31 de diciembre de 2017

El Brexit según Richard Thaler: la importancia de la arquitectura de la elección

El Premio Nobel de Economía de 2017 ha sido otorgado al economista estadounidense Richard Thaler, en reconocimiento de sus valiosas aportaciones para el análisis de los problemas económicos, como principal exponente de la Economía del Comportamiento o Psicología Económica. En este mismo blog se recoge un breve artículo en el que se reseñan sus principales contribuciones. Una de ellas es la identificación de la importancia que tiene la denominada “arquitectura de la elección”, el marco dentro del que una elección se lleva a cabo, sobre el resultado de esta.

En un artículo publicado en el mes de agosto de 2016 en el diario Financial Times, que aparece con un título bastante significativo (“Britain pays the price for a badly designed Brexit choice”), analiza las características del marco de elección relativo al Brexit. Merece la pena detenerse en su contenido, sumamente esclarecedor en relación con la salida del Reino Unido de la Unión Europea y también para otros procesos de similar naturaleza.

Inicialmente el profesor Thaler pone el foco en dos graves problemas de diseño de las normas constitutivas de la Unión Europea: i) No haber previsto que la situación de algunos países miembros podría complicarse en distintos apartados económicos o financieros y que, en consecuencia, deberían haberse establecido con antelación mecanismos activables para paliar los perjuicios; ii) No haber considerado originariamente la posibilidad de que un país quisiera abandonar el club, cuestión que se demoró hasta el año 2009 con la incorporación del artículo 50 del Tratado de la Unión Europea.

Richard Thaler, después de señalar que muy pocos Estados tienen previsiones para abandonar la unión a la que pertenecen, y de evocar la experiencia de la guerra civil norteamericana en ese contexto, destaca que “Aunque el Artículo 50 fue creado para determinar qué ocurre en el caso de una ruptura, dista de ser un acuerdo prenupcial completo. En vez de establecer los términos bajo los que un país puede retirarse, solo prescribe un proceso”, un proceso de negociación. Efectivamente, dicho artículo se limita a señalar que “… la Unión negociará y celebrará con ese Estado un acuerdo que establecerá la forma de su retirada, teniendo en cuenta el marco de sus relaciones futuras con la Unión…”.

En opinión de Thaler, la fijación de unas reglas tan vagas ha tenido importantes consecuencias no intencionadas: i) de un lado, permitió a los partidarios del Brexit ofrecer a los votantes una esperanza no fundada de que podrían negociar un estatus similar al de Noruega, con algunas modificaciones sobre las reglas relativas a la libre circulación de las personas; ii) de otro, ha dado lugar a un largo período de incertidumbre para el Reino Unido y para la Unión Europea.

Asimismo considera que un mejor diseño del proceso tendría que haber explicitado con carácter previo todos los detalles a fin de poder evaluar sobre unas bases sólidas los pros y los contras de la pertenencia a la Unión Europea.

Por último, el Premio Nobel estadounidense no elude pronunciarse sobre una cuestión fuertemente controvertida, el recurso a la democracia directa frente a la democracia representativa. Al respecto se decanta por una regla general: “cuanto más complicada es una decisión, menos deseable es un referéndum. Y es difícil pensar en una decisión más compleja para plantear a los votantes que la de Europa”.

El artículo del profesor Thaler, aunque ciertamente clarificador, nos deja, sin embargo, con algunas dudas: ¿cómo de compleja será la cuestión “España” a tales efectos? En el texto no se menciona el nombre de nuestro país (sí el de Grecia), pero contiene indicios altamente reveladores.

27 de diciembre de 2017

El dilema de los regalos navideños: entre la economía y la psicología

La época navideña está marcada por una serie de connotaciones especiales en diversos aspectos. Entre estos no falta el económico. Hay un amplio elenco de actividades económicas vinculadas a la celebración de las fiestas navideñas (adornos, felicitaciones, comunicaciones, desplazamientos, celebraciones, iluminación, representaciones, ambientación, regalos…), pero hay otras implicaciones que no tienen un reflejo explícito en los registros contables: la minoración de la eficiencia económica. Como ha señalado Izabella Kaminska (Financial Times, 19 de diciembre de 2017), en esta fase del año la ineficiencia se celebra en sí misma.

