31 de diciembre de 2019

Optimización de las preocupaciones para 2020: un buen propósito… ¿para ser incumplido?

Desde que hace un par de años pusiera fin a su carrera como destacada articulista del diario Financial Times, para emprender un ilusionante proyecto educativo, como nos hicimos eco en una entrada de este blog, las comparecencias de Lucy Kellaway en dicho medio llegan con cuentagotas. Ante esa forzada escasez, tal vez por eso su lectura resulta más apreciable, jugosa y placentera.

Tal es el caso con su último artículo (“Lucy Kellaway - don’t worry less, worry smarter”, Financial Times, 27-12-2019), que se ocupa de una cuestión de enorme trascendencia en la vida de cada uno de nosotros, el de la cuasiomnipresencia de las preocupaciones, que, salvo excepciones de personas afortunadas o invulnerables, nos acompañan indefectiblemente en nuestro batallar diario.

Lucy reconoce tener un variopinto repertorio de preocupaciones, algunas de las más peregrinas, pero no por ello menos relevantes o significativas, y otras de mayor calado y repercusión social. No abdica de ellas, sino que, antes al contrario, reconoce que una de las cosas que no le preocupan es la posibilidad de preocuparse demasiado. Y ello a pesar del descrédito de las preocupaciones entre destacados pensadores y líderes históricos, e incluso de su puesta en cuestión por San Mateo (“¿Cuál de vosotros por el hecho de estar ansioso puede añadir una sola hora a la duración de su vida?”).

Aparte de algunos posibles efectos positivos identificables en personas proclives a la preocupación (de forma moderada), considera que “sin preocupaciones, la vida se convertiría en un mar plano de complacencia”. Y, en síntesis, nos recomienda no preocuparnos menos, pero hacerlo de forma más inteligente, como la que nos sugiere: la de preocuparse de la combinación de los colores -rosa y amarillo- de los tulipanes que ha plantado en su jardín.

A pesar de que probablemente estemos condenados de antemano a fracasar en el intento, no deja de ser esperanzador encarar el próximo año con ese espíritu.

Aunque no esté muy seguro de que, como señala la autora mencionada, dispongamos de una capacidad fija para las preocupaciones (sí es cierto que éstas tienden a estratificarse y, llegado el caso, ante eventos de distinto calibre, a relativizarse y reordenarse), no es mala idea hacer propósito de enmienda y tratar de optimizar nuestra asignación particular de preocupaciones. Posiblemente en el nuevo año nos aguardan flancos insospechados que se abrirán un hueco en nuestros desvelos, y harán que nos apartemos de nuestro programa, pero, en cualquier caso, siempre será positivo preservar algún reducto como tabla de salvación, en un mar que, por una u otra razón, no estará en calma chicha.

Y ya, finalmente, en este último post de este blog en 2019, no quiero dejar de expresar, a los contadísimos lectores del mismo (si es que aún queda alguno), mi más sincero agradecimiento, unido a mis mejores deseos para el año 2020 (lo de la “nueva década a punto de comenzar”, que comenta Lucy, lo dejaremos para mejor ocasión).

28 de diciembre de 2019

La deuda financiera estudiantil en Estados Unidos: algunas consideraciones

Desde hace algún tiempo, numerosos analistas y comentaristas vienen advirtiendo acerca del problema de la deuda financiera acumulada por los estudiantes universitarios estadounidenses. Se trata una cuestión que acumula ya polvo en mi “lista de (auto)pedidos”, que, desde una posición de impotencia acrecentada, se va viendo indefectiblemente ampliada. La relación entre la educación y el mercado de trabajo ha despertado desde siempre mi interés y, de hecho, la he abordado en diversos trabajos y artículos. Entre otros, en “¿Es rentable invertir en educación universitaria?” (La Opinión de Málaga, 20 de julio de 2011).

Sin duda, muchos estudiantes norteamericanos debieron de pensar que la respuesta a esa pregunta era claramente afirmativa, cuando apelaron al endeudamiento para poder cursar titulaciones en los centros universitarios elegidos.

Al leer las últimas informaciones sobre este asunto tomamos conciencia de que el problema, no sólo no ha disminuido, sino que se ha agravado a escala global, y, en el plano individual, lleva a  numerosas personas a situaciones verdaderamente dramáticas.

Según se recoge en un reciente artículo publicado en el diario Financial Times, la deuda acumulada por esa línea crediticia asciende a 1,6 billones de dólares, equivalente a un 8% de la renta nacional estadounidense, magnitud que justifica el apelativo de “pesadilla de la deuda estudiantil” incluido en el título de dicho artículo (Alice Kantor, “The $1.6tn US student debt nightmare”, 27 de diciembre de 2019).

