25 de febrero de 2020

La repercusión de la cuota del IBI ante una transmisión de la propiedad

Hace años, al explicar el concepto de devengo de un impuesto, dentro de una asignatura de introducción a la teoría de la imposición, solía plantear alguna pregunta del siguiente tenor:

“El Sr. A es propietario de una vivienda, que adquirió en el año 2010. El 1 de abril de 2015 vende la vivienda a la Sra. B, quien, a su vez, el 1 de octubre de 2015, la vende al Sr. C. ¿A quién corresponde el pago del Impuesto sobre Bienes Inmuebles (IBI) del ejercicio 2015?”.

Dado que se trataba de alumnos que no habían cursado una asignatura de sistema fiscal español, no podía exigirse una precisión total en la respuesta. No obstante, a partir del conocimiento de las nociones genéricas, cabría responder en el siguiente sentido: La persona obligada al pago del impuesto, el contribuyente, sería quien realizara el hecho imponible. Para llegar a una mayor concreción, el contestador estaría legitimado a requerir algunas informaciones básicas: cuál es el hecho imponible del IBI, y cuándo se devenga este impuesto.

De manera simplificada, el IBI grava la propiedad de bienes inmuebles, por lo que realiza el hecho imponible quien sea propietario de la vivienda en la fecha de devengo del impuesto. Según la normativa vigente, el IBI se devenga el día 1 de enero de cada año. Es el momento en el que se realiza el hecho imponible y, por tanto, surge la obligación contributiva.

Una vez aportada esa información, cabe concluir que el contribuyente del impuesto en cuestión es el Sr. A, por ser propietario de la vivienda el día 1 de enero de 2015, con independencia de que la transmita posteriormente.

Si dejamos aparcado el marco legal, y descendemos al terreno económico, podría considerarse que la carga del impuesto debería repartirse de alguna manera en función de los períodos de mantenimiento de la propiedad a lo largo del año.

Podría tener una lógica, pero, en principio, el adquirente no vendría obligado a aceptar el prorrateo correspondiente. El contribuyente ha de asumir la carga por ser titular del inmueble en el momento del devengo. No obstante, cabe la posibilidad de que el transmitente intente trasladar parte de la carga del IBI mediante su incorporación en el precio de venta. Como siempre, el precio final dependerá de las fuerzas relativas del oferente y del demandante.

Con independencia de lo que dicten las normas y del juego de las fuerzas intervinientes en el mercado, las cuestiones fiscales ligadas a transacciones suelen tener aspectos controvertidos.

Así, concretamente, en relación con el caso que nos ocupa, una sociedad vendedora de un conjunto de plazas de garaje inició un proceso judicial a fin de requerir que la parte compradora abonara parte del IBI de los inmuebles transmitidos.

Tras un recorrido judicial, el asunto llegó al Tribunal Supremo, que, en sentencia de fecha 15 de junio de 2016, resolvió que “la regla general, en caso de ausencia de pacto en contrario, será que el vendedor que abone el IBI podrá repercutirlo sobre el comprador, en proporción al tiempo en que cada una de las partes haya ostentado la titularidad dominical” (Consejo General del Poder Judicial, Comunicación de 28-6-2016).

Para sustentar dicho criterio, el Tribunal hace referencia al artículo 63.2 de la Ley de Haciendas Locales, que establece que “lo dispuesto en el apartado anterior [donde se define al sujeto pasivo, en la línea antes indicada] será de aplicación sin perjuicio de la facultad del sujeto pasivo de repercutir la carga tributaria soportada conforme a las normas del derecho común”. Así, el Tribunal Supremo entiende que la parte vendedora, que es el sujeto pasivo del impuesto, puede repercutirlo, sin necesidad de pacto. Consiguientemente, sólo la existencia de un pacto en sentido contrario puede, según la doctrina del Tribunal Supremo, impedir la referida repercusión. Pero, de nuevo, como siempre hay que recordar que una cosa es la “repercusión legal o formal” y otra, la “repercusión efectiva”.

La interpretación fijada por el Tribunal responde a una lógica económica, pero no deja de ser un tanto curioso cómo, de manera explícita, se respalda la intromisión de las normas del derecho común en la todopoderosa e imperante normativa tributaria, lo que no ocurre, ni de lejos, en otros supuestos de gran trascendencia económica, como puede ser el caso de la atribución de rendimientos a los integrantes de una sociedad de gananciales.

Después de lo que antecede, cabe esperar que sea más fácil responder la pregunta planteada al inicio, incorporando la segunda transmisión.

23 de febrero de 2020

El papel de las finanzas en la historia de la humanidad

Pocas cosas han recibido más críticas en el curso de los últimos años que el sistema financiero. Pero, ¿habrían sido posible las cotas de progreso alcanzadas por la humanidad sin los instrumentos financieros? Una documentada respuesta la encontramos en la obra de William N. Goetzmann “Money changes everything. How finance made civilization possible” (2016). Tras su lectura, no podemos sino corroborar que, si no todo, el dinero ha cambiado muchas cosas, y que las finanzas han hecho posible el ascenso de las civilizaciones. En el otro lado de la balanza, constatamos que también son capaces de desencadenar situaciones con dramáticas consecuencias.

Goetzmann considera que las finanzas vienen a ser una tecnología consistente en una especie de máquina del tiempo que permite mover el dinero a través de éste. Gracias a un préstamo hipotecario, podemos traer los ingresos que esperamos obtener en el futuro al momento presente, para poder acceder a una vivienda en propiedad. Gracias a los instrumentos de ahorro e inversión, podemos trasladar hacia el futuro nuestras rentas actuales a fin de acumular un capital y obtener unos rendimientos a partir del mismo.

