26 de julio de 2020

La educación en el horizonte OCDE 2030: un giro copernicano


Recientemente, Ángel Gurría, secretario general de la OCDE, ponía sobre la mesa un dato revelador. En los países integrantes de dicha organización, desde el año 2000 el gasto educativo por alumno de primaria y secundaria ha crecido más de un 15%, pero “es descorazonador que la mayoría de los países de la OCDE no hayan visto prácticamente ninguna mejoría en los resultados de sus estudiantes desde que PISA se lanzara en el año 2000”. PISA (acrónimo del “Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes”) es una iniciativa de gran impacto que trata de llevar el aprendizaje de los adolescentes mucho más allá de la mera reproducción de los contenidos de las asignaturas. Evalúa a los estudiantes de 15 años no tanto en función de lo que saben, sino de qué son capaces de hacer con lo que saben. Aprender no debe servir sólo para poder replicar la información percibida, sino, más que nada, para “construir conocimiento, pensar críticamente y adoptar decisiones bien fundadas”.

PISA ha recibido críticas porque expone a los alumnos ante problemas que no han visto anteriormente, pero la sociedad en la que vivimos nos enfrenta continuamente a situaciones nuevas, y esa tendencia no va sino a acentuarse, y afectará de lleno a los niños y adolescentes de hoy. Desde hace años, el sistema educativo tiene ante sí el reto de prepararlos para profesiones que aún no se conocen, y para hacer frente a problemas que todavía no se han manifestado.

En 2018, la OCDE puso en marcha el proyecto relativo al Marco de Aprendizaje 2030, que ofrece una serie de principios sustentadores de los sistemas educativos del futuro. En él se explicita el “compromiso de ayudar a cualquier estudiante a desarrollarse como una persona integral, desplegar su potencial y contribuir a conformar un futuro compartido construido a partir del bienestar de los individuos, las comunidades y el planeta”.

Los desafíos que afrontan las sociedades provienen de tres ámbitos: ambiental (cambio climático y agotamiento de los recursos naturales), económico (disrupciones tecnológicas, interdependencia financiera, riesgos y crisis), y social (migración, urbanización, desigualdades, amenazas de guerra y de terrorismo). El proyecto Educación 2030 OCDE se alinea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas.

En el documento de referencia se describe “un esfuerzo global para el cambio educativo”, que no admite demora, y que obliga a modificar los esquemas docentes tradicionales, no únicamente en el caso de los escolares. En relación con estos, para que estén preparados para el futuro, se considera que tienen que “ejercitar la agencia, en su propia educación y a lo largo de la vida. La agencia implica un sentido de responsabilidad para participar en el mundo y, al hacerlo, influir sobre las personas, los eventos y las circunstancias hacia lo mejor”. A fin de potenciar esa capacidad agencial, los educadores deben reconocer no sólo la individualidad de los alumnos, sino también el conjunto de relaciones que influyen en su formación.

Los estudiantes mejor preparados para el futuro se conciben como “agentes del cambio”, a partir de un concepto clave como es el de competencia, que debe incluir: movilización de conocimiento, habilidades, actitudes y valores para satisfacer demandas complejas. Los estudiantes necesitarán tanto conocimiento general como especializado. La OCDE destaca el papel de tres tipos de conocimiento: disciplinar (como materia prima), epistemológico (fundamento y métodos del conocimiento científico) y procedimental (referente a las etapas o acciones para llegar a una meta). Tres nuevas competencias (“transformacionales”) han sido identificadas, la de creación de nuevos valores, la de reconciliación de tensiones y dilemas, y la de asunción de responsabilidad.

En tiempos convulsos, poder disponer de elementos naturales o artificiales de orientación es sumamente valioso. Si no pueden verse bien ni el Sol ni las estrellas, la “brújula del aprendizaje” de la OCDE puede desempeñar un papel clave. Dado que el viaje es largo y estará lleno de dificultades, conviene prepararse adecuadamente y no demorar la partida.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

25 de julio de 2020

Haces luminosos de estrellas extinguidas

Es probable que la luz que veamos esta noche en el cielo proceda de alguna estrella que se extinguió hace años. También, en ocasiones, por la incomparable magia de la imprenta, encontramos pensamientos lumínicos emitidos por representantes de corrientes desaparecidas o de pensadores aislados hoy olvidados.

Según algunas versiones interpretativas del mundo que nos circunda, los miembros de la organización secreta de los Illuminati, que han ido custodiando saberes ocultos a través del tiempo, manejan muchos de los hilos que mueven nuestros destinos. Quien, imbuido de esa creencia, se adentre en las páginas de “La plaza y la torre”, de Niall Ferguson, es probable que quede bastante desconcertado y desilusionado con la esencia que sustentó el inestable edificio de su doctrina.

A la búsqueda de sus huellas, encontrarse con la selección de textos de uno de sus más significados personajes recientemente aparecida es capaz de sumirnos momentáneamente en un estado de confusión y, si se quiere, hasta de dar pábulo a alguna sospecha acerca de la existencia de núcleos silenciosos que perseveran en su callada misión. Más allá de tales especulaciones, nos encontramos con una más que interesante colección de consejos y máximas, con un auténtico “filón” [1].

Circunstancialmente, para añadir algo más de misterio, al ya más que considerable que se deriva del hecho de haber recibido la obra de un remitente desconocido, al examinarlo, el libro se abrió justamente por la página en la que se recoge la siguiente recomendación:

No te atribuyas aquello que debes a los méritos de otros. Si recibes alguna cortesía o algún favor por tu conexión con una persona respetable, no te ufanes de ello, sino sé lo bastante modesto como para pensar que probablemente se te habría tratado de manera diferente si hubiera sido solo por ti. No obstante, intenta aspirar a que se te honre por ti mismo. Es preferible que seas la pequeña lámpara que ilumina un rincón oscuro con su propia luz que la gran luna de un sol ajeno, o el satélite de un planeta”.


[1] Adolph Knigge, “De cómo tratar con las personas”, traducción, introducción y selección de José Rafael Hernández Arias, Arpa, 2020.

