31 de enero de 2022

Brecha salarial de género: ¿también brechas invertidas?

 

Hace muy poco, la London School of Economics (LSE) lanzó el Hub for Equal Representation in the Economy, que se autodefine como “un equipo de investigadores económicos punteros de la LSE que están centrados en encontrar vías efectivas para mejorar la representación de las mujeres y las minorías en el trabajo”.

En una de las investigaciones publicadas[1], se analizan datos de más de 100.000 empleados en una multinacional, a lo largo del período 2015-2019, en 101 países. Las variables estudiadas son la brecha salarial de género y la participación de la mujer en la población activa.

En el gráfico adjunto se representa la brecha salarial de género (la diferencia entre el salario de las mujeres y el de los hombres expresada como porcentaje del salario de los hombres) (eje vertical) y la ratio de la participación de las mujeres en la población activa respecto a la de los hombres (eje horizontal).

Según los datos recogidos en el gráfico, en una serie de casos se da una brecha salarial de género invertida: las mujeres están mejor pagadas que los hombres. Resulta bastante llamativo el considerable número de países que se sitúan por encima de la línea central, que refleja la paridad salarial.

La relación entre las dos variables analizadas es negativa, lo que indica que las mujeres ganan más que los hombres en países donde las primeras es menos probable que trabajen fuera del hogar (op. cit., pág. 5).

La explicación de este hecho puede radicar en que, “en un país donde las barreras para el trabajo de las mujeres en el mercado laboral son altas, las pocas mujeres que tienen empleos en compañías multinacionales son buenas de manera destacada. Estas figuras son promocionadas y pagadas por encima del hombre medio”[2].




[1] Vid. N Ashraf, O. Bandiera, V. Minni, y V. Quintas-Martínez, “Mind the gap: what gender differences in pay tell us about untapped talent”, mayo 2021.

[2] Vid. Harford, “Hard truths about the gender pay gap”, Financial Times, 21-1-2022.


29 de enero de 2022

El déficit de sueño como problema estructural español

 

Según un estudio del Centro de Investigación del Sueño (CIS) Flex[1], sólo el 59% de los españoles se despiertan cada día con la sensación de haber descansado bien. Otras interesantes conclusiones se desprenden de dicho estudio: “Una semana durmiendo 5 horas diarias induce a un estado de embriaguez”, si bien no se menciona a cuál de las acepciones que contiene el Diccionario de la Lengua Española se hace referencia. Es de suponer que a la tercera. En suma, según distintas fuentes, los españoles dormimos, en promedio, entre 30 y 40 minutos menos por noche que el europeo medio.

Sin embargo, es bien sabido que la distribución de las capacidades individuales para conciliar el sueño muestra un patrón muy heterogéneo. Recuerdo cómo, hace años, un profesor de mi Facultad mostraba su preocupación por el hecho de que un conocido colega le había asegurado que, debido a la situación de estrés académico por la que atravesaba, llevaba despierto ese día, sin poder recuperar el sueño, ¡desde las seis de la madrugada! (sic).

Respecto al sueño hay muchas cosas curiosas. Parece ser que existe una inclinación a creer que se duerme menos de las horas reales. A veces, incluso, despertarse brusca y anticipadamente es un alivio, si con ello se pone fin a alguna pesadilla. En fin, sólo aquellas personas con escasa habilidad para “dormir a pierna suelta” pueden tomar conciencia de la trascendencia de esa faceta esencial para el ser humano. Casi mejor no pensar lo que puede ser caer en una fase de insomnio prolongado, como la que describe la novelista Samantha Harvey, que, al parecer, sufrió esa situación a lo largo de un año completo[2].

Lo que no deja de ser doloroso, sobre todo para quienes no tienen las habilidades mencionadas, es que, en parte, las disfunciones del descanso hispano obedezcan a la concesión que Franco hizo a Hitler en el año 1940, como recuerda Simon Kuper[3]. Y es verdaderamente llamativo que, siendo como fue una decisión con semejante origen y semejante finalidad, no se haya planteado revertirla, ni siquiera dentro ya del período democrático. ¿Tiene tantas ventajas estar alineados con el horario central europeo, con Berlín y París, en vez de con Londres? Hemos tenido ya tiempo suficiente para ser Portugal en vez de Francia, a efectos horarios.

El problema de la falta de sueño es verdaderamente relevante. Más allá de los dramas personales, hay consecuencias para la productividad del sistema económico y, lo que es peor, existe evidencia de que una falta de sueño está asociada con unos mayores riesgos de depresión, de cáncer, de la enfermedad de Alzheimer y de obesidad[4]. Asimismo, un mayor número de horas de sueño está correlacionado con un menor índice de masa corporal y un mejor metabolismo[5]. Para empeorar las cosas, algunas personas tienen el infortunio de caer en la “ortosomnia”, una especie de trastorno originado por la obsesión con dormir bien que lleva a un exceso de ansiedad. El profesor Colin Espie lo describe en un exitoso libro.





