18 de julio de 2020

“La mujer del bosque”: otra vuelta de tuerca de John Connolly

Hace ya prácticamente un año hice votos para no volver a leer ninguna novela más de John Connolly[1]. Sin embargo, una vez más, caí en la trampa al comprar un ejemplar de la última publicada en España –“La mujer del bosque”- y, posteriormente, no he podido evitar la tentación de empezar su lectura, contra toda pronóstico, concluida.

Algo raro ocurre con los libros del escritor irlandés, capaces de crear una suerte de adicción difícil de eludir pese a los propósitos de enmienda. Quizás sea por quedar conmovidos por el aciago destino del atormentado protagonista, por la atracción de los recónditos parajes de Maine, o por la subyugación ante su inacabable colección de siniestros personajes, a cual más sórdido y repulsivo, que rivalizan en su grado de implacable letalidad.

En esta entrega ésta sube muchos niveles, de tal manera que hasta destaca en la exigente escala connolliana. La aparición de un cadáver de una joven, enterrada en los bosques de Maine, que, según las evidencias, había dado a luz antes de fallecer, es el desencadenante de la trama. Una estrella de David grabada en el tronco de un árbol cercano es la única pista. Esta señal da pie a que un conocido abogado encargue a Parker la búsqueda del niño, tras cuya pista, y por otros motivos, también va una singular pareja procedente del viejo continente.

La obsesión por los libros antiguos, donde pueden encontrarse mensajes cifrados capaces de desencadenar grandes cambios, la pertenencia a hermandades secretas, y la protección de mujeres maltratadas son ingredientes presentes en la novela. No faltan, naturalmente, los elementos sobrenaturales, en una abundante dosis.

También Connolly nos coloca ante un dilema moral. ¿Qué debemos hacer ante la provocación de una bandera confederada exhibida en un vehículo estacionado?: ¿ignorarla?, ¿esperar a que llegue el conductor para cuestionarle su actitud?, ¿causarle algún desperfecto menor al vehículo?, ¿prenderle fuego?... A través de la actitud de sus personajes, primero Louis y luego Parker, el autor manifiesta claramente su posición al respecto, sin ningún tipo de fisuras. Como bien se sabe, “national flags matter”, aunque da la impresión de que unas más que otras.

Desde que arranca la historia, el relato apenas concede tregua, no hay respiro para el lector, ante cuyos ojos van apareciendo personajes unidos por nexos casuales o causales, y que, en una tasa fuera de lo común, muchos desaparecen a causa de las grandes dotes exterminadoras de la pareja visitante.

Toda novela tiene un principio, pero no todas tienen un fin. “La mujer del bosque”, decimoséptima entrega de la serie de Charlie Parker, es una de ellas. El mensaje introducido, como epílogo, en el crucigrama del diario Times augura una caza prolongada, y una clara señal de que el tiempo del detective con una hija en este mundo y otra que lo protege desde el más allá no ha acabado.


[1] “El frío de la muerte”, de John Connolly: la ley de los rendimientos decrecientes”, blog Tiempo Vivo, 27 de julio de 2019.

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