27 de diciembre de 2020

Knock-knock-knockin’ on… (true) heaven’s door

Para generaciones enteras, Bob Dylan ha sido un auténtico icono. Era una figura heterodoxa que rompía moldes. Dotado de un estilo propio inconfundible, sus canciones eran un símbolo de esperanza ante un mundo marcado por el conflicto y el desencanto; muchas de ellas, sentidas como banderas de libertad.

Su larga carrera profesional ha tenido múltiples reconocimientos, algunos un tanto desconcertantes. El otorgamiento del Premio Nobel de Literatura en 2016 es, sin duda, el más llamativo. No, no puede decirse que haya sido precisamente un personaje maltratado ni marginado por un sistema donde prevalecen los intereses comerciales. Sus mensajes estaban escritos en el viento, pero sus estrofas, sin que fuéramos totalmente conscientes, necesitaban de un salvoconducto pecuniario para convertirse en ondas sonoras.

Magnífico músico, con el tiempo desarrolló también otras facetas menos conocidas. Celoso guardián de los derechos de propiedad intelectual, a través de su extenso arsenal creativo fue gestando un activo financiero de enorme magnitud y, a la postre, él mismo se ha convertido en en un patrimonio comercializable en el denostado mercado.


Sus canciones serán una fuente de ingresos a lo largo de los próximos años, y él ha conseguido un suculento pago -cifrado en un contrato de nueve dígitos- a desembolsar por Universal Music, grupo que ha adquirido los derechos para su explotación.


En una curiosa canción adaptada publicada por The Economist (12-12-2020), encontramos algunos mensajes que tal vez habían permanecido ocultos: “… How many roads must a man walk down before you call him a financier? … That the live-performance industry is in severe recession? Yes, ‘n’ how many years can some people exist before they capitalise their ongoing revenues? The answer, my friend, is contained on p96 of the offer document”.


Durante mucho tiempo, Dylan estuvo llamando insistentemente a la puerta del cielo. ¿Habrá llegado a la puerta verdadera?


“The answer, my friend, is blowing in the wind”.

26 de diciembre de 2020

Dirección de orquestas y partituras: el dilema del espectador

Hace ya algún tiempo, en una entrada de este blog (27-9-2017), hacía alusión a la contribución de YouTube al “fin de las élites musicales”. No puede decirse que esa posibilidad pueda sostenerse de manera general y, aún menos, automática. Así, a la extremada falta de calidad de imagen y de sonido de algunos vídeos se suman otras barreras. La interrupción con anuncios publicitarios en cualquier momento de la emisión de un concierto es una de primer orden. Otras interrupciones no son imputables al medio, sino a no seguir los consejos de quienes recomiendan poner los dispositivos móviles en modo “avión” durante algunas excursiones o incursiones personales, de todo punto necesarias, al menos de vez en cuando.

En cualquier caso, las emisiones de los “BBC Proms” son un espectáculo incomparable, una fabulosa válvula de escape para quienes no tienen la posibilidad de emprender viajes culturales reales, algo cada vez más complicado en esta aciaga época pandémica.


No era éste, sin embargo, el objeto previsto de estas líneas, sino otro de carácter más estructural desde la perspectiva de un espectador: ¿cómo debe sentirse más confortable ante el concierto que se avecina, cuando el director (o la directora) de orquesta prescinde totalmente de la partitura, que ni siquiera tiene a su alcance, o cuando la tiene ante sí, con un seguimiento visualizador accesorio o incluso minucioso?


Es impresionante cómo un conductor de orquesta puede llegar a interiorizar todos y cada uno de los movimientos de sinfonías completas, dentro de un repertorio tan vasto como complejo. Esa era la reflexión que me hacía mientras Barenboim marcaba los compases de la novena sinfonía de Beethoven. El coro estaba a punto de empezar a interpretar el movimiento sublime cuando lamenté no haber seguido las recomendaciones de seguridad logística.

24 de diciembre de 2020

Reflexiones en torno a la curva de Laffer de la democracia

 Una curva en forma de “U” invertida da mucho juego en el campo de las ciencias sociales. En algunos casos la curva ha alcanzado gran notoriedad, y la curva de Laffer es paradigmática al respecto. El famoso dibujo surgido originariamente de una servilleta en un restaurante neoyorkino ilustra la conocida relación entre el nivel de la fiscalidad sobre la renta y la recaudación alcanzada. Partiendo de un tipo de gravamen nulo, aumentos sucesivos llevan a mayores cuantías de recaudación hasta llegar a una cota máxima. A partir de ahí, incrementos adicionales del tipo de gravamen, a raíz de un repliegue de bases imponibles, llevan a recaudaciones cada vez menores hasta anularse completamente cuando el tipo impositivo se sitúa en el 100%.

