25 de mayo de 2019

La eficiencia según Winnie the Pooh

Son no pocas las películas que tienen connotaciones, más o menos explícitas, y más o menos intensas, relacionadas con el mundo económico. Pensándolo bien, es más bien raro que en alguna de ellas no encontremos alguna referencia económica directa o indirecta. Hay obras cinematográficas que constituyen auténticos iconos de las relaciones económicas. Hay elaboraciones absolutamente magníficas, pero, en ocasiones, todo hay que decirlo, introduciendo clamorosas distorsiones producto de la simplificación, el desconocimiento, los sesgos ideológicos, o alguna otra razón. En el séptimo arte, no sabemos de antemano qué lugar ocupará el rigor económico, pero el efecto expansivo de la gran pantalla es extraordinario, ya se trate de mensajes certeros o distorsionados.

En este ámbito, cabe destacar el papel desempeñado por algunas películas infantiles ya clásicas. En la sección “Sistema financiero y ‘Séptimo Arte’” del blog “Todosonfinanzas”, de José María López, se abordan las relaciones aquí evocadas.

No es el propósito de esta entrada adentrarse en la materia, sino simplemente dejar constancia de un aleccionador detalle contenido en una película aparentemente para niños, aunque realmente no estoy muy seguro si, más bien, no lo es para adultos. Se trata de “Christopher Robin”, dirigida por Marc Forster (2018).

Desde mi punto de vista, son notables las lecciones, económicas y extraeconómicas, que pueden extraerse de esta obra cinematográfica. El detalle en cuestión está relacionado con el concepto de eficiencia, ciertamente complicado de precisar en determinados contextos, entre ellos el de una entidad bancaria. En este sector, suele utilizarse un indicador de eficiencia (gastos de explotación/margen bruto) que realmente no mide la eficiencia, sino una mezcla de aspectos heterogéneos. La verdadera eficiencia es, en la práctica, tan difícil de calcular, que quizás sea “más fácil encontrar rosas en el mar”.

Y es en el mar donde encontramos, gracias a Pooh, una buena pista para seguir el curso de la eficiencia, aunque, finalmente, se nos pueda escabullir como un pez.

En la película, a pregunta de Winnie the Pooh, Christopher Robin le explica que él trabaja “as an efficiency manager for a luggage company”. Posteriormente, tras la reprimenda que dedica al osito por su falta de atención y cuidado, Pooh la acepta, resignado, y le admite que “You should let me go for a fish in the sea”…

Por fin, disponemos una definición de eficiencia de amplio espectro: tal vez la eficiencia solo sea un pez en el mar. Desafortunadamente, la resignación de Pooh no es tan ocurrente en la versión española (“Deberías despedirme por falta de paciencia”).

Aunque hay quien se mueve como pez en el agua cuando se trata de calibrar la eficiencia, especialmente si se refiere a la ajena, no podemos olvidar la célebre sentencia de Nietzsche: “enturbian todas sus aguas para simular que son profundas”. En cualquier caso, tampoco falta razón al Pooh de habla hispana: en cuestión de eficiencia, es preciso tener paciencia.

21 de mayo de 2019

El marco fiscal de los autónomos en España


La forma jurídica de la empresa predominante en España es la de la persona física. Un 54% de los 3,3 millones de empresas computadas en el Directorio Central de Empresas responden a dicho perfil. La verdadera importancia de los autónomos es mayor si tenemos en cuenta que, según la Encuesta de Población Activa, dentro de los ocupados ascienden a casi 3,1 millones.

El sistema impositivo despliega prácticamente toda su batería de efectivos para someter a gravamen los eventos que marcan las principales etapas de la vida de una empresa así como las transacciones que, de forma recurrente, son necesarias para la producción y la distribución de bienes y servicios. Así pues, con la lógica excepción del impuesto sobre sociedades, los autónomos afrontan la colección de impuestos y cargas asimilables que integran la fiscalidad empresarial, además del impuesto sobre la renta de las personas físicas (IRPF) en relación con los beneficios derivados de su actividad económica.

Ha de tenerse presente que la fiscalidad afecta a los autónomos en diferentes planos: i) como obligados a soportar la repercusión o como sujetos pasivos, sin perjuicio de que la carga impositiva pueda ser repercutida a los clientes formalmente como impuesto diferenciado, o bien tenida en cuenta como un componente del coste; ii) será el juego de la oferta y la demanda en el mercado el que determine qué parte de la carga efectiva acabarán soportando; iii) cumplimentación de obligaciones accesorias, tales como altas en registros, declaraciones censales, pagos fraccionados, retenciones e ingresos a cuenta, y otras obligaciones formales.

Resulta oportuno abordar la incidencia de los impuestos en función de las mencionadas etapas y transacciones típicas:

  1. Inicio de la actividad empresarial: Al no proceder la constitución de una sociedad ni ser necesario contar con un capital mínimo, el empresario individual no tiene que hacer frente a los tributos propios de una empresa societaria en su fase inicial. Sí habrá de darse de alta en el Impuesto sobre Actividades Económicas, si bien en éste prevalece una exención para las personas físicas. Igualmente será preciso efectuar la presentación de la declaración censal ante la Agencia Tributaria, así como el alta en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos de la Seguridad Social (cuota anual entre 3.336 y 13.608 euros en 2018), y en el Régimen General de ésta, en caso de contratar a empleados.
  2. Inversiones: Generalmente, las inversiones conllevarán el pago del IVA, que podrá recuperarse del IVA repercutido en las ventas. A su vez, el coste de las inversiones podrá detraerse como gasto deducible en el IRPF, en concepto de amortización.
  3. Adquisición de bienes corrientes y servicios: Tales compras también estarán sometidas al IVA, que igualmente será compensable en el IVA repercutido. En el supuesto de que los bienes y servicios estén sujetos a impuestos especiales, salvo en el caso del impuesto de matriculación de vehículos, formarán parte de la base del IVA.
  4. Gastos de personal: Al margen de la obligación de efectuar retenciones e ingresos a cuenta por las retribuciones del personal contratado, el autónomo ha de hacer frente a la cuota empresarial de las cotizaciones sociales.
  5. Financiación: Los intereses de préstamos obtenidos son un gasto deducible en el IRPF.
  6. Ventas de bienes y servicios: Estas operaciones, salvo que queden exentas, están gravadas por el IVA, que el empresario está obligado a repercutir a sus clientes. En el supuesto de que se trate de ventas a empresarios de otros países, quedan exentas de IVA, en tanto que existe el derecho a recuperar de la Administración tributaria el IVA soportado en las compras. Para los autónomos acogidos al régimen de estimación objetiva en el IRPF es de aplicación el régimen simplificado respecto al IVA.
  7. Transmisiones de activos: Como regla general, las transmisiones de bienes efectuadas en el marco de una actividad empresarial están sujetas al IVA.
  8. Beneficios: Los beneficios generados por el ejercicio de la actividad empresarial tributan en el IRPF como rendimientos de actividades económicas. La estimación directa es el método normal de determinación de la base imponible, si bien existe un procedimiento simplificado, además de un sistema de estimación objetiva basado en módulos, de acogimiento voluntario en función de su volumen de ventas. En otros países se aplican métodos similares.
  9. Tenencia de activos: Determinados activos están sujetos a impuestos asociados a la propiedad: los bienes inmuebles, al Impuesto sobre Bienes Inmuebles; los vehículos, al Impuesto sobre Vehículos de Tracción Mecánica. Adicionalmente, el patrimonio neto del autónomo puede quedar sujeto al Impuesto sobre el Patrimonio, aunque existe una exención para aquellos bienes afectos a la actividad económica, siempre que dicha actividad constituya la fuente de renta principal.
  10. Cese de la actividad: Se generan también distintas obligaciones fiscales en los supuestos de cese de actividad, así como por la transmisión del patrimonio empresarial, ya sea de forma onerosa, o gratuita.