Las finanzas han sido una parte integral del desarrollo de la sociedad a lo largo de los últimos 5.000 años. Jugaron un papel clave en la configuración de las primeras ciudades, el surgimiento de los imperios clásicos, la exploración del mundo, y la industrialización. El viaje de las finanzas comienza en Mesopotamia. En el tercer milenio a. C. aparecen los primeros instrumentos financieros. La invención de la deuda y el surgimiento del tipo de interés para incentivar el préstamo es la más significativa de todas las innovaciones en la historia de las finanzas. La actividad bancaria comienza a hacer acto de presencia, asociaciones de responsabilidad limitada sirven para participar en proyectos conjuntos, y en el período babilónico se utilizaban ya las inversiones para cubrir los gastos durante la fase de retiro.

Más adelante, Grecia y Roma gestaron sofisticadas economías financieras basadas en el dinero y los mercados. Los griegos inventaron el ábaco, la banca, la acuñación de monedas y los tribunales comerciales. Los romanos añadieron las corporaciones empresariales, las inversiones de responsabilidad limitada, y una forma de banca central. Los chinos inventaron la acuñación metálica, el papel moneda, los certificados de derechos transferibles y, entre otras innovaciones, los préstamos titulizados.

A partir del año 1000, Europa toma el testigo. A lo largo del libro asistimos a asombrosas historias sobre caballeros templarios convertidos en intermediarios financieros y proveedores de servicios de transferencias seguras de dinero, al florecimiento de mercados de títulos financieros y de emisiones de deuda en Venecia, a las aportaciones de Leonardo en el campo de las matemáticas financieras, al lanzamiento de bonos perpetuos, a la utilización de las anualidades vitalicias, o al surgimiento temprano de la teoría de los mercados eficientes.

Igualmente comprobamos cómo, a partir del siglo XIV, aparecen las primeras corporaciones. Las burbujas económicas no se hacen esperar. A pesar de todo, las finanzas se recompusieron, con la incorporación de nuevos conocimientos y técnicas. La globalización de las inversiones financieras llevaría luego a la aparición de conflictos de intereses trasnacionales.

Goetzmann destaca que la experiencia de cinco milenios de innovación financiera sugiere que las finanzas y la civilización están siempre entrelazadas. Los descubrimientos de las diversas soluciones financieras han posibilitado algunos de los logros más importantes de las civilizaciones. De igual manera, cuando las finanzas han fracasado, las implicaciones económicas han sido grandes para todo el mundo. Aun así, sostiene que prescindir de instituciones financieras como el dinero o las corporaciones supondría una reversión a una forma de vida arcaica.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 22 de febrero de 2020)

21 de febrero de 2020

El discreto encanto del músico callejero

Si hacemos caso a The Economist, el mes de febrero marca el mínimo anual del “music mood index”. No lo sabía hace unos días, cuando iba caminando, desde lo que antaño se llamaba la “prolongación de la Alameda” hacia el centro histórico de la ciudad. No recuerdo qué música iba oyendo a través del smartphone, pero pronto me llegaron los acordes amplificados del guitarrista solitario que tocaba plácidamente “Stormy weather”. Caía la tarde. La tentación era grande, pero seguí mi marcha. La experiencia dice que un trayecto corto se hace interminable cuando acucian las agujas del reloj. Era preferible no arriesgarse.

Era ya de noche cuando emprendía el camino de regreso, sin ser consciente de que iba a ser partícipe de dos magníficas experiencias sensoriales y anímicas. La primera, el disfrute de la iluminación, con motivo de la época carnavalesca, de la emblemática calle de la que tan orgullosos se sienten los malagueños, y hoy tan codiciada por los visitantes. ¿A quién pertenecen las ciudades, quién tiene derecho a pasear por sus calles, quién está facultado para acceder a sus miradores? El debate sobre el alma de la urbe muestra sus aristas mientras ella prosigue su curso, cambiando su fisonomía, sin que se cumpla el deseo expresado hace poco en este sitio, acerca de la dimensión comparativa de los colectivos duales de los comercios retratados en las dos obras de Fernando Alonso. Uno de ellos continúa menguando inexorablemente; el otro sigue acumulando imágenes pretéritas.

Pero un minuto de éxtasis ante la nueva catedral lumínica lleva a desconectar de la realidad. Un solo instante puede a veces extenderse mucho más allá de lo que dicta el implacable cronómetro.

También de calle Martínez y de Atarazanas han desaparecido comercios y establecimientos históricos, aunque permanece en pie el edificio que una vez albergó el Banco de Málaga. Más allá, en su lugar tradicional, se mantiene abierto el local de “Los Pueblos”, cuya supervivencia se antoja milagrosa, en una época tan distante de aquella otra marcada por el bullicio de los viajeros.

Después de mucho tira y afloja, sin embargo, falta ya la imagen de la pensión “La Mundial”. Siempre le tuve cariño. Fue el primer sitio donde mi padre, siendo aún un mozalbete, encontró trabajo como pinche de cocina. Hay pleonasmos que cobran vida propia. No, no es lo mismo un pinche que un pinche de cocina, como tampoco lo es el erario respecto al erario público.

