Como otras publicaciones especializadas en temas económicos y financieros, el diario Financial Times, el más influyente en la esfera internacional, tiene atribuida una aureola con connotaciones intrínsecas de liberalismo y ortodoxia económica, así como de defensa a ultranza de la empresa y de los mercados libres. Cualquier lector que haga un seguimiento de sus planteamientos editoriales y del posicionamiento de sus articulistas más destacados, encabezados por Martin Wolf, el comentarista económico jefe, podrá comprobar que no siempre las presunciones o las etiquetas preestablecidas se corresponden con la realidad.
Así, las críticas al capitalismo son un lugar común, al igual que la ardorosa defensa de los postulados keynesianos, concretada en un permanente apoyo de la expansión del tamaño del sector público, vía gastos, impuestos y deuda. Propuestas como la teoría monetaria moderna, el repudio a las denominadas políticas de austeridad presupuestaria, la expansión monetaria, la aplicación de elevados impuestos sobre el patrimonio, o la realización de ingentes inversiones en el marco del Green New Deal, encuentran un respaldo inequívoco en las páginas de dicho periódico. Siempre con un amplio y sólido despliegue argumental, combinado con una variada gama de fuentes estadísticas.
Ese posicionamiento doctrinal se refleja también, al menos en parte, en las selecciones recurrentes de libros de Economía que se recomiendan en distintas fechas. Así, en la lista de obras de contenido económico propuestas por Martin Wolf para el verano de 2020 (“Summer books of 2020: Economics”, Financial Times, 23-6-2020), nos encontramos prácticamente con una veintena de títulos, entre los que predominan las críticas al capitalismo, las denuncias de los problemas de pobreza y exclusión generados por dicho sistema, la revitalización de las propuestas georgistas de traspasar al Estado el aumento del valor de la tierra, la defensa de la renta básica universal y de la dignidad económica, la justificación de la teoría monetaria moderna, y, asimismo, entre otros, el libro de Thomas Piketty “Capital e ideología”, que defiende “un nuevo programa radical de igualitarismo socialista”.
La visión económica que se desprende de la mayoría de los libros seleccionados es realmente descorazonadora, ante los panoramas tan dramáticos que reflejan, a partir de una realidad que, lejos de avanzar hacia formas más prometedoras, se ve atrapada por enormes dificultades y situaciones dramáticas. Si, después de leer “En defensa de la Ilustración”, de Steven Pinker, podíamos haber creído, vanamente, que el extendido pesimismo no estaba tan justificado, un simple repaso de los resúmenes de las referidas obras nos desmonta nuestras creencias y expectativas de forma contundente.
Después de una etapa en la que supuestamente había triunfado el liberalismo, comprobamos ahora que, entre las corrientes dominantes, más extendidas y con mayores éxitos de publicación y difusión, se ha producido una gran convergencia ideológica, que se articula sobre una crítica implacable al capitalismo y al mercado. Paradójicamente, el éxito económico alcanzado por China, país respecto al que llama la atención la condescendencia de los análisis en la vertiente política e institucional, se sustenta en la apuesta por el capitalismo y el mercado, sujeto a controles, y en la generación de enormes desigualdades distributivas.
Con independencia de ello, parece claro que los sistemas económicos imperantes en los países occidentales han fracasado en numerosos aspectos, pero no deja de ser curioso el olvido de que se trata de sistemas mixtos. A la luz de los análisis dominantes, da la impresión de que la parte del mercado ha fracasado en un 100%, en tanto que la del sector público ha sido eficaz en el mismo porcentaje. No estaría de más poder contar con estudios rigurosos que permitieran corroborar tales porcentajes y, a partir de ahí, proponer algún reparto adecuado de funciones, si es que se desprendiera que el mercado puede tener algún papel económico que desempeñar. La historia está ahí, pero, ya se sabe, agua pasada no mueve molino.
Y, finalmente, habría que contrastar si la gran convergencia ideológica identificada puede responder en parte a algún sesgo de selección y, en realidad, no existe un consenso total en ese sentido. ¿Hay que enterrar el concepto de “progresofobia” sugerido por Pinker?