En el año 2016, el rendimiento neto medio de los declarantes de rendimientos de actividades económicas mediante estimación directa ascendió a 12.807 euros (10.074 euros, en el caso de los declarantes por estimación objetiva de actividades no agrarias, y 3.281 euros, en el de los vinculados al sector agrario). La cifra media de los declarantes de rendimientos del trabajo fue de 20.558 euros.

Según un estudio de la OCDE para un total de 41 países, el tipo de gravamen medio del IRPF de los autónomos evoluciona de la siguiente manera, en función del nivel de ingresos respecto al salario medio (100%-200%-300%-400%-500%): 15%-22%-26%-29%-31%; para España, los tipos respectivos son: 17%-25%-32%-36%-38%. Por otro lado, en España el tipo impositivo marginal considerando el IRPF y las cotizaciones sociales del autónomo, para un nivel de renta equivalente al salario medio, es del 50%, mientras que el valor mediano para dichos países es del 39%.

(Artículo publicado en el “Anuario Joly de Andalucía 2019”)

18 de mayo de 2019

Impuestos redistributivos y justicia aristotélica

En España y en otros países, son cada vez más frecuentes las propuestas de impuestos con fines claramente redistributivos. Suele utilizarse el término “redistribución” para hacer alusión al efecto que la aplicación de los impuestos genera en el reparto de la renta entre la población. Sin embargo, en sentido estricto, los impuestos por sí mismos no redistribuyen, al menos directamente. Es cierto que se genera un nuevo reparto de los ingresos, una vez que se detraen a los contribuyentes las cuotas que les correspondan, pero, en ese proceso, nadie recibe cantidad adicional alguna, salvo el Estado.

Si tomamos las acepciones del Diccionario de la Lengua Española, redistribuir consiste en “distribuir algo de nuevo” o “distribuir algo de forma diferente a como estaba”. Tras la aplicación de impuestos, formalmente, de lo único que podemos tener certeza es que ha habido un flujo de dinero desde los contribuyentes al Estado. Lo que haga el Estado con ese dinero recaudado es otro asunto. En función de cómo se reparta, los efectos distributivos de los impuestos podrán verse acentuados o, por el contrario, contrarrestados.

Es razonable esperar que las opiniones de los ciudadanos acerca de los dos tipos de medidas, impositivas y de gastos, difieran en función de la posición de cada uno respecto a las mismas. Así, aun cuando puedan ser actuaciones adecuadas desde un punto de vista social agregado, desde una óptica individual tiene realmente poco mérito defender la aplicación de impuestos que no recaigan sobre uno mismo, como la puesta en marcha de programas de gasto de los que se sea beneficiario directo. Sobre el papel, lo tendría mucho más reclamar cargas impositivas que recaigan sobre los proponentes, o reivindicar líneas de gasto ajenas a estos últimos.

Estas cuestiones, aun siendo sumamente elementales, nos llevan a la consideración de los fundamentos de las reglas democráticas y, especialmente, al juego de las mayorías y las minorías. En el fondo, se trata de uno de los problemas analizados por Aristóteles. En el Libro III de “Política” dejó escrito lo siguiente: “Se plantea un problema: ¿quién debe ejercer la soberanía en la ciudad? ¿Acaso la masa, o los ricos, o los ilustres, o el mejor de todos, o un tirano? Pues todas estas posibilidades parecen claramente presentar dificultades… todas esas soluciones son malas e injustas”.

