9 de agosto de 2024

El valor del patrimonio neto del sector público

Imaginemos que, con vistas a la valoración de la situación de una empresa, dispusiéramos sólo de la siguiente información: a) los resultados obtenidos en un ejercicio, calculados como la diferencia entre los ingresos y los gastos, incluyendo entre éstos el importe total de las inversiones realizadas en activos materiales, y sin tener en cuenta las plusvalías o las minusvalías registradas; b) el montante de la deuda bruta acumulada al final del ejercicio.

Podríamos considerar que se trataría de una información escasa y limitada que ofrecería una visión muy parcial de la posición económico-financiera de la empresa en cuestión. Para hacernos una idea de esta última, como mínimo, sería preciso conocer la composición del balance de situación de la empresa al término del ejercicio. Un balance nos proporciona un inventario detallado y valorado, a una fecha determinada, de lo que tiene la empresa (su activo) y de lo que debe (pasivo). La diferencia entre ambos conceptos da lugar al patrimonio neto, que indica el montante económico que quedaría disponible si se liquidara la empresa, después de atender todas sus obligaciones. No hay que perder de vista, sin embargo, que el valor efectivo de los activos puede variar del tomado como referencia en caso de tener que llevar a cabo una venta inmediata o no ordenada.

El patrimonio neto es, así, una magnitud esencial como expresión del valor de una empresa en un momento dado. Si esto es algo normal en el mundo empresarial, la situación es muy distinta en el ámbito del sector público. Pese a la trascendencia de las actividades que desarrolla y a que es el principal agente económico de una nación, la información contable del sector público empleada más habitualmente a gran escala suele limitarse a los dos indicadores referidos al inicio, prescindiéndose del balance. Ambos indicadores constituyen, de hecho, las referencias básicas para la aplicación de las reglas fiscales de la Unión Económica y Monetaria.

Como señalan I. Ball, W. Buiter, J. Crompton, D. Detter y J. Soll en una reciente obra (“Public net worth: accounting-government-democracy”, 2024), “las prácticas contables gubernamentales son anómalas. Los principales agentes económicos son los menos comprendidos desde un punto de vista financiero”. Así, a pesar de las enormes sumas implicadas, y de la complejidad de las decisiones que los gobiernos han de adoptar, la gran mayoría de ellos utilizan instrumentos contables muy simples para guiar tales decisiones.

Típicamente, dos son las métricas empleadas, antes señaladas: el saldo presupuestario (superávit, equilibrio o déficit) no financiero, y el nivel de la deuda pública, en ambos casos como porcentaje del PIB. Con estos indicadores no puede establecerse una diferenciación entre el gasto público en consumo y el gasto público en inversión. No se sabe si el desembolso efectuado se limita al período en el que se realiza, o si tiene efectos productivos en el futuro. Tampoco puede conocerse el potencial ni la sostenibilidad de las finanzas públicas.

Sería, por tanto, necesario disponer de un balance completo del sector público, en el que se recogiera el valor de todos los activos públicos, tanto financieros como no financieros, así como el valor de todas las obligaciones, presentes y futuras. En el caso de algunos países que cuantifican el patrimonio neto del sector público (en España, la IGAE elabora las cuentas del Estado) se obtiene un importe negativo, lo que viene a reflejar, aparentemente, que el valor actual de los pasivos supera el valor actual de los activos. Ahora bien, no puede perderse de vista que el sector público dispone de un “activo” exclusivo y de enorme potencial, el que se deriva de la capacidad de aplicar impuestos. Por otra parte, asume una serie de obligaciones, como los compromisos por pensiones, que no aparecen en las cifras contables oficiales.

Si se calcula bien, como apuntan Ball y los otros coautores mencionados, el patrimonio neto ofrece una valiosa información acerca del estado de salud de las finanzas públicas, y también del legado financiero que se deja a la siguiente generación. Como indican, sin una buena contabilidad (“accounting”) no puede haber una adecuada rendición de cuentas (“accountability”), ya sea ante los accionistas o ante el electorado.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



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