Con vistas al análisis y el
seguimiento de los factores determinantes del nivel de emisiones de CO2,
la identidad de Kaya ofrece un esquema bastante sencillo e ilustrativo. Parte
de una equiparación muy elemental, casi de una tautología: la cifra total de
emisiones es igual a la cifra media de emisiones por persona multiplicada por
el número de personas. Lo único que se afirma realmente es que el número total
de emisiones es igual… al número total de emisiones. Introduciendo variables
que no alteran el resultado, al aparecer primero en el numerador y luego en el
denominador de cada bloque, se puede desagregar el monto total en distintos
componentes:
Total de emisiones de CO2
= Población x (PIB/Población) x (Energía/PIB) x (CO2/Energía).
Así, la cifra total de emisiones
puede explicarse mediante el producto de varios factores relevantes: i) el
número de personas en el mundo; ii) el PIB por habitante; iii) la intensidad en
energía de la producción de bienes y servicios; y iv) la intensidad en carbono
de la energía utilizada. En la página web “Our World in Data” se expone el
desarrollo de esta expresión, y se ofrece un inventario de datos relativos a
cada uno de los factores mencionados, para todos los países del mundo.
Según lo expuesto, la identidad de
Kaya nos coloca ante un reducido, e inquietante, menú de opciones para disminuir
la cifra de emisiones. En síntesis, son las siguientes: reducir la intensidad
en carbono del PIB, bajar la renta media por persona, o disminuir el número de
habitantes del planeta.
Ante esta complicada tesitura, ¿se
puede ser tecno-optimista climático? Es lo que Martin Sandbu plantea en un
reciente artículo del Financial Times, en el que aboga por esa clase de
optimismo matizado, después de rechazar, como estrategias no adecuadas, la del
“decrecimiento” o “empobrecimiento”, y la del control de la población.
No obstante, hay algunos aspectos de
interés que merece la pena tener en cuenta: a) existe la posibilidad de
utilización de tecnologías para retirar carbono de la atmósfera; b) el impacto
en emisiones no es uniforme, sino que está concentrado en la población con
mayor nivel de renta: la mitad más pobre de la humanidad produce solo el 10% de
las emisiones globales; c) en lugar de “decrecimiento”, puede apostarse por la
disminución de contenido en emisiones de los bienes y servicios producidos:
como apunta Sandbu, la esencia del “crecimiento verde” es reducir la intensidad
en carbono del PIB, la renta o la riqueza, no la reducción de estas magnitudes
económicas.
La experiencia de una serie de países
demuestra que es posible el “desacoplamiento” del crecimiento económico y el
aumento de las emisiones de carbono. El incremento del PIB per cápita es
compatible con el descenso de la cifra de emisiones per cápita. Además, se
dispone de tecnologías que permiten que sea factible conciliar la
descarbonización con el mantenimiento de los actuales estilos de vida. El
proceso necesario no es, sin embargo, barato, ni está exonerado de costes de
transición. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), mantener el
planeta en la senda de un incremento de la temperatura global de 1,5º respecto
a la era preindustrial requeriría de una inversión anual de 4 billones
(hispanos) de dólares, esto es, cerca de un 5% del PIB mundial actual. La
aplicación de un impuesto sobre el carbono aparece como un elemento
imprescindible para encauzar dicho proceso. Su recaudación debería servir para
apoyar a aquellos colectivos más afectados por la transición energética.
Cuatro son las medidas básicas
propugnadas por la citada Agencia: i) un impulso adicional sobre la
electrificación limpia (aumento de las fuentes de energía solar, eólica, e
incluso, en algunos casos, nuclear); ii) un foco permanente sobre la eficiencia
energética; iii) una iniciativa general para reducir las emisiones de metano
por el uso de combustibles fósiles; iv) un respaldo a la innovación en el campo
de las energías limpias.
En el informe de la AIE se destaca
que muchas de las actuaciones propuestas presentan una buena relación
coste-eficacia, y que, respecto a las demás, su coste es insignificante en
comparación con los inmensos riesgos de la inacción.
(Artículo publicado en el diario
“Sur”)