Admitamos que la ineficiencia económica sea un rasgo estructural de las Navidades, pero cómo sería la vida sin esa referencia: ¿se podría mantener sin más de manera inalterada la senda de la productividad, con independencia del significado que cada persona le atribuya?, ¿cómo influyen los intangibles que se generan en esas fechas para el desempeño económico posterior?

La práctica de los regalos, según una corriente de economistas, se lleva la palma en el terreno de la ineficiencia. Anteriormente hemos tenido ocasión de analizar este interesante tema (“El valor económico de los regalos”, diario Sur, 13 de enero de 2017).

Este año, en estas señaladas fechas, Tim Harford, desde su columna del Financial Times (15 de diciembre de 2017), nos regala un plan para disfrutar de unas mejores Navidades. El plan del “economista camuflado” contiene tres medidas:

i. Tomar conciencia de la hipótesis de los regalos eficientes, concebida como una variante de la hipótesis de los mercados eficientes. Esta última -ciertamente desacreditada en el curso de la reciente crisis financiera- viene a decir que no puede haber oportunidades de negocio en el mercado de valores ya que han debido de ser advertidas previamente, por lo que se habrían esfumado. Dicho de otra manera, el precio de una acción recoge toda la información relevante y, en consecuencia, refleja su valor intrínseco. Trazando un paralelismo, la hipótesis de los regalos eficientes dice que los regalos más apropiados han sido ya comprados, típicamente por los propios potenciales destinatarios.

ii. Adoptar una estrategia pasiva como compradores de regalos. Al igual que pueden conseguirse buenos resultados de inversiones -en muchas ocasiones nada fáciles de batir- simplemente tomando posiciones en fondos ligados a índices, el rendimiento de los regalos en forma de dinero es difícil de superar. No obstante, teniendo en cuenta el estigma del dinero, la recomendación es tratar de descubrir una lista de deseos del destinatario o bien indagar directa o indirectamente sus preferencias.

iii. Otorgar el regalo del tiempo y de la atención. La última recomendación de Harford, mucho más complicada de valorar en términos económicos, en caso de que alguien se atreva a hacerlo, es la siguiente: en lugar de perder el tiempo en la búsqueda de regalos que no aportan valor, aprovechar para ver a las amistades y disfrutar de los rituales navideños.

Finalmente, basándose en la praxis del Scrooge reconvertido a la benevolencia, como generoso dador de tiempo y dinero, concluye Harford que es en el dinero donde radica el espíritu de la Navidad.

Hace décadas, justamente el tradicional aguinaldo navideño encarnaba a la perfección ese espíritu y he de convenir que, incluso en una época de estrecheces económicas, como lo era la de la España de los años sesenta, en la que viví mi infancia, era un obsequio extraordinariamente valorado por los receptores, un activo verdaderamente apreciado y arduo de batir. Como, ya sin matices, lo son los presentes que, con su mayor ilusión, nos hicieron alguna vez nuestros seres queridos. Los planes económicos pueden ser bastante útiles, pero no pueden, menos en estos casos, hacer abstracción de los factores subjetivos.

24 de diciembre de 2017

Decisiones arriesgadas, resultados y valoraciones ex post

No hace falta haber hecho un máster en coaching para tomar conciencia de que muchas experiencias y circunstancias vividas en el deporte permiten extraer enseñanzas provechosas para otras actividades, ya sean familiares, profesionales, empresariales o políticas. La conexión también puede buscarse en sentido inverso. Hace poco, José María López me comentaba que una de las entradas recientes de su blog (“todosonfinanzas.blogspot.com.es”) que había registrado un mayor número de accesos es una en la que se traza un cierto paralelismo entre el posicionamiento estratégico de algunas autoridades supranacionales respecto a la competencia bancaria y la táctica aplicada por el entrenador del primer equipo de fútbol malacitano.

Los partidos de baloncesto son también una fuente de lecciones y anécdotas. Ante una última jugada, el equipo que está por delante, por un estrecho margen, en el marcador, ¿debe optar por defender o por forzar una falta personal a fin de evitar un lanzamiento que le pudiera hacer perder la ventaja? Igualmente, en numerosos trances cruciales de partidos se viven escenas en las que un jugador, saliéndose del guion, efectúa un lanzamiento a canasta de forma precipitada o sin estar en la posición más adecuada. No pocos tiros ganadores llevan ese sello, entre muestras de aclamación y entusiasmo. En cambio, cuando el riesgo asumido no se ve rubricado por el éxito las críticas se multiplican. Pero se trata siempre de valoraciones ex post, que se producen una vez que se conoce el resultado de la decisión.