No es ahora mi intención abordar este espinoso problema, sino consignar ciertas informaciones relevantes que se derivan de ese artículo, así como algunas otras consideraciones, por si, en algún momento posterior, surgiera la oportunidad de meter mano a ese “(auto)pedido” antiguo:

§  La referida deuda ha pasado desde algo menos de medio billón de dólares en 2006 a la mencionada cifra en 2018, es decir, se ha multiplicado por algo más de tres.

§  Los precios de matrícula en las universidades norteamericanas oscilan entre los 10.000 y los 50.000 dólares anuales, de ahí que cursar un grado de cuatro años suponga un desembolso que puede llegar a los 200.000 dólares. A este importe hay que añadir, entre otros, los gastos de estancia y manutención.

§  Los préstamos de la Administración federal se conceden, a tipo de interés variable, bajo condiciones muy exigentes de recuperación. En caso de impago, la deuda no se extingue y se aplican tipos de interés crecientes.

§  Existe un programa de compensación de la deuda, igualmente exigente y limitado en su aplicación, mediante trabajos para el sector público.

§  Donald Trump prometió reducir durante su mandato la cifra de endeudamiento estudiantil, pero no se han adoptado medidas al respecto. Ha propuesto menores sumas de financiación federal e implantar titulaciones más cortas. Por su parte, los candidatos presidenciales Elizabeth Warren y Bernie Sanders plantean condonar las deudas existentes mediante la aplicación de impuestos sobre los ricos.

§  En un plano más general se suscitan diversos interrogantes:

o  ¿Por qué criterios debe regirse el acceso a la enseñanza superior?

o   ¿Cómo deben financiarse los costes de dicha enseñanza?

o   ¿Es adecuada la fórmula del endeudamiento? ¿Con qué tipo de garantías? ¿Debe preverse la extinción automática de la deuda en caso de no lograrse ingresos suficientes en el mercado laboral?

o   ¿Es preferible un modelo basado en la gratuidad o en un coste moderado para el estudiante?

o ¿Debe implicar el acceso a la educación universitaria con financiación pública algunas obligaciones para los estudiantes?

o  ¿Sería conveniente informar a los estudiantes de los “costes sombra” originados por cada plaza universitaria?

o   ¿Existe algún tipo de relación entre los precios de las universidades y la calidad efectiva de las mismas?

o   ¿Cómo influye la educación universitaria en la configuración de la escala social?

o   ¿Existe una prima salarial significativa para los graduados procedentes de las universidades mejor posicionadas?

o  ¿Hay riesgo de que una extensión indiscriminada de la educación superior conduzca a situaciones de subempleo?

o  ¿Deben existir vías de financiación gratuitas, públicas o privadas, para los alumnos con mayor rendimiento, o, por el contrario, debe primarse la situación socioeconómica de aquellos, dejando en un segundo plano el rendimiento académico?

En fin, un simple repaso no hace sino poder de relieve la complejidad del tema, que no admite ser despachado en una ociosa entrada de un blog como es ésta. Por ello, salvo que hubiese algún pedido externo e ineludible, lo más probable es que siga acumulando antigüedad en el mencionado listado, listado de la inquietud frustrada.

26 de diciembre de 2019

Deuda pública y tipo de interés: un cisne negro en El Pireo

Todavía permanecen vivas en el recuerdo las imágenes de la crisis de la deuda soberana en Grecia y de los dramáticos rescates financieros vividos en ese país. Permanecen vivas, y será difícil erradicarlas, las imágenes de las dificultades padecidas para retomar el rumbo de los equilibrios financieros. Los gráficos retrospectivos dejan constancia de los niveles alcanzados por la prima de riesgo de la deuda soberana griega, que llegó a superar holgadamente la cota de los 20 puntos porcentuales.

Con tales antecedentes, ¿quién podía esperar que, en octubre de este año, el Tesoro heleno pudiese emitir deuda a un tipo de interés negativo?

Bien es cierto que se trataba de deuda a corto plazo, con un vencimiento a 13 semanas, y que la tasa era moderadamente negativa (-0,02%), pero el hecho económico estaba ahí. Había inversores que estaban dispuestos, por un monto total de 487,5 millones de euros, a pagar al Tesoro griego por el privilegio de suscribir bonos a corto plazo. Puede que fuera de pequeño tamaño, pero ya nadie puede dudar de que un cisne negro hizo acto de aparición en El Pireo.