Una relación sujeta a una representación similar puede identificarse en la forma de adoptar decisiones políticas. En el eje horizontal podemos medir el nivel de democracia y en el eje vertical, la calidad de los resultados obtenidos. A diferencia de otros ámbitos, donde las curvas correspondientes adoptan denominaciones específicas, Garett Jones (“10% less democracy. Why you should trust elites a little more and the masses a little less”, 2020), ha introducido la de “curva de Laffer de la democracia”.


Como se desprende de la representación, a medida que aumenta la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones (más decisiones e instituciones sujetas a elección) se eleva la calidad de los resultados, hasta alcanzar un “punto óptimo”. Más allá de éste, la ampliación de la democracia tiende a mermar dicha calidad.


En un jugoso artículo, Manuel Conthe (“El virus del fundamentalismo democrático”, Expansión, 8-12-2020) ilustra las aportaciones de G. Jones, y efectúa una contraposición entre la democracia directa y la democracia representativa en el caso español. Analiza en particular los efectos del recurso al mecanismo de las elecciones primarias por los partidos políticos españoles, concluyendo que “las primarias son un mecanismo de democracia directa que ha tenido en España un funesto efecto radicalizador”.


Si observamos el primero de los gráficos adjuntos, cabe plantearse en qué punto de la curva nos encontramos en España. ¿Deberíamos avanzar hacia una mayor democracia, en el sentido de ampliar la participación popular en la tomas de decisiones, o hacia una mayor tecnocracia?


No menos interesante puede ser calibrar la relación entre la calidad de la propia democracia (eje horizontal) y la libertad de pensamiento y de expresión (eje vertical). No es difícil concebir una curva con pendiente positiva creciente. Podríamos aproximarnos de dos formas a este gráfico: i) ¿cuál es la calidad efectiva de la democracia?; ii) ¿cuál es el grado de la libertad de pensamiento y de expresión?


Es evidente que el nivel de la primera es un determinante esencial de la segunda. Sin embargo, la representación se ve desafiada desde la segunda perspectiva: no cabe concebir una democracia efectiva si hay alguna limitación a la libertad de pensamiento y de expresión, ya sea legal o consuetudinaria.




22 de diciembre de 2020

Acerca del “dumping fiscal” y la financiación autonómica

El sistema de financiación autonómica aplicado en España viene desafiando insistentemente, desde sus inicios, su calificación como “sistema”. Lastrado por la falta de estabilidad, sujeto a cambios recurrentes, atenazado por problemas no resueltos, y acostumbrado a soluciones a la carta, no ha podido dejar de ser, en el curso ya de cuatro décadas, una cuestión pendiente.

Una de las mayores deficiencias, parcialmente corregida en sucesivas reformas, ha sido la falta de corresponsabilidad fiscal. Durante bastante tiempo, las Comunidades Autónomas (CC.AA.) eran vistas como una especie de instancias benefactoras especializadas en la vertiente del gasto público, sin que se evidenciara su protagonismo en la tributación. Algo que se apartaba de las pautas de la teoría económica que justifica la descentralización del sector público. Sin perjuicio de unos niveles estándares garantizados a escala nacional, la visualización de la relación existente entre los servicios públicos ofertados y las cargas fiscales exigidas es clave para el logro de una asignación eficiente de recursos, y para que los ciudadanos decidan, en función de sus preferencias, dónde fijar su residencia.


Hace años, algunos impuestos estatales se cedieron, total o parcialmente, a las CC.AA. y, posteriormente, se atribuyeron a éstas facultades normativas –no en todos los tributos- para el ejercicio de su autonomía. Pese a ello, una mayoría de ciudadanos cree que el IRPF y el IVA corresponden exclusivamente a la Hacienda central. El diverso panorama existente en la actualidad refleja que tales competencias se han ejercido notablemente, particularmente en relación con el Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones (ISD), y el Impuesto sobre el Patrimonio (IP). Según algunas opiniones, el ejercicio de la autonomía fiscal, en el sentido de disminuir las cargas tributarias, no debe ser tolerado, ya que implica un “dumping fiscal”. Muchas son las cuestiones que subyacen a un debate de esta naturaleza. He aquí algunas de ellas:

      

i.         Existe “dumping fiscal” cuando un Estado devuelve a las empresas exportadoras un importe superior al impuesto sobre ventas soportado en sus compras, lo que les permite vender por debajo de costes. Algo bastante distinto al aspecto antes señalado. Para evitarlo, en su día, la Comunidad Europea adoptó el IVA.


     ii.         Las dos figuras impositivas sobre las que se centra el mayor debate, el ISD y el IP, son objeto de controversia en el plano doctrinal y, sobre todo en el segundo caso, no son de aplicación generalizada en los sistemas tributarios de los países desarrollados.