24 de julio de 2020

Reliquias olvidadas de la austeridad

Casualmente, entre un montón de libros desordenados, sale a mi encuentro un librito, en el que, después de más de cuarenta años, releo párrafos olvidados: “… hay que darle un sentido y una finalidad a la política de austeridad que es una opción obligada y duradera y, al mismo tiempo, una condición de salvación para los pueblos de Occidente… La austeridad no es hoy un mero instrumento de política económica al que hay que recurrir para superar una dificultad temporal, coyuntural, para permitir la recuperación y la restauración de los viejos mecanismos económicos y sociales… La austeridad es el medio de impugnar por la raíz y sentar las bases para la superación de un sistema que ha entrado en una crisis estructural y de fondo, no coyuntural, y cuyas características distintivas son el derroche y el desaprovechamiento, la exaltación de los particularismos… Austeridad significa rigor, eficiencia, seriedad, y también justicia…”.

Son frases entresacadas de un discurso más extenso y lleno de matices, pero también, en sí mismas, bastante expresivas. ¿A quién podría atribuírsele semejante declaración? ¿Qué suerte podría haberle esperado a quien, en los últimos años, hubiese efectuado tal proclamación? ¿Quién le arrendaría las ganancias?

Realmente no lo sé, pero quizás antes de manifestarse al respecto podría ser conveniente matizar que tales frases corresponden al texto de un discurso pronunciado ante “la Convención de Intelectuales”, en Roma, en enero del año 1977, por Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista Italiano.

El librito en cuestión (Enrico Berlinguer, “Austeridad”, Editorial Materiales, 1978) estaba prologado por Julio Segura, por aquel entonces destacado dirigente del PCE, y prestigioso catedrático de Teoría Económica. En abril de 1979 me dedicó el ejemplar rescatado del olvido que ahora tengo entre mis manos, recomendándome, sobre la base de su propia experiencia, que viera “lo difícil que resulta ser economista, comunista y, además, partidario de la austeridad”. A pesar de provenir de un economista, el pronóstico se ha evidenciado sumamente acertado en las tres facetas.

19 de julio de 2020

La esencia de la estrategia fiscal en España: su utilidad para la docencia

Hay textos económicos procedentes de las instancias oficiales o de sus representantes que, además de permitir conocer las claves de la política económica española, tienen una considerable utilidad con fines docentes. Algunos de dichos textos son sumamente apropiados para poner a prueba la comprensión lectora y la capacidad analítica genérica de los estudiantes; otros, para comprobar los conocimientos especializados en la materia considerada. Muy pocos permiten conjugar todas esas facetas.

Uno de ellos, en el ámbito de la política fiscal y tributaria, es el que aparece recogido en la respuesta a una de las preguntas de la entrevista concedida por el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, al diario La Vanguardia, después de la finalización del estado de alarma por la crisis del coronavirus, publicada el 28 de junio de 2020[1].

La pregunta comentada es la siguiente: “¿Se llevará a término un aumento de impuestos?”.

Y la respuesta, ésta: “El Estado está haciendo un esfuerzo enorme y está avalando como nunca nadie ha hecho en los últimos 40 años de democracia en este país. Cien mil millones de euros en líneas de crédito, avales para las pequeñas y medianas empresas. Todo ello financiado con deuda pública y con gasto público del Estado. Esto no es sostenible ni en el medio plazo, ni en el largo plazo. Si ya teníamos un carencia estructural en cuanto a la forma de financiarlo con recursos propios, es decir, a través de impuestos, tendremos lógicamente que plantear una mejora de nuestro sistema impositivo”.

La entrevista se cierra con esta otra pregunta: “¿Y cómo lo piensa hacer?”, que es respondida de la siguiente manera: “Esa mejora de nuestro sistema impositivo tiene que ser estructural y debe haber muchísima mayor justicia fiscal. Lo tendremos que hacer, porque el Estado, ahora mismo, está respondiendo y está salvando muchas empresas y muchos empleos que estaban en severo riesgo”.

A la espera de utilizarlas como valioso material docente en el curso que se avecina, dejo aquí tan ilustrativas y autorizadas manifestaciones por si alguien no ha tenido la oportunidad de descubrir la riqueza de matices contenidos en tan escuetos párrafos.



[1] La entrevista está disponible en la página web de La Moncloa (www.lamoncloa.gob.es).

18 de julio de 2020

“La mujer del bosque”: otra vuelta de tuerca de John Connolly

Hace ya prácticamente un año hice votos para no volver a leer ninguna novela más de John Connolly[1]. Sin embargo, una vez más, caí en la trampa al comprar un ejemplar de la última publicada en España –“La mujer del bosque”- y, posteriormente, no he podido evitar la tentación de empezar su lectura, contra toda pronóstico, concluida.

Algo raro ocurre con los libros del escritor irlandés, capaces de crear una suerte de adicción difícil de eludir pese a los propósitos de enmienda. Quizás sea por quedar conmovidos por el aciago destino del atormentado protagonista, por la atracción de los recónditos parajes de Maine, o por la subyugación ante su inacabable colección de siniestros personajes, a cual más sórdido y repulsivo, que rivalizan en su grado de implacable letalidad.

En esta entrega ésta sube muchos niveles, de tal manera que hasta destaca en la exigente escala connolliana. La aparición de un cadáver de una joven, enterrada en los bosques de Maine, que, según las evidencias, había dado a luz antes de fallecer, es el desencadenante de la trama. Una estrella de David grabada en el tronco de un árbol cercano es la única pista. Esta señal da pie a que un conocido abogado encargue a Parker la búsqueda del niño, tras cuya pista, y por otros motivos, también va una singular pareja procedente del viejo continente.

La obsesión por los libros antiguos, donde pueden encontrarse mensajes cifrados capaces de desencadenar grandes cambios, la pertenencia a hermandades secretas, y la protección de mujeres maltratadas son ingredientes presentes en la novela. No faltan, naturalmente, los elementos sobrenaturales, en una abundante dosis.

También Connolly nos coloca ante un dilema moral. ¿Qué debemos hacer ante la provocación de una bandera confederada exhibida en un vehículo estacionado?: ¿ignorarla?, ¿esperar a que llegue el conductor para cuestionarle su actitud?, ¿causarle algún desperfecto menor al vehículo?, ¿prenderle fuego?... A través de la actitud de sus personajes, primero Louis y luego Parker, el autor manifiesta claramente su posición al respecto, sin ningún tipo de fisuras. Como bien se sabe, “national flags matter”, aunque da la impresión de que unas más que otras.