Respecto a la que más se aproxima a algunas de las propuestas recientes en materia fiscal, señalaba que “Si los pobres por el hecho de ser más se reparten los bienes de los ricos, ¿no es eso injusto?... O de otro modo, si tomamos toda la población y los más se reparten los bienes de los menos, es evidente que destruyen la ciudad”. ¿Cómo habría que proceder, pues, para buscar algún equilibrio entre objetivos contrapuestos? ¿La solución planteada por Sloterdijk (eXtoikos, nº 17, 2015)? Tal vez esta podría prosperar en un mundo ideal, ¿pero cuál sería el camino a seguir en el mundo real?

14 de mayo de 2019

Al turismo… una sonrisa, ¿o un impuesto?


Para las personas de mi generación, que fuimos niños en la década de los años sesenta, la llegada de turistas a España, en general, y a la Costa del Sol, en particular, está llena de una carga simbólica y emotiva. La paulatina conversión de la que, hasta no hacía mucho, era una economía autárquica, en una potencia turística, marcó un hito en la senda de la modernización socioeconómica, creó riqueza y generó oportunidades de empleo. Para los malagueños, era un motivo de orgullo que turistas de países europeos, que antes habían acogido a nuestros emigrantes, eligiesen nuestra provincia como destino vacacional o residencial.

Muy lejos quedan aquellas imágenes de agasajo al “turista un millón”. Con cerca de 83 millones de visitantes en 2018, España está consolidada como el tercer destino turístico mundial. El turismo tiene una aportación directa al PIB del 11% y de más del 13% al empleo total en España. En la provincia de Málaga, considerando sus efectos indirectos, representa en torno a una cuarta parte del PIB.

Con la transformación del turismo de “bien escaso” en “fenómeno de masas”, han cambiado también las percepciones y las actitudes, especialmente en localidades que atraen a enormes flujos de visitantes. En algunos casos, las restricciones y, más genéricamente, los impuestos y otros gravámenes de diversa naturaleza tiñen de color sepia las fotografías de antaño que exaltaban su visita.

A pesar de las connotaciones emotivas que emanan de la memoria, que nos hacen ser reticentes a erigir barreras tributarias a quienes desean compartir los encantos de nuestra tierra, el turismo se ha adentrado de lleno en el terreno de la política impositiva. La teoría económica nos permite acotar una serie de supuestos en los que puede estar justificado el establecimiento de impuestos sobre el turismo: i) lograr una contribución por parte de personas que se benefician de infraestructuras y servicios públicos; ii) obtener ingresos con los que financiar la dotación de servicios y hacer frente a sus costes de mantenimiento; iii) establecer un gravamen que refleje los efectos ocasionados al medio ambiente, los cuales no se recogen en los precios del mercado; iv) modular la demanda en zonas congestionadas.

La actividad turística presenta algunos rasgos especiales: a) se trata en realidad de una actividad exportadora, aun cuando la prestación efectiva de los servicios tenga lugar en territorio nacional; b) el turismo tiene una gran capacidad de arrastre sobre otros sectores económicos (transporte, hostelería, restauración, sector inmobiliario, servicios financieros, servicios auxiliares, oferta cultural…); c) la oferta turística, especialmente la de algunos segmentos, ha de competir con la existente en otras ubicaciones nacionales o foráneas; d) el receptor de los servicios, el turista, además de los costes monetarios, tiene que incurrir en unos desplazamientos y dedicar su tiempo durante el período de recepción de los servicios.

La Organización Mundial de Turismo (OMT) señalaba hace años cómo la naturaleza del sector turístico lo convierte en un objetivo para la recaudación impositiva, no sólo porque los impuestos al turismo son fáciles de administrar, sino también porque los turistas internacionales raramente son votantes en el país que visitan.

Aun cuando más allá de ciertos límites, la actividad turística conlleva costes medioambientales que justifican la aplicación de tributos o, llegado el caso, de restricciones regulatorias, también genera una serie de beneficios no captados en los precios del mercado que respaldarían algunos incentivos económicos.