    iii.       Respecto al IP, fue introducido en España predominantemente como un impuesto censal, con unos tipos impositivos que no se han adaptado al entorno actual de bajos tipos de interés, lo que da lugar a que la carga efectiva sobre los rendimientos del capital pueda ser muy alta. Por lo que concierne al ISD, para niveles elevados de riqueza, puede alcanzar tipos de gravamen “cuasi-pikettianos” (más del 40% o del 80%, según la relación de parentesco).


    iv.   Lo que sí habría que haber dilucidado antes de la atribución de algunos impuestos a los gobiernos regionales es su finalidad. De ser ésta eminentemente redistributiva, sería cuestionable que fueran instrumentos apropiados para ser descentralizados. 


     v.         El mayor grado de autonomía fiscal corresponde a las dos Comunidades forales (País Vasco y Navarra), que controlan y retienen todas las figuras impositivas, en tanto que efectúan una aportación por los servicios del Estado, dando lugar a una situación comparativamente muy favorable. Una cuestión básica a dilucidar es, pues, si se cumple o no lo preceptuado por la Constitución en su artículo 138.2: “Las diferencias entre los Estatutos de las distintas Comunidades Autónomas no podrán implicar, en ningún caso, privilegios económicos o sociales”.


Diseñar un modelo de financiación autonómica no es una tarea sencilla, por cuanto hay que buscar un equilibrio entre una serie de principios y criterios que, independientemente aplicados, llevarían a pautas contradictorias. La suficiencia, la solidaridad interterritorial (que realmente lo es personal) y la autonomía forman un triángulo que, si no es factible que sea equilátero, debe procurarse, al menos, que no sea escaleno en grado superlativo.


Y, cómo no, después de una experiencia de cuatro décadas, sería oportuno llevar a cabo un análisis del modelo de las finanzas autonómicas “4E”, esto es, desde los puntos de vista de la economía, la eficiencia, la eficacia y la equidad.


(Artículo publicado en el diario “Sur”)

15 de diciembre de 2020

La señal de alarma para Occidente

 Los países occidentales venían afrontando, desde hace años, un amplio conjunto de retos que desbordan la capacidad de actuación de los Estados, cuando ha irrumpido la pandemia del coronavirus. Ésta ha representado una prueba muy exigente, ante una situación de emergencia y de extrema gravedad. Sólo algunos países occidentales han logrado superar el examen, mientras que la mayoría ha fracasado, en contraposición con los resultados de una serie de países de Asia. Ésta es la tesis sostenida por John Micklethwait y Adrian Wooldridge (M&W) en su obra “The wake up call”.

Ambos prestigiosos analistas colocan las democracias occidentales delante del espejo. La imagen que se proyecta no es reconfortante; vemos cómo el espejo se agrieta y muestra sombras inquietantes. Ya en obras anteriores contraponían el desbordamiento de un Estado tendente a abarcar mucho, pero con poca efectividad, con un modelo que apuesta por la eficacia, a partir de la aplicación de una estricta meritocracia en unos cuerpos de funcionarios con retribuciones muy elevadas en los puestos clave. Ensalzan el caso de Singapur, que, a semejanza de la Gran Bretaña victoriana, ejemplifica cómo, con un reducido nivel de gasto público, se pueden desplegar importantes actuaciones de interés colectivo.


El coronavirus representa, según M&W, una señal de alarma para Occidente, que es algo más que una expresión geográfica, una idea asociada a la libertad y los derechos humanos. Ese “stress test” ha puesto de manifiesto los males que aquejan a un Estado con estos rasgos: i) desfasado (con dificultades para el aprendizaje y la adaptación); ii) estresado (presionado por una creciente gama de obligaciones muy difíciles de atender satisfactoriamente); iii) opaco (envuelto en una maraña de normas y regulaciones); iv) capturado (por grupos de interés, internos y externos); v) hipotecado (por las cargas sociales, con una edad de jubilación no ajustada a la esperanza de vida); vi) escaso de talento (incapacidad de atracción hacia el funcionariado), y vii) sin liderazgo político (descrédito social del ejercicio de la política).