[2] C. Taylor, “The shapeles unease – the yawning expanse of insomnia”, Financial Times, 20-12-2019.

[3] “Waking up to the new sleep rules”, Financial Times, 21-10-2021.

[4] Vid. H. Mance, “We must stop trying to excel at sleep”, Financial Times, 12-11-2021.

[5] Vid. F. Macdonald Johnston, “Eight steps for a better sleep”, Financial Times, 9-4-2020.

28 de enero de 2022

¿Hacia la convergencia del pensamiento económico?

A pesar de los espectaculares desarrollos de la teoría económica, lo cierto es que las discrepancias entre los economistas, a la hora de explicar los fenómenos económicos y de propugnar medidas para afrontar los problemas sociales, son extraordinarias, en algunos casos abismales. Tanto es así que a veces cuesta trabajo asimilar que determinadas proposiciones, por su antagonismo absoluto y manifiesto, puedan provenir del mismo campo del conocimiento. A lo anterior viene a añadirse la extendida tendencia a confundir la utilización del pensamiento económico, supuestamente basado en una estructura de construcción científica, con la emisión de meras apreciaciones o valoraciones personales carentes de respaldo académico.

En el ámbito de la influyente American Economic Association (AEA) se vienen realizando encuestas entre miembros de dicha asociación a fin de estudiar cómo evoluciona el grado de coincidencia o de discrepancia acerca de un conjunto de proposiciones económicas. El último cuestionario, realizado en 2020, cubre un total de 46 proposiciones[1].

En el trabajo se compara cómo ha evolucionado la posición de los economistas a lo largo de cuatro décadas. El principal resultado obtenido es un aumento del grado de coincidencia sobre numerosas proposiciones económicas, especialmente las referentes al papel de la política fiscal en macroeconomía y las cuestiones relativas a la distribución de la renta. Los autores del estudio señalan que “los economistas asumen ahora el papel de la política fiscal de una forma que no era obvia en anteriores estudios y son en gran medida partidarios de políticas gubernamentales que mitiguen la desigualdad de la renta. Otra área de consenso es la preocupación por el cambio climático y el uso de instrumentos adecuados de política económica para abordarlo”.

Como se aprecia en el gráfico adjunto, el porcentaje de proposiciones en las que coinciden apreciablemente los economistas ha aumentado significativamente: de menos de un 10% del total en 1990, a un tercio en 2020.

Pese a todo, como ha señalado The Economist, “la ciencia lúgubre no ha pasado a ser, sin embargo, enteramente armoniosa… Bastante espacio, aún, para un debate saludable”[2]. Las 46 proposiciones económicas incluidas en el estudio de la AEA son de gran interés. Para contestarlas no hace falta ser economistas. También éstos, como cualquier persona, pueden dar respuestas basadas en juicios de valor, y condicionadas por el estado de las corrientes generales de opinión dominantes.



[1] D. Geide-Stevenson y A. La Parra, “Consensus among economists 2020 – A sharpening of the picture”, AEA, diciembre 2021.

[2] “The new consensus. Economists are agreeing with each other more”, 22-1-2022.


                             Fuente: Mural de la Facultad de Económicas de Málaga.





27 de enero de 2022

Tribalismo político y Covid-19: ¿hacia arriba o hacia abajo?

 

Una de las tendencias sociales más acentuadas en los últimos años es la polarización política dentro de la sociedad, esto es, el ensanchamiento de las brechas entre las posiciones ideológicas de los ciudadanos. La tolerancia respecto a las opiniones y posiciones de otras personas se ha visto considerablemente mermada. Los mensajes que suelen cruzarse en las redes sociales, no ya sólo en relación con cuestiones específicas de matiz político, sino también sobre otras muchas de carácter más general, son un buen termómetro. A raíz de la pandemia de la Covid-19 muchas han sido las zonas de fricción y de controversia. Hasta cierto punto es normal. Cuando surgen dificultades y problemas suelen aflorar comportamientos no activables en épocas de bonanza.

Suele denominarse “Polarización afectiva” al grado de animosidad que los seguidores de un partido político sienten hacia los de otros partidos. Cuando ese grado es elevado puede hablarse de “tribalismo político”. ¿Cómo ha evolucionado dicha polarización afectiva a raíz de la pandemia de la Covid-19? ¿Se ha exacerbado como consecuencia de las difíciles situaciones vividas y las controversias sobre los cursos de acción recomendables? ¿O se ha atenuado ante la necesidad manifiesta de sumar fuerzas para hacer frente a situaciones de suma gravedad? ¿Qué ha ocurrido en España y en los países de nuestro entorno?

