24 de diciembre de 2020

Reflexiones en torno a la curva de Laffer de la democracia

 Una curva en forma de “U” invertida da mucho juego en el campo de las ciencias sociales. En algunos casos la curva ha alcanzado gran notoriedad, y la curva de Laