El rosario de malas noticias no cesa de ver incrementadas sus cuentas, Día a día. Con gran tristeza recibo la del fallecimiento de Lorenzo Alocén. El
aspecto de su trayectoria que más se ha destacado es la autocanasta que
anotó en un partido del Real Madrid de baloncesto, siguiendo las indicaciones
del entrenador. Era en la cuasi-prehistoria baloncestística española. Corría el
año 1963.
Yo lo conocí treinta años después, en una vertiente distinta, pero
también relacionada con el deporte. Ejercía como representante de jugadores y,
concretamente, lo era de algunos integrantes de la plantilla del Unicaja, a mediados
de la década de los noventa. Lo valoro, en esa faceta, como un profesional
íntegro, meticuloso, y exigente, como es consustancial al oficio, pero abierto
siempre a la negociación, y dispuesto a alcanzar acuerdos razonables y equilibrados
para las partes. Por encima de todo, lo recuerdo como una persona sumamente
afable y entrañable, que quería a sus jugadores y velaba por ellos como si
fueran sus propios hijos. Desde la distancia que otorga el tiempo transcurrido,
vislumbro ahora su figura como una especie de outlier en el complicado
mundo del deporte profesional.
Milagrosamente, entre documentos añejos, recupero la hoja de un fax, en
la que, debido al paso a los años, apenas si se percibe el texto escrito. Lo
enviaba desde un hotel de Barcelona. Era el año 1997, y Lorenzo, además de enviar los datos relativos a una negociación contractual, deseaba mucha
suerte al Unicaja en la competición europea en la que participaba en esas
fechas. Según anotaba a mano, jugaba en ese mismo momento.
Ha transcurrido bastante tiempo desde la última vez que lo vi en el Palacio de Deportes Martín Carpena, pero eso no impide que sienta gran dolor
por su pérdida, ni que añore su trato cálido y cercano.