En un informe del año 2014, la OCDE destacaba que, desde la perspectiva de la política de turismo, la cuestión básica que se suscita es qué impacto tienen los gravámenes al turismo sobre la competitividad, la atracción y la sostenibilidad de los destinos. Y concluía que “hay una visión general de que los impuestos múltiples, generales y relacionados con el turismo, son impedimentos para los negocios turísticos y pueden afectar negativamente a la competitividad internacional”.

El efecto de un impuesto sobre el turismo va a depender crucialmente de la medida en que las cargas correspondientes se trasladen a los precios finales, y de la respuesta de la demanda de servicios turísticos a los cambios en los precios. La mayoría de los estudios ponen de relieve que la elasticidad de la demanda es elevada, particularmente para los destinos que tienen claros sustitutivos, como es el turismo de playa.

En el año 1998, la OMT identificó un total de 45 tipos diferentes de exacciones ligadas al sector turístico. Ahora bien, a tenor de los argumentos antes expresados, la mayoría de los países de la Unión Europea aplican tipos reducidos en el IVA para los servicios relacionados con el turismo. No obstante, recientemente la opción de un impuesto sobre las estancias hoteleras se está abriendo paso en algunas regiones (en España, en Cataluña y Baleares) o municipios (Edimburgo), opción que cuenta con antecedentes como es el caso de París, ya en el año 1910.

Si bien no pueden impartirse unas recetas universales, ya que las pautas dependerán de las circunstancias y singularidades de cada caso, en un informe de la Comisión Europea del año 2017 se concluye que ”Globalmente, nuestro análisis sugiere un fuerte caso económico para que los países que compiten fuertemente por el turismo apliquen impuestos reducidos al sector, aumentando su competitividad y permitiéndoles captar más turistas… Hay argumentos para aplicar impuestos al sector turístico, notablemente el uso de impuestos para corregir los impactos negativos del turismo que de otra manera no serían facturados en el coste afrontado por el turista. Sin embargo, el sector es particularmente sensible al precio (y la evidencia sugeriría que cada vez lo es más), por lo que es importante que el régimen fiscal no dañe su competitividad. Consiguientemente, hay un argumento para mantener los impuestos sobre el sector en niveles reducidos”.

Como en tantos otros ámbitos, nos encontramos así ante un posible conflicto de objetivos. Dada la trascendencia de las decisiones a adoptar, resulta clave buscar soluciones racionales y equilibradas. Y, en cualquier caso, aunque, como señalaba la OMT, los turistas no son votantes en los comicios nacionales, suelen tener bastante habilidad para “votar con los pies”, ya sea por tierra, mar o aire.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

9 de mayo de 2019

Trabajo en equipo e inteligencia colectiva


La capacidad de trabajo en equipo es una competencia profesional que tiende a ocupar un lugar central en las evaluaciones personales. Los empleadores le otorgan una gran trascendencia, a veces incluso anteponiéndola a las cualificaciones técnicas o a las habilidades prácticas. No parece que se preste a mucha discusión la relevancia de dicha competencia para el funcionamiento de una empresa, cuya actuación va a depender del aprovechamiento conjunto de sus recursos. Sentado lo anterior, es también evidente que un verdadero “trabajo en equipo” requiere “que todo el equipo trabaje”, y, para ello, es preciso que todos sus integrantes sean capaces de desarrollar algunas tareas individualmente, en solitario, sin ningún paraguas protector.

La necesidad de contar con un equipo se manifiesta de manera especial a la hora de abordar tareas complejas, que un individuo no puede abarcar por sí solo. La innovación y la invención son asimismo procesos de carácter social en los que se combinan las aportaciones o las ideas de diversas personas, bien es verdad que, en ocasiones, a partir de trabajos realizados inicialmente de forma inconexa.

