Con la llegada de la gran
crisis financiera internacional iniciada en 2007 no sólo se vio socavado el
conjunto de la actividad económica, también se vieron sacudidos los cimientos
de la Economía como ciencia. A las críticas y el escepticismo tradicionales generalizados
hacia la Economía -en ocasiones basados en tópicos recurrentes- vino a añadirse
el desaliento dentro de la profesión y el desencanto entre los estudiantes
universitarios. La ciencia económica, según la tesis dominante, no había estado
a la altura. Se estimaba necesario reparar la maquinaria que sustentaba el
análisis económico. En un alarde de autosuficiencia, bajo el amparo de un supuesto
imperialismo de la Economía frente a las otras ciencias sociales, los
economistas se dedicaban a elaborar modelos cada vez más complejos, pero no por
ello más representativos de la realidad que se pretendía explicar. Llamativa
es, singularmente, la ausencia de los canales financieros en algunos de los
enfoques adoptados.
Fueron diversas las
iniciativas puestas en marcha para enmendar el rumbo, a fin de robustecer el
aparato metodológico para abordar los grandes problemas sociales. La
incorporación de las perspectivas aportadas por otras ciencias sociales, como
la Psicología, la Sociología, la Antropología, o el Derecho, aparecía como una
opción inexcusable.
No obstante, no faltan
prestigiosos economistas que rechazan la idea de que el conocimiento económico
haya podido ser irrelevante. En opinión de Tim Harford, el problema deriva más
bien de que algunas personas no han sabido cuándo aplicarlo ni cómo adaptarlo a
la realidad. Y casi es inevitable recordar la tajante taxonomía de los
economistas establecida por un famoso Premio Nobel, para quien, en el fondo,
sólo hay dos categorías de aquellos: los que saben y los que no saben.
Como ha señalado la OCDE, el
mundo afronta profundos desafíos económicos, ambientales y sociales, pero
muchas de las políticas aplicadas en las últimas décadas ya no tienen la
capacidad de mejorar la situación económica y social en la forma que se esperaba.
Cuatro tendencias se combinan para hacer que la necesidad de una respuesta
eficaz sea más imperiosa: el deterioro medioambiental, el vertiginoso cambio
tecnológico, los nuevos patrones de globalización, y el cambio demográfico.
Según la iniciativa “Nuevos
Enfoques a los Desafíos Económicos” (NAEC, por sus siglas en inglés), se
requiere una revisión de muchos de los enfoques dominantes por los que se han
venido rigiendo las políticas económicas en los países de la OCDE en las cuatro
últimas décadas. Dicha revisión debería comprender, entre otros, los siguientes
elementos: i) una nueva concepción del progreso económico y social, con un
mejor entendimiento de la relación entre crecimiento, bienestar humano,
disminución de las desigualdades económicas, y sostenibilidad medioambiental;
ii) nuevos marcos de teoría y de análisis, con una mejor comprensión del
funcionamiento del sistema económico; iii) nuevos enfoques de la política
económica, complementados con una serie de reformas institucionales, y
orientados a los nuevos objetivos económicos y sociales.
Para los impulsores de la
referida iniciativa, cuatro deben ser los objetivos prioritarios: la
sostenibilidad medioambiental, la elevación del bienestar personal, la
reducción de la desigualdad, y la resiliencia del sistema económico.
A la hora de concebir las
medidas para hacer frente a los distintos retos planteados, no puede obviarse
que muchos de los problemas tienen un carácter sistémico. Y, como ha destacado
Gabriela Ramos, una de las responsables de la NAEC, la experiencia demuestra
que no podemos gestionar los problemas complejos y conectados mediante
intervenciones ad hoc parceladas, basadas en la tradición científica del
“reduccionismo” ligado a una estricta especialización. El “pensamiento
sistémico” ofrece una serie de ventajas en los ámbitos del análisis de la
situación, el diseño de actuaciones, y la ejecución de las medidas.
Lo que también parece claro
es que no todo el mundo es consciente de la complejidad del sistema económico,
que algunas escuelas han pretendido abordar queriendo emular a los físicos. Una
frase atribuida a Murray Gell-Mann, Premio Nobel de Física por sus
descubrimientos sobre partículas elementales, resulta bastante más
clarificadora que muchos textos especulativos: “Imagina lo difícil que sería la
Física si los electrones pudieran pensar”.
(Artículo publicado en el
diario “Sur”)