Y, con ese panorama, llegó la prueba del coronavirus. Aunque reconocen que China no fue demasiado diligente en advertir al resto del mundo, dejando, por ejemplo, que salieran vuelos internacionales de Wuhan, después de haber interrumpido los internos, la culpa de lo sucedido no le es imputable totalmente. A pesar de la experiencia italiana, muchos líderes occidentales perdieron un tiempo precioso e incluso llegaron a actuar en la dirección errónea. Tres son los aspectos que destacan: una completa falta de urgencia, una incapacidad para organizar la realización de test y el suministro de equipos de protección, y una política disfuncional. Después de un repaso de la experiencia internacional, identifican una regla: “En los países donde la gente confía en sus gobernantes, se siguieron sus recomendaciones… en contraposición, aquellos Estados sin esa buena disposición acumulada hubieron de basarse en la coerción o en las mentiras”. La Administración Trump concentra enormes críticas, y también el gobierno británico, aunque éste siguió –matizan- las recomendaciones de expertos y ha admitido sus errores.


Para M&W, Occidente lleva décadas sumido en un interregno, en una tendencia a producir “síntomas mórbidos” que se han acelerado por el coronavirus. Proponen medidas para enmendar la situación. Para ilustrarlas, se plantean cómo sería el plan de actuación de un ficticio presidente estadounidense que encarnara los mejores atributos de William Gladstone y Abraham Lincoln (“Bill Lincoln”). Tres ingredientes esenciales serían: modernización básica, captación de las personas con más talento para el servicio público, y foco del Estado en aquello que es capaz de hacer bien.


A lo largo de 400 años, el secreto del éxito de Occidente ha radicado en el proceso de destrucción creativa. En la tesitura actual, la cuestión clave es si podrá superar el reto y, como en ocasiones anteriores, revisar la teoría y la práctica del gobierno, o si, por el contrario, deambulará a ciegas, dejando escapar la libertad, y permitiendo que China recupere el liderazgo global que tuvo hace siglos. El mensaje esencial de M&W es que Occidente necesita de un mejor, no de un mayor gobierno.


(Artículo publicado en el diario “Sur”)

12 de diciembre de 2020

Hacia una nueva etapa del capitalismo: el capitalismo inclusivo

 “Inclusión” es una palabra de moda, que ha llegado con bríos sobrados para que no sea una moda pasajera, sino un rasgo que tiende a incorporarse, a incluirse, de manera estructural, en los ámbitos más diversos. Lo inclusivo y lo sostenible son ya emblemas de los nuevos tiempos. El primer vocablo, después de afianzarse en la noción de “crecimiento económico inclusivo”, llega ahora a asociarse a una palabra maldita, representativa de un modelo de sistema económico denostado. Así, si hacemos caso a las tendencias dominantes en las pontificaciones y postulados sociales, políticos y económicos de mayor relieve, esa alianza podría antojarse como irrealizable. Sí, no sería extraño que, a tenor de las doctrinas más extendidas, pudiera considerarse que la expresión “capitalismo inclusivo” encierra en sí misma un oxímoron.

Uno de los líderes mundiales que de forma más activa y entusiasta han contribuido a forjar esa idea es el Papa Francisco. En un artículo publicado hace varios años (diario Sur, 5-3-2014) abordábamos la doctrina económica del máximo dignatario de la Iglesia Católica, y, en otro difundido en este blog (1-7-2018), algunos aspectos de dicha doctrina en el Vaticano. Como recuerda Andrew Edgeclife-Johnson (Financial Times, 8-12-2020), el Sumo Pontífice ha llegado a calificar los mercados libres como “el estiércol del diablo”.


De un modo más atemperado pero no menos contundente, en la encíclica “Fratelli Tutti” (2020), hace hincapié en que la solidaridad es, entre otras cosas, “enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero” (p. 77), y nos recuerda que “el mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal” (p. 111). En dicha carta papal, como señala Lorenzo Bernardo de Quirós (Actualidad Económica, 2020), “se realiza una verdadera demolición del derecho a la propiedad”.


Pese a ese rechazo frontal al pilar esencial del sistema capitalista, el Vaticano ha accedido a bendecir, incluso con su nombre, el Council for Inclusive Capitalism with the Vatican, una agrupación de grandes inversores, compañías, sindicatos y fundaciones que pretenden hacer del capitalismo un sistema mejor desde los puntos de vista social y medioambiental.


Contrariamente a las tesis franciscanas, en la declaración institucional de dicho Consejo se hace constar que “el capitalismo saca de la pobreza a las personas e impulsa la innovación y el crecimiento globales”. “Sin embargo -se continúa afirmando-, para abordar los desafíos del siglo veintiuno, el capitalismo necesita adaptarse… El capitalismo ha sacado a miles de millones de personas de la pobreza, pero muchos en la sociedad se han quedado atrás y el planeta ha pagado un precio”.


La fundadora del Council fue Lady Lynn Forester de Rothschild, que aboga por pasar a la acción y reformar los mercados de capitales. En la primera reunión del Papa Francisco con los líderes integrantes de dicha entidad, en noviembre de 2019, les transmitió que los empresarios podrían ejercer una ‘noble vocación’ si trabajaran por lograr la vuelta de la economía y las finanzas a un enfoque ético que favorezca a los seres humanos (Edgeclife-Johnson, op. cit.).