Desde que arranca la historia, el relato apenas concede tregua, no hay respiro para el lector, ante cuyos ojos van apareciendo personajes unidos por nexos casuales o causales, y que, en una tasa fuera de lo común, muchos desaparecen a causa de las grandes dotes exterminadoras de la pareja visitante.

Toda novela tiene un principio, pero no todas tienen un fin. “La mujer del bosque”, decimoséptima entrega de la serie de Charlie Parker, es una de ellas. El mensaje introducido, como epílogo, en el crucigrama del diario Times augura una caza prolongada, y una clara señal de que el tiempo del detective con una hija en este mundo y otra que lo protege desde el más allá no ha acabado.


[1] “El frío de la muerte”, de John Connolly: la ley de los rendimientos decrecientes”, blog Tiempo Vivo, 27 de julio de 2019.

17 de julio de 2020

“La odisea de los giles”: dramáticas lecciones de cultura financiera


No sé realmente si la película entra de lleno en el género cómico o en el dramático. Está repleta de diálogos desternillantes y de escenas hilarantes, pero toda ella está impregnada de una sensación de desencanto ante el destino inexorable de la gente sencilla, resignada a permanecer en el lado perdedor[1]. Basada en la novela “La noche de la Usina”, de Eduardo Sacheri, la cinta tiene hechuras de denuncia social en clave de humor criollo.

La trama argumental es bastante sencilla. Ante la falta de expectativas económicas en una localidad relativamente cercana a la capital bonaerense, un grupo de personas, tras experimentar un pálpito emprendedor, pretende constituir una cooperativa agrícola aprovechando unas instalaciones de una antigua factoría. Pese a su estado de abandono y su inexistente potencial, el precio para hacerse con ellas es elevado.

Sin sofisticados planes de empresa ni estudios de consultores, los promotores del proyecto logran recabar una sustancial cantidad de fondos entre los aspirantes a cooperativistas, mas sin llegar a alcanzar la totalidad para la inversión requerida. En tanto se estudian alternativas para cubrir el desfase, los recursos disponibles -en billetes de dólares estadounidenses contantes, y no sonantes hasta el fatídico momento de pasarlos por la máquina contadora en la oficina bancaria- se depositan en una caja de seguridad en un banco.

La vía del préstamo bancario es la única opción para hacer realidad el sueño cooperativo. En la película se percibe el voraz “apetito al riesgo” del gestor bancario, que se compromete a la aprobación de la operación solicitada siempre que se acceda a traspasar el contenido de la caja de seguridad a un depósito bancario, con un pequeño detalle accesorio. Los dólares se convertirían en pesos argentinos. Aparentemente, algo irrelevante; no en vano, desde el año 1991 hasta 2001, año en el que ahora estamos, el peso había permanecido anclado al dólar, con una paridad de 1 a 1. En el año 1991, la tasa anual de inflación argentina era del 84%; en 1996 era sólo del 1,6%... Por fin, el proyecto empresarial contaba con el sustrato financiero para dar sus primeros pasos.

La crisis de Argentina de 2000-02 fue una de las más severas crisis monetarias recientes. Así se recogía en un informe del FMI: “el esquema similar al de un consejo monetario (“currency-board”), bajo el que el peso se había anclado al dólar estadounidense desde 1991, se colapsó en enero de 2002, y, a finales de 2002, el peso se cambiaba a un tipo de 3,4 pesos por dólar. Después de tres años de recesión, llegó una crisis que tuvo un impacto devastador. La economía se contrajo un 11% en 2002… el paro superó la cota del 20%, y la incidencia de la pobreza empeoró de manera extraordinaria”[2].

Así, cuando estalla la crisis monetaria, los promotores cooperativos se topan con la dura realidad de la enorme depreciación del peso, unida al tremendo “corralito”, mundialmente conocido e introductor del vocablo en el léxico internacional. La ruina y la desesperación se instalan irremediablemente, unidas a la indignación al enterarse, circunstancialmente, de que quienes tenían conocimiento de lo que se avecinaba habían maquinado para utilizar los dólares de depositantes incautos, de giles como ellos, para otorgarlos como financiación a cualificadas aves de rapiña.

La fortuita supuesta localización de los billetes así esquilmados en un búnker construido en una finca rústica, protegido por sofisticadas medidas de seguridad, desata un plan inverosímil de reposición del montante objeto de desfalco, movido por un afán de justicia reparadora, aderezado con otras connotaciones filosóficas.

Al margen de las increíbles situaciones suscitadas y de los jugosos diálogos que se van sucediendo en la narración, la película ilustra un conjunto de valiosas lecciones económicas y proporciona una relación de cuestiones de interés para una acción formativa en el campo de la educación económica y financiera, tanto para la ciudadanía en general como para emprendedores. He aquí una muestra de posibles preguntas a plantear:

i. ¿En qué consiste un régimen de tipo de cambio ajustado a una divisa extranjera?

ii. ¿Qué ventajas e inconvenientes tiene?

iii. ¿Qué requisitos deben cumplirse para que funcione eficazmente?

iv. ¿Jugó dicho sistema un papel relevante en la disminución de la inflación en Argentina?

v. ¿Por qué se llegó finalmente a una crisis monetaria?

vi. ¿En cuánto se depreció el peso argentino respecto al dólar estadounidense?

vii. ¿Es conveniente perfilar un proyecto empresarial simplemente por intuición?

viii. ¿Qué ventajas y qué inconvenientes tiene la fórmula cooperativa para el desarrollo de una actividad empresarial?

ix. ¿Es una buena alternativa la utilización de una caja de seguridad para la custodia de dinero en efectivo?

x. ¿Es el recurso a un préstamo bancario la mejor alternativa para complementar los fondos propios?

xi. ¿Cómo opera el riesgo de tipo de cambio en la operación de canje de dólares por pesos?

xii. ¿Tiene sentido aportar un depósito como garantía para la obtención de un préstamo?

xiii. En caso afirmativo, ¿mediante qué tipo de garantía?

xiv. ¿Podría haberse aplicado, en el caso comentado, una garantía pignoraticia?

xv. ¿Hubo una adecuada evaluación de la operación crediticia por la entidad prestamista?

xvi. ¿Podría calificarse como un “préstamo responsable” desde el punto de vista de los demandantes?

xvii. ¿En qué consistió en la práctica el denominado “corralito”?

xviii. ¿Podría darse en un país miembro de la Unión Monetaria Europea?

xix. ¿Qué opciones tenían los depositantes afectados por el “corralito”?

xx. ¿Cuáles fueron los principales factores determinantes de la crisis argentina de 2000-2002?

xxi. ¿Cuáles fueron las consecuencias del “default” de la deuda pública?