No obstante sus ventajas, el trabajo grupal adolece de algunos defectos potenciales. Uno de los fundamentales es el riesgo de que se imponga el denominado “pensamiento grupal” (“groupthinking”), que puede inhibir la expresión de opiniones minoritarias ante el temor de quedar estigmatizado o relegado al ostracismo. En un artículo de la revista The Economist de fecha 8 de septiembre de 2018 (“When teamwork works”) se señala la desastrosa operación de invasión de la Bahía de Cochinos de Cuba en 1961 como un caso clásico de pensamiento grupal, en el que los escépticos se mostraron reacios a desafiar al nuevo presidente norteamericano electo.

En el mismo artículo se hace una breve mención del fenómeno de la “sabiduría de las masas”, que se refiere a la capacidad de los grandes grupos para hacer, en promedio, buenas estimaciones de datos, como, por ejemplo, aproximar el peso de un animal o el número de objetos contenidos en un recipiente. Ahora bien, la fiabilidad del pronóstico se basa en que las estimaciones de los individuos sean totalmente independientes. Cuando una persona tiene conocimiento de las opiniones o reacciones de las demás, surge una tendencia a modificar su posición inicial y a comportarse “en manada”. Las consecuencias de este tipo de comportamiento en los mercados financieros y en los de activos reales son conocidas, y están asociadas a la formación y al ulterior estallido de las “burbujas”.

La manera de coordinar el trabajo tiene, en definitiva, una enorme importancia para cualquier organización. Son numerosas las investigaciones científicas desarrolladas con objeto de discernir cuáles son las fórmulas idóneas para encontrar las soluciones óptimas a los problemas a los que se enfrenta una organización. Una de ellas es la realizada por tres académicos estadounidenses, Ethan Bernstein, Jesse Shore, y David Lazer (“How intermittent breaks in interaction improve collective intelligence”, Proceedings of the National Academy, 2018). De entrada, llama la atención que se indique explícitamente que los tres firmantes del artículo “diseñaron la investigación, ejecutaron la investigación, analizaron los datos, y escribieron el documento”, aun cuando sus nombres, un tanto curiosamente, no aparezcan en orden alfabético.

En el trabajo se parte de señalar que las personas se influyen mutuamente cuando interactúan para resolver problemas. En comparación con una resolución independiente de un problema, tal influencia social introduce: (i) claros beneficios (una calidad de la solución con una media más alta, debido a la explotación de las respuestas existentes a través del aprendizaje social); pero también (ii) algunos costes (una calidad de la solución inferior a la máxima, debido a una reducción en la exploración individual de nuevas respuestas).

Así, se hacen eco de las conclusiones de investigaciones anteriores según las cuales la influencia social lleva a los individuos a adoptar las opiniones de sus pares y a copiar sus soluciones, ocasionándose una pérdida de diversidad. Asimismo, la práctica de compartir ideas en las primeras fases de un “brainstorming” tiende a reducir el número y la calidad de las ideas producidas. Es decir, es como si la calma llegara bastante antes de que se desatara una auténtica tormenta, a la que no se le puede cercenar de antemano el repertorio de rayos, truenos y relámpagos.

Bernstein, Shore y Lazer tratan de averiguar si es posible conseguir los beneficios de la influencia social y del trabajo en red (aprendizaje colectivo) sin incurrir en los costes asociados (convergencia prematura y solución subóptima). A tal efecto, llevan a cabo un experimento consistente en estudiar la actuación de grupos de tres personas que deben resolver el clásico problema del vendedor viajero. Se trata de elegir una ruta que permita visitar todas las ciudades seleccionadas, de modo que la distancia recorrida sea la menor posible.

En el experimento, los grupos establecidos actúan de tres maneras diferentes, según las cuales sus miembros: a) no ven nunca las soluciones de los otros integrantes del grupo; b) pueden ver las soluciones de los demás integrantes en todo momento; c) obtienen información de los demás componentes del grupo, pero solo de forma intermitente.