Más adelante, ya en los aledaños del gran centro comercial por excelencia, que en los años setenta transformó el centro de Málaga, seguía en su puesto el guitarrista. Me aparté un poco de mi ruta para oír las últimas notas de “It had to be you” que perezosamente flotaban en el aire. De nuevo el dilema, “go” o “not go”… Cómo no, acabó por imponerse la primera opción, acompañada de una obligada, aunque modesta, contribución al platillo pasivamente oferente. ¿Por qué no imitarán esta práctica otros focos peticionarios, por muy justificados que estén en su noble causa? La coactividad debería quedar limitada a la vertiente de los tributos, toda vez que no parece que pueda prosperar la revolución sloterdijkiana.

Ese tipo de situaciones sujetas al libre albedrío proporciona, además, una buena oportunidad para contrastar la mayor o menor disposición al pago, de manera voluntaria, por servicios colectivos, con la singularidad de que no han sido solicitados por los supuestos beneficiarios (también, en ocasiones, perjudicados).

Mantuve mi rumbo, dejando atrás al músico, que parecía haberse tomando un descanso. Sin embargo, poco después comenzó a interpretar una bella melodía que me resultaba bastante familiar, aunque no acertaba a identificarla.

Por fin caí en la cuenta de que se trataba de una versión de “Caruso”, la venerada canción de Lucio Dalla. Fueron unos momentos deliciosos, que valoré como si estuviera asistiendo al mejor de los conciertos, como receptor de una actuación y una experiencia memorables.

Siempre tuve una especial inclinación hacia los músicos callejeros. ¿Dónde está la línea que separa al artista consagrado del intérprete fortuito o fracasado? ¿Cuántos músicos, en posesión de un gran talento, no han podido entrar en los templos de la gloria? ¿Qué detalle, qué barrera, oculta o manifiesta, los pudo apartar de su senda soñada?

Pensé volver sobre mis pasos para mostrar mi gratitud al artista, pero no lo hice. Desde entonces tengo la ilusión de volver a verlo. Acudí al día siguiente, pero no estaba en su ubicación. Tampoco el día después, ni el otro.

Quizás algún día, deambulando por las calles, como un extranjero por una ciudad ignota, tan distante de aquella guardada en la memoria, cuando menos me lo espere, puede que vuelva a oír sus pausados acordes, que, una noche plácida de febrero, me transportaron “qui ove il mare luccica”, para comprobar que “ti volti e vedi la tua vita, come la bianca scia di un’elica”.

17 de febrero de 2020

La vivienda en propiedad, ¿un error garrafal?


En la portada de un reciente número de The Economist aparece una extraña casa acompañada del siguiente título: “El terrible error de la vivienda”. Al visualizar la imagen, es inevitable recordar aquella otra portada de la misma revista, de marzo de 2002, en la que se proclamaba: “Las viviendas que salvaron al mundo”. ¡Cómo han cambiado los tiempos!

En los países occidentales desarrollados, muchos son los retos relacionados con la vivienda. La situación es heterogénea, pero hay un rasgo común: en las últimas décadas, el número de viviendas no ha crecido a un ritmo acompasado para atender las necesidades de las nuevas generaciones. A raíz de ello, el “socialismo millennial” se expande.

El diagnóstico realizado por The Economist es simple. El panorama actual es producto de unas inapropiadas políticas públicas aplicadas desde mediados de los años cincuenta del pasado siglo, entre las que destaca el empeño en promover la vivienda en propiedad. El foco del problema está localizado en la falta de suficientes alojamientos, como consecuencia de unas regulaciones demasiado limitativas. La tasa de construcción (nuevas unidades residenciales por persona) en el mundo rico es hoy día la mitad de la de 1960. Ante una demanda creciente y una oferta restringida, el resultado son unos elevados precios de los inmuebles y de sus alquileres.

Hasta la mitad del siglo veinte, el precio de la vivienda se mantuvo con una apreciable estabilidad, y desde entonces, en promedio, ha venido creciendo de manera sostenida. Diversos factores explican esa tendencia, como el hecho de que la velocidad del transporte ha continuado mejorando pero más lentamente, y la expansión de los préstamos hipotecarios. Pero, según The Economist, la regulación del suelo es la causa principal de los elevados precios.

El mal funcionamiento del mercado tiene repercusiones por el lado de la oferta y por el de la demanda. Las restricciones existentes hacen que los trabajadores no puedan desplazarse a los lugares donde serían más productivos, lo que conlleva importantes pérdidas de PIB. Y la necesidad de hacer frente a la carga financiera de los préstamos hipotecarios origina que las familias gasten menos en otros capítulos, lo que deprime el crecimiento económico.

El régimen de tenencia en propiedad sigue teniendo una gran relevancia en diversos países. En España llega al 76% de las familias, por encima de Francia (62%) y Alemania (44%). Actualmente parece asistirse a una etapa de retroceso de dicho régimen. Puede que esa tendencia venga explicada por las preferencias de los jóvenes por tener escasas ataduras físicas, o por ensayar alternativas como la del “co-living”, pero, sin duda, los factores económicos representan un freno muy potente.

Ante los precios alcanzados por los alquileres, algunos países han recurrido a la fórmula de su control. Para The Economist, esta es una vía desacertada, al disuadir las inversiones en nueva construcción. En su lugar, recomienda esquemas de ampliación de los períodos de alquiler. Para abordar la situación de las personas con menos recursos, la alternativa aconsejada es lograr que la oferta pueda responder adecuadamente a los incrementos de la demanda.