Y, para acabar, una reflexión. ¿Por qué Argentina y Estados Unidos, que hace un siglo ocupaban posiciones similares, han tenido trayectorias económicas tan dispares? Con esta pregunta arranca la obra de A. Beattie “False economy”[3]. También F. Fukuyama aborda esa cuestión en una destacada obra[4].

Posiblemente, las respuestas formuladas por dichos analistas no serían muy del agrado, especialmente, de uno de los arrojados personajes de la odisea cinematográfica.








[1] Según el Diccionario de la Lengua Española (RAE), “gil” o “gila” (en Agentina y Uruguay) es una persona “simple (incauta)”.
[2] Vid. FMI, “The IMF and Argentina, 1991-2001. Evaluation Report”, 2004, pág. 8.
[3] Una reseña se ofrece en la revista eXtoikos, nº 7, 2012.
[4] Vid. “Cómo llegar a ser Dinamarca”, diario Sur, 26 de enero de 2016. Al pensar en la pregunta me ha venido a la memoria el chiste que el, ocurrente por aquel entonces “molt honorable”, presidente Jordi Pujol contó en una cena organizada por el profesor Enrique Fuentes Quintana, en el marco de un curso de verano en El Escorial, a mediados de los años ochenta. En el chiste se contaba el resultado de las conversaciones individuales de tres significados mandatarios, entre ellos el presidente Raúl Alfonsín, con Dios, a fin de calibrar las perspectivas de superación de los problemas económicos en sus respectivos países, uno de ellos el de la comparación planteada en el texto. A dos de los líderes, Dios les aseguraba que se superarían, si bien uno no lo podría ver dentro de su mandato y otro, ni en su propia vida; al líder austral, su interlocutor le pronosticó que también posiblemente se resolverían, si bien el horizonte excedería... del ¡“mandato divino”! Recojo esta referencia aproximada simplemente como recuerdo de la anécdota, y como constatación de las cualidades amenizadoras del referido gobernante autonómico, con el máximo respeto hacia la patria de Borges, y el permiso de mis amigos argentinos.

14 de julio de 2020

Esfuerzo fiscal y fraude fiscal


¿Es realmente baja la carga impositiva en España, tal y como suele afirmarse habitualmente? Para responder a esta pregunta se toma normalmente como referencia la presión fiscal agregada, que, en 2018, se situó en el 35,4% del PIB, algo menos de 5 puntos porcentuales por debajo de la media de la Unión Europea. La presión fiscal es, sin embargo, un indicador que sintetiza el juego de una serie de factores cuya influencia individual no se percibe en términos agregados. Así, es el resultado de la interacción de: i) la normativa existente acerca de la estructura y la configuración del sistema impositivo; ii) la reacción de los agentes económicos ante dicho marco fiscal; iii) el peso de la economía sumergida; iv) los niveles de cumplimiento y de fraude tributarios; v) la magnitud de los beneficios o gastos fiscales; vi) la fase del ciclo económico; y vii) las perturbaciones económicas extraordinarias.

De otro lado, la valoración de la carga tributaria no puede disociarse de la consideración de los servicios públicos que permiten evitar gastos privados de las familias ni de las prestaciones sociales que complementan sus ingresos a lo largo del ciclo vital. Adicionalmente, en países donde, como en España, los gastos fiscales tienen bastante importancia, bastaría con suprimirlos, y transformarlos en gastos públicos directos, para elevar la presión fiscal aparente sin ninguna alteración de las actuaciones realizadas.

Existe un amplio abanico de estimaciones del peso de la economía sumergida y de su impacto en la merma de ingresos fiscales en España. Una recapitulación de las principales estimaciones y de los procedimientos de cuantificación permite sugerir que dicha merma se cifra, como mínimo, en torno al 4% del PIB.

Ante una situación de déficit presupuestario como a la que se ve abocado el sector público español, es una fórmula casi ineludible plantear subidas fiscales. Sin embargo, toda reforma fiscal debería comenzar con una fase previa, la de determinar si los recursos existentes se emplean de una forma óptima o, dicho de otra manera, si todo el gasto público es estrictamente necesario, y si se utiliza eficientemente.

Y aún más importante es la adopción de medidas eficaces para combatir y reducir el fraude fiscal, fenómeno que, a veces, parece aceptarse como algo consustancial al sistema tributario. La existencia de fraude fiscal atenta frontalmente contra todos y cada uno de los principios en los que se sustenta el diseño de un sistema impositivo ideal, en particular los de generalidad e igualdad. Aun cuando no se dispone de datos oficiales, existen diversas estimaciones de origen académico, normalmente circunscritas a figuras impositivas concretas, fundamentalmente el IRPF y el IVA, de las que se desprende una pérdida recaudatoria, sólo en estos tributos, superior al 4% del PIB.

En este contexto, la tendencia a constreñir las medidas necesarias para allegar mayores recursos públicos al aumento de la carga tributaria, renunciando a otras actuaciones encaminadas a poner coto y minorar la sangría provocada por las distintas manifestaciones del fraude fiscal, da lugar a que la brecha entre quienes cumplen sus obligaciones tributarias y los que las eluden no haga más que agrandarse. Haciendo referencia incluso a la situación existente antes de la reforma fiscal de 1977, modernizadora del sistema fiscal español, un informe de la OCDE advertía de lo siguiente: la carga tributaria media puede ser relativamente baja, pero los valores efectivos son considerablemente superiores una vez que la carga se reparte entre quienes verdaderamente contribuyen.

