Hay algunos
conceptos respecto de los cuales, en un plano abstracto y genérico, es
sumamente difícil discrepar. Pertenecen a esta categoría vocablos como los de
justicia, igualdad, o equidad. Resulta raro encontrar personas que, de
antemano, se opongan a que estos atributos formen parte del diseño del sistema
económico. Los problemas comienzan cuando hay que traducir tales conceptos y
trasladarlos a un entorno real. Los mismos términos pueden amparar significados
muy diversos, por lo que es fundamental, con vistas a cualquier discusión,
precisar su alcance.
Lo expresa
con claridad Thomas Sowell: “Si comprendemos lo que realmente estamos diciendo,
en muchos casos podríamos no decir eso o, si lo hacemos, podríamos tener una
mejor oportunidad de conseguir que nuestras razones sean comprendidas por
quienes discrepan de nosotros”. Lo indica así en el prefacio de una obra en la
que realiza una disección de una noción de la justicia que ha se ha erigido
como referencia central de la controversia doctrinal e ideológica, la justicia
cósmica: “The quest for cosmic justice” (Simon & Schuster, 1999). Esta obra
constituye una aportación imprescindible para introducirse en el análisis
económico y político de la justicia y la desigualdad. Una vez más, el
economista estadounidense se convierte en un potente faro para poder navegar
por aguas procelosas en las que es muy fácil precipitarse contra imponentes
acantilados, eso si antes no se ha sucumbido al fuego incesante de las baterías
que se han adueñado de toda la costa.
“Cualquiera
que sea el principio moral en el que cada uno de nosotros cree, lo llamamos
justicia, por lo que estamos hablando en un círculo cuando decimos que
defendemos la justicia, a menos que especifiquemos cuál es la concepción de la
justicia que tenemos en mente”. Justicia social es una expresión cada vez más
extendida, pero Sowell advierte de que “Toda justicia es inherentemente social.
¿Puede alguien en una isla desierta ser justo o injusto?”, se pregunta.
Pues bien, la
justicia cósmica va más allá de la justicia social, después de abarcarla.
Aspira a corregir no sólo las consecuencias de las acciones sociales, sino
también las derivadas del infortunio físico o de la genética. Virtualmente,
nadie considera las desigualdades como deseables en sí mismas, pero Sowell trae
a colación la advertencia de Friedman cuando afirmaba que “una sociedad que
coloca la igualdad -en el sentido de igualdad de la renta- por encima de la
libertad, acabará sin igualdad y sin libertad”.
Sowell
defiende el sentido de la justicia tradicional, que se basa en el
establecimiento de procesos imparciales, en lugar de anteponer los resultados.
La justicia social busca eliminar desventajas no merecidas para grupos
seleccionados, desatendiendo los costes para otros individuos o grupos, e incluso
para la sociedad en su conjunto. Ambos conceptos son incompatibles. Al
desatender las consecuencias para la sociedad, la justicia social podría
llamarse más apropiadamente, según el autor del libro comentado, justicia
antisocial.
Asimismo, la
justicia cósmica se centra en un segmento de la población, e ignora los
intereses de otras personas, que, no obstante, deben pagar el precio de las
decisiones tomadas. Éstas, a veces, pueden llevar a resultados catastróficos.
En el libro se recogen algunos basados en experiencias reales. La actuación de
los tribunales de justicia no debería estar imbuida de la búsqueda de la
justicia cósmica sino del más estricto cumplimiento de los estándares
aplicables a cualquier persona.
El predominio
de la justicia social puede dar lugar no únicamente a resultados
contraproducentes, sino que la asunción de mayor poder por los funcionarios con
vistas a crear justicia social puede abrir la vía del despotismo.
Uno de los
muchos contrastes entre la justicia tradicional y la justicia cósmica es que la
primera implica las normas bajo las que personas de carne y hueso interactúan,
mientras que la segunda cubre no sólo los individuos y grupos contemporáneos,
sino también abstracciones de grupos que se extienden a lo largo de generaciones
e incluso siglos. A veces se dice los negros americanos que viven en la
actualidad están peor de lo que estarían si sus ancestros hubiesen permanecido
en África. Sin embargo, según Sowell, puede ser oportuno señalar que el número
de americanos negros contemporáneos que han emigrado a África no comienza a
aproximarse al número de africanos contemporáneos que han emigrado a Estados
Unidos.
Es cada vez
más habitual atribuir diferencias entre personas a las consecuencias de las
injusticias pasadas,
pero Sowell matiza que se dan las mismas diferencias entre grupos en otros
países con historias muy diferentes. Si uno maneja bastantes números,
eventualmente encontrará algunas estadísticas que parecen encajar con nuestra
visión. La estadística “Aha” tiene cada vez más seguidores. En esta línea, en
el libro se mencionan distintos ejemplos reales sobre participación
diferenciada de distintos grupos, en actividades diversas, sin que por ello haya
discriminación.
Es también
cada vez más habitual ilustrar el grado de desigualdad de la renta o la riqueza
en país contraponiendo los porcentajes que corresponden con las decilas
superiores con los de las decilas inferiores. Sowell pone el acento en un punto
muy relevante: el supuesto implícito en este tipo de análisis es que se está
hablando de clases de personas cuando de hecho estamos hablando de individuos
en diferentes etapas de sus vidas. Según él, en Estados Unidos, sólo un 3% de
la población tiende a permanecer en el 20% más bajo durante 8 años.
En el tramo
final de la primera parte del libro se incide en las consecuencias prácticas de
la cruzada por la justicia cósmica. Para Sowell, los que persiguen ésta han
tendido a suponer que las consecuencias serían las pretendidas, lo que
significa que las personas sujetas a las políticas del gobierno serían como
piezas de un tablero de ajedrez, que pueden ser movidas como se quiera. Pero
los beneficiarios previstos y quienes han de pagar los costes de tales beneficios
reaccionan a veces de formas inesperadas. Para los jóvenes de raza negra ha
habido, a su entender, algunas consecuencias trágicas.
La búsqueda
de la justicia cósmica no necesariamente significa un resultado final de mayor
igualdad o justicia que bajo políticas de justicia tradicional. Los únicos
claros ganadores son quienes creen en la visión que dicha justicia cósmica
proyecta, una visión en la que tales creyentes son así moral y/o
intelectualmente superiores a otros.
Nadie debe estar
feliz con las injusticias cósmicas, pero las cuestiones reales son: i) qué
podemos hacer al respecto, y a qué coste; ii) qué debemos hacer colectivamente
y cuánto debemos dejar a los propios individuos.Para Sowell, la justicia
cósmica es irreconciliable con la libertad personal basada en el imperio de la
ley, y destaca que el desarrollo económico ha sido la más exitosa de todas las
políticas contra la pobreza. La primera parte finaliza con una fábula antigua,
acerca de un perro que tenía un hueso en la boca, pero que pierde cuando trata
de coger otro más grande que tenía su propia imagen reflejada en el agua de un
charco. “La justicia cósmica se parece mucho a ese ilusorio hueso y también
puede causarnos que perdamos lo que es alcanzable en la búsqueda de lo
inalcanzable”.