Y, finalmente, aboga por un programa de actuaciones públicas en una triple vertiente, con el fin de convertir la vivienda en una fuerza para la estabilidad social y económica: sistemas de transporte coherentes, un marco de planeamiento flexible, y una apropiada regulación fiscal y financiera.

Si, hace algún tiempo, la vivienda fue la que salvó al mundo de una recesión económica, y luego estuvo a punto de tumbar el sistema de mercado, en los próximos años se verá si puede auxiliar al inicuo capitalismo o, por el contrario, allanará el terreno para la instauración de otros sistemas, algunos de los cuales han acreditado históricamente su eficacia en facetas como las de control de la movilidad individual y de asignación selectiva, según criterios distintos a los del mercado, de fastuosas moradas.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 16 de febrero de 2020)

15 de febrero de 2020

El auge de los ETFs, tres décadas después: ¿todos son motivos de celebración?


Según W. Goetzmann, las finanzas son una especie de tecnología que, desde hace cinco mil años, viene posibilitando el progreso de la humanidad. Con una visión mucho más restrictiva y llena de escepticismo, frente a la opinión de ese distinguido historiador, un destacado financiero como Paul Volcker -que fue presidente de la Reserva Federal estadounidense entre agosto de 1979 y julio de 1987- llegó a proclamar que el cajero automático había sido la única innovación útil realizada en el ámbito de la banca. Sin duda alguna, una boutade en toda regla, ciertamente exitosa. Es una lástima que su reciente e irreparable pérdida nos impida conocer –a expensas de una búsqueda específica- su opinión acerca de todos los hitos alcanzados en la prolongada historia de las finanzas, magistralmente narrada por Goetzmann[i].

Los fondos de inversión cotizados, más conocidos por sus siglas en inglés (ETFs, “exchange traded funds”), son un instrumento relativamente joven que, después de una larga etapa para su acoplamiento en el ruedo financiero, se ha implantado con una fuerza arrolladora. En 2020 acumulará ya tres décadas de recorrido, avalado por un enorme éxito en términos cuantitativos. ¿Cabe celebrar su consolidación como un hecho apreciable en todos los órdenes?

Como su propio nombre indica, un fondo de inversión cotizado es un fondo de inversión... cotizado. A diferencia de los fondos de inversión genuinos, cuyas participaciones se suscriben o reembolsan según su valor liquidativo, determinado al cierre de cada sesión, las participaciones de los ETFs cotizan en un mercado secundario y pueden comprarse o venderse en el curso de las sesiones del mercado, al igual que las acciones o los bonos cotizados[ii].

Hay otra característica fundamental de este instrumento que, en buena medida, lo separa de lo que originariamente era la misión de los fondos de inversión, la de posibilitar la captación de recursos para invertirlos en determinados activos de renta fija y variable según el perfil diseñado por los gestores. La gestión activa parecía un atributo intrínseco de los fondos de inversión, bajo los principios de libertad de elección considerando el binomio riesgo-rentabilidad, diversificación y profesionalización. Los ETFs se desvían de la gestión activa y se decantan por una gestión meramente pasiva al invertir sus recursos de manera que se replique la composición de un índice bursátil de referencia[iii]. La ideas de los fondos indexados se apoya en la teoría de los mercados eficicientes y el modelo de precios de los activos de capital[iv].

Ahora bien, el hecho de que las participaciones de los ETFs tienen un precio que cambia a lo largo del día hace que pueden utilizarse para una gestión activa[v].

El fenómeno de los ETFs es saludado como una de las mayores tendencias de las finanzas en la última década, con un crecimiento explosivo a partir de un interés de los inversores movidos por un creciente interés en los costes y la persistente incapacidad de la mayoría de los gestores de carteras de fondos para batir sus referencias (benchmarks)[vi]. Pese a ello, la nota de la controversia ha estado siempre presente en su recorrido[vii].

El gráfico adjunto muestra la evolución de los fondos de inversión indexados (fondos centrados en un índice, pero sin cotizar) y los ETFs. A finales del año 2018, ambas categorías de instrumentos gestionaban activos por un valor cercano a los 10 billones de dólares. Según la consultora ETFGI, el ejercicio 2019 se ha cerrado con un importe de 6,35 billones de dólares en el caso de los ETFs[viii]. En 2019, los “Big Three” (o, como también se denominan, los “Tres Gigantes”) -BlackRock, Vanguard y State Street- canalizaron un flujo neto adicional de más de más 330.000 millones de dólares en ese instrumento típicamente norteamericano que en los últimos años cobra brío en Europa[ix]. El fondo individual que gestiona un mayor volumen de activos -unos 318.000 millones de dólares- es SDPR S&P 500 ETF (conocido como “SPY”)[x].

En 2020 se cumplen treinta años del lanzamiento del primer ETF en Canadá. Como en su momento expresaba The Economist, “La idea original era crear carteras de acciones replicando un índice del mercado de valores… Los fondos indexados habían estado disponibles para los inversores institucionales desde los años 1970s”[xi]. Los ETFs fueron ideados en los años setenta del pasado siglo, pero no tuvieron una fácil acogida, toda vez que los gestores de activos se mostraban muy escépticos de que cualquiera fuera aceptar conformarse con el rendimiento medio del mercado[xii].

El éxito de los ETFs se ha cimentado en las ventajas que presentan para los inversores. De hecho, no faltan analistas que los consideran una “superior tecnología de distribución, ya que ofrecen transparencia, liquidez y acceso al mercado a unos costes reducidos[xiii]”. Las comisiones aplicadas pueden ser inferiores al 0,1% al año, mientras que los mismos inversores privados anteriormente afrontaban importes diez veces mayores en los fondos de inversión tradicionales[xiv].