Hace algunos años, el Fondo Monetario Internacional estimaba el esfuerzo fiscal (cociente entre la recaudación tributaria efectiva y la potencial, determinada ésta según variables socioeconómicas) de España en el 71%, por encima, por cierto, de Alemania (57%) y Suecia (62%). Aun siendo de interés obtener indicadores agregados, también lo sería poder conocer el verdadero esfuerzo fiscal en función del grado de cumplimiento efectivo de las obligaciones tributarias.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

12 de julio de 2020

Jo Nesbo: ¿de Hole al ‘hole’?

Desde hace ya más de una década, Jo Nesbo se ha venido afianzando como un escritor de éxito fuera de su país natal, Noruega. Lo ha hecho esencialmente de la mano de su atípico, anárquico, incontrolable, pero sumamente eficaz, investigador policial Harry Hole. Sus continuadas crisis existenciales ponen en bandeja la fácil ocurrencia de la recurrente propensión a hundirse en su propio apellido.

Las expectativas iniciales acerca del autor noruego, de quien se recoge insistentemente en las contraportadas de sus libros su condición de graduado en Economía, rasgo que no se percibe en demasía a lo largo de sus textos, eran muy prometedoras. Así lo expresaba en un artículo ya bastante lejano[1].

Quizás porque el referido investigador acumula ya una larga experiencia de intrincados y macabros casos, en la última entrega aparecida en el mercado español en 2020, “Sangre en la nieve”, cinco años después de la publicación del original, se prescinde de su participación en el reparto. Un asesino profesional retraído, reflexivo y con inclinaciones filosóficas, asume todo el protagonismo.

El ejercicio de su profesión transcurre de manera relativamente confortable. Lo es hasta que recibe un encargo un tanto especial, que le rompe todos sus esquemas y le altera sus protocolos. El peculiar profesional se mueve en un mercado con una situación de cuasi-monopsonio. Pues bien, su demandante primario, su empleador, si consideramos que estamos ante un supuesto de “falso autónomo”, le solicita que acabe con la vida de su propia esposa.

A partir de ahí comienza una espiral delirante, salpicada de vaivenes, hasta llegar a un desenlace que raya la entelequia. Eso no impide, naturalmente, que las críticas incluidas en una de las solapas se deshagan en elogios.

La en su día estrella emergente parece que, después de haber alcanzado su cénit, ha iniciado una fulminante caída. ¿Podrá ser cierto lo que se insinúa en el título de este post, y que el autor se haya metido en el hueco que deja su más que explotado personaje?



[1] “Jo Nesbo: una estrella emergente de la intriga”, en “Hipérbaton”, Málaga, 2011. No se incluyó en esta recopilación el artículo "Jo Nesbo y la tejeduría de novelas policiales", publicado en "Ymálaga" en octubre de 2010, en el que se destacaba la habilidad del escritor noruego para componer complicadas tramas narrativas.

9 de julio de 2020

Deterioro económico y salud mental: una enemistad peligrosa

Según el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, se entiende por “salud”, en su primera acepción, el “estado en el que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones”. Pese a ese orientación omnicomprensiva (en el ámbito funcional), hay una tendencia, acentuada recientemente, a segmentar la salud en diferentes categorías, de forma más o menos apropiada. Dicha tendencia se expande incluso a dimensiones que pertenecen al plano de lo material. Tal es el caso de la denominada “salud financiera”. 

Se trata de una expresión de nuevo cuño que, en la práctica, suele equipararse a la de bienestar financiero. De manera sintética, implica contar con el dinero suficiente para cubrir gastos y tener ahorros que ayuden a afrontar imprevistos futuros[1].

Aun cuando no hay que descartar la posible existencia de una relación negativa entre la renta y la felicidad (sic)[2], por lo que concierne a la salud mental, “el vínculo entre la pobreza y la salud mental ha sido reconocido desde hace muchos años y está bien documentado. En general, las personas que viven en una situación de dificultades financieras tienen un mayor riesgo de problemas de salud mental y de un menor bienestar mental”[3].

Así, a título ilustrativo, según estudio del año 2017 de la Mental Health Foundation, en el Reino Unido, un 73% de las personas incluidas en el tramo de renta más baja (menos de 1.200 libras mensuales) indicaba haber experimentado algún problema de salud mental durante su vida, mientras que dicho porcentaje, en el tramo de renta superior (más de 3.701 libras mensuales), era del 59%, que tampoco puede decirse que sea demasiado reducido.

El panorama se ha complicado enormemente en ambas facetas a raíz de la terrible pandemia del coronavirus, que, además de las sobrecogedoras cifras de víctimas, ha desolado el escenario económico y exigido un elevadísimo peaje, en forma de confinamiento medieval, para aplacarla. La crisis de la pandemia es una crisis poliédrica y también lo son, más que riesgos, los impactos ciertos sobre la salud: físicos, mentales, económicos y financieros.

Para agravar más la situación, se da la mencionada conexión negativa entre los problemas financieros y la salud mental. Y, como señala C. Barret, no dejan de ser como “el huevo y la gallina”. Ambos se exacerban entre sí[4].

Al pensar en esta relación biunívoca no he podido dejar de evocar la tesis defendida por Steven Pinker en la interesante e inquietante obra “La tabla rasa”. Merece la pena detenerse en ella, aunque sólo sea en su introducción. ¿Es nuestra mente el producto de la educación recibida y de nuestras vivencias sociales, o llegamos con alguna herencia genética que nos condiciona y nos predispone hacia una u otra dirección?


[1] Vid. J. M. Domínguez Martínez, “Los fines de la educación financiera”, Working Paper nº 2/2019, EdufiAcademics, Edufinet, pág. 3.
[2] Vid. “Los fines de la educación financiera”, op. cit., pág. 4.
[3] Vid. Mental Health Foundation, “The COVID-19 Pandemic, Financial Inequality and Mental Health”, mayo 2020.
[4] Vid. “Worried about money? Yor are not alone”, Financial Times, 18 de mayo de 2020.