Por ello, para ser más ecuánimes en nuestro juicio sería deseable que pudiésemos pronunciarnos con alguna antelación a la acción realizada. Muchas veces, es cierto, sería difícil, ya que los protagonistas improvisan sobre la marcha o actúan movidos por algún impulso incontrolable. Pero, en el mismo momento en que se inicia el movimiento decisivo, como acto reflejo, disponemos de un instante para pronunciarnos -al menos mentalmente- al respecto. Hacerlo con antelación nos convierte de alguna manera en corresponsables del resultado, ya sea positivo o negativo. Hacerlo una vez que este se conoce resta alguna fuerza moral a las posibles críticas. Hace algún tiempo, en un artículo publicado en septiembre de 2010, recopilado en “Hipérbaton” (“Dilemas deportivos: elecciones con riesgo”), hacía una serie de consideraciones acerca de estas cuestiones.

La situación comentada podría trasladarse a algunas decisiones públicas de gran alcance. La valoración del planteamiento del proceso de reforma política emprendido en España en el año 1976 sería un caso paradigmático y, al propio tiempo, el de la apreciación de la figura de Adolfo Suárez. Otros episodios más recientes nos ofrecen también la oportunidad de reflexionar y elucubrar. Así, las circunstancias que han rodeado la aplicación del artículo 155 de la Constitución española (momento de la decisión, alcance efectivo, plazo de la convocatoria de elecciones, posicionamiento del arco parlamentario…) dan bastante juego. Retrospectivamente, ya solo caben especulaciones. Lo que es ya una realidad es que su aplicación con arreglo a las condiciones concretas prevalecientes ha llevado a una determinada situación, como irrefutable es que ese elemento autodefensivo del texto constitucional, contra pronóstico, se ha llevado a la práctica. No ha logrado convertirse en una jugada ganadora. Por eso, quienes respaldan nuestra Carta Magna, que ya enfila el camino de su cuadragésimo aniversario, han de tomar conciencia de que deben estar dispuestos a afrontar, como mínimo, una prórroga. En un partido de baloncesto, el resultado nunca se presta a la ambigüedad. Durante el tiempo muerto, todo el mundo tiene la posibilidad de diseñar la táctica a seguir.

21 de diciembre de 2017

El tipo de gravamen del impuesto sobre sociedades y la reforma fiscal estadounidense

Uno de los ejes de la reforma fiscal estadounidense recién aprobada es la sustancial disminución del tipo de gravamen del impuesto sobre sociedades. Dicha reforma ha suscitado un aluvión de críticas, dentro y fuera de Estados Unidos. Una de las más frecuentes se centra en esa acusada disminución del tipo que grava la renta de las sociedades.
Simplemente a modo de contextualización se señalan algunas cuestiones a considerar a la hora de evaluar la medida comentada:
  • Lo verdaderamente importante desde el punto de vista societario es la variación en la carga impositiva, que, además del tipo de gravamen, depende de otros elementos tributarios (gastos deducibles, desgravaciones, tratamiento de las amortizaciones de las inversiones en bienes de equipo, deducción de los intereses de préstamos, etc.). Algunos de estos aspectos son también objeto de modificación. Para cada empresa en concreto, procedería, pues, comparar la carga tributaria efectiva antes y después de la reforma.
  • La reforma prevé que el tipo de gravamen del impuesto sobre sociedades se sitúe en el 21%. La bajada es extraordinaria, si bien hoy día Estados Unidos es el país del mundo que aplica el tipo (nominal) más elevado, al menos entre los países occidentales desarrollados: el tipo actual del impuesto sobre sociedades (el combinado de las distintas administraciones públicas) es del 39,81%. Dentro de los referidos países el recorrido es considerablemente amplio, como puede observarse en el gráfico adjunto, basado en datos de la OCDE. Hay países que aplican tipos bastante inferiores al 21%.
  • A la hora de juzgar la carga impositiva satisfecha por las sociedades, no puede olvidarse que, para una corriente significativa de los economistas, los impuestos solo pueden ser soportados por personas físicas (accionistas, empleados, propietarios del suelo…).
  • El análisis económico distingue entre la incidencia legal (quién está obligado ante la Hacienda Pública a pagar un impuesto) y la incidencia económica (quién acaba soportándolo en la realidad económica, teniendo presente que los agentes económicos tratan de trasladar la carga impositiva, en la medida en que les sea posible, a otras partes con las que efectúen transacciones). Los estudios empíricos de incidencia económica ponen de relieve que la carga del impuesto sobre sociedades, a largo plazo, acaba siendo trasladada en parte a los trabajadores (“La controvertida carga del impuesto sobre sociedades”, diario Sur, 14 de junio de 2016). De confirmarse este extremo, podría resultar, un tanto paradójicamente, que un alivio de la tributación de la renta societaria pudiera acabar siendo beneficioso para los asalariados. El terreno impositivo es uno de los lugares donde más claramente se pone de manifiesto que las apariencias engañan. Y algunas armas fiscales las carga el diablo.