Una visión distinta sobre el capitalismo existe también dentro de la Iglesia Católica. Según narra Martin Rhonheimer en su libro “Libertad económica, capitalismo y ética cristiana” (2019), después de haber sido aceptado, su artículo “El ‘malvado capitalismo’: la forma económica del dar”, fue, curiosamente, rechazado “por razones de prudencia y oportunidad”.

10 de diciembre de 2020

La educación financiera y el deporte: nace EdufiSport, una nueva sección de Edufinet

Edufinet, como proyecto de educación financiera, surgió en el año 2005 en el seno de Unicaja, y a él se han ido incorporando progresivamente una serie de instituciones, entre ellas una quincena de Universidades, y otras entidades. Después de un recorrido de 15 años, mantenemos nuestro carácter de proyecto de responsabilidad social, en la doble vertiente corporativa y personal, sin ánimo de lucro y sin ningún tipo de connotación comercial.


La motivación central del proyecto es contribuir a la promoción de la cultura financiera entre los ciudadanos con objeto de facilitar su toma de decisiones financieras de una forma responsable y consciente. El mantenimiento de esa orientación general es compatible con la puesta en marcha de iniciativas adaptadas a las características y necesidades específicas de los diferentes colectivos poblacionales (jóvenes, universitarios, emprendedores, mayores…).


De hecho, las directrices de la OCDE sobre alfabetización financiera señalan la conveniencia de que los programas de educación financiera se adapten a las necesidades concretas de tales grupos. Sin embargo, hasta la fecha, y con la excepción de acciones aisladas, entre dichos colectivos no se encuentra de forma diferenciada el de los deportistas profesionales.


Y ello a pesar de la importancia objetiva que los conocimientos financieros tienen para los integrantes de este colectivo, cuyas carreras presentan una serie de rasgos y singularidades, como su limitación temporal. Aun cuando el deportista profesional medio en las competiciones de deportes de masas alcanza unas retribuciones cuantiosas que se concentran en un período temporal relativamente corto, algunos jugadores pueden verse en complicadas situaciones económicas al término de su carrera profesional, e incluso a lo largo de la misma, dada la incertidumbre acerca de su efectiva contratación durante los años en activo. A pesar de que los referidos deportistas cuentan habitualmente con servicios especializados de asesoramiento, cada vez hay mayor conciencia de la necesidad de que tengan una mínima capacidad para abordar las decisiones económicas, financieras y fiscales básicas.


En este mismo orden de cosas, aunque ante unos problemas diferentes, las cuestiones económicas y financieras son de igual o mayor trascendencia para aquellos deportistas que, pese a su alta especialización e intensa dedicación, practican disciplinas para las que los mercados están menos desarrollados y, en consecuencia, alcanzan unos emolumentos mucho menos significativos.


Estos y otros aspectos fueron puestos de relieve en la mesa redonda monográfica organizada en el marco del Tercer Congreso de Educación Financiera de Edufinet, celebrado del 16 al 20 de noviembre de 2020.

Por añadidura, a tenor de la trascendencia del deporte en la sociedad y de su papel en la vertiente formativa de los jóvenes, como herramienta de gran alcance, a lo que se unen los vínculos tradicionales de fomento y apoyo al deporte por parte de algunas de las entidades que respaldan el proyecto Edufinet, se ha estimado oportuno crear una nueva sección dentro de Edufinet con el foco puesto en el deporte.


Nace así EdufiSport, como nueva línea de actuación de Edufinet centrada en la educación financiera de los deportistas profesionales, y en conexión con el deporte en general. Arranca esta nueva sección. No será, desde luego, una carrera de velocidad, ni siquiera un maratón. La abordaremos como una expedición, como un viaje en el que esperamos ir incorporando a una experimentada tripulación y a muchos pasajeros con trayectos más o menos largos. Habrá que estar preparados para afrontar obstáculos y dificultades, pero esperamos poder ir superándolos con deportividad, y espíritu de entrega y superación. El viaje será largo y apasionante, pero podemos empezar a disfrutarlo con acciones de pequeña escala. 

(Artículo publicado en EdufiBlog) 

8 de diciembre de 2020

La Constitución española ante el vértigo de la máquina del tiempo

En el número de la revista eXtoikos dedicado al 40º aniversario de la democracia en España (nº 20, 2017), el personaje reflejado en uno de los artículos introductorios, antiguo militante comunista, se preguntaba si había merecido la pena la aventura democrática iniciada en 1976 siguiendo la hoja de ruta suarista, y si la Constitución de 1978 había sido un marco adecuado para promover el bienestar económico y social de los españoles.