8 de julio de 2020

“Una carta sobre la justicia y el debate abierto”: algunas cuestiones abiertas

Con fecha 7 de julio de 2020, un nutrido colectivo de destacados intelectuales, profesores, escritores, periodistas, artistas y otros profesionales han difundido una carta en Harper’s Magazine con el título “A Letter on Justice and Open Debate”. El contenido del documento ha causado sensación en la medida en que, bastante sorpresivamente, teniendo en cuenta el perfil ideológico y la trayectoria de algunos de los firmantes -baste señalar la presencia de Noam Chomsky,    que ya en su juventud se significó internacionalmente como crítico del dictador Francisco Franco-, se hace una clara llamada de atención sobre algunas de las tendencias sociales que, especialmente en los últimos tiempos, vienen materializándose en Estados Unidos, y que “tienden a debilitar nuestras normas de debate abierto y de tolerancia de las diferencias en favor de la conformidad ideológica”.

Dicha advertencia -aunque no se focaliza en nadie en concreto- va precedida de un inequívoco aplauso de las “potentes protestas por la justicia racial y social” y las reivindicaciones conexas. Asimismo, para mayor afianzamiento, y en evitación de posibles dudas y erróneas interpretaciones, se hace hincapié en cómo “las fuerzas del iliberalismo están ganando fuerza en todo el mundo” y en que tales fuerzas “tienen un poderoso aliado en Donald Trump, que representa una amenaza real para la democracia”.

Asimismo se asevera que “la resistencia [a dicha deriva] no debe permitirse que se convierta en su propia marca de dogma o de coerción -lo que ya están explotando los demagogos de orientación derechista”.

Era evidente que para formular la declaración difundida era necesario preparar el terreno. No era cuestión de efectuarla en términos absolutos. Al fin y al cabo, se trata quizás de tendencias que no son más que desviaciones sobrevenidas de planteamientos legítimos frente al mal. Ahora bien, tras leer el sucinto pero inquietante repertorio de “prácticas” denunciadas, surge inevitablemente una duda acerca del momento en que empezaron a aparecer, y sobre si el silencio o el respaldo otorgado por algunos de los ahora firmantes del manifiesto han podido coadyuvar en su consolidación.

Otras cuestiones se suscitan igualmente, como las siguientes: ¿existen algunas otras amenazas reales a la democracia en el contexto internacional que debieran ser también mencionadas?, ¿existe un monopolio ideológico de los dogmas?, ¿se podrá invertir la evolución observada?... Y una curiosidad, ¿puede que algunos de los firmantes de la carta lleguen a encajar en la categoría de “los intelectuales que se llaman a sí mismos ‘progresistas’ [y que] en realidad odian el progreso”? Categoría ésta señalada por Steven Pinker, a la sazón, uno de los intelectuales que suscribe el texto comentado. También lo hace Mark Lilla, especialista en el estudio de los intelectuales “filotiránicos”. 

En fin, hay que celebrar que tan significados intelectuales y afines apuesten claramente por la tolerancia y la libertad de pensamiento, y que efectúen un rechazo tan contundente a “cualquier falsa elección entre justicia y libertad, que no pueden existir una sin la otra”.

6 de julio de 2020

Cortoplacismo, desastres inesperados y espacios fiscales: la visión de V. Tanzi

El análisis de la actuación del mercado y del sector público pocas veces converge en la identificación de fallos comunes a ambas formas de adopción de decisiones económicas. Vito Tanzi sí encuentra una zona de intersección entre las orientaciones de ambas esferas[1].

Por una parte, considera que la noción de mercados competitivos y flexibles lleva a una situación en la que se desatiende la acumulación de fondos para hacer frente a escenarios económicos adversos. En lugar de acumular ahorro, se acumulan deudas.

A su vez, la actuación del sector público se ve condicionada por el ciclo electoral, como se sostiene en el enfoque metodológico referido en el post de este blog de fecha 5-7-2020. Según Tanzi, “un gobierno que decidiera gastar suficiente dinero para cubrir potenciales necesidades futuras… correría el riesgo de perder las siguientes elecciones”. Asimismo sostiene que “el cortoplacismo es consistente con la visión de equilibrio de la eficiencia, una visión que enfatiza las necesidades inmediatas de las economías y de los ciudadanos, e ignora las necesidades de las generaciones futuras. Esta es la naturaleza esencial de una economía de mercado y de un gobierno democrático. La primera se preocupa por los costes a corto plazo y el segundo por los votos en las próximas elecciones”.

El exdirector del Departamento de Asuntos Fiscales del Fondo Monetario Internacional se muestra también crítico respecto de quienes simplemente recomiendan prescindir de la denominada “austeridad” y de quienes propugnan “una nueva, extraña teoría llamada la ‘Nueva Teoría Monetaria’”, que sostiene que cualquier gasto público puede atenderse con deuda o mediante la creación de dinero: “Naturalmente, la adhesión a estas recomendaciones ha hecho que sea aún más difícil para los países afrontar las futuras grandes e inesperadas necesidades de gasto, como las asociadas con desastres o pandemias”. Debería preverse, según él, la creación de algún “espacio fiscal” para hacerles frente.

P.S.: Sin haberlo planificado, creo que la anterior opinión de Tanzi, aunque escuetamente expresada, ofrece una respuesta directa a una consulta que me formularon, hace algunas semanas, acerca de las propuestas de algunos economistas situados en la órbita de la Teoría Monetaria Moderna, y que tenía pendiente de cumplimentar.


[1] V. Tanzi, “Perfect markets, perfect democracies and pandemics”, Iberoamerican Association of Local Finance (AIFIL), in tribute to Luiz Villela (fallecido como consecuencia de la Covid-19), 2020.

5 de julio de 2020

La Economía Política de la Política Económica

En un número reciente de la revista Finance & Development se incluye un interesante artículo de Jeffry Frieden, con el título reflejado en el de este post. En esencia, este profesor de la Universidad de Harvard aboga por conformar una disciplina que preste atención a las interacciones entre la Economía y la Política. Y, a tal efecto, reivindica el nombre clásico de Economía Política, con el que empezó su recorrido la ciencia económica.

En este sentido, se propugna incluir el estudio de cómo la política afecta a la economía, y de cómo la economía afecta a la política… algo bastante coherente y necesario, pero ¿se trata de una proposición metodológica realmente novedosa?