Una respuesta nos la da un informe elaborado por el Centre for the Future of Democracy de la Universidad de Cambridge[1]. Queda reflejada en el gráfico adjunto: “Un año y medio después del inicio de la pandemia del coronavirus, la polarización afectiva parece haber disminuido en la mayoría de las democracias… especialmente entre los jóvenes (18-35 años)” (op. cit., págs. 26-27). Como explicación se apunta la posibilidad de que la experiencia de afrontar un desafío social compartido haya podido estimular un mayor sentimiento de unidad y de propósito común: “Tal sentimiento compartido ayuda a superar las diferencias en identidad y valores políticos” (pág. 27).

En el gráfico podemos ver cómo en España ha disminuido relativamente poco la referida polarización, si bien era ya uno de los que registraba (¿sorprendentemente?) un nivel más bajo antes de la pandemia. Hay algunos casos llamativos sobre la escasa disminución del índice, especialmente el de Estados Unidos, singularizado como el país con mayor polarización y una nula variación a raíz de la pandemia.




[1] “The Great Reset. Public opinion, populism, and the pandemic”, enero 2022.


26 de enero de 2022

Monedas digitales de los bancos centrales (CBDC): ¿una solución en busca de un problema?

 

La corriente a favor del desarrollo de CBDCs (central bank digital currencies), de monedas digitales de los bancos centrales, parece imparable. Aun así, merece la pena detenerse en un análisis objetivo e independiente de sus ventajas e inconvenientes. La iniciativa va bastante avanzada respecto al euro digital, y también está siendo objeto de consideración por el Banco de Inglaterra. Bastantes son los problemas -algunos no exclusivos- que aquejan al Reino Unido, desafortunadamente ya exEstado miembro de la Unión Europea. Sin embargo, mantienen una tradición largamente acreditada, la de elaborar magníficos informes sobre cuestiones económicas y sociales relevantes. El estudio de la adopción de la libra digital no es una excepción, que al propio tiempo viene a ejemplificar la utilidad de una cámara parlamentaria aparentemente obsoleta, the House of Lords. Al Comité de Asuntos Económicos de esta cámara le ha correspondido la misión de elaborar un informe técnico acerca de la posible implantación de dicha moneda digital. El informe es breve, para lo que suele despacharse en estos menesteres, pero sumamente jugoso e instructivo[1].

A diferencia de otros documentos de ámbitos territoriales distintos, el informe concluye que “no hay ningún caso convincente por el que el Reino Unido necesite una moneda digital del banco central (CBDC)”[2]. Se señala que, si se introduce una CBDC, será inevitable que algunas personas transfieran dinero desde sus cuentas bancarias a las carteras de la CBDC. Si no se adoptan salvaguardas, como el establecimiento de límites sobre la cantidad de CBDC que pueden mantener los individuos, la inestabilidad financiera podría verse exacerbada durante períodos de tensiones económicas, en la medida en que los depositantes busquen sustituir los depósitos bancarios por saldos en el banco central que puedan percibir como seguros. Por otro lado, pueden suscitarse problemas de falta de privacidad, y abrirse vías para que los bancos centrales practiquen, de una manera más fácil, formas de política monetaria no convencional.

El presidente del citado comité, Lord Forsyth of Drumlean, ha afirmado: “Hemos recogido evidencias de una variedad de testigos y ninguno de ellos fue capaz de darnos una razón convincente de por qué el Reino Unido necesitaría una moneda digital del banco central. El concepto parece presentar un montón de riesgo para una muy escasa compensación. Hemos concluido que la idea era una solución en busca de un problema”.

¿Pueden catalogarse las CBDCs como una suerte de personajes en busca de autor? En algunas jurisdicciones, ha quedado patente que el autor precedía al personaje y que le tenía ya asignado el papel a interpretar.





[1] House of Lords, Economic Affairs Committee, “Central bank digital currencies: a solution in search of a problem?”, HL Paper 131, enero 2022.

[2] Vid. UK Parliament, “Central bank digital currencies: a solution in search of a problem?”, House of Lords Media Notices, 13-1-2022.

25 de enero de 2022

En recuerdo de Lorenzo Alocén

 

El rosario de malas noticias no cesa de ver incrementadas sus cuentas, Día a día. Con gran tristeza recibo la del fallecimiento de Lorenzo Alocén. El aspecto de su trayectoria que más se ha destacado es la autocanasta que anotó en un partido del Real Madrid de baloncesto, siguiendo las indicaciones del entrenador. Era en la cuasi-prehistoria baloncestística española. Corría el año 1963.