17 de diciembre de 2017

Tráfico, congestión, contaminación y presupuesto: el experimento de Oregón

El tráfico de vehículos plantea un amplio elenco de cuestiones de gran calado e interés desde el punto de vista del análisis económico y de enorme trascendencia social: estilo de vida, influencia sobre la salud, accidentes, contaminación, congestión, ingresos públicos, inversiones, gastos de mantenimiento, integración económica, turismo, productividad, competitividad…

El análisis económico ha aportado soluciones o, al menos, alternativas para abordar tales problemas. Algunos de los instrumentos propuestos se utilizan a veces para atender simultáneamente varios objetivos. Tal es el caso del impuesto especial o accisa sobre carburantes. Es este una representación genuina de un impuesto pigouviano, concebido como remedio para corregir el efecto externo de la contaminación provocado por el consumo de carburantes; también, el de la congestión de tráfico. Sin embargo, dicho impuesto es también en la práctica una forma, indirecta y aproximada, de aplicar el principio del beneficio, esto es, para recabar una contribución tributaria de aquellas personas que se benefician individualmente de un servicio público, en este caso, el de circulación por carreteras.

Los avances logrados en la eficiencia energética de los vehículos son altamente eficaces para reducir el impacto contaminador de los automóviles, pero, al manifestarse en una menor carga impositiva, no evitan el efecto de la congestión del tráfico ni frenan la continuidad en el uso de aquellos como medio de transporte. Además, la menor recaudación asociada a la eficiencia energética repercute también de manera negativa en las arcas públicas. Eventualmente, si se utilizaran exclusivamente coches no contaminantes, desaparecería la recaudación del impuesto sobre carburantes y persistirían dos problemas: el de la congestión y el de la obtención de recursos para la construcción y el mantenimiento de vías públicas.

Desde hace ya tiempo, algunas ciudades se han significado por la utilización de dispositivos tecnológicos para modular el tráfico mediante la aplicación de tasas por circular por determinadas zonas o rutas.

Más recientemente, el Estado norteamericano de Oregón, al que ya nos hemos referido en este blog en relación con el impuesto sobre las bicicletas, ha puesto en marcha un programa piloto orientado a afrontar los problemas de la congestión y la financiación presupuestaria (Robert Wright, Financial Times, 8 de diciembre de 2017).

Dicho programa se basa en el uso de una pieza electrónica ya obligatoria en todos los vehículos modernos en Estados Unidos. Dicho dispositivo recoge información del ordenador del vehículo acerca de la distancia recorrida y del carburante consumido.

Los conductores acogidos voluntariamente a este programa, en lugar de soportar (en última instancia) el impuesto sobre carburantes (30 centavos por galón, aproximadamente 7,93 centavos por litro), han de pagar 1,5 centavos por milla recorrida (0,93 centavos por kilómetro).

Mensualmente, recibirán un reembolso o una factura dependiendo de si la tasa por circulación devengada es mayor o menor que el impuesto pagado. Actualmente, el importe de la tasa es de cuantía fija, pero cabe, lógicamente, la posibilidad de graduar su importe en función de la zona y/o de la hora de circulación.

El diario Financial Times incluye un artículo sobre esta iniciativa en su sección “50 Ideas para Cambiar el Mundo”, y no cabe duda de que las nuevas tecnologías ofrecen un extraordinario potencial para transformar las políticas públicas en ámbitos tan relevantes como el de la circulación de vehículos. La magnitud de los problemas asociadas a esta demandan ciertamente ideas brillantes, eficaces y eficientes para evitar llegar a un punto de no retorno.