El hecho de que, en su devenir histórico, la Economía perdiese del nombre la vertiente política no implica en modo alguno que hubiese que hacer abstracción del componente político a la hora de elaborar modelos explicativos de la realidad. Aun cuando existen importantes contribuciones en las que la esfera pública ocupaba un lugar preponderante, no es menos cierto que, durante décadas, en los desarrollos de la corriente principal, el sector público en su conjunto se concebía como un ente abstracto, encarnado en una especie de dictador benevolente y omnipotente.

De manera explícita, fundamentalmente desde mediados del siglo XX, la denominada teoría de la elección pública vino a desmontar la aparente consistencia de ese enfoque otrora dominante y que, pese a todo, sigue teniendo no pocos adeptos.

Aunque quizás influido por el posible sesgo que se deriva de una larga trayectoria de dedicación al estudio de la Teoría de la Hacienda Pública, cuyo campo es inherentemente interdisciplinar, y que puede, de hecho, concebirse como una mezcla de disciplinas, no deja de ser sorprendente encontrarse, a estas alturas, con semejantes justificaciones. La perspectiva política, la sociológica, y la psicológica son, entre otras, elementos imprescindibles como complemento de la aproximación económica[1].

El artículo de referencia tiene un comienzo arrebatador y levanta unas expectativas enormes ante la aplicación del enfoque propugnado a la crisis del coronavirus: “La pandemia de la COVID-19 ilustra destacadamente la intersección de la política, la economía y otras consideraciones. Los expertos en salud pública han advertido desde hace tiempo que el mundo era probable que afrontara una gran pandemia y reclamaban una mayor preparación. Pero los políticos que tienen que centrarse en las próximas elecciones ven difícil invertir el tiempo, el dinero y el capital político para abordar la posibilidad abstracta de una futura crisis. Y así la mayor parte del mundo no estaba preparada para una amenaza sanitaria pública global de la magnitud planteada por el nuevo coronavirus. A medida que la pandemia se ha extendido por el mundo, la respuesta de las políticas aplicadas ha continuado condicionada por las realidades políticas… Las respuestas de las políticas nacionales a la pandemia de la COVID-19 varían por razones sanitarias, económicas, y políticas”.

A la postre, nos quedamos con unas indicaciones muy genéricas que han de aterrizarse por quien quiera indagar acerca de las claves que han marcado la estrategia seguida en el caso español. Para su adecuado análisis haría falta sin duda alguna pericia especial, dadas las singularidades concurrentes. Además de los enfoques metodológicos mencionados, podría ser de utilidad disponer de algunas de las habilidades propias de los creadores del realismo mágico. Y, por supuesto, no cabe olvidar la extraordinaria importancia que siempre, pero especialmente en un contexto de crisis, puede tener la política de comunicación.


[1] Esa es la tesis defendida en J. M. Domínguez Martínez, “Proyecto Docente de Hacienda Pública y Sistema Fiscal”, Universidad de Málaga, 1999.

3 de julio de 2020

La participación de los salarios en la renta nacional


Tradicionalmente, la participación de las rentas del trabajo dentro de la renta nacional se situaba en torno a un valor que se mantenía estable a lo largo del tiempo. Sin embargo, en la mayoría de los países avanzados, se viene observando una tendencia decreciente de dicha participación. En el caso de España, esta ratio se mantuvo por encima del 60% desde 1960 hasta 1985. A partir de entonces, aunque con algunas oscilaciones, muestra una tendencia de suave descenso, hasta llegar a niveles del 53% en los últimos años, unos 14 puntos porcentuales por debajo del máximo, alcanzado a mediados de los años setenta.

La estabilidad en las cuotas de reparto entre el capital y el trabajo llamó la atención de Keynes, quien, en 1939, llegó a escribir que en ella había “algo de misterio”. Años después, en 1958, Solow, Premio Nobel de Economía en 1987, desmontó las claves de la supuesta intriga: “… se ha creído ampliamente que la participación de la renta nacional que va al trabajo es una de las grandes constantes de la naturaleza, como la velocidad de la luz… como la mayoría de los milagros, éste puede ser una ilusión óptica”.

En efecto, una vez que observamos la gran cantidad de variables que intervienen en la determinación de dicho porcentaje, difícilmente podemos encontrar una teoría que respalde su invariabilidad. Según estudios para diversos países, la estabilidad de la participación de la renta del trabajo tenía poco misterio. Era simplemente el resultado de fuerzas entre, y dentro de, sectores que se contrarrestaban entre sí.

Por otro lado, no faltan problemas metodológicos respecto a esta cuestión. Por lo que concierne a la forma de calcular el reparto de la renta nacional, se sigue el siguiente procedimiento: el montante total del producto interior bruto (PIB) a precios de mercado se reparte entre: a) remuneración de asalariados; b) excedente de explotación (en sentido amplio); y c) impuestos netos sobre la producción y las importaciones. Algunas precisiones son necesarias:

  • La perspectiva considerada corresponde a la distribución funcional de la renta. Más significativa puede resultar la distribución personal, que tiene en cuenta las distintas fuentes de ingreso obtenidas por las familias, ya sean del trabajo o del capital.
  • La remuneración de los asalariados comprende los sueldos y salarios brutos, así como las cotizaciones sociales a cargo de los empleadores.
  • Las rentas de los trabajadores autónomos se incluyen en su totalidad como rentas del capital, aun cuando una parte corresponde a la aportación del trabajo. De esta manera, la participación del trabajo en la renta queda infravalorada.
  • La parte del capital se ve igualmente acentuada por la inclusión del excedente de explotación de las administraciones públicas, concepto que, en este caso, recoge simplemente el consumo de capital fijo.

La realización del pertinente ajuste con las retribuciones del trabajo de los autónomos (estimadas) eleva la participación de la renta laboral en torno a 5 puntos porcentuales, pero no elimina la tendencia a la baja. Cabe preguntarse cuáles son las causas de ese descenso, después de una larga etapa de considerable estabilidad:

  • Automatización de los procesos de producción, impulsada por los avances tecnológicos y una reducción del precio relativo de los bienes de capital.
  • Ganancia de cuota de mercado de empresas punteras.
  • Efectos de la globalización económica, con deslocalización de actividades hacia países con costes reducidos.
  • Disminución del poder de negociación colectiva de los trabajadores.
  • Aumento de la importancia de los contratos temporales y a tiempo parcial.

