”.

Y nos alerta de algunas corrientes ciertamente peligrosas que en ocasiones se asocian a un supuesto progreso científico: “El ‘exterminio de los Gulag’ estaba justificado por la ‘ciencia marxista’, las doctrinas racistas se presentaron como eugenesia científica, el Gran Salto Adelante de Mao Zedong se respaldó como la simple aplicación de las leyes probadas de la historia. Por supuesto, esta ciencia era una farsa: pero eso sólo demuestra que cuando triunfa la sinrazón, lo hace en nombre de la razón”.

Scruton, a quien se hacía referencia en una reciente entrada de este blog (11-2-2020), con motivo de su fallecimiento, ilustra el caso de algunos pensadores que arruinaron su propia carrera académica por haberse atrevido a proponer argumentos pesimistas contra algunas tendencias políticas defendidas por los “optimistas sin escrúpulos”. Frente a éstos, los “optimistas escrupulosos” llegan a aceptar la utilidad del pesimismo. “Nos da ánimo calcular el coste del error, imaginar el peor caso, y arriesgarnos siendo completamente conscientes de lo que ocurrirá si al final los riesgos que hemos tomado no merecen la pena”. En cambio, “el optimista sin escrúpulos no actúa así… ni cuenta con la posibilidad de fallar ni tiene el valor de imaginar el peor escenario”.

Vemos, pues, que optimismo y pesimismo no son categorías polares, sino sujetas a importantes matices, que dan lugar a todo un espectro. En relación con el segundo, no es lo mismo ser un férreo creyente en la denominada “ley de Murphy” en su acepción más extendida (“Si algo puede salir mal, saldrá mal”), que alguien que es consciente de que los malos resultados son posibles, de que lo peor puede llegar a suceder, aunque la realidad se encarga a veces de convertir ex post los pronósticos adversos en ingenuamente optimistas.

6 de junio de 2020

El posicionamiento de Juan de Mariana ante tiranos y aduladores


Después de días ausente, retorno a mi escritorio, que ahora veo cubierto de polvo, en una atmósfera en la que el tiempo parece haberse detenido, y donde reina el olvido y la desazón. Me encuentro todo fuera del desorden en el que había dejado la estancia. No puedo, en verdad, culpar en esta ocasión al travieso comendador, que da la sensación de haberse evaporado por una buena temporada, o tal vez para siempre, sino a un operario habilitado para unas reparaciones, a quien, a la vista de lo acontecido, no había facilitado demasiado su labor. No sé si fruto del azar o de alguna idea premeditada, justo en la esquina de la mesa que linda con la ventana observo que hay un libro abierto, no el único así, por un capítulo en el que reza un extraño título, “¿Es lícito matar al tirano?”.

El autor es Juan de Mariana, a cuyos doctos conocimientos había acudido hace algún tiempo para apreciar la percepción del afamado teórico jesuita acerca de los tributos. La obra “Del Rey y de la institución real”, publicada en el año 1598, está llena de interesantes y profundas reflexiones, pero en ella también nos encontramos con el capítulo de marras. En él relata el suceso de la muerte de un rey francés a manos de un monje. Aun cuando recoge argumentos contrapuestos respecto al derrocamiento violento de un tirano, su argumentación parece más bien deslizarse en sentido justificativo, razón quizás por la que su libro fue quemado en la capital gala, por su defensa del tiranicidio, que más adelante ratifica.

Para Mariana, “tanto los filósofos como los teólogos, están de acuerdo en que si un príncipe se apoderó de la república a fuerza de armas, sin razón, sin derecho alguno, sin el consentimiento del pueblo, puede ser despojado por cualquiera de la corona, del gobierno, de la vida”. Menos radical se muestra cuando media algún derecho, supuesto respecto al que afirma que “no hemos de mudar fácilmente de reyes, si no queremos incurrir en mayores males y provocar disturbios… se les ha de sufrir lo más posible”. Aunque, argumenta, todo tiene un límite: “pero no ya cuando trastornen la república, se apoderen de las riquezas de todos, menosprecien las leyes y la religión del reino, y tengan por virtud la soberbia, la audacia, la impiedad, la conculcación sistemática de todo lo más santo”.

Tras resolver la que entiende como una cuestión de derecho, llega a la fundamental de hecho, la de “a cuál merece ser tenido realmente por un tirano”. El teólogo tranquiliza relativamente a los lectores cuando advierte de que “no dejamos la calificación de tirano al arbitrio de un particular ni aun al de muchos”, pero luego, más abiertamente, propugna que “es siempre sin embargo saludable que estén persuadidos los príncipes de que si oprimen la república, si se hacen intolerables por sus vicios y por sus delitos, están sujetos a ser asesinados, no sólo con derecho, sino hasta con aplauso y gloria de las generaciones venideras. Este temor cuando menos servirá… para que cuando menos por algún tiempo ponga freno a sus furores”.

¿Qué opinaría hoy Juan de Mariana de lo que ocurre en el mundo? ¿Identificaría la existencia de algún tirano? ¿Moderaría sus contundentes principios de actuación, en el supuesto de que calificase como tal a algún gobernante?

En todo caso, habría que ponerle al idea respecto de algunas cuestiones metodológicas, entre otras las siguientes: i) el concepto de república se utiliza ahora según una acepción más restringida, como una forma concreta de regentar la cosa pública; ii) no cabe la aberración de la tiranía en una república moderna, forma superior de gobierno, aunque, en ocasiones, pueda aparentar que es transmisible por vía hereditaria; iii) siguiendo un paralelismo con la contrastada históricamente distinción entre democracia formal y democracia real, de existir, podría haber tiranías antipopulares y tiranías populares.