No hace mucho tuve ocasión de volver a verlo, en formato real, en un encuentro virtual sobre la política económica ante la pandemia del coronavirus. Luego pudimos conversar un rato y evocar nuestras vivencias en la Facultad de Económicas de Málaga, que, en el año 1976, se levantaba aún sobre su planta originaria. Fue aquél un año bastante accidentado académicamente hablando, en medio de un entorno político en plena ebullición.

Por aquel entonces, según las corrientes mayoritarias en el campus de El Ejido, la Transición llevaría, en el mejor de los casos, a un sistema de libertades limitadas y era una opción completamente desechable. Por parte de una serie de grupos muy activos e influyentes, el Partido Comunista de España era considerado una formación de derechas (sic), y militar en el mismo, un signo inequívoco de ser un consumado reaccionario.

Han pasado más de cuarenta años, más de cuatro décadas, y han sucedido muchas cosas, algunas de ellas completamente insospechadas. A este intenso período no le es, pues, aplicable la primera parte del aserto atribuido a Lenin según el cual “hay décadas en las que no ocurre nada; y hay semanas en las que ocurren décadas”.


No, el período de 42 años vividos bajo el marco constitucional vigente no se compadece bien con la imagen de un tiempo detenido e inmóvil. Sin embargo, en los últimos meses han irrumpido poderosos factores de aceleración que están en el proceso de activar la máquina del tiempo y de llevarnos, a través de un alucinante viaje involutivo, a otra época. Pero tan efectivas para la llegada a la estación final pueden ser las “semanas decenales” como las “transiciones encubiertas”.


Alguien dijo en una ocasión que la democracia es una flor frágil, que necesita ser protegida ante experimentos incontrolados. El camino seguro para que se marchite es encomendar su custodia a los enemigos de la libertad. 

7 de diciembre de 2020

La anunciación del euro digital

 Desde hace cierto tiempo, algunos profetas venían anticipando su llegada a los santuarios desde donde se han venido decidiendo hasta ahora los destinos monetarios del mundo. Internet, las nuevas tecnologías y las redes sociales han puesto en jaque fortalezas antaño inexpugnables y desafiado la soberanía monetaria tradicional. Una batalla soterrada está en marcha. A ella se suman nuevos actores que varían sus estrategias ofensivas y defensivas. Aunque con un alcance menor que el previsto inicialmente, Facebook prepara el lanzamiento de “Libra” para comienzos de 2021.

El euro es una moneda que existía varios años antes de que se convirtiera en realidad física y empezara a circular, el 1 de enero de 2002. Desde entonces viene desempeñando con plenitud las tres funciones básicas del dinero: servir como unidad de cuenta, como medio de pago y como depósito de valor.

A lo largo de la historia, el control del dinero utilizado por familias y empresas ha sido uno de los ejes sobre los que ha pivotado la soberanía de los Estados nacionales. El protagonismo de la moneda única adoptada es, con más motivo, un pilar esencial de cualquier unión monetaria. Ésta perdería su razón de ser si, en la práctica, otras formas de dinero llegasen a prevalecer sobre la moneda oficial de referencia. La Eurozona no es ninguna excepción al respecto, y es lógico que el Banco Central Europeo (BCE), como institución encargada de mantener la estabilidad de precios y de promover el buen funcionamiento de los sistemas de pago, esté atento a todos los desarrollos que se suceden en el ámbito monetario.


De manera particular, el proceso de transformación digital está originando una auténtica revolución en el campo de los medios de pago. Ante una creciente digitalización y una tendencia hacia la progresiva desaparición del dinero en efectivo, los principales bancos centrales del mundo se disponen a adentrarse en el terreno de las monedas virtuales (CBDC: “central bank digital currencies”). Con esas miras, y con el propósito inmediato de recabar la opinión de las partes implicadas, el BCE ha emitido un informe técnico.


Fabio Panetta, miembro de la Comisión Ejecutiva del BCE, y presidente del grupo de trabajo sobre la CBDC, ha sido el arcángel de la anunciación del euro digital, aunque sin atarse de manos: “debemos estar preparados para emitir un euro digital si los desarrollos a nuestro alrededor lo hacen necesario, y cuando lo sea”.


La primera pregunta que surge es si la creación de un euro digital obedece realmente a una necesidad social. Hoy día, las posibilidades de depósito de dinero y de disposición de fondos son bastante amplias. Por supuesto, hemos de tener en cuenta aspectos clave como la disponibilidad, la garantía, la rentabilidad, el coste y la seguridad.