Yo lo conocí treinta años después, en una vertiente distinta, pero también relacionada con el deporte. Ejercía como representante de jugadores y, concretamente, lo era de algunos integrantes de la plantilla del Unicaja, a mediados de la década de los noventa. Lo valoro, en esa faceta, como un profesional íntegro, meticuloso, y exigente, como es consustancial al oficio, pero abierto siempre a la negociación, y dispuesto a alcanzar acuerdos razonables y equilibrados para las partes. Por encima de todo, lo recuerdo como una persona sumamente afable y entrañable, que quería a sus jugadores y velaba por ellos como si fueran sus propios hijos. Desde la distancia que otorga el tiempo transcurrido, vislumbro ahora su figura como una especie de outlier en el complicado mundo del deporte profesional.

Milagrosamente, entre documentos añejos, recupero la hoja de un fax, en la que, debido al paso a los años, apenas si se percibe el texto escrito. Lo enviaba desde un hotel de Barcelona. Era el año 1997, y Lorenzo, además de enviar los datos relativos a una negociación contractual, deseaba mucha suerte al Unicaja en la competición europea en la que participaba en esas fechas. Según anotaba a mano, jugaba en ese mismo momento.

Ha transcurrido bastante tiempo desde la última vez que lo vi en el Palacio de Deportes Martín Carpena, pero eso no impide que sienta gran dolor por su pérdida, ni que añore su trato cálido y cercano.



24 de enero de 2022

El poder del capitalismo y el de BlackRock

 

Con este título, “El poder del capitalismo”, encabeza Larry Fink, primer ejecutivo de BlackRock, la carta abierta de 2022 dirigida a los CEOs de las compañías en las que invierte ese coloso financiero. BlackRock gestiona activos por un valor superior a los 10 billones (hispanos) de dólares. Lo hace en nombre de sus clientes, que, indirectamente, a través de los fondos gestionados por BlackRock, son accionistas de tales compañías.

Fink aboga por el “capitalismo de los grupos de interés”[1], que, para evitar posibles suspicacias, dice que no tiene nada que ver con la política, ni es “woke”. Asevera que “a través del capitalismo de los grupos de interés es cómo el capital se asigna eficientemente, las compañías alcanzan una rentabilidad duradera, y el valor se crea y se sostiene a largo plazo”. Sin embargo, inmediatamente efectúa una matización que, después de todas las críticas recibidas, llevaría algo de satisfacción a Milton Friedman: “Que nadie se llame a engaño, la legítima búsqueda de beneficios sigue siendo lo que motiva a los mercados; y la rentabilidad a largo plazo es la medida por la que los mercados determinarán en última instancia el éxito de tu compañía”.

El CEO de BlackRock se inclina asimismo por resaltar el poder del capitalismo para modelar la sociedad y actuar como un potente catalizador para el cambio. Sin embargo, reconoce que las empresas no pueden hacer esto por sí solas. En la línea defendida por Martin Wolf acerca del papel de los líderes empresariales, aboga decididamente por un esquema de colaboración público-privada. Este tipo de alianza ha permitido el desarrollo de vacunas anti Covid-19 en un tiempo récord y puede, igualmente, allanar el camino para llegar a una economía con unas emisiones netas nulas de gases de efecto invernadero.




23 de enero de 2022

Condicionantes para “The Great Reset”: la pandemia como factor impulsor de la acción colectiva

 

Como cada año, al llegar el mes de enero, desde su poderosa atalaya del diario Financial Times (FT), y con el alcance y la potencia de su prestigiosa firma, Martin Wolf lanza su homilía económica. Desde las montañas de Suiza o a través de conexiones telemáticas, los líderes que participan en el World Economic Forum moldean los perfiles del sistema económico y social que ha de imperar en las próximas décadas.

En esta ocasión, el editor económico jefe del FT arranca su análisis subrayando las dos crisis que aquejan al mundo occidental: un colapso en la confianza en nuestro sistema político, y una amenaza medioambiental a escala planetaria[1]. En su opinión, la primera requiere la renovación de un propósito nacional común; la segunda no sólo eso, también un propósito global compartido. Esto último es algo que no está alcance de las empresas, sino que entra dentro del ámbito de la política efectiva.

En un informe del Centre for the Future of Democracy de Cambridge, The Great Reset, en el que él mismo ha participado, se concluye que la pandemia ha fortalecido la confianza en los gobiernos y dañado apreciablemente la credibilidad de los populistas. Sin embargo, no se ha incrementado, hasta ahora, el apoyo a la democracia.

Como gran tema, apunta el de dónde encajan las empresas en este panorama. La sociedad, señala, en sus distintos niveles (local, nacional y global) debe crear el marco dentro del que puedan actuar. Esto rige para todas las dimensiones: legislación laboral, seguridad social, política regional, regulación financiera, política de competencia, política de innovación, apoyo a la investigación fundamental, respuestas a emergencias, medioambiente, etc.