Según los analistas especializados, dos factores esenciales estaban detrás de ese inesperado avistamiento: de un lado, la decisión del Banco Central Europeo, adoptada en septiembre, de rebajar el tipo de interés; de otro, la mayor confianza en las perspectivas de la economía griega, para la que se pronostica un crecimiento del 2,8% en 2020 (Tommy Stubbington y Peter Wise, “Greece joins club of negative-yielding debt issuers”, Financial Times, 9 de octubre de 2019).

24 de diciembre de 2019

Las vicisitudes del matrimonio de Jacob: ¿resistirían la prueba del análisis coste-beneficio?

En una de las entradas del verano pasado en este blog se traía a colación el pintoresco episodio de la truculenta bendición paterna lograda por Jacob, lo que, a la postre, determinó su huida, ante la cólera de su hermano Esaú. El relato de sus peripecias, narradas en el Génesis, nos llena igualmente de asombro y, en un alarde de concisión, nos muestra una colección de sucesos que hoy nos dejarían, como poco, boquiabiertos.

El sueño de Jacob, capaz de dormir tomando una piedra como cabezal, es impresionante: “… La tierra sobre la que estás acostado la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra… y todas las naciones de la tierra serán benditas por causa tuya y de tu descendencia”.

Ante semejante promesa divina, no es de extrañar el celo de Jacob por cumplir su parte del trato, que, de entrada, le hizo proclamar, en su voto, el establecimiento de un diezmo. Y luego, prendado de su prima Raquel, hija de Labán, no dudó en ofrecer a éste siete años de servicio a cambio de contraer matrimonio con ella.

Cumplido el plazo establecido, que “le parecieron unos pocos días, de lo enamorado que estaba”, pidió la entrega de su mujer para cohabitar con ella. Tras la fiesta organizada por Labán, pudo Jacob colmar por fin su deseo, pero he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió que, en realidad, había “cohabitado” con Lía, la hermana mayor de Raquel.

“No es costumbre en este lugar dar la menor antes que la mayor”, explicó Labán para justificar el engaño. “Completa la semana nupcial y te daré también la otra, a cambio de que me sirvas otros siete años”, espetó Labán al ávido enamorado, quien no dudó en aceptar la novación del trato, con la consiguiente ampliación del vencimiento.

Llegado a su término, aquel quedó perfeccionado, aunque sin dar fruto en la faceta procreadora, ante la esterilidad de Raquel, y en abierta contraposición con la intensa fecundidad de su hermana Lía. Atributo divino, este último, compensatorio de verse menospreciada por su marido, lo que, aparentemente, no impedía el mantenimiento de vínculos carnales.

Tan grande era ese contraste e inmensa la desesperación de Raquel que no dudó en interponer -de forma directa y en el ciclo completo- a su criada Bilá para generar descendencia por medio de ella. La nueva cohabitación de Jacob tuvo éxito, al igual que, posteriormente, con Zilpa. Así fue Jacob ampliando su estirpe, que, finalmente, por intercesión divina, pudo completarse con la aportación, ya personal, de Raquel.

Catorce años de servicio fue el precio que pagó Jacob por consumar su matrimonio con Raquel, aunque, en el camino, amplió de facto el espectro de sus relaciones conyugales. Una diversidad de elementos, pues, para configurar un análisis coste-beneficio personal de la decisión matrimonial del activo progenitor. Aun más complejo, pero a la vez más sugerente, resulta el análisis si incorporamos la perspectiva colectiva.

Como en todo análisis coste-beneficio, la aplicación de la tasa de preferencia temporal para el descuento de magnitudes es crucial. Es cierto que la meta ansiada del matrimonio con Raquel se vio afectada por un largo diferimiento, pero no lo es menos que en parte de ese período percibió algunos rendimientos a computar en el cálculo del valor presente neto de la “inversión”. 

20 de diciembre de 2019

El secreto del éxito de un conferenciante: no ser un conferenciante

Dar una buena conferencia constituye, en mi opinión, un reto de primer orden. Aunque es cierto que el rodaje y la experiencia personales pueden contribuir a atenuar la magnitud de la ansiedad en los procesos de preparación y de puesta en escena, representa una tarea que merece mucho respeto.

Dar una conferencia es una actividad que conlleva una considerable cantidad de costes, ciertos e insospechados, y, en cambio, está sujeta a múltiples riesgos. Elaborar unos contenidos ex novo y ad hoc requiere de un gran esfuerzo. Por supuesto, todo depende del estándar al que se quiera llegar, pero, si se pretende preservar un conjunto de exigentes pautas desde distintos puntos de vista (conocimiento, originalidad, rigor, sistematización, amplitud, actualidad, claridad…), el desafío está garantizado.

