6 de septiembre de 2021

La Revolución francesa: ¿mitos destronados?

 

La primera vez que visité París todavía era bastante joven y aún guardaba intacto un baúl lleno de ilusiones. Corría el verano de 1979. Fue un viaje memorable, una experiencia inolvidable que, en gran medida, cambiaría el curso de mi vida en algunos aspectos importantes. Estuvo a punto de serlo mucho más, pues sólo milagrosamente pude evitar quedar aplastado por un autobús, contra la pared de una estrecha calle de Montmartre.

Habría sido un final absurdo, probablemente escrito en un guion oculto, por alguna pluma caprichosa, pero la interposición de un providencial ángel de la guarda fue capaz de alterar el curso del relato. No siempre es así. Hoy, llenos de dolor, asistimos a la despedida, abrupta y cruel, del gran Eugenio Alonso, personaje inefable e inabarcable en su autenticidad. Incansable perseguidor de sueños, su espíritu, indómito y puro, seguirá volando hasta la eternidad.

Me paro a pensar y los recuerdos de aquel primer París, que tanto había admirado antes a través de las fotografías que me llegaban de Francia y de la infinidad de historias que, cada verano, nos traían los queridos emigrantes. Así se les llamaba entonces. A uno de ellos, que compuso la emocionante “Canción del emigrante”, tuve la oportunidad de verlo en la capital francesa. Alí me presentó a un veterano militante comunista, que, según me dijo, había participado en la creación del PSUC. Era una persona culta, educada y respetuosa, que me contó interesantes episodios de su vida. Con él mantuve correspondencia durante un tiempo. A pesar de la diferencia de edad, siempre me trataba de usted. Al cabo de unos años, retornó a su pueblo natal, en la provincia de Valencia. Me hice el propósito de visitarlo, pero, como tantas otras veces, no llegué a materializarlo.

Llegué a París un domingo por la noche. Al día siguiente, la primera visita era obligada. Al salir del metro y buscar su imagen, la emoción fue indescriptible, cuando me vi ante la imponente figura de la Torre Eiffel. Si ésta era un destino prioritario, también la plaza de la Bastilla, con toda su significación histórica, era un lugar al que anhelaba acceder a toda costa. Difícilmente -pensaba entonces, y durante mucho tiempo después- podía haber un hito que hubiese tenido tanta trascendencia para la historia contemporánea como la mítica toma de la prisión parisina.

Curiosamente, al cabo de tantos años, una de las personas relacionadas con aquel viaje a París me ha regalado un ejemplar de un extraño libro titulado “¡Creer o morir! Historia políticamente incorrecta de la Revolución francesa” (Biblioteca Homo Legens, 2021), de Claude Quétel. En él se describe el célebre episodio de la toma de la Bastilla (págs. 125-126): “… Encontraron solo siete prisioneros. En vano buscaron otros por todos los rincones. Cuatro falsificadores que estaban en espera de juicio, sin esperar otra cosa, desaparecieron. Los otros tres fueron paseados por las calles con mil muestras de respeto, pero enseguida fue evidente que dos de ellos eran locos a los que fue necesario encerrar al día siguiente en Charenton. El último de los siete, prisionero por cometer incesto, no era más presentable que los otros, y también consiguió desaparecer. No importa, se inventaron al instante un octavo…”.

Desconcertado ante semejante versión, me quedé completamente desconcertado, como impactado por el detallado relato de todo lo que aconteció después del 14 de julio de 1789. Aun siendo sabedores de la existencia del período del denominado “Terror”, cuesta trabajo asimilar tal cantidad de iniquidades y aberraciones. ¿Realidad, leyenda o ficción? ¿Dónde estará la verdad?



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