14 de diciembre de 2017

Riqueza dinástica: ¿mito o realidad?

Hace tan solo unos años, con la publicación de la gran obra de Thomas Piketty “El capital en el siglo veintiuno” (2014), se produjo uno de los fenómenos editoriales más notables de los últimos tiempos. El hecho de que un libro de casi 700 páginas, escrito por uno de los jóvenes economistas contemporáneos más destacados, se convirtiera en un best seller es ciertamente destacable. Pero aún más apreciable ha sido su influencia social, su impacto en el estado de opinión mundial acerca de la dinámica del sistema capitalista y de las consecuencias de la desigualdad económica.

La obra de Piketty ha tenido una extraordinaria acogida en medios especializados y no especializados. Todo el mundo reconoce la envergadura del trabajo realizado. Especialmente desde determinados sectores se ha aplaudido su acérrima crítica al capitalismo, su llamada de atención sobre el problema de la desigualdad económica y su popular propuesta de establecimiento de un impuesto progresivo global sobre el patrimonio. No obstante, tampoco han faltado posiciones críticas que han cuestionado la posible simplificación de las leyes básicas del capitalismo divulgadas por Piketty y la consistencia de algunas de las bases estadísticas utilizadas.

Dentro de esta última corriente se inscribe la investigación realizada por Robert Arnott, William Bernstein y Lillian Wu (en adelante, Arnott et al.) y publicada en Cato Journal (vol. 35, nº 3, 2015). Estos autores consideran que el mensaje básico de Piketty está sesgado en varios aspectos, como resultado de errores fundamentales y evitables en sus supuestos básicos.

De su conocida hipótesis de que la tasa de rendimiento del capital invertido es superior a la tasa de crecimiento económico, Piketty deriva que las familias ricas lo serán cada vez más en las generaciones futuras, llevando a una sociedad dominada por la riqueza hereditaria. Arnott et al. consideran que esa lógica sería cierta solo si tales familias ricas nunca disiparan su patrimonio a través de diversas vías: gastos, donaciones, impuestos, inversiones fallidas y segregación entre porciones hereditarias.

Recurren a la evidencia empírica procedente de las listas de personas ricas publicadas por la revista Forbes para refutar el argumento de Piketty, sobre la base de que, según ellos, en cualquier momento, la mitad o más de la riqueza conjunta de los extremadamente ricos es de primera generación, no de procedencia hereditaria. A partir de dicho análisis concluyen que la acumulación de la riqueza dinástica es simplemente un mito.

Arnott et al. admiten que la desigualdad en la distribución de la riqueza se ha intensificado en el pasado reciente, pero discrepan de la fundamentación ofrecida por Piketty y recuerdan que la tasa de rendimiento del capital relevante es la neta de impuestos, gastos, división entre herederos, donaciones caritativas y otros métodos de utilización o agotamiento.

Argumentan que, si la acumulación de la riqueza dinástica fuese un fenómeno generalizado, habría que esperar poco cambio en la composición del ranking de Forbes año tras año. Pero, en lugar de ese rasgo, encuentran que hay una alta tasa de rotación. La riqueza agregada de los descendientes de los ricos que inauguraron la lista de Forbes era del 39% en el año 2014, lo que viene a implicar que el otro 61% proviene de una riqueza nueva.

En definitiva, Arnott et al. señalan que los ricos en su conjunto son más ricos, pero no por las razones esgrimidas por Piketty. La explicación radica en una combinación de nuevos ricos creadores de riqueza con el beneficio para los preexistentes derivado de una larga fase expansiva en los mercados de valores. Las valoraciones crecientes vienen en parte explicadas por la caída en los rendimientos del capital.

10 de diciembre de 2017

Richard Thaler: la normalidad de las anomalías económicas

Todos los Premios Nobel de Economía tienen alguna singularidad, pero el concedido este año a Richard Thaler presenta algunas connotaciones que le hacen adquirir un alcance especial, al menos por tres motivos: i) por venir a representar un refrendo definitivo a la denominada Economía del Comportamiento o, lo que lo mismo, la Psicología Económica; ii) por respaldar y difundir la relevancia de los factores psicológicos en la toma de decisiones económicas de los individuos; y iii) por ensanchar el campo de la política económica mediante la incorporación de las enseñanzas obtenidas en ese campo de la investigación, como, de hecho, vienen haciendo los gobiernos de algunos países avanzados.