De alguno de los trabajos incluidos en el referido informe se concluye que ha surgido un sistema oportunista de extracción de rentas que crea riesgos no asegurables para la mayoría y vastas recompensas para unos pocos. Considera que “Crucialmente, esto destruye la ingenua idea de que es posible separar el papel de las empresas maximizadoras de beneficios del concerniente a la política al establecer las ‘reglas del juego’, como recomendaba Milton Friedman… Los resultados son una forma de capitalismo que, a pesar de su indubitada superioridad económica frente a sistemas alternativos, crea una distribución altamente desigual de recompensas y traslada riesgos ingestionables sobre la gente ordinaria. El resultado ha sido la política actual de ansiedad e indignación”.

Y sostiene la conocida tesis de que, en este contexto, “la pandemia ha creado una oportunidad para una política de competencia y propósito compartido”, complementada con la defensa de “un caso para una reforma sustancial de nuestra forma de capitalismo, aunque preservando su esencia de innovación y competencia… la principal cuestión… es la relación entre la empresa, la sociedad y la política”. A este respecto, plantea una relación de preguntas a los dirigentes empresariales, entre las que destaca, como más importante, la siguiente: “Por encima de todo, ¿qué estoy haciendo para fortalecer los sistemas políticos de los que depende la exitosa acción colectiva?”.

Ahí radica la lección esencial derivada de la pandemia: lo que puede lograrse si las habilidades de la empresa privada se unen con los recursos públicos para alcanzar objetivos urgentes. La declaración de principios es clara y rotunda: “Los líderes empresariales son personas racionales a cargo de instituciones importantes. Deben apreciar la necesidad de reforzar nuestra capacidad de adoptar decisiones colectivas de manera sensata”.

La lucidez, la perspectiva y la proyección de las reflexiones de M. Wolf son, en su línea habitual, admirables. No obstante, no deja de llamar la atención el contraste que se percibe entre el rigor de sus planteamientos con el aparente soslayo del tratamiento de algunas cuestiones no triviales. Así, la tajante atribución de racionalidad, como una connotación natural, al estatus de liderazgo empresarial -al margen de obviar completamente la influencia de los esquemas concretos de gobierno corporativo- no se compadece totalmente con algunos comportamientos efectivos que no destacan precisamente por esa cualidad. De otro lado, la solución de los problemas colectivos se encomienda automáticamente, sin análisis previo, al ámbito público, donde, cabe entender, se alcanzan siempre soluciones óptimas y exitosas.




[1] Vid. M. Wolf, “Business leaders have to play a better political role”, Financial Times, 18-1-2022.


22 de enero de 2022

El Bund a 10 años en terreno positivo: ¿anuncio del éxodo del país de Alicia?

 El rendimiento del bono del Tesoro alemán a 10 años, considerado como la encarnación de un activo seguro, se ha situado esta semana por encima del 0%, aunque sólo sea con un modesto punto básico (0,013%), por primera vez desde marzo del año 2019. La razón no es otra que la expectativa de los inversores de que los bancos centrales necesitarán retirar las medidas de estímulo para frenar la inflación[1].

Desde comienzos del año 2019, el Bund ha registrado tasas de rendimiento negativas de manera ininterrumpida, llegando a colocarse por debajo del -0,8% en la primera parte de 2020. La situación era tal que los inversores estaban dispuestos a pagar por el “privilegio” de prestar su dinero al Estado germano por un período de 10 años. Algo que, sin duda, habría hecho las delicias de Lewis Carroll. Sin embargo, un tipo de interés negativo ha llegado a asumirse como algo normal, en tanto que pensar que pudiera darse a corto plazo un tipo como el que tenía el bono alemán a comienzos del año 2011, del 3,613%, se vería como un auténtico delirio.




[1] Vid. T. Stubbington, M. Arnold y S. Provan, “Germany’s 10-year Bund yield turns positive for first time since 2019”, Financial Times, 19-1-2022.




21 de enero de 2022

El euro, entre tres mundos, 20 años después

 

Hubo personas que, mientras sonaban las campanadas de Año Nuevo de 2002, hacían cola ante los cajeros automáticos de entidades financieras de una docena de países de la Unión Europea (UE). Había una importante razón para recibir el año de esa manera tan peculiar. Querían tener el privilegio de acceder a algunos de los primeros billetes del euro que estaban a punto de empezar a circular como moneda única de la Unión Monetaria Europea. Durante los tres años anteriores, el euro había iniciado su camino como moneda nocional[1]. Acaba de cumplir, pues, 23 años, 20 de los cuales con el respaldo de monedas y billetes fiduciarios.

Una de esas personas, que acudió, poco después de medianoche, a retirar euros de un cajero automático de Normandía, ha calificado el evento de la entrada en circulación del euro como el mayor cambio monetario registrado en el mundo en toda la historia, y como inseparable, la relación entre Europa y el euro. Su nombre es Christine Lagarde, y es la presidenta del Banco Central Europeo (BCE)[2].