Tratar de cubrir dignamente cada uno de esos apartados, especialmente si no se tiene la expectativa de su repetición ulterior, representa una inversión de gran calado que, en el caso de los no profesionales del oficio, está carente de rendimientos tangibles.

El contenido de la propia sesión, de una actividad que no podrá repetirse miméticamente, es, sin embargo, la mayor motivación para el conferenciante vocacional, o para el que asume el encargo con profesionalidad, que, evidentemente, no lo es lo mismo que profesionalismo. Lo sabe bien quien concibe la conferencia como una acción de información, formación o comunicación dirigida a un colectivo que destina parte de su tiempo a la misma. Una conferencia es un proyecto inabarcable, incompleto por naturaleza, efímero como una flor.

Un intérprete musical dispone de un marco definido para su actuación, la partitura a la que ha de atenerse. Necesita todo su virtuosismo, algo muy difícil de lograr, para desarrollar una buena actuación, pero, desde un primer momento, sabe a lo que se tiene que ajustar. No así el conferenciante, que, antes de actuar, ha de encargarse de escribir su propia partitura.

De manera un tanto forzada, tuve que dar mi primera “(pseudo)conferencia” cuando tenía catorce años. Sólo me indicaron el tema (lema) que tenía que ilustrar, “Vale quien sirve”. Desde entonces, cada conferencia ha sido un desafío, dificultado por la errónea aspiración de transmitir muchas ideas, toda una gama de nociones, demasiada información (¿tal vez por eso el aparente prefijo de esta palabra podría ser un indicio del conflicto, si aquella es excesiva, con la formación?).

Han pasado casi cincuenta años y, por fin, inesperadamente, he visto la luz, gracias a las sabias prescripciones de algunos sesudos asesores en la exigente materia de preparación de conferenciantes. Es ciertamente desolador y frustrante no haber contado con ese adoctrinamiento al inicio de la senda de mis variopintas intervenciones públicas.

Lo dice taxativamente una consultora especializada: “Debemos escoger bien los mensajes que se quieren lanzar, preferiblemente no más de tres ideas, y afinarlos para que resulten interesantes a nuestra audiencia” (“Cómo preparan los conferenciantes una ponencia”, CincoDías, 17 de diciembre de 2019).

En el mismo artículo de prensa se recoge otra recomendación: “Las conferencias son como un chispazo, algo que inspire y emocione, no una formación, por eso decimos que es tan importante la forma como el contenido”.

No obstante, me han surgido algunas dudas: ¿hace falta realmente una conferencia para transmitir un caudal de tres ideas?, ¿puede concebirse la acción de conferenciar sin un mínimo componente formativo?, ¿merece el calificativo de conferenciante quien se limite a inspirar y emocionar, o pertenece, más bien, a otro campo de actividad?

14 de diciembre de 2019

Los movimientos de protesta social: explicaciones alternativas

Durante algunos años, cuando estábamos inmersos en las simas de la Gran Recesión, los movimientos de indignados se fueron extendiendo por casi todos los sectores. Esas corrientes se convirtieron pronto en el germen de importantes cambios en el panorama político de diversos países, entre ellos España.

La salida paulatina del túnel a partir del año 2014, ligada a la recuperación del tono de la actividad económica y del empleo, fue atenuando aparentemente, al menos en su expresión pública, el fragor de las protestas. Ahora bien, conviene no perder de vista que, en gran parte, dichos movimientos se han incorporado como un elemento permanente dentro de la realidad social y política. La llama del descontento no solo no se ha extinguido, sino que se ha expandido, alimentando focos diferenciados en torno a reivindicaciones específicas de ciertos colectivos, en unos casos, y en otros, centrados en problemas internacionales o mundiales.

Habiendo adquirido ese reguero de disconformidad un carácter estructural, los analistas han quedado sorprendidos por la concatenación de brotes de protesta social de manera simultánea en numerosos países del mundo, en unos casos de manera pacífica y, en otros, no tanto.

¿A qué obedece semejante eclosión de conflictos? ¿Obedecen a una razón de fondo común? ¿Se trata de causas plenamente justificadas? ¿Cómo deben responder los gobiernos? ¿Asistimos a un cambio imparable del orden político y social?

