25 de enero de 2022

En recuerdo de Lorenzo Alocén

 

El rosario de malas noticias no cesa de ver incrementadas sus cuentas, Día a día. Con gran tristeza recibo la del fallecimiento de Lorenzo Alocén. El aspecto de su trayectoria que más se ha destacado es la autocanasta que anotó en un partido del Real Madrid de baloncesto, siguiendo las indicaciones del entrenador. Era en la cuasi-prehistoria baloncestística española. Corría el año 1963.

Yo lo conocí treinta años después, en una vertiente distinta, pero también relacionada con el deporte. Ejercía como representante de jugadores y, concretamente, lo era de algunos integrantes de la plantilla del Unicaja, a mediados de la década de los noventa. Lo valoro, en esa faceta, como un profesional íntegro, meticuloso, y exigente, como es consustancial al oficio, pero abierto siempre a la negociación, y dispuesto a alcanzar acuerdos razonables y equilibrados para las partes. Por encima de todo, lo recuerdo como una persona sumamente afable y entrañable, que quería a sus jugadores y velaba por ellos como si fueran sus propios hijos. Desde la distancia que otorga el tiempo transcurrido, vislumbro ahora su figura como una especie de outlier en el complicado mundo del deporte profesional.

Milagrosamente, entre documentos añejos, recupero la hoja de un fax, en la que, debido al paso a los años, apenas si se percibe el texto escrito. Lo enviaba desde un hotel de Barcelona. Era el año 1997, y Lorenzo, además de enviar los datos relativos a una negociación contractual, deseaba mucha suerte al Unicaja en la competición europea en la que participaba en esas fechas. Según anotaba a mano, jugaba en ese mismo momento.

Ha transcurrido bastante tiempo desde la última vez que lo vi en el Palacio de Deportes Martín Carpena, pero eso no impide que sienta gran dolor por su pérdida, ni que añore su trato cálido y cercano.



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