Después de yuxtaponer sus diferentes ventajas, J. Authers no duda en afirmar que “el gran regalo de los ETFs es democratizar la asignación de activos”[xv], en tanto que R. Wigglesworth los califica como “una de las invenciones financieras más relevantes del último medio siglo”[xvi].

Y no faltan alusiones a los bajos niveles de cultura financiera para explicar por qué este instrumento no está aún más extendido[xvii].

Constatadas las ventajas de los ETFs, deben igualmente ponderarse sus riesgos. De entrada, el furor “innovador”, en éste y otros instrumentos, es una fuente importante de riesgos. Como ya hace años recordaba The Economist, “La mayoría de la gente aún considera estos ETFs ‘plain-vainilla’ como una benigna invención que permite a los pequeños inversores poseer una cartera diversificada a un coste bajo… Pero los gestores de fondos pronto alteraron el diseño original”, con la introducción de instrumentos como los “ETFs apalancados”, los “EFTs inversos” y los “ETFs apalancados inversos”[xviii].

Por otro lado, respecto a los ETFs de renta fija puede darse un riesgo de “desajuste de liquidez”, motivado por el hecho de que los activos subyacentes puedan intercambiarse con una frecuencia muy inferior a la continua de los ETFs. Esto, a su vez, puede originar el riesgo de un gap de precios. Sin embargo, para algunos analistas, a la vista de la experiencia, se trata de una crítica infundada[xix].

De mayor alcance son las críticas que ponen el foco en el ámbito de la eficiencia. Así, según algunas opiniones, los ETFs pueden dañar la eficiencia en los mercados al impedir la percepción de los precios, o al empeorar los estándares de gobierno corporativo[xx]. Algunos detractores han llegado incluso a catalogar la inversión pasiva como algo “peor que el marxismo”, y los ETFs, como “devoradores del capitalismo”[xxi].

Más sorprendente es la crítica formulada por J. Guthrie, para quien “La gestión pasiva de fondos es un gran éxito construido sobre una falacia… Alguien ha de construir el pajar en primera instancia. En este caso, son los gestores activos, que seleccionan los títulos que creen van a destacar por encima de la media”[xxii].

En otro orden de cosas, según algunas proyecciones, los “Big Three”, dentro de no demasiado tiempo, estarán en disposición de controlar un 40% de los votos de las corporaciones norteamericanas, con todas las implicaciones que de ello pueden derivarse[xxiii].

El pasado año, a la edad de 89 años, fallecía Jack Bogle, el fundador de Vanguard, y pionero de los ETFs. Curiosamente, muy recientemente, el coloso financiero estadounidense ha realizado un movimiento, que se sitúa en las antípodas del enfoque de su fundador, dirigido hacia la esfera de la private equity[xxiv]. ¿Se trata de un signo de los tiempos cambiantes? ¿Puede representar algún punto de inflexión en la tendencia de los últimos años?

No hay que olvidar que, precisamente, el auge de la gestión pasiva ha generado su antítesis, llevando a que los grandes inversores institucionales se adentren en las zonas del capital privado[xxv]. Una prueba más de que el universo financiero, en continua expansión, sino cuantitativa, sí cualitativa, está poblado de los más diversos astros, de distintos tamaños, colores y órbitas. Y, como testimonia la experiencia de Newton, puede tratarse de órbitas más difíciles de predecir que la de los cuerpos celestes.

(Artículo publicado en Edufinet/EdufiAcademics, serie “Ensayos y Notas”, nº 1/2020)