Tradicionalmente, la corriente principal entre los economistas ha utilizado modelos en los que las decisiones económicas son adoptadas por individuos racionales que poseen una información completa y que aspiran a maximizar su utilidad individual. Sin llegar a desechar estos modelos, Thaler ha llamado la atención en el sentido de que, en muchas situaciones reales, las personas adoptan sus decisiones en formas que se alejan de los comportamientos estandarizados y, en ocasiones, con aparentes signos de irracionalidad.

La Academia Sueca ha fundamentado en sus contribuciones en tres planos distintos la concesión del Nobel al mencionado economista estadounidense: 1) racionalidad limitada; 2) fuerza de voluntad limitada; y 3) egoísmo limitado.

1) Dentro del primer bloque cabe mencionar los siguientes conceptos:
§     El efecto dotación o posesión, que hace referencia a la tendencia de las personas a valorar más los objetos por el hecho de poseerlos, de manera que su renuncia se percibe como una pérdida. El precio que una persona está dispuesta a pagar por adquirir un determinado bien o servicio es bastante más bajo que el precio al que esa persona está dispuesta a vender el mismo bien o servicio.
§     La contabilidad mental pone de relieve que la toma de decisiones económicas por parte de los individuos está segmentada por categorías, esto es, existe una contabilidad separada para grupo de gastos (vivienda, alimentación, ocio…) que hace que no exista una gestión integrada. La práctica común de tener dinero en una cuenta de ahorro y simultáneamente una deuda en la tarjeta de crédito ilustra este fenómeno. La estanqueidad derivada de ese presupuesto multidepartamental puede dar lugar a que no se optimicen los recursos disponibles. Según algunos estudios, ante una bajada significativa del precio de la gasolina, se produce un desplazamiento excesivo desde el carburante normal al superior.
§     La percepción individual de la utilidad de una transacción puede tener una gran importancia, ya que las decisiones se rigen por la diferencia entre el precio efectivo y el precio esperado. El consumidor obtiene un valor añadido si completa lo que interpreta como un “buen negocio”.
§     Particularmente relevante es la consideración de la “arquitectura de la elección”, es decir, el marco dentro del que tiene lugar la toma de decisiones. Según Thaler, la vaguedad de las normas de la Unión Europea respecto a la salida de los países miembros y la improcedencia de un referéndum para dilucidar una cuestión tan compleja tienen mucho que ver en el Brexit.

2) También son diversas las manifestaciones correspondientes al segundo plano (autocontrol limitado):
§     Descuento hiperbólico: En contradicción con el modelo habitual de descuento de cantidades futuras, las personas tienden a aplicar un mayor descuento entre el presente y el futuro cercano que entre periodos futuros más distantes. Así, la inmediatez de las recompensas llega a tener un efecto preponderante en la toma de decisiones.
§     Modelo “ejecutor-previsor”: Cada persona tiene dos “yos” que compiten entre sí, un ejecutor miope que se preocupa solo por el corto plazo, y un previsor con una visión de largo alcance.
§     La conveniencia de los “empujoncitos” o acicates (“nudges”): Ligado a lo anterior, dado que los individuos tienen capacidades cognitivas limitadas y también una fuerza de voluntad limitada, no actúan siempre en su propio interés. De ahí que, mediante el diseño de opciones por defecto, es factible elevar el bienestar a largo plazo de las personas. A estas no se les impone ninguna elección, ya que siempre tienen la posibilidad de decantarse por una opción distinta. Es lo que se conoce como paternalismo libertario. Así, por ejemplo, una forma de elevar el ahorro para la jubilación es que, por defecto, se descuente un porcentaje de la nómina, salvo que expresamente se indique lo contrario. Diversos gobiernos han implantado “unidades de inducción” para promover comportamientos como el ahorro previsional, un estilo de vida sano o la reducción del consumo energético.