Que el euro haya llegado a dicho aniversario puede parecer ahora algo trivial, pero significados analistas habían vaticinado una corta vida para la moneda europea y, de manera especial, algunos de gran influencia internacional habían augurado, en el fragor de la gran crisis financiera y económica internacional, su ineludible fin. No ha sido así. En términos de alcance y utilización, el euro constituye un proyecto de éxito. Convertido en la segunda divisa más importante del mundo, es compartido por más de 340 millones de personas en 19 países de la UE. Fuera de la Eurozona, otros 175 millones viven en países y territorios (60 en total) cuyas monedas están directa o indirectamente vinculadas al euro[3]. Un 78% de los ciudadanos de la Eurozona consideran que tener el euro es algo positivo para la UE[4].

Y, a la vista de las extraordinarias perturbaciones que la economía europea ha tenido que afrontar en el curso de estos años, no puede sino afirmarse que el euro y sus instituciones han contribuido a aumentar la resiliencia y han desempeñado un papel crucial para superarlas[5]. Reconocer esto no es en modo alguno signo de triunfalismo, pero no debe ser tampoco obstáculo para constatar algunos grises en el proceso de construcción de la moneda única, dentro de una arquitectura institucional incompleta y carente de una evaluación explícita ex ante de sus ventajas e inconvenientes[6].

Un interrogante sigue planeando: si la Unión Económica y Monetaria (UEM) no respondía al perfil de una área monetaria óptima -que requiere de una elevada movilidad geográfica del trabajo y de una capacidad presupuestaria para atajar las perturbaciones asimétricas a lo largo del ciclo económico-, ¿por qué se llevó a cabo? El testimonio de Mario Draghi, en su discurso de despedida como presidente del BCE, nos da una pista bastante clara, que viene a añadirse a otras autorizadas opiniones: “El euro es un proyecto eminentemente político, un paso fundamental hacia el objetivo de una mayor integración política”[7].

La prevalencia de ese componente crucial dio lugar a la puesta en marcha de una unión monetaria dentro de un marco incompleto. La gran crisis financiera internacional iniciada en 2007-2008 evidenció tres principales fallos de diseño institucional: un deficiente esquema de gobernanza económica, la ausencia de una unión bancaria y la inexistencia de instrumentos fiscales comunes para responder a situaciones recesivas graves. Muchos han sido los avances registrados desde entonces, aunque no se haya completado aún el entramado. La reacción concertada ante la crisis de la pandemia del coronavirus, plasmada en programas de asistencia económica sin precedentes y en el correlativo recurso a un activo seguro paneuropeo, es una buena prueba de ello. También, de manera reiterada y amplificada, las actuaciones llevadas a cabo por el BCE.

En todo caso, la agenda para completar la construcción europea sigue mostrando una serie de banderas rojas que recuerdan la necesidad de adoptar decisiones en diferentes planos. Entre éstos cabe mencionar la actualización de las reglas fiscales ante la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, el establecimiento de un mecanismo de estabilización, y la finalización de la Unión Bancaria con un sistema europeo de garantía de depósitos. La regulación de los instrumentos de deuda y la reforma de los mecanismos de financiación propia a escala de la UE son igualmente elementos esenciales.

Hace ya más de veinte años, los billetes de euro comenzaron su andadura a través de las redes de cajeros automáticos. Hoy, son 27.600 millones los billetes de euros que circulan por el mundo. Prácticamente la mitad son de 50 euros. El valor agregado de todos los billetes asciende a 1,52 billones de euros. A su vez, el número de monedas de euro en circulación es cercano a los 141.000 millones (casi el 90% de 50 céntimos o menos) y su valor agregado es de unos 31.000 millones de euros. El valor del efectivo es muy inferior al de los depósitos bancarios a la vista (casi 10 billones de euros), pero eso no impide resaltar la gran importancia del efectivo. En el año 2019, poco menos de las tres cuartas partes (73%) de todas las compras en los puntos de venta y pagos interpersonales, en el área del euro, se realizaron utilizando monedas y billetes, frente a un 24% con tarjetas de crédito. En términos de valor, los pagos en efectivo representaron un 48%, y los efectuados con tarjetas, un 41%[8].

Y, pese a las tendencias sobre el uso del efectivo en un contexto de digitalización, aceleradas por el “efecto pandemia”, se da la aparente paradoja del aumento de la demanda de efectivo en tiempos de incertidumbre. Según estimaciones, de antes de la pandemia, sólo un 20% de los billetes en circulación son usados activamente para fines de transacciones dentro del área del euro. El resto se mantiene esencialmente como reserva o circula fuera de la Eurozona[9].