[i] “Money changes everything. How finance made civilization possible”, Princeton University Press, 2016.
[ii] Al respecto puede verse la guía informativa de la CNMV “Los fondos cotizados (ETF)”, 2015 (www.cnmv.es).
[iii] Existen dos métodos para replicar la evolución del índice subyacente elegido, la réplica directa o física, y la réplica indirecta o sintética (CNMV, 2015, pág. 13). A fin de gestionar el seguimiento de los índices, los ETFs dependen de algún mecanismo de arbitraje para regular la oferta y la demanda de las participaciones en los ETFs en relación con el precio de los activos subyacentes integrantes de los índices seguidos. Vid. I. Kaminska, “A little ETF rule change that could make a big difference”, Financial Times, 6 de febrero de 2020.
[iv] Vid. Goetzmann (2016, pág. 509).
[v] Vid. J. Authers, “Pluses and pitfalls in the ETF revolution”, Financial Times, 24 de marzo de 2015.
[vi] Vid. R. Wigglesworth, “Bond ETFs gain traction in the great rotation to passive investing”, Financial Times, 30 de diciembre de 2019.
[vii] Vid. C. Flood, “Popularity of passive investing changes rules of the game”, Financial Times, 22 de octubre de 2019.
[viii] ETFGI, “Newsletter”, 16 de enero de 2020.
[ix] Vid.: C. Flood, “ETF providers end 2019 on high with record assets”, Financial Times, 13 de enero de 2020; C. Flood, “Passive investing boom reaches Europe as assets hits $1tn”, Financial Times, 5 de enero de 2020.
[x] Vid.: State Street Global Advisors, SPDR, www.ssga.com. Lanzado en enero de 1993, fue el primer ETF en Estados Unidos. Su ratio TER (“total expense ratio”) es del 0,0945%. Sobre este último concepto, puede verse Edufinet, Guía Financiera, 2018 (“Fondos de inversión: rentabilidad y riesgo).
[xi] “Too much of a good thing”, 25 de junio de 2011.
[xii] Vid. R. Wigglesworth y A. Janiaud, “Index funds break through $10tn-in-assets mark amid active exodus”, Financial Times, 8 de enero de 2020.
[xiii] Vid. O. Walker, “Mutual funds’ liquidity problems highlight ETF advantages”, Financial Times, 29 de julio de 2019.
[xiv] J. Authers pone de relieve el caso de la “indexación oculta” (“closet indexing”), consistente en la práctica de gestionar un fondo “activo”, cargando las comisiones de gestión, pero ofreciendo en realidad una inversión que meramente replica un índice. Vid. “Pull closet indexing out of the closet”, Financial Times, 4 de octubre de 2013.
[xv] “Pluses and pitfalls in the ETF revolution”, Financial Times, 24 de marzo de 2015.
[xvi] “Passive attack: the story of a Wall Street revolution”, Financial Times, 20 de diciembre de 2018.
[xvii] Vid. R. Hampson, “ETFs: are retail investors missing out on the message?”, Financial Times, 7 de octubre de 2019.
[xviii] The Economist, “Too much of a good thing”, 25 de junio de 2011. Sobre las referidas modalidades de ETFs puede verse CNMV (2015, págs. 29-31).
[xix] Vid. J. Jim, “Bond ETFs are no menace to the financial system”, Financial Times, 27 de noviembre de 2019.
[xx] Vid. Wigglesworth y Janiaud (2020).
[xxi] Vid. Wigglesworth (2018).
[xxii] Vid. “The fallacy behind the rise of passive fund”, Financial Times, 15 de enero de 2020.
[xxiii] Ante la situación ya existente, E. A. Posner y E. G. Weyl, autores de la obra “Los mercados radicales”, han propuesto medidas de limitación de las participaciones empresariales de los fondos de inversión. Vid. J. M. Domínguez Martínez, “Los mercados radicales”, Sur, 30 de noviembre de 2019.
[xxiv] Vid. Financial Times, “Why passive managers like Vanguard are moving into PE”, 7 de febrero de 2020.
[xxv] Vid. The Economist, “Privacy and its limits”, 1 de febrero de 2020.

13 de febrero de 2020

La música como indicador del estado de ánimo

En una entrada de este blog de fecha 6 de diciembre de 2019 (“Lenguaje y felicidad: la aparición de un nuevo indicador de bienestar”) se abordaba la utilización de un índice de bienestar basado en la asignación de valores emocionales, positivos o negativos, a las palabras utilizadas en los textos escritos.

En esa misma línea, Spotify utiliza un algoritmo que cuantifica la “valencia” de una canción, o, lo que es lo mismo, el grado de felicidad que transmite, según una escala de 0 a 100. Para hacernos una idea, la canción “Bridge over troubled water”, de Simon & Garfunkel, tiene asignada una puntuación de 27, y “Despacito”, de Luis Fonsi, de 81. “Lucy in the sky with diamonds”, de The Beatles, aparece calificada con una puntuación de 68. ¿Dónde estará situada “While my guitar gently weeps”?...  ¿Y “On the street where you live?”.

The Economist (“Sad songs say so much”, 8 de febrero de 2020) ha utilizado datos de audiciones de canciones de más de 30 países del mundo, correspondientes a 46.000 canciones con 330.000 millones de escuchas, para trazar las curvas de distribución de la “felicidad musical” por países y la del perfil global a lo largo del año.

Globalmente, el nivel más bajo de dicha “felicidad” se alcanza en el mes de febrero, en tanto que julio destaca por el mayor nivel en promedio. No obstante, se observa un pico -el más alto del año- el día de Navidad, que se pierde drásticamente en el último día del año. El efecto depresivo ligado al mes de febrero, en lugar de enero, llama la atención a los analistas de la publicación británica. ¿Cómo puede explicarse ese desafío a las expectativas? Tampoco deja de ser curioso el contraste entre Nochebuena y Nochevieja.

Por otro lado, se constata que las curvas de distribución son muy distintas según los territorios. Así, para las 200 canciones más oídas en el período enero 2017-enero 2020, mientras que países como Filipinas, Estados Unidos y Noruega están muy escorados en la banda inferior del indicador, otros como Perú, Brasil, Chile y España lo están en la parte superior. Según los datos de The Economist, el valor mínimo promedio de España se sitúa en torno a 59 y el máximo, en 63; en Noruega, en el 43 y el 51, respectivamente.

Comentando este tema con una persona allegada, ésta me trasladaba que no sabía si algunas de las canciones que había seleccionado personalmente, en ese período, a través de Spotify figurarían o no entre las más populares; tampoco sabía -seguro que sí lo tienen controlado- cuál había sido su distribución individual de valencias, pero estaba convencida de que podría optar firmemente a entrar en la categoría de “outliers”, a tenor de la canción más escuchada durante uno de dichos años, según la información recibida: el “Réquiem” de Verdi. Junto a otras composiciones, ésta le aparece, según me indica, en el apartado “En bucle” elaborado por Spotify (“Una selección de las canciones que siempre tienes en la cabeza”). 

Después de pensarlo, ¿quién podría realmente resistir la tentación de sentir, una vez más, la “explosividad” del “Dies Irae”?... Gracias, YouTube.

Y una última pregunta: ¿puede un indicador llegar a ser capaz de reflejar todas las sensaciones que emanan de una composición musical?