3) Por último, las personas no actúan como entes aislados del resto cuando toman sus decisiones económicas, sino que la equidad es un factor importante. Los individuos no se comportan como maximizadores de la utilidad personal a ultranza, sino que toman en consideración la posición relativa de los distintos miembros de la sociedad. Las medidas económicas son más o menos aceptables en función de cuál sea la percepción sobre el grado de justicia de las mismas. Por ejemplo, una reducción del salario nominal con una tasa de inflación nula se considera mucho más injusta que un salario nominal constante con una tasa de inflación positiva, aunque el descenso del salario en términos reales sea el mismo en ambos casos.

En el documento que resume las contribuciones de Thaler, la Academia Sueca concluye que ha ofrecido nuevas perspectivas a los economistas sobre la psicología humana y nuevos esquemas para comprender y predecir las conductas económicas. Algunos de los aspectos que pone de relieve pueden parecer un tanto triviales, pero no lo son tanto para los modelos estándares, que suponen, de manera ciega, comportamientos optimizadores basados en una estricta “racionalidad”.

La concesión del Premio Nobel de Economía a Richard Thaler significa una defensa explícita del enfoque multidisciplinar de las conductas económicas y dignifica una vía útil para comprender mejor las decisiones adoptadas por personas de carne y hueso. Su continuado esfuerzo a lo largo de cuatro décadas ha logrado cambiar la forma de ver la realidad.

(Publicado en el diario “Sur”, el día 10 de diciembre de 2017)

6 de diciembre de 2017

¿Invertir en bitcoins?

Hace unos días, una persona allegada me comentaba que su pareja -con la que, si no me equivoco, forma una sociedad de gananciales- tenía previsto invertir una suma no despreciable en bitcoins. Ella recordaba que yo había escrito, hace algún tiempo, un breve artículo sobre esa moneda virtual, por lo que recababa mi parecer acerca de la operación proyectada.

Después de una breve búsqueda pude facilitarle una copia del artículo en cuestión (“El dinero en la era digital: llega el bitcoin”, diario Sur, 10 de febrero de 2014), acompañada de otros más recientes, entre los muchos, algunos francamente interesantes, que se han escrito en los últimos tiempos.

Fiel a una de las máximas que inspira el proyecto de educación financiera Edufinet, la de evitar a toda costa formular recomendaciones sobre cómo actuar a la hora de adoptar decisiones financieras, me limité a refrescar las conclusiones que había reflejado en aquel artículo introductorio y a sugerirle la lectura de otros más actualizados y fundamentados.

Las opiniones sobre el bitcoin se han intensificado en las últimas semanas, como una lluvia torrencial, al hilo de la escalada de la cotización de esa criptomoneda, que ha llegado a cotizarse por encima de los 11.000 dólares, frente a los 1.000 dólares de comienzos de 2017. Indudablemente, quien comprara a ese precio y haya vendido al actual no ha hecho un mal negocio. No sería la primera ni la última operación que arroje jugosos resultados individuales, algo frecuente en numerosos procesos especulativos. Cuestión distinta es lo que pueda ocurrir en un momento dado si se desatara una tendencia de ventas masivas. El valor de un activo puede llegar a desmoronarse si se entra en una fase en la que los tenedores tienen urgencia por desprenderse de él. Ahora bien, mientras esto no ocurra, quien afiance operaciones aprovechando la ola puede hacerse sumamente rico.

Entre las decenas de artículos sobre el bitcoin publicados últimamente ha aparecido uno escrito por Jean Tirole (Financial Times, 30 de noviembre de 2017), economista francés galardonado con el Premio Nobel de Economía en el año 2014. Sus apreciaciones y reflexiones pueden ser bastante ilustrativas para aquellas personas, como la referida al inicio, interesadas en esa enigmática moneda. 

De entrada, apela a la cautela respecto a la tendencia observada y postula que los inversores sean protegidos, y que los bancos regulados, las compañías de seguros y los fondos de pensiones no puedan mantener exposiciones en este tipo de instrumentos. Asimismo, se apresura a matizar que su escepticismo no se extiende a la tecnología blockchain, que considera una innovación útil, ya que su preocupación se centra en las criptomonedas en sí mismas.

Tirole plantea dos cuestiones respecto al bitcoin: ¿Es sostenible? Y, suponiendo que lo sea, ¿contribuye al bien común? Sus respuestas, en el mismo orden, son estas: probablemente no y definitivamente no.