Los resultados del estudio ponen de manifiesto que los miembros del grupo individualista alcanzan la solución óptima más a menudo que el grupo de colaboradores constantes (44% de las veces frente a 33%, respectivamente), aunque con una solución media de calidad inferior. El mejor resultado se obtiene por los colaboradores intermitentes (48%) y, además, con una mejor solución media.

En suma, la colaboración intermitente, según la referida investigación, ofrece un equilibrio entre el aprendizaje de los pares (a través de la influencia social) y el intento de nuevas soluciones (a través de la exploración independiente). Así, cabría concluir que una cosa es la conectividad permanente y otra, la conexión permanente. La primera es una aliada imprescindible para el avance de la innovación y del conocimiento; la segunda puede convertirse en un rémora relativa.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

5 de mayo de 2019

Lecciones nadalianas

Hace tan solo unos días, dentro de un ciclo organizado por el Club Unicaja Baloncesto, tuvo lugar en Málaga, en el Pabellón de Los Guindos, una conferencia impartida por Toni Nadal, con el título “Todo se puede entrenar”. En la pista que ha visto brotar gran parte de la estirpe autóctona y de acogida en la que se ha sustentado la trayectoria del Club malagueño, en la cancha en la que se han forjado muchas generaciones de deportistas, con carreras más o menos largas, el emblemático entrenador de tenis nos dejó un valioso repertorio de lecciones, deportivas y extradeportivas. Agradezco sinceramente a Eduardo García y Mario Bárbara que me invitasen a tan singular y provechoso evento.

La verdad es que me hubiese gustado poder diseccionar cada una de las frases de su denso discurso, en el que no había puntada dada sin hilo. Me hubiese gustado poder extraer la esencia de sus palabras, fruto de su experiencia inigualable, a lo largo de casi tres décadas, como tutor de una de las más grandes figuras de todos los tiempos que ha dado el deporte mundial. A falta de esa oportunidad, me dispongo únicamente a recoger, a modo de flashes un tanto improvisados, algunas de las ideas sugeridas al hilo de dicha alocución, que, a mi entender, resultan altamente instructivas como orientadoras dentro y fuera de las canchas deportivas:

i. La excelencia no está reñida con la sencillez ni la modestia.

ii. El honor y el respeto a los demás están siempre por encima de cualquier otra meta.

iii. Solo resulta inalcanzable aquello que no se intenta.

iv. La autocomplacencia es el peor enemigo del progreso personal.

v. El talento no es nunca una condición suficiente -y, a veces, ni siquiera necesaria- para el éxito profesional.

vi. Ante el fracaso, las excusas solo son un impedimento para no volver a fracasar.

vii. Nadie puede decir que el camino del éxito sea fácil, pero si no se parte con confianza en lograr grandes metas difícilmente podrá encontrarse la senda apropiada.

viii. Hay que prepararse para afrontar la adversidad, y es probable que la que encontremos en la realidad supere holgadamente la esperada.

ix. Todo aquello que facilita en exceso nuestra actuación a veces nos debilita.

x. El sacrificio personal no garantiza el triunfo, pero sí la satisfacción de haber dado lo mejor de uno mismo.

xi. La verdad es un elemento imprescindible para evitar frustraciones y equívocos.

xii. A partir de determinados niveles, la práctica del deporte de élite es incompatible con la formación reglada especializada, pero el deporte puede ser una fuente formativa de primer orden.

Las anteriores no son sino simples impresiones personales -puede que, en algunos casos, interpretaciones no acertadas- del discurso de Toni Nadal, cuyo testimonio no viene sino a corroborar la idea de que detrás de la trayectoria de Rafael Nadal, tenista excepcional, debía de haber también un entrenador, más que entrenador, un maestro, un filósofo y un psicólogo, también excepcional.