Al margen de las posibles consecuencias en cuanto a la distribución de la renta personal, dada la mayor concentración de las rentas del capital, la tendencia analizada tiene implicaciones en la vertiente macroeconómica, toda vez que condiciona la capacidad de gasto. Por último, no cabe olvidar que, como siempre que se habla de ratios, no sólo hay que atender al porcentaje, sino también a la cuantía absoluta sobre la que se aplica.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 3 de julio de 2020)

2 de julio de 2020

La caída de Wirecard: a la búsqueda de un buen escardador

Se habla insistentemente de aplicar unas reglas del juego comunes a todos los equipos que participan en una misma competición y a todos los agentes que operan en un mismo mercado. Para que una competición sea equitativa, los contendientes han de actuar en un terreno de juego equilibrado (“a level playing field”). Parece bastante lógico, pero antes incluso de nivelar el terreno de juego sería altamente deseable que se llevara a cabo una función cada vez más imprescindible, cuyo papel, bien ejercido, podría ahorrar muchos costes y quebraderos de cabeza. Se trata de la función del “escardador”, “persona que escarda los panes y sembrados”[1].

En el caso de la trayectoria de la compañía alemana de procesamiento de pagos Wirecard, no sólo se ha apreciado el problema estructural de la falta de un terreno equilibrado para las fintechs y otros operadores financieros tradicionales, sino que también, de manera especialmente sangrante, se han echado de menos los buenos oficios de un escrupuloso escardador. Hasta tal punto es así que lo que verdaderamente era una hierba nociva se tenía por una flor delicada. En este sentido, aparecía como buque insignia del sector fintech germano, con una tecnología de vanguardia que hacía uso de instrumentos en las áreas del machine learning y de la inteligencia artificial. En el año 2018, reemplazó a Commerzbank en el prestigioso índice Dax 30 de Alemania. Se decía que era una rara firma tecnológica europea capaz de desafiar a los gigantes de Silicon Valley.

El proceso de ascenso, auge y caída de Wirecard merece ser objeto de estudio, pues son muchas las enseñanzas que se desprenden del mismo. Sin renunciar a hacerlo, si surge la oportunidad, no puedo dejar de señalar aquí un rasgo que llama la atención. Cuando se repasan los principales hitos de esa historia, uno tiene la sensación de estar leyendo un guion de una película bastante mala[2].

Apañados estaremos si el futuro tecnológico lo ha de marcar una empresa que basa su plan de negocio en la gestión de los pagos por acceso a sitios de pornografía en Internet, y de apuestas de juego. ¿Y qué diríamos de la película si viéramos que, otras irregularidades al margen, el nudo gordiano de la quiebra de una empresa cotizada y auditada estaba en unos depósitos ficticios que, por importe de 1.900 millones de euros, figuraban aparentemente en entidades bancarias asiáticas?

Y tampoco puede obviarse que, como la mayoría de las empresas germanas, Wirecard estaba dotada de una estructura de administración dual, con su órgano ejecutivo y su órgano de supervisión, lo que conforma el esquema que tanto pondera Piketty como elemento de su propuesta de socialismo participativo.


[1] Escardar: “1. Arrancar y sacar los cardos y otras hierbas nocivas de los sembrados. 2. Separar y apartar lo malo de lo bueno para que no se confundan” (DRAE, 23ª ed.).
[2] La referida secuencia se describe en D. McCrum, “Wirecard: the timeline”, Financial Times, 25 de junio de 2020.

1 de julio de 2020

Los bajos tipos de interés son un impuesto sobre los ahorradores: ¿realmente es así?

En una reciente entrada de este blog se hacía referencia a la proposición contenida en la primera parte del título de esta otra, que reproduce el de un artículo de Don Ezra publicado en el diario Financial Times (24-6-2020): “Low interest rates are a tax on savers”.

En dicha entrada se hacían diferentes disquisiciones, y se dejaba formulada la siguiente pregunta: ¿pueden equipararse los bajos tipos de interés a un impuesto?

Una persona, que me asegura no estar en disposición de llevar a cabo un “Trabajo Fin de Grado”, como se sugería para los miembros de un determinado colectivo, me traslada, no obstante, su interés por reflexionar acerca de este tema, y me pide que le avance algunos posibles criterios orientativos.

Sin ánimo en absoluto de agotar el tratamiento de esta cuestión, a tal efecto realizaría al menos las siguientes consideraciones:
  1. Para saber si una medida o una actuación económica puede equipararse a un impuesto, conviene siempre recordar cuáles son los rasgos esenciales de un impuesto. Sin atenernos a la definición in extenso propugnada por Neumark, podemos decir que un impuesto es una obligación coactiva y sin contraprestación de transmitir valores económicos (dinero), por una persona (sujeto pasivo), a favor del Estado. Es evidente que, en el caso considerado, se incumplen algunas, si no todas, de las premisas básicas para llevar a cabo la calificación impositiva respecto al caso planteado.
  2. También lo es que no toda merma de la capacidad adquisitiva de una persona es imputable a la aplicación de algún tributo, no sólo ya en el plano jurídico, sino incluso en el económico, que no atiende a formalidades. Pensemos, por ejemplo, en una pérdida patrimonial por una caída de las cotizaciones bursátiles.
  3. En el referido artículo del Financial Times se señala: “Supongamos que el tipo de interés ‘natural’ que un banco ofrecería por captar depósitos de ahorro… sería del 4%. Y supongamos que el tipo vigente es del 1%. Usted está perdiendo el 3% que habría obtenido si los tipos de interés no se hubiesen forzado artificialmente a la baja. Para mí, esto es justo como un impuesto. Es como un aumento en los tipos del impuesto sobre la renta”. Es posible que el impacto económico sea el mismo, pero en un caso la contraparte serían las arcas públicas y en el otro, los prestatarios que disfrutan de unas ventajosas condiciones de financiación.
  4. El efecto redistributivo sí es manifiesto y, en este sentido, podría buscarse una semejanza con el resultado final de una actuación estatal doble, una por la vía recaudatoria sobre el colectivo de ahorradores y, posteriormente, otra, por la de la transferencia hacia el de prestatarios.
  5. Finalmente, negar la naturaleza tributaria de una actuación no significa ignorar la posible responsabilidad pública que pueda estar en el origen de aquélla.

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