Una primera reflexión es que, aunque a veces nos cojan de sorpresa, una ola de protestas como la descrita no surge de la noche a la mañana. Seguramente un amplio conjunto de factores está detrás de las mismas, y en él se combinan problemas reales, injusticias, percepciones sociales, discursos ideológicos de gran influencia, puesta en cuestión del Estado, degradado como institución incapaz de resolver los problemas sociales y de satisfacer las expectativas individuales, reacciones ante una sociedad en proceso de transformación tecnológica y económica, distribución desigual de los beneficios de la globalización económica, rechazo de las desigualdades económicas, condena del sistema capitalista…

A partir de los anteriores elementos, y de otros muchos que pueden añadirse a la relación, es posible esbozar enfoques explicativos de lo que está ocurriendo.

En un número reciente de la revista The Economist, en un artículo con un título significativo (“We all want to change the world”, 16 de noviembre de 2019) se lleva a cabo un intento de sistematizar las posibles explicaciones de las revueltas sociales, agrupándolas en tres categorías: económicas, demográficas y conspirativas.

Las de la primera categoría ponen de relieve cómo medidas que impactan en el coste de la vida, aunque sea de una forma bastante modesta, si se toman aisladamente, actúan como la espoleta que desata la reacción de personas que tratan de salir adelante a duras penas, después de años de apretarse el cinturón. Las distintas corrientes anticapitalistas ven en ese tipo de situaciones una ocasión propicia para incidir en sus críticas a un sistema marcado por amplias desigualdades económicas.

Las justificaciones basadas en factores demográficos apuntan a la tradicional propensión de los jóvenes a las protestas. Paradójicamente, un sistema, al que se cuestiona por no dar suficientes oportunidades de alcanzar la educación superior, acaba sufriendo el problema del exceso de graduados respecto a las demandas existentes en el mercado de trabajo.

Por último, no falta la apelación a la supuesta actuación siniestra de fuerzas externas con fines desestabilizadores, con especial protagonismo atribuido a determinados gobiernos.

Pero, según The Economist, ninguna de las anteriores teorías tiene una validez universal. Para afianzar esta tesis, se señala, por ejemplo, que en el caso de Chile, han venido registrándose mejoras recientes en la distribución de la renta, o que, en algunos países, las protestas han estado protagonizadas por personas de avanzada edad. Seis son los aspectos que se mencionan como enfoques alternativos: i) atractivo ligado a la involucración en actividades desafiantes del orden establecido, frente a la rutina cotidiana; ii) facilidades para la comunicación y la organización intra e intergrupos contestatarios; iii) expresión de la desconfianza en los cauces políticos institucionales; iv) papel de los medios de comunicación, que pueden estar alimentando la frustración política; v) debilitamiento de la capacidad de alcanzar acuerdos dentro de los regímenes democráticos; y vi) resistencia a esperar a la finalización del ciclo electoral para propiciar ciertas políticas.

En fin, es bastante tentador coincidir con Andrés Betancor (“Mundo enfadado”, 3 de diciembre de 2019), cuando afirma que “Todo el mundo está enfadado contra todo y contra nada. Tampoco lo saben e, incluso, es lo menos importante”.

Para The Economist, el panorama actual caracterizado por una ola de protestas, más que ser la antesala de una revolución global, representa un nuevo statu quo. Sin embargo, ante la suma de factores y circunstancias que se aprecian, a los que viene a agregarse una potente e influyente legión de profetas del cambio, que rechazan de manera contundente el capitalismo, ¿quién se atrevería a descartar que la famosa portada de The Economist de octubre de 2018, con la imagen de la leona herida del palacio de Asurbanipal (“Capitalism at bay”), no fuera en realidad una premonición del ocaso de dicho sistema que está próximo a llegar?

9 de diciembre de 2019

II Congreso de Educación Financiera de Edufinet: balance y conclusiones


Durante los días 21 y 22 de noviembre ha tenido lugar en Málaga el II Congreso de Educación Financiera de Edufinet, bajo el lema “Educación Financiera para una sociedad en transformación”. El encuentro se ha celebrado en un enclave privilegiado, en el corazón del centro histórico de Málaga, a escasos metros de la Catedral. Se trata del salón de actos del Palacio Episcopal, actualmente centro cultural de la Fundación Unicaja, que, además de cederlo para tal finalidad, ha concedido a Edufinet el honor de inaugurar con su congreso el nuevo espacio habilitado.