Para el BCE, la creación del euro digital puede responder a diversos escenarios: situaciones en las que los ciudadanos no quieran ya utilizar el efectivo, episodios extremos en los que no funcionen los servicios de pago, o la protección frente a la extensión de otros medios digitales emitidos y controlados desde fuera del área del euro.


En el proyecto esbozado por el BCE, el euro digital se concibe como un complemento, no como un sustituto del efectivo. De ponerse en marcha, cualquier ciudadano podría tener una cuenta abierta directamente en el BCE. Éste le atribuye diversas ventajas, como el impulso de la inclusión financiera o el freno de las actividades ilegales. Sin embargo, no dejar de ser curioso que se apunte que los intermediarios bancarios privados estarían en mejor posición para atender las funciones accesorias y operativas del euro digital. Algunas cuestiones a perfilar son el esquema de retribución de las cuentas, para el que se contemplan escalones, a fin de aplicar tipos diferenciados, incluidos los de signo negativo, o las formas de disposición (“online” y “offline”).


También el BCE apunta algunos retos, como los riesgos vinculados a la privacidad de los usuarios, o el de desplazamiento de los depósitos desde los bancos privados hacia el BCE, especialmente ante una coyuntura de crisis, originando “corridas (carreras) digitales”. Indudablemente, ese tipo de movimientos iría en detrimento de la misión de los bancos como financiadores de la economía.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

6 de diciembre de 2020

Adytia Puri, ¿el mejor banquero del mundo?

 

Los tratados sobre las mejores prácticas de la gestión empresarial se cuentan por centenares, las guías para ser un líder de éxito son difícilmente inventariables, las recetas para triunfar en los negocios, incontables. Aunque muchas de las pautas prescritas se basan en complicados o sofisticados esquemas y reglas, la observación de casos singulares tiende a desmontar ese tipo de elucubraciones y nos sorprende, en ocasiones, con un panorama caracterizado por la sencillez. Esto puede ocurrir incluso en sectores sujetos a grandes exigencias y difíciles de gestionar, como puede serlo el financiero, en general, y el bancario, en particular.

¿Bajo qué criterios deberíamos juzgar la trayectoria de un ejecutivo? No parece que ni el estatus alcanzado, ni los niveles retributivos, ni las primas obtenidas, especialmente a raíz de algunos lamentables casos conectados con la gran crisis financiera de 2007-2008, sean unas opciones muy fiables.

Según The Economist, la prueba más difícil de todas es la de crear algo de la nada, y proporcionar rendimientos de larga duración a los accionistas al tiempo que se da apoyo a la economía. Y, utilizando este tipo de métricas, califica como el mejor banquero del planeta a alguien situado fuera de las élites de los grandes centros financieros (“Aditya Puri, the world’s best banker?”, 31-10-2020). El merecedor de dicho título honorífico es quien ha conducido al banco hindú HDFC, actualmente valorado en 90.000 millones de dólares, desde su creación en el año 1994.

La comparación de un indicador clave como es el rendimiento total obtenido por los accionistas es ciertamente impactante. Según los cálculos realizados por The Economist, el banquero hindú, retirado a finales de octubre de 2020, ha logrado un aumento de tales rendimientos del 16.187% a lo largo de su mandato, con una tasa anual media de crecimiento acumulativo del 22%. De esta manera, el valor absoluto creado para los accionistas asciende a 83.000 millones de dólares.

Tres son los factores que están detrás de esta impresionante trayectoria: i) el estilo de gestión, basado en una visión clara, con atención microscópica a los detalles, lenguaje directo, y habilidad para retener el talento; ii) disciplina estratégica, con un foco en el negocio minorista local y en los clientes comerciales, sustentado en una extensa red de oficinas, la mitad de ellas ubicadas fuera de las ciudades; y iii) enfoque tecnológico caracterizado por ser un “seguidor rápido”, lo que permitió automatizar procesos (“las aprobaciones de préstamos pasaron de días a segundos”, preservando el rigor de los sistemas de crédito), y mantener unos costes bajos.

Finalmente, The Economist apunta un rasgo curioso de Puri, que, según se indica, trabajaba muchas menos horas que la mayoría de sus colegas: “Solía hacer una pausa para el almuerzo, a menudo en su casa con su mujer, y dejaba el despacho a las 5,30 p.m. Quizás éste era el secreto de su éxito”.

3 de diciembre de 2020

Nuevas formas de “payola” en los tiempos de Spotify

No se trata de un neologismo de los nuevos tiempos tecnológicos, ni una práctica innovadora surgida al amparo de los modernos canales. Los estímulos encubiertos (“payola”), dinerarios o no dinerarios, para promover la difusión de una canción se remontan bastante atrás. En un extenso artículo del año 1979 (“Payola in radio and television broadcasting”, The Journal of Law & Economics, vol. 22, nº 2), Ronald Coase, Premio Nobel de Economía, traza un ilustrativo panorama. En dicho artículo también se da cuenta de cómo, mucho antes de la llegada de la radio, la popularidad de las canciones era una vía para la venta de publicaciones musicales.