12 de febrero de 2020

NIMBYs vs YIMBYs: una nueva pugna, no solo de siglas

Una nueva disputa entre acrónimos se perfila en el horizonte, pero en ella subyace una pugna de mayor trascendencia y alcance. De cuál de las dos tendencias se imponga en los próximos años va a depender no solo la forma de vida en las ciudades, sino también puede que la naturaleza del régimen político que impere en el futuro.

Los países desarrollados se enfrentan a enormes retos en el ámbito de la vivienda. En muchos de ellos, en las últimas décadas, el número de viviendas no ha crecido a un ritmo adecuado para atender las necesidades de las nuevas generaciones. Las dificultades de los jóvenes para acceder a la propiedad personal o a un alquiler adecuado están provocando, junto con otros factores, un rechazo del capitalismo y un avance del denominado “socialismo millennial”.

Según un informe de la revista The Economist (“The horrible housing blunder”, 18 de enero de 2020), la raíz del problema está localizada en la falta de construcción de suficientes alojamientos, especialmente en las áreas circundantes de las ciudades más dinámicas.

El problema se agrava, según la tesis sostenida por el semanario británico, por el énfasis puesto en algunos países en la promoción del régimen de vivienda en propiedad. Ante una oferta restringida por una severas limitaciones y una demanda creciente, el aumento de los precios es inevitable. Esto es positivo para los propietarios, pero negativo para quienes pretenden acceder a una residencia en propiedad o en alquiler.

Dos corrientes han comenzado a desplegar sus fuerzas, la de los NIMBYs (“Not In My Back Yard”), que propugnan controlar y limitar las nuevas construcciones, y la de los YIMBYs (“Yes In My Back Yard”), que reclaman una expansión de las edificaciones.

Como casi siempre, la tenencia o no de un “patio trasero” propio ejerce una enorme influencia en el posicionamiento personal ante diversas cuestiones. Tal vez, para pronunciarnos de manera completamente neutral, deberíamos someternos a una especie de “velo de la ignorancia rawlsiano asistido transitorio”. A semejanza de los inhibidores selectivos de conocimiento o de información utilizados en algunas populares películas, tendríamos que valorar una situación sin saber cuál es nuestra posición real, dejar escrita la respuesta elegida, y luego, tras recuperar la conciencia plena, atenernos a ella.

11 de febrero de 2020

La importancia de la neolengua, según Orwell y Scruton

“… Desde un principio, pues, fue necesario disponer de etiquetas con las que estigmatizar también a los enemigos internos y justificar su expulsión: revisionista, desviacionista, izquierda infantil, socialista utópico, fascista social… El éxito de esas etiquetas para marginar y condenar a los críticos, fortaleció la creencia … de que era posible transformar la realidad cambiando las palabras”.

La anterior cita, aunque pudiera parecer que proviene de la sobrecogedora obra de George Orwell “1984”, está tomada del libro “Fools, frauds and firebrands” (2015), publicado en España con el título “Pensadores de la nueva izquierda”, realmente el subtítulo que aparece en el libro en su edición inglesa. Su autor es Roger Scruton, polifacético filósofo británico.

Según él, “Fue George Orwell quien acuñó el término ‘neolengua’ en su escalofriante descripción de un Estado totalitario ficticio. Pero la apropiación del lenguaje … es mucho más antigua: comenzó con la Revolución Francesa y sus consignas”.

En el prólogo de la obra citada, comenta Roger Scruton que una publicación, en el año 1985, sobre los mismos contenidos, recibida con “burla e indignación”, significó “el comienzo del fin de [su] carrera universitaria, los críticos plantearon serias dudas sobre [su] competencia intelectual, y también sobre [su] carácter moral. Esta repentina pérdida de estatus condujo a que todos [sus] escritos fueran atacados, tocaran o no aspectos referentes a la política”.

El pasado mes de enero, (Sir) Roger Scruton falleció a la edad de 75 años. Como recomienda Tom Burns Marañón (“Conservadurismo en tiempos de cólera”, Expansión, 20 de enero de 2020), merece la pena atender los vídeos con intervenciones del filósofo inglés que circulan por Internet, como “mejor introducción a su extensa obra escrita”. También la merece la lectura de este último artículo de referencia.

Según me han comentado, una de las comparsas de los carnavales gaditanos de este año repasa, con su tradicional enfoque empírico, los nuevos cánones del lenguaje. Parece ser que la interpretación también circula por Internet. Seguramente con toda la gracia y el ingenio gaditanos, pero en otros casos, como el de Scruton, ni siquiera con esos atributos sería posible encontrar tintes cómicos. “La destrucción de palabras es muy hermosa”, proclama uno de los personajes de “1984”.

9 de febrero de 2020

La nueva brecha inflacionaria: percepciones vs realidades


Tradicionalmente ha sido un clásico en España, especialmente cuando vivíamos con unos precios rampantes. Una cierta dosis de descreimiento popular se daba por descontada. Para bastante gente, la medición oficial del Índice de Precios al Consumo (IPC) no reflejaba el verdadero incremento de los precios de los bienes y servicios.

Pero esa suerte de pensamiento “rápido” puede provenir de nuestra reticencia a comprobar en qué medida la composición de la cesta de consumo utilizada para la medición del IPC coincide o no con la nuestra, y cómo difieren los pesos de los distintos componentes, aparte del lugar de residencia y de dónde efectuemos nuestras compras. Cada uno de nosotros necesitaría que se le preparara un IPC personalizado.