En definitiva, el euro, tanto a través de billetes o de medios de pago electrónicos sustentados en depósitos bancarios, cubre de manera integral, estable y segura, sus funciones como dinero. Aun así, el BCE se encuentra embarcado en el proyecto de desarrollar un euro digital, no como sustituto, sino como complemento de las formas de dinero ya existentes[10].

Hace años, Bill Gates pronunció su conocida frase premonitoria acerca de los servicios bancarios, en el sentido de que la banca como actividad es necesaria, pero no los bancos. Las tendencias que se vislumbran apuntarían, respecto al dinero, que éste sigue siendo algo absolutamente necesario, pero no tanto los esquemas tradicionales. Sin embargo, hoy por hoy, cuando se cumplen veinte años desde que empezó a circular, aunque el euro -uno y trino- se debate entre tres mundos, el físico, el bancario y el digital, aspira a estar presente en todos ellos sin renunciar a ninguno.

(Artículo publicado en “EdufiBlog”)



[1] Vid. J. M. Domínguez Martínez, “El euro en su 20º aniversario: 1999-2019”, UniBlog, 1 de febrero de 2019.

[2] Vid. C. Lagarde, “Happy anniversary to euro cash!”, The ECB Blog, 31 de diciembre de 2021.

[3] Vid. UE, EUROat20, “The euro in numbers”, https://euro-at-20.campaign.europa.eu/facts-about-euro_es.

[4] Vid. European Commission, “Flash Eurobarometer 501. The euro area. Summary”, diciembre 2021, pág. 9.

[5] Vid. Lagarde, op. cit., y P. Hernández de Cos, “El euro, motor y testigo del cambio en Europa”, Banco de España, 2 de enero de 2022.

[6] Vid. J. M. Domínguez Martínez, “Supervisión bancaria, política monetaria y política presupuestaria: el arduo proceso de construcción de la UEM”, Edufinet, Instituto Econospérides, Serie Documentos de Trabajo, nº 14, 2019.

[7] Vid. M. Draghi, “Remarks by Mario Draghi, President of the ECB, at the farewell event in his honour”, 28 de octubre de 2019, BCE.

[8] Vid. BCE, “Study on the payment attitudes of consumers in the euro area (SPACE)”, diciembre 2020, pág. 18.

[9] Vid. F. Panetta, “Cash still king in times of COVID-19”, 15 de junio de 2021, BCE.

[10] Vid. J. M. Domínguez Martínez, “El euro digital en el horizonte cercano”, EdufiAcademics, Ensayos y Notas 13/2020.


20 de enero de 2022

Compensaciones retributivas: cuando lo importante no es lo relativo sino lo absoluto

 

El sistema financiero es capaz de concebir los productos financieros más sofisticados. En sus imponentes edificios se celebran reuniones que mueven los hilos de la economía, a través de decisiones adoptadas por ejecutivos hieráticos que incorporan en sus códigos genéticos la sabiduría de las finanzas acumulada a través de sucesivas generaciones de banqueros mayestáticos. La mayoría de ellos han estudiado en las mejores universidades del mundo y en las escuelas de negocio más reputadas. Es un sector donde el peso de las líneas sucesorias rivaliza con la meritocracia. El poderío económico permite captar talento y los grados de especialización más elevados. A lo largo de la historia, el sector se ha acostumbrado a vivir, ocasionalmente, momentos de pánico y de penuria, pero siempre ha procurado mantener su prestancia, aun en horas bajas. Lo que ocurre dentro de los salones y los despachos probablemente esconde otras muchas connotaciones y detalles que no trascienden al conocimiento público.

A pesar de todo, el sector financiero acoge también episodios que alcanzan fácilmente la categoría de culebrones. Tanto es así que hasta el estilo, la elegancia y la donosura que caracterizan a algunos de los banqueros más distinguidos se pierden ante el imparable empuje de las pasiones. Éstas son de distintas fragancias, pero hay un tipo, de amplio espectro, diríase casi universal, que, cuando salta el trigger, nunca falla. No hay manera de detenerla. Al fin y al cabo, el dinero siempre ha sido una fuerza muy poderosa. Cuando está en juego, hay quienes pierden las formas, la compostura, y todo lo que haga falta.

El affaire Banco Santander-Andrea Orcel constituye un caso de estudio muy significativo y peculiar. Cuando, como es mi caso, se desconocen los entresijos, es conveniente ser prudentes y no precipitarse a emitir juicios aventurados. Además, es tan larga la secuencia e intrincado el proceso que es preciso embarcarse en una fase de recopilación de información e investigación para poder tener todas las claves. Es mucho el material -sentencias judiciales incluidas- que aguarda su turno, que, como tantas otras veces, quizás nunca llegue.