A partir de un programa caracterizado por la variedad y la densidad de contenidos, durante las dos jornadas se ha expuesto y debatido un amplio elenco de aportaciones. Una reseña básica de las mismas está disponible en el portal de Internet de Edufinet. Sin perjuicio de ello, y de la publicación prevista del libro de actas del Congreso, en esta entrada se recoge una apretada síntesis de las principales conclusiones que, desde un punto de vista estrictamente personal, pueden extraerse:

  1. La educación financiera es reconocida hoy como uno de los pilares de la estabilidad financiera, junto a la regulación y la supervisión financieras. Se atribuye a la educación financiera la misión fundamental de combatir la información asimétrica entre oferentes y demandantes de servicios financieros, y de capacitar a los usuarios de éstos para evaluar sus elecciones.
  2. La educación financiera puede desempeñar también un papel importante en relación con la mayor protección de los inversores financieros.
  3. Resulta conveniente delimitar las vertientes relativas al conocimiento, la competencia, el comportamiento y el bienestar.
  4. Se asiste a un reforzamiento del carácter fronterizo y multidisciplinar de la educación financiera. Dentro de éste cabe destacar el papel esencial, no sólo instrumental, del análisis económico.
  5. Existe un consenso en el sentido de incorporar elementos de educación financiera desde una edad temprana, preferentemente dentro del currículum escolar.
  6. La falta de una adecuada educación financiera, y la carencia de una cultura empresarial en sentido amplio, han sido identificadas como algunas de las principales causas del fracaso de los jóvenes que inician proyectos empresariales.
  7. La formación se considera básica para mitigar los sesgos cognitivos, teniendo en cuenta la existencia unos comportamientos marcados por una racionalidad limitada.
  8. Las competencias técnicas y las habilidades pedagógicas de los formadores constituyen un requisito básico de la eficacia de los programas de educación financiera.
  9. La existencia de préstamos responsables requiere del apoyo de la regulación y la supervisión por el lado de la oferta, y de la educación financiera, por el de la demanda.
  10. La cultura financiera se configura como un elemento necesario para hacer frente, de manera planificada, a escala individual, a los riesgos financieros asociados al proceso de envejecimiento poblacional.
  11. La evaluación de los programas de educación financiera es un ejercicio imprescindible para valorar su eficacia y su eficiencia, y para introducir mejoras en su desarrollo. Se trata de una tarea compleja que debe responder a una metodología objetiva y rigurosa.
  12. El asentamiento de los nuevos paradigmas económicos y sociales exige una continua adaptación de los contenidos, de la metodología y de los canales de impartición de los programas de educación financiera.
  13. Las nuevas tecnologías, en general, ofrecen beneficios pero también conllevan riesgos para la ciudadanía. Ante la aparición en el sistema financiero de nuevos “jugadores” no cubiertos por los paraguas de los esquemas regulatorios y supervisores aplicables a las entidades financieras, se incrementa el papel protector que puede derivarse de la cultura financiera.
  14. La toma de decisiones informadas en el ámbito de los criterios ASG (ambientales, sociales y de gobernanza) entronca con la educación financiera, pues, a las competencias relacionadas con la contratación de productos y servicios financieros, se les habrá de sumar la específica que permita un dominio de los aspectos básicos de la contratación sostenible o socialmente responsable.
  15. Frente a la acepción tradicional del compliance como cumplimiento normativo en sentido pasivo, surge la noción del compliance como una forma proactiva de demostrar el compromiso de una organización con el cumplimiento de estándares éticos y legales. Se considera un candidato natural para integrar en los programas de educación financiera para empresarios y emprendedores.

La cercanía del recinto catedralicio permitía percibir, de manera atenuada, el sonido pausado de las campanadas, al compás del reloj de su única torre. Por determinadas razones históricas, se trata de un monumento inconcluso, pero no por ello menos querido y admirado. Salvando las distancias, Edufinet, por vocación, constituye también un proyecto inconcluso, en permanente construcción, de ahí que sigamos empleando esa denominación -proyecto- frente a otra que pudiera evocar algo cerrado y acotado.

Partiendo de esa filosofía, el Congreso, lleno de contribuciones de interés, nos brinda una oportunidad para ampliar el abanico de conocimientos y de experiencias. Al igual que la educación puede concebirse, en términos de análisis económico, como un proceso productivo, un enfoque similar puede aplicarse a un evento congresual.

La utilización de factores, la realización de actividades y la obtención de un producto son los ingredientes básicos del referido proceso. Es nuestra idea proseguir con la fase de las consecuencias y, a tal fin, llevaremos a cabo una “destilación” de los contenidos del Congreso con objeto de extraer enseñanzas que nos permitan adaptar los programas formativos destinados a los diferentes colectivos.

Aunque sin duda resultaría muy pretencioso aspirar a convertir Málaga en una de las capitales otoñales de la educación financiera, al menos sí creemos que podemos abrirnos un hueco en el circuito de referencias nacionales e internacionales. Con tal propósito es nuestra intención empezar a trabajar ya, con la mirada puesta en la cita del año que viene.

