Edgar Morin, uno de los
pensadores europeos contemporáneos más lúcidos nos ha dejado escrito un legado
vital escrito al alcanzar la no despreciable cota de los cien años. Al leer las
páginas de ese compendio de sus memorias se comprueba que el paso de los años
no ha mermado en absoluto su lucidez característica; ha avivado, en todo caso, la
franqueza en la narración de experiencias personales e incluso íntimas.
Después de reconocer que “todos
tenemos una identidad compleja, es decir, a la vez una y plural”, nos recuerda
que “nadie es el mismo en la ternura, en que florece una personalidad amante, y
en la cólera, cuando aparece una personalidad violenta”. También confiesa que “con
las emociones estéticas [le] invaden estados de trance; [se siente] dominado
por una fuerza a la vez superior, exterior e interior cuando [está] dedicado a
la redacción de un libro. Y tras cada arrebato de cólera, [sabe] que [ha] sido
poseído por [su] propio demonio”.