Aun con tales cautelas, se dan en este expediente algunos signos externos tan visibles que cuesta trabajo resistir la tentación de pronunciarse al respecto. El ejecutivo italiano, considerado una estrella de la banca de inversión, tras su paso por UBS, consiguió que un juzgado de Madrid le reconociese el derecho a percibir una indemnización, con motivo del desistimiento de su contratación por el Banco de origen cántabro, por el módico importe de €68 millones. No obstante, posteriormente, la instancia judicial ha rebajado dicho importe un 24,1%, esto es, en €16,4 millones.

Sin duda, el estudio de este fascinante caso tiene un considerable morbo culebronero, pero presenta mucho más interés en diversos planos (laboral, motivacional, psicológico, económico, de equidad retributiva, regulatorio, supervisor, de gobernanza…). Requiere, para su adecuado tratamiento, de una lógica dedicación, ahora no factible. Sin embargo, el asunto me ha recordado el suscitado hace ya bastantes años en relación con la retribución del presidente de un banco suizo.

Javier Santana Jurado, economista que colaboró esporádicamente con el Instituto Econospérides, de quien no tengo noticias desde hace tiempo, escribió un artículo con el título “¿Aceptaría usted una rebaja de su sueldo en un 90%?”.

El artículo trataba del caso de un banquero cuya retribución se vio reducida en un 90%. Tremendo recorte, desde luego. No obstante, en el artículo se apuntaba un pequeño matiz. El monto inicial estaba en torno a €1,6 millones. El documento fue publicado en la página web del Instituto Econospérides, en la sección de “Temas de interés”. Sin embargo, no he logrado localizarlo. A diferencia de otros documentos, no he podido acceder a él, ya que su ubicación ha sido suplantada. La fortuna no parece sonreírle, en el plano editorial, a este autor. En su día, nos comentó que un diario regional le rechazó la publicación de un artículo de opinión sobre la caja única de Andalucía, que, finalmente, fue publicado en la misma página de Econospérides. A diferencia del otro, extrañamente, ese sí está accesible.



19 de enero de 2022

Activos físicos como bonos: ¿el enigma Modigliani-Miller?

 

Sin lugar a dudas, el teorema de Modigliani y Miller, formulado en el año 1958, es una de las aportaciones más relevantes de la teoría económica, singularmente en el campo de la Economía Financiera[1]. Ambos economistas, galardonados en distintos años con el Premio Nobel de Economía, sostienen que “el valor de mercado de cualquier empresa es independiente de su estructura de capital”. Ha de precisarse que se llega a esta conclusión en un marco, realmente ficticio, de ausencia de imposición y de imperfecciones en los mercados de capitales y de información.

El artículo original es considerablemente denso, detallado y minucioso. También altamente complejo. Por ello, a la hora de abordar un aspecto tan importante como la forma de financiación de las compañías, conviene retornar a esa contribución clásica de la literatura económica. Pero no se trata ahora de adentrarse en esos contenidos tan arduos, sino simplemente mencionar una cuestión menor, pero un tanto intrigante, al menos aparentemente, en una primera impresión. Me la plantea un alumno que, como recomendación para la elaboración de un trabajo de fin de grado, está utilizando el mencionado trabajo.

En la parte introductoria del artículo se recoge la siguiente frase: “… by proceeding as though physical assets -like bonds- could be regarded as yielding known, sure streams”.

La intriga se centra en las palabras que aparecen en cursiva (no en el texto original). Literalmente, se hace referencia a los “activos físicos -como los bonos-…”. A primera vista, resulta bastante desconcertante. En una revista tan prestigiosa, académica y formalmente, como la American Economic Review es sumamente improbable -casi imposible- que pueda deslizarse un error o una errata. No obstante, en algunos números aparecen menciones de esta última naturaleza. En los inmediatamente siguientes al mencionado no se encuentra, sin embargo, ninguna en tal sentido.

Ahora bien, la mención a los activos físicos en párrafos siguientes invita a excluir que la referencia fuera a los activos financieros en vez de a los físicos. Dado que lo que se pretende fijar es un marco de análisis en el que se considera que los activos físicos generan una corriente de renta segura, como la que se deriva de un bono a interés fijo, la hipótesis más plausible es que, justamente, se equiparan, a tal efecto, los activos físicos con los bonos. ¿Podría, no obstante, haberse ubicado el “like bonds” en otra parte de la frase?

En cualquier caso, se trataría de un enigma menor. Para enigmas, algunos de los que aparecen implícitos en el desarrollo analítico, o los que quedan planteados en las escasamente expresivas conclusiones del artículo. Lo anterior no obsta para que dijeran claramente que “queda[ba] mucho por hacer antes de que el coste del capital pu[diera] ser apartado en el estante entre los problemas resueltos”. Más de 60 años después de esa conjetura, da la impresión de que no iban muy desencaminados.



[1] F. Modigliani, y M. H. Miller, “The cost of capital, corporation finance and the theory of investment”, The American Economic Review, vol. 49, nº 3, 1958.

 


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