Casi quince años después del nacimiento de Edufinet, la inquietud por el conocimiento sigue viva, a la par que el compromiso con su extensión entre las personas que demanden una aproximación a los conceptos económicos y financieros.


(Artículo publicado en “UniBlog”, con fecha 5 de diciembre de 2019)

6 de diciembre de 2019

Lenguaje y felicidad: la aparición de un nuevo indicador de bienestar

La medición del bienestar individual y colectivo es una especie de santo grial que marca una búsqueda incesante, a lo largo de siglos, llevada a cabo por los economistas y otros científicos sociales. En realidad, pretender medir exógenamente el bienestar o la felicidad de una persona es una meta más bien quimérica, en la medida en que cada individuo es -o, al menos, cabe esperar que lo sea- el mejor juez de su propia situación.

En todo caso, no es una tarea estéril tratar de encontrar indicadores que puedan reflejar lo más fidedignamente posible el estado de una colectividad en su conjunto, a fin de poder hacer comparaciones a lo largo del tiempo o entre distintos grupos. Los indicadores podrán ser más o menos expresivos, pero, si la cosa queda ahí, no habría mayores problemas que los derivados de su grado de fiabilidad. El peligro puede surgir cuando algún régimen, político, grupal o de otra naturaleza, se atribuya la facultad de interpretar los cauces y los contenidos de la felicidad de las personas. Las experiencias resultantes, en distintas escalas, pueden llegar a ser aterradoras.

Al margen de esta cuestión fundamental, son numerosos los enfoques y abundantes los escollos metodológicos para la cuantificación del bienestar personal. No es el propósito de esta entrada adentrarnos ahora en ese terreno, sino traer a colación una curiosa forma de aproximación al grado de felicidad de una sociedad por una vía un tanto insospechada, completamente ajena al marco de las cuentas económicas nacionales, como es la del vocabulario empleado en los textos escritos.

Al escribir estas líneas no he podido evitar evocar cómo Lucio Ségel se mostraba entusiasmado ante las posibilidades que los programas informáticos lanzados por Apple abrían para el análisis de textos. En su estudio abuhardillado situado en los aledaños de la Plaza de la Merced fue cuando me maravillé por primera vez del sensacional Macintosh Plus, que me cedió para la edición de algunos de mis trabajos académicos. Corrían los años ochenta. Sobre su uso recibí luego las doctas lecciones del añorado Julián Martínez, editor magister. Años después, en su estancia en la Universidad de Heidelberg, Lucio Ségel desarrollaría sus innovadoras tesis sobre el metalenguaje.

Las palabras -solía decirme con tono pausado- son elementos multifuncionales. Ante mi obsesión por discurrir siempre encima de la tabla de salvación de los significados exactos y cartesianos, me hacía ver cómo éstos podían llegar a ser meros comparsas. Las palabras podían ser agentes encubiertos transportando claves ocultas, notas de una partitura musical, piezas de un mecano, cuentas de un collar sujetas con un hilo invisible, o meros caprichos estéticos o sonoros. Todo eso y mucho más. Las palabras tienen vida propia más allá de su condición de instrumentos para la transmisión de información. Fue una lección que me costó trabajo asimilar.

Pero ahora, después de tanto tiempo, el enfoque del nuevo “Índice Nacional de Valencia” no se me antoja sino como una mera prolongación de las tesis segelianas. Un equipo de investigadores, integrado por Thomas Hills, Chanuki Illuska Seresinhe, Daniel Sgroi y Eugenio Proto, han desarrollado un marco para realizar una aproximación cuantitativa a la felicidad a lo largo de la historia (“What make us happy? We analysed 200 years of written text to find the answer”, The Conversation, 16 de octubre de 2019). El enfoque se basa en el análisis de millones de libros de ficción y no ficción, así como de periódicos, publicados en los últimos 200 años. Para ello utilizan un algoritmo con vistas a calibrar el estado de felicidad o de infelicidad de los escritores en el momento de plasmar sus textos.

A tal efecto llevan a cabo un “análisis del sentimiento”, que pretende medir la frecuencia con la que un autor usa palabras positivas y negativas para expresar una actitud emocional. Tales investigadores han creado el “Índice Nacional de Valencia”.

Como destaca The Economist (“Reading between the lines”, 19-10-2019), los autores buscan en los textos palabras a las que se ha asignado una “valencia” psicológica, esto es, un valor que representa cómo de emocionalmente positiva o negativa es una palabra.