Por lo que se refiere a la primera, sostiene que el bitcoin es una pura burbuja, un activo sin un valor intrínseco, por lo que su precio caerá a cero si la confianza desaparece. No obstante, recuerda que hay burbujas que han logrado mantenerse a lo largo del tiempo; entre ellas destaca el oro, pero también las monedas nacionales, que hoy día solo están respaldadas por la confianza en los respectivos países.

En relación con la segunda, Tirole señala que no logra apreciar el valor social del bitcoin en su proceso de creación y, mucho menos, en su uso para actividades de evasión fiscal o de blanqueo de capitales.

En suma, si se admite que el bitcoin es una burbuja, conlleva el riesgo de que estalle en un momento dado. En el ínterin, algunos inversores pueden ganar mucho dinero, pero otros podrían experimentar situaciones menos positivas, como en otros episodios históricos. Hoy por hoy es particularmente arriesgado hacer pronósticos. ¿Habrá un “momento Minsky” para el bitcoin?

3 de diciembre de 2017

Pájaro calmo

Después de algo más de cuatro meses de peregrinaje por el universo bloguero, como partícula infinitesimal dentro de su inmensidad, he de confesar que la aventura no está exenta de ciertos peajes, realmente autoimpuestos, pero también se ve aderezada de algunos rasgos apreciables.

A pesar de que el deseo de compartir conocimientos (supuestos), experiencias o vivencias se vea frenado por una falta de correspondencia receptora o, quizás más bien, partiendo de que existe una demanda latente, por la incapacidad para despertar el interés de los posibles destinatarios, conocidos o no, son constatables algunos efectos en beneficio propio. La posibilidad de constituir un repositorio para la autoconsulta y, sobre todo, la de expresar cualquier idea u ocurrencia, por peregrina que sea, no son en absoluto desdeñables.

E incluso podría afirmarse que la semiclandestinidad de un paraje virtual como la que caracteriza a este habilita para expandir el espectro de los contenidos. Seguramente en otro medio más expuesto al escrutinio público sería bastante más difícil realizar algunos excursos como los ya efectuados o como el que da pie a estas líneas, que van dedicadas a una nueva amistad, singular e insospechada, aunque lo sea con carácter unidireccional.

De manera sigilosa, sin anunciarse, llegó por primera vez el invierno pasado y, durante una breve temporada, se asentó en el zaguán del lugar donde vivo. Había elegido una zona umbría y resguardada para construir su nido. Viajera diurna, retornaba al atardecer para permanecer, quieta y paciente, en la espera solitaria de la llegada de su descendencia. Me gustaba despedirme de ella en la madrugada y reencontrarla de nuevo al caer la tarde. Eran dos momentos reconfortantes de cada jornada. Así, un día tras otro, salvo cuando se producía alguna ausencia misteriosa. Hasta cuando alzó el vuelo para no retornar.

Desde entonces no he dejado de comprobar si había regresado a su efímera morada, sin poder evitar una sensación de vacío. Por eso sentí una gran alegría al verla de nuevo a mediados de noviembre. Aunque ahora parece algo más errática en sus pautas de conducta, sigue manteniendo su imagen imperturbable, de plena quietud.

Disfrutar de su presencia es una dicha inesperada, que ha permitido también reavivar sensaciones perdidas y afinidades olvidadas. Gracias a este plácido ejemplar de colirrojo tizón, caracterización que se deduce por su fisonomía pero no porque se prodigue en la sonoridad atribuida a esa especie, he recordado a otros pájaros que me acompañaron y alegraron en las lentas horas infantiles. Al echar la vista atrás, muy atrás, nos resulta un tanto extraño percibir cómo pudieron ir difuminándose hasta desaparecer algunas relaciones afectivas que una vez parecieron ser un elemento esencial de nuestra existencia. Si, después de mucho tiempo, abrimos el baúl donde se alojan las “pequeñas cosas serratianas”, comprobamos, no sin cierto pesar, que está más poblado de lo que creíamos, y la vida, marcada por más renuncias de las que pensábamos. Aun con el riesgo de avivar algunos recuerdos inopinados, quizás no sea demasiado malo procurar que sus moradores no acumulen demasiado polvo.

No me gustaba retener a las aves en sus jaulas, pero, contrariamente a mis deseos y a mis vanas esperanzas, a la menor oportunidad tomaban, sin retorno, el camino de la libertad. Pero, al menos, siempre he tenido muchos pájaros en la cabeza.

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