Coase define “Payola en las emisiones de radio y televisión” como “aquellos pagos camuflados (u otros estímulos) que se otorgan para propiciar la inclusión de material en los programas emitidos”. Algunas discográficas han afrontado cuantiosas multas por primar indebidamente a emisoras de radio a fin de fomentar la emisión de sus canciones (Thomas Hazlett, “Pay-for-play can help music”, Financial Times, 14-8-2005).

Más recientemente, una peculiar forma legal de “estímulo” está siendo incorporada en los algoritmos utilizados por Spotify. Ante una situación crónica de pérdidas, esta firma trata de mejorar sus márgenes utilizando instrumentos de marketing. Los sellos discográficos pueden promocionar sus canciones en el algoritmo de Spotify, a cambio de que los mayores niveles de streaming reduzcan los royalties cuando aquéllas se reproducen.

En suma, se trata de un caso interesante desde el punto de vista del análisis económico, y que presenta algunas aristas. Entre éstas, la falta de confianza que puede generarse para los suscriptores de pago (144 millones, frente a 320 millones de usuarios mensuales no abonados), que permanecerán inconscientes de las motivaciones comerciales que condicionan la música que se les propone (Alex Barker, “Spotify seeks to woo music labels with promo model”, Financial Times, 26-11-2020).

1 de diciembre de 2020

Las facilidades de la “nueva economía” para convertirse en bloguero de éxito

Escritores fantasmas han existido probablemente desde que la escritura comenzó a dar sus primeros pasos. Esta expresión es seguramente más adecuada según los cánones del lenguaje actual, pero puede inducir a algún error. También lo haría ciertamente el uso del vocablo más tradicional. Escritores fantasmas es seguro que los hay, no puede decirse que escaseen, pero me refiero a los ghostwriters.

Ha debido de ser una práctica bastante extendida, y que incluso algunas personas ven como algo normal. No hablemos ya del caso de los discursos preparados para los dirigentes gubernamentales. A título anecdótico, hace años, cuando escribía una columna semanal para un diario malagueño, un experimentado representante político, entonces ya apartado de responsabilidades públicas, daba por hecho que alguien me escribía, en la sombra, tales artículos. Me costó bastante trabajo convencerle de que no era así.

Los casos de ghostwriting, como decía, se remontan mucho tiempo atrás y, como tantas otras actividades, se veían, hasta no hace mucho, limitadas por las restricciones que imponía el contacto físico o la circulación física del material. Woody Allen en algunas de sus películas describe cómo puede transformarse la mente del beneficiario de escritos ajenos. No son extraños los episodios en los que acaban erigiéndose en autores por merecimiento propio. 


La economía de plataformas en la que estamos instalados tiende a eliminar muchas de las barreras e inconvenientes antes existentes para una expansión del fenómeno de la escritura en la sombra. Los nuevos canales permiten aflorar demandas que permanecían latentes y, al mismo tiempo, también ofertas de hábiles plumas que encuentran una línea de negocio que se extiende a los confines del mundo.


Una de las plataformas digitales donde puede encontrarse una amplia variedad de servicios profesionales es “Fiverr”. Según recoge Sarah O’Connor (“The shift to remote work carries a inherent risk”, Financial Times, 23-11-2020), una búsqueda en dicha plataforma permite “encontrar a alguien en Sri Lanka que escribiría un post de blog en 24 horas por 5 dólares (tiene más de 1.000 opiniones con una puntuación media de 4,9 sobre 5), a alguien en India que cobraría un precio de 15 dólares y a alguien de Estados Unidos que cobraría 10 dólares”. No lo he comprobado, pero me imagino que también habrá mercado de habla hispana.


Resulta intrigante pensar cómo funciona este mercado en la práctica. ¿Cómo se harán los pedidos? ¿Qué temas admiten y llegan a cubrir los autores? Y si, por esta sinuosa vía, como le pudo ocurrir al personaje de Woody Allen, alguien logra convertirse, en este caso, en un bloguero de éxito, ¿cómo se garantizaría que no va a ser descubierta su impostura? En fin, a tenor de otros conocidos antecedentes de más alto standing, quizás eso carezca de importancia.


Pensándolo bien, es sin duda mucho más prudente y recomendable buscarse como asistente a algún personaje literario. Si uno tiene fe en una obra literaria, alguno de sus protagonistas puede cobrar vida, y ser de eficaz ayuda en las labores de escritura, ya sea de forma consciente o inconsciente. 

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