Un nuevo acrónimo, como una especie de espectro, recorre el
sistema financiero y amenaza el viejo orden. En el idioma francés, a falta de
una tilde, tiene un significado directo; en español, forma parte del propio
vocablo. Las finanzas descentralizadas (DeFi) representan un desafío en toda
regla para el sistema financiero tradicional. Para quienes nos incorporamos a
éste a principios de los años 70, en la prehistoria, cuando las cuentas
bancarias de los clientes aún se registraban en soporte físico, nos produce
vértigo simplemente tratar de imaginar los sofisticados circuitos de blockchains
(cadenas en bloque) a través de los que se llevan a cabo transacciones
validadas por una red de ordenadores independientes.
DeFi es un término paraguas que engloba un conjunto de plataformas
que ofrecen servicios financieros de forma automática y sin intermediarios
centralizados. Un elemento crucial son los smart contracts (“contratos
inteligentes”), en los que se recogen una serie de condiciones que, si se
cumplen, desencadenan las operaciones previstas, prescindiendo de cualquier
intervención humana. Con objeto de poder llevar a cabo las transacciones con
certeza en el plano monetario, se utilizan stablecoins, que son
criptomonedas cuyo valor está vinculado al de alguna moneda fiduciaria real
potente, como el dólar estadounidense. Ethereum, lanzada en el año 2015,
principal plataforma que opera en DeFi, ha creado el “Ether” como moneda. El
volumen de las transacciones gestionadas por esta plataforma viene creciendo de
forma exponencial, y ha pasado de 116.000 millones de dólares, a principios de
2020, a 2,5 billones de dólares, en el segundo trimestre de 2021.
Los partidarios de DeFi señalan como ventajas principales de este
sistema la inmediatez, la seguridad, la privacidad y el menor coste en
comparación con los intermediarios tradicionales. La filosofía de las finanzas
descentralizadas lleva a prescindir completamente de los intermediarios bancarios,
de forma que cualquier persona pueda acceder directamente a servicios
financieros acudiendo a alguna de las referidas plataformas.
Una objeción que puede hacerse es que, pese a su enorme potencial,
las finanzas descentralizadas no han encontrado, hasta ahora, una economía
“real” a la que servir. La mayor parte de las operaciones realizadas son de
carácter especulativo y de arbitraje en los mercados de divisas. No obstante,
según algunos analistas, 2022 puede ser el año del despegue definitivo de DeFi.
Son varios los escenarios posibles. Una de las áreas de mayor desarrollo es la
extensión de los NFTs (non-fungible tokens, “símbolos no fungibles”,
distintivos únicos asociados a un objeto), al ámbito de los inmuebles, acciones
y bonos. Mediante la comercialización de tokens de pequeña cuantía
monetaria, cualquier persona podría participar en la propiedad de activos
mobiliarios e inmobiliarios, además de su uso en relación con obras de arte, el
oro o cualquier otra cosa.
Pese a sus atributos, no puede decirse que todo el monte sea
orégano en el universo DeFi. Existen distintos riesgos. No menores son los que
se derivan del anonimato y de la inexistencia de una normativa sobre prevención
del blanqueo de capitales. Además, paradójicamente, pese a su vocación de
descentralización a ultranza, DeFi necesita contar con un marco de gobernanza
central, puede dar a lugar a una excesiva acumulación de poder e influencia por
los principales verificadores de operaciones, y se basa en la referencia de
monedas controladas por instancias públicas de las que se quiere prescindir
totalmente.
“La mayoría de los negocios de los
antiguos no se realizaban con monedas, ni siquiera con billetes, sino con una
especie de fichas de dinero que se enviaban eléctricamente a través del aire.
Cuando sobrevino el Apocalipsis, los aparatos fallaron y toda su fortuna
desapareció”. Quizás no quepa esperar que los defensores de DeFi
recomienden entusiásticamente la lectura de la inquietante novela “El despertar
de la herejía”, de Robert Harris (Grijalbo, 2021). Pero es innegable que hay
que estar muy despiertos ante cualquier operación financiera que se pretenda
realizar, ya sea de carácter presencial, telemático, o etéreo, en el nuevo marco
de las criptofinanzas.
(Artículo publicado en el diario “Sur”)