El estudio de Hills et al. llega a concluir lo que ellos mismos consideran aspectos remarcables: de un lado, que el PIB ejerce realmente una influencia marginal sobre el bienestar, en la medida en que ha crecido mucho en los últimos 200 años, pero el bienestar ha subido y bajado extraordinariamente a lo largo de ese período; de otro, que el bienestar muestra resiliencia a eventos negativos a corto plazo.

Hay otro aspecto remarcable, pero que quizás no necesitaba de demasiado contraste, aunque, desgraciadamente, son muchos los episodios para la verificación: es una experiencia bélica la que origina las mayores caídas en el bienestar. En promedio se requiere un aumento del PIB del 30% para restituir la merma de felicidad ocasionada por un año de guerra.

En caso de que algunos de mis textos entre en el saco de los millones de escritos que se analicen en un futuro, estoy convencido de que, con independencia del estado de ánimo de cada momento, el programa analítico tendría que percibir necesariamente la magia incomparable de la entrada, hace ya más de treinta años, al mundo de los Macs.

4 de diciembre de 2019

Lecciones de las grandes crisis históricas: la visión de M. Wolf

Martin Wolf es el comentarista económico jefe del diario Financial Times. Sus frecuentes artículos en este medio se caracterizan por su elevada calidad, el gran alcance de las visiones expuestas, y su profundidad de análisis. Muchos de ellos -yo diría que la inmensa mayoría- son verdaderamente inquietantes, debido a los escenarios que vislumbra, donde emergen enormes riesgos que a menudo pasan desapercibidos desde perspectivas más superficiales. Unos tienen más consistencia que otros, pero todos ellos son siempre de interés. 

El publicado el pasado día 27 de noviembre, con el título “Unsettling precedents for today’s world”, puede que no sea el más elaborado, pero sí uno de los que aporta mayores dosis de inquietud, a partir de un escrutinio de algunas lecciones de la historia. Como el propio título indica abiertamente, los precedentes seleccionados por el destacado analista son inquietantes y perturbadores.

“La historia es la guía más poderosa para el presente, porque es evidencia de lo que es permanente en nuestra humanidad, especialmente las fuerzas que nos llevan al conflicto”, señala al inicio del mencionado artículo. En él se destacan algunos hechos económicos relevantes:

§  En el año 1880, el Reino Unido generaba un 23% de la producción industrial mundial; en el año 1913 dicha cuota había retrocedido hasta el 14%, en tanto que la de Alemania había pasado del 9% al 15%.

§  A su vez, el peso de China en la economía mundial había evolucionado, en el mismo período, del 17% al 8%; el de Estados Unidos, del 8% a cerca del 20%.

§  Entre 1980 y 2019, mientras que la participación de la Unión Europea y de Estados Unidos en la producción industrial ha retrocedido apreciablemente, la de China ha subido desde el 5% al 20%.

§  Por lo que respecta al PIB mundial, China ha ascendido desde menos del 5% al 15%, convergiendo en torno a esa cota con Estados Unidos y con la Unión Europea. Por primera vez desde hace más de un siglo, Estados Unidos tiene ante sí una potencia económica que la supera en tamaño.

Wolf extrae algunas lecciones de la experiencia histórica analizada:

El papel asumido por Estados Unidos (acción en los grandes conflictos del siglo XX, e inacción en el período de entreguerras) ha tenido una gran incidencia en los resultados.

La calidad de los líderes de las potencias mundiales tiene una notoria importancia: “Sin un mejor liderazgo, Occidente y con ello todo el mundo están en un problema profundo”. Frente a la determinación del presidente chino Xi Jinping de reforzar el dominio del Partido Comunista en una China resurgente, el sistema político del mundo occidental y, en particular, en Estados Unidos y en el Reino Unido está fallando.

La evitación de los conflictos bélicos es de importancia crucial, pero hoy día resulta insuficiente. Dadas las interconexiones existentes, la superación de los retos económicos, de seguridad y ambientales que afronta la humanidad requiere de la aplicación de un esquema de colaboraciones que permita una visión de suma positiva.

Y, retrotrayéndonos a la dolorosa experiencia de los años treinta del pasado siglo, persiste la amenaza de que un fracaso de las élites gobernantes degenere en un colapso de la democracia. Wolf nos recuerda lo que puede ocurrir cuando algunos grandes países caen en manos de lunáticos hambrientos de poder. Desafortunadamente, esa especie no se ha extinguido con el avance de las civilizaciones ni se da únicamente en las grandes potencias.

Entradas más vistas del Blog