No se resolverían así todos los escollos metodológicos para garantizar una medición fiable y homogénea a lo largo del tiempo. Los cambios en las características y la calidad de los productos no pueden ser soslayados.

Pero, al margen de esa tendencia “estructural”, en una época de bajas tasas de inflación, cuando no con riesgo de adentrarnos en el terreno de la deflación, hay un fenómeno que se observa en los principales países desarrollados de uno y otro lado del Atlántico. Las tasas de inflación percibidas por los ciudadanos se sitúan considerablemente por encima de las manejadas por las autoridades económicas y monetarias. Diversas encuestas revelan una gran brecha entre las percepciones sociales y las tasas oficiales de variación de los precios, en el caso de la Eurozona nada menos que la que media entre el 9,5% y el 1,8% anuales en el período 2004-2015.

¿A qué puede deberse semejante divergencia? Aparte de los aspectos antes señalados, que pueden ayudar a explicar ciertas diferencias, desajustes como los señalados han de obedecer necesariamente a: i) alguna deficiencia metodológica en la definición y/o la medición de los índices relevantes; ii) algún sesgo en el terreno de la psicología económica; o iii) una mezcla de los factores anteriores.

Las estadísticas oficiales de precios fueron ya objeto de crítica con ocasión de la gran crisis económica y financiera iniciada en 2007-2008, al no haber recogido, ni, consiguientemente, transmitido, la verdadera evolución de los precios de la vivienda. La infrarrepresentación del coste de grandes partidas que afectan al coste la vida (vivienda, sanidad, educación) se menciona actualmente como posible causa explicativa de la referida divergencia. De manera particular, como recuerda Benoît Coeuré, hasta hace poco miembro del Comité Ejecutivo del Banco Central Europeo (BCE), en la Unión Europea, el Índice de Precios al Consumo Armonizado (IPCA) “capta sólo marginalmente la partida de gasto más importante en el ciclo de vida de las familias -el coste de la vivienda. Los costes de la vivienda se incluyen actualmente en el IPCA a través de los alquileres reales, con un peso del 6,5%. Los costes de las viviendas ocupadas por sus propietarios, en contraposición, no se incluyen, a pesar de que más del 65% de las familias en la Eurozona son propietarias de su vivienda principal”. Sin embargo, tales costes sí son incluidos en Estados Unidos, Japón y Suiza.

Adicionalmente, habría que tener en cuenta la incidencia, psicológica o real, de las -en el mejor de los casos- modestas subidas salariales, el alza de determinadas cargas tributarias, o el pago por servicios hasta hace poco gratuitos, sin que, por el contrario, se aprecien con igual intensidad otros de acceso libre.

Especialmente llamativo es el reciente decremento de los salarios en Estados Unidos, pese a la tasa de desempleo históricamente reducida en dicho país. Según algunos analistas, la ausencia de crecimiento en los salarios, durante un período de sustancial bonanza económica, ha llevado a los inversores a creer que la inflación no se materializará en un plazo breve.

De otro lado, una cuestión que merece ser objeto de un tratamiento específico es la concerniente al impacto de las innovaciones tecnológicas y la mejora de la calidad. Cuando adquirimos un producto, por ejemplo, un nuevo smartphone, a un precio superior al del que teníamos anteriormente, podríamos interpretar que el incremento del coste representa inflación pura, pero los estadísticos consideran que parte del aumento refleja la innovación y la mejora en la calidad y, en consecuencia, la descuentan en el cómputo del índice de precios. Pero, como advierte Clair Jones (Financial Times, 27-1-2020), difícilmente una persona considerará que comprar un nuevo ordenador o un nuevo dispositivo que le cuesta 100 euros más que el antiguo es un cambio deflacionario.

En algunos otros casos se dan asimismo percepciones erróneas, como a raíz del denominado “efecto Amazon”. Las bajadas de precios inducidas en algunos segmentos por los servicios de venta online son interpretadas como producto de una mayor eficiencia tecnológica, y no como reducciones del precio final de los productos (Francisco Rodríguez, Expansión, 30-1-2020).

Por último, un fenómeno, inherentemente subrepticio en su incesante merma de la capacidad adquisitiva como es la rémora fiscal inflacionaria, ve acentuado ahora ese carácter en presencia de unas tasas de inflación muy moderadas. Así, aunque paulatinamente, la aplicación de una tarifa progresiva en un impuesto sobre la renta no ajustado a la inflación va restando poder adquisitivo en términos reales.

Sean cuales sean las verdaderas razones, lo cierto es que, si prevalece un acusado contraste entre las tasas de inflación manejadas por los bancos centrales y las que perciben los individuos, las políticas aplicadas por aquellos tenderán a carecer de sentido. Así, como ha señalado Martin Arnold (Financial Times, 19-1-20), si el público cree que los precios están creciendo más rápidamente de lo que indican las estadísticas oficiales, le costará trabajo entender por qué el BCE mantiene los tipos de interés en terreno negativo. Y no falta quien considera que la intención del BCE de incorporar el coste de la vivienda propia puede obedecer al intento de acortar artificialmente el desfase respecto a su objetivo de inflación, anclado en torno al 2% anual.

Según el Instituto Nacional de Estadística, desde que se implantó el euro (año 1999) hasta 2019, el IPC aumentó en España un 54,8%, esto es, a una tasa anual media (acumulativa) del 2,1%. ¿Validaría Vd. tales cifras?

(Artículo publicado en diario “Sur”, con fecha 8 de febrero de 2020)

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