Hubo personas que, mientras sonaban las campanadas
de Año Nuevo de 2002, hacían cola ante los cajeros automáticos de entidades
financieras de una docena de países de la Unión Europea (UE). Había una
importante razón para recibir el año de esa manera tan peculiar. Querían tener
el privilegio de acceder a algunos de los primeros billetes del euro que
estaban a punto de empezar a circular como moneda única de la Unión Monetaria
Europea. Durante los tres años anteriores, el euro había iniciado su camino
como moneda nocional.
Acaba de cumplir, pues, 23 años, 20 de los cuales con el respaldo de monedas y
billetes fiduciarios.
Una de esas personas, que acudió, poco después de
medianoche, a retirar euros de un cajero automático de Normandía, ha calificado
el evento de la entrada en circulación del euro como el mayor cambio monetario
registrado en el mundo en toda la historia, y como inseparable, la relación
entre Europa y el euro. Su nombre es Christine Lagarde, y es la presidenta del
Banco Central Europeo (BCE).
Que el euro haya llegado a dicho aniversario puede
parecer ahora algo trivial, pero significados analistas habían vaticinado una
corta vida para la moneda europea y, de manera especial, algunos de gran
influencia internacional habían augurado, en el fragor de la gran crisis
financiera y económica internacional, su ineludible fin. No ha sido así. En
términos de alcance y utilización, el euro constituye un proyecto de éxito. Convertido
en la segunda divisa más importante del mundo, es compartido por más de 340
millones de personas en 19 países de la UE. Fuera de la Eurozona, otros 175
millones viven en países y territorios (60 en total) cuyas monedas están
directa o indirectamente vinculadas al euro.
Un 78% de los ciudadanos de la Eurozona consideran que tener el euro es algo
positivo para la UE.
Y, a la vista de las extraordinarias perturbaciones
que la economía europea ha tenido que afrontar en el curso de estos años, no
puede sino afirmarse que el euro y sus instituciones han contribuido a aumentar
la resiliencia y han desempeñado un papel crucial para superarlas.
Reconocer esto no es en modo alguno signo de triunfalismo, pero no debe ser
tampoco obstáculo para constatar algunos grises en el proceso de construcción
de la moneda única, dentro de una arquitectura institucional incompleta y
carente de una evaluación explícita ex ante de sus ventajas e inconvenientes.
Un interrogante sigue planeando: si la Unión
Económica y Monetaria (UEM) no respondía al perfil de una área monetaria óptima
-que requiere de una elevada movilidad geográfica del trabajo y de una capacidad
presupuestaria para atajar las perturbaciones asimétricas a lo largo del ciclo
económico-, ¿por qué se llevó a cabo? El testimonio de Mario Draghi, en su
discurso de despedida como presidente del BCE, nos da una pista bastante clara,
que viene a añadirse a otras autorizadas opiniones: “El euro es un proyecto
eminentemente político, un paso fundamental hacia el objetivo de una mayor
integración política”.
La prevalencia de ese componente crucial dio lugar a
la puesta en marcha de una unión monetaria dentro de un marco incompleto. La
gran crisis financiera internacional iniciada en 2007-2008 evidenció tres
principales fallos de diseño institucional: un deficiente esquema de gobernanza
económica, la ausencia de una unión bancaria y la inexistencia de instrumentos
fiscales comunes para responder a situaciones recesivas graves. Muchos han sido
los avances registrados desde entonces, aunque no se haya completado aún el
entramado. La reacción concertada ante la crisis de la pandemia del
coronavirus, plasmada en programas de asistencia económica sin precedentes y en
el correlativo recurso a un activo seguro paneuropeo, es una buena prueba de
ello. También, de manera reiterada y amplificada, las actuaciones llevadas a
cabo por el BCE.
En todo caso, la agenda para completar la
construcción europea sigue mostrando una serie de banderas rojas que recuerdan
la necesidad de adoptar decisiones en diferentes planos. Entre éstos cabe mencionar
la actualización de las reglas fiscales ante la reforma del Pacto de
Estabilidad y Crecimiento, el establecimiento de un mecanismo de estabilización,
y la finalización de la Unión Bancaria con un sistema europeo de garantía de
depósitos. La regulación de los instrumentos de deuda y la reforma de los
mecanismos de financiación propia a escala de la UE son igualmente elementos
esenciales.
Hace ya más de veinte años, los billetes de euro
comenzaron su andadura a través de las redes de cajeros automáticos. Hoy, son
27.600 millones los billetes de euros que circulan por el mundo. Prácticamente
la mitad son de 50 euros. El valor agregado de todos los billetes asciende a
1,52 billones de euros. A su vez, el número de monedas de euro en circulación
es cercano a los 141.000 millones (casi el 90% de 50 céntimos o menos) y su
valor agregado es de unos 31.000 millones de euros. El valor del efectivo es
muy inferior al de los depósitos bancarios a la vista (casi 10 billones de
euros), pero eso no impide resaltar la gran importancia del efectivo. En el año
2019, poco menos de las tres cuartas partes (73%) de todas las compras en los
puntos de venta y pagos interpersonales, en el área del euro, se realizaron
utilizando monedas y billetes, frente a un 24% con tarjetas de crédito. En
términos de valor, los pagos en efectivo representaron un 48%, y los efectuados
con tarjetas, un 41%.
Y, pese a las tendencias sobre el uso del efectivo
en un contexto de digitalización, aceleradas por el “efecto pandemia”, se da la
aparente paradoja del aumento de la demanda de efectivo en tiempos de
incertidumbre. Según estimaciones, de antes de la pandemia, sólo un 20% de los
billetes en circulación son usados activamente para fines de transacciones
dentro del área del euro. El resto se mantiene esencialmente como reserva o
circula fuera de la Eurozona.
En definitiva, el euro, tanto a través de billetes o
de medios de pago electrónicos sustentados en depósitos bancarios, cubre de
manera integral, estable y segura, sus funciones como dinero. Aun así, el BCE
se encuentra embarcado en el proyecto de desarrollar un euro digital, no como
sustituto, sino como complemento de las formas de dinero ya existentes.
Hace años, Bill Gates pronunció su conocida frase
premonitoria acerca de los servicios bancarios, en el sentido de que la banca
como actividad es necesaria, pero no los bancos. Las tendencias que se
vislumbran apuntarían, respecto al dinero, que éste sigue siendo algo
absolutamente necesario, pero no tanto los esquemas tradicionales. Sin embargo,
hoy por hoy, cuando se cumplen veinte años desde que empezó a circular, aunque el
euro -uno y trino- se debate entre tres mundos, el físico, el bancario y el
digital, aspira a estar presente en todos ellos sin renunciar a ninguno.
(Artículo publicado en “EdufiBlog”)