Para no ponerlo en un compromiso, podríamos partir de la hipótesis de que el tirano es una especie extinguida, hipótesis falsable. Cabe la posibilidad de que, después de un arduo proceso de contraste, se concluyera que dicha hipótesis fuese cierta (en el sentido popperiano). ¿Podríamos partir de una suposición similar en relación con los aduladores, de los que se ocupa en otro capítulo? De ellos afirma: “Nada más ajeno de la dignidad y de la excelencia del hombre que manifestar una cosa en su exterior y en sus palabras y sentir y obrar de otra manera”.

5 de junio de 2020

Una nueva era para el trabajo, de AC a DC: ¿un momento “Mago de Oz”?


La crisis sanitaria provocada por la pandemia del coronavirus ha sometido a todas las empresas, sin ningún margen de preaviso ni tiempo para ensayos ni simulacros, a pruebas de resistencia sin contemplaciones, a bocajarro. Simultáneamente, durante el período del Gran Confinamiento, sin que nadie se lo solicitara, el maldito virus ha actuado también como un consultor implacable que, de forma brutal, ha puesto en práctica planes de ajuste, sistemas de respaldo, estudios de dimensionamiento, planes de optimización de recursos, soluciones de urgencia, reingeniería de procesos, y quiebra de la frontera entre la actividad profesional y la vida personal. Ha derribado, en fin, barreras y mitos, y obligado a discernir entre lo esencial y lo prescindible, entre lo conveniente y lo inexcusable, entre lo básico y lo accesorio. A pesar del balance tan trágico y sobrecogedor de la pandemia, afloran como efectos colaterales un conjunto de experiencias que, desde el punto de vista de la gestión empresarial, no han de caer en saco roto.

La organización del trabajo es uno de los ámbitos más afectados. Así se refleja en una reciente columna de The Economist (30-5-2020) en la que se afirma que la vida laboral ha entrado en una nueva era, y que lleva por título “From BC to AD” (“de antes del coronavirus a después de la domesticidad”), o de AC a DC (de antes a después del coronavirus, o, si se prefiere, de antes a después del confinamiento). Y no se duda en equiparar el cambio producido con las grandes transformaciones de los centros de trabajo acontecidas en los siglos diecinueve y veinte, pero con una gran diferencia, la de la inmediatez.

Según The Economist, la rápida adaptación a la nueva situación ha sido posible gracias a varias condiciones preexistentes: i) la disponibilidad de servicios de banda ancha, que hacen posible la descarga de documentos y la celebración de multivideoconferencias; ii) el predominio de las actividades de servicios en las economías avanzadas.

Apunta también un factor crucial: mientras que en el pasado los empleados que permanecían en su domicilio estaban bajo sospecha de disfrutar de un período de holganza, hoy día el trabajo a distancia se ve como algo normal y aceptable, cuyo producto puede ser objeto de cuantificación y control. Las cosas, sin embargo, no son tan fáciles en la práctica. Cuando no toda la actividad empresarial puede desarrollarse telemáticamente, pueden surgir percepciones de tratamiento asimétrico entre quienes se ven obligados a asistir presencialmente a sus puestos, en tareas de atención al público o de mantenimiento, y los teletrabajadores.

Según algunas opiniones teñidas de sarcasmo, dentro de este último colectivo puede diferenciarse -tras escindir el vocablo “teletrabajo””- entre quienes están delante de la tele y quienes están trabajando. En fin, quizás sea más pertinente diferenciar según dos criterios independientes: a) forma de trabajo (in situ/a distancia); y b) actividad desarrollada (productiva/improductiva). Nos encontraríamos así con una matriz 2 x 2, con 4 combinaciones posibles, sin que, a priori, seamos capaces de ubicar exactamente a una persona concreta.

El trabajo a distancia presenta, como no podría ser de otra forma, una serie de importantes ventajas, para empleadores y para empleados, aunque también inconvenientes, entre los que se encuentra la pérdida de interacción personal más directa.

¿Cabe esperar que se mantenga como tendencia irreversible? En el referido artículo de The Economist se sostiene que sí, y se destaca que muchas empresas y muchos empleados pueden haber tenido su momento “Mago de Oz”: “las oficinas centrales corporativas han demostrado ser un hombre viejo detrás de la cortina. La fe en la oficina centralizada puede que nunca se llegue a restaurar”.

Inevitablemente, lleno de nostalgia, vuelvo a recordar la vieja película y la imagen de la niña a la que le entusiasmaba tanto. Era grande el contraste entre el blanco y negro y el tecnicolor, entre los paisajes, cuando la protagonista, al abrir una puerta, se adentra en un nuevo mundo. Hay umbrales que dan paso a un futuro de color indefinido, pero, otras veces, los colores más bellos estaban en los cuadros del pasado, aunque entonces quizás no acertábamos  a apreciarlos.

Al vernos forzados a abrir una puerta, que literalmante se venía abajo, las nuevas formas de trabajo se han graduado magnis itineribus, y han despejado la senda para importantes cambios en la actividad empresarial, en la vida personal y familiar, en las interrelaciones económicas y sociales, y también en las posibilidades de ubicación geográfica... perhaps you could also fly beyond the rainbow but it is harder to find the missing way.

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