Hasta ahora, ha tendido a prevalecer la idea de que Toni Nadal era “el tío de Rafael Nadal”; sin embargo, después de atender su narrativa, es casi inevitable plantearse la pregunta de si Rafael Nadal no es también “el sobrino de Toni Nadal”. Visto lo visto, después de semejante andadura, no quede tal vez más remedio que constatar que “tanto monta, monta tanto…”. Eso no quita para reconocer que, en un deporte como el tenis, es el jugador, como héroe solitario, expuesto ante el peligro y sin ayuda de colaboradores ni de consejos, el que se deja la piel en la pista y el artífice de los guarismos que quedan en el marcador final.

El resultado de cada partido es una mezcla de factores, con distintas ponderaciones e intensidades: talento, dedicación, preparación, compromiso, superación, convicción, ambición, técnica, estrategia, táctica, y seguramente algunos más. Es el fruto de lo que se ve y de otros atributos que no se ven, tangibles e intangibles. Como Toni Nadal recordaba en un artículo, del que me hacía eco en una entrada de este blog (24-2-2018), la pasión desmedida por lo que uno hace es lo único capaz de explicar carreras tan largas y fructíferas como las de Roger Federer y Rafael Nadal.

Con todos esos componentes reunidos, para llegar a las cotas más altas y a priori inalcanzables, hace falta encontrarse con auténticos “outliers”, casos atípicos que revientan los registros estadísticos. Pertenecen a la especie de los “cisnes negros”. Su hallazgo es sumamente difícil o casi imposible. Aún lo es más encontrar un ejemplar de estas características acompañado de otro que desempeña su papel, más discretamente, fuera de las canchas.

1 de mayo de 2019

Retribuciones de los tenistas de élite: la controversia continúa

La carrera profesional de Rafael Nadal está jalonada de una nutrida colección de registros impresionantes, muchos de ellos inverosímiles si no figuraran certificados en los archivos estadísticos e inmortalizados en crónicas e imágenes. Sus virtudes y cualidades como deportista, en el más amplio sentido de la palabra, son inconmensurables; como lo son sus gestas, capaces de agotar los términos expresivos de la mayor admiración.

Tiene también un lado humano que exhibe en más contadas ocasiones, como aquellas en las que se posiciona ante temas más o menos controvertidos. Suele hacerlo con mesura, respeto y sensatez, acorde con su estilo. A veces ni siquiera rehúye cuestiones ásperas en las que él mismo pueda estar involucrado. Tal es el caso de los niveles retributivos de los tenistas de élite y de las diferencias existentes entre hombres y mujeres.

Según se desprende de las declaraciones recogidas por algunos medios de comunicación con fecha 27 de abril de 2019, Nadal se decanta claramente por cuestionar la base conceptual de la denominada brecha salarial de género. Desde su punto de vista, el sexo debe concebirse como un elemento irrelevante en la configuración de las compensaciones económicas, que deben venir determinadas por el esfuerzo y el rendimiento de cada persona, con independencia de que sea hombre o mujer.

A la referida brecha de género he dedicado alguna entrada en este blog. Asimismo, tenía previsto escribir otra acerca de las exorbitantes remuneraciones de algunos deportistas profesionales, que, según algunas interpretaciones, no estarían plenamente justificadas. El razonamiento utilizado es que han sido las nuevas tecnologías y la configuración de un mercado global lo que han posibilitado el cobro de tales percepciones, sin que realmente realicen un mayor esfuerzo que los deportistas de épocas pasadas, quienes actuaban en mercados muy reducidos. Sin duda, se trata de un aspecto interesante para el análisis económico y el establecimiento de la política impositiva, que queda para mejor ocasión.

Ahora simplemente procede apuntar que, más allá de los argumentos esgrimidos antes mencionados -como cualesquiera otros, sujetos a discusión-, lo preocupante del episodio comentado, y que no puede pasar desapercibido, ha sido la reacción de alguna deportista en el sentido de invitar al as español a inhibirse y abstenerse de opinar sobre la cuestión de las diferencias retributivas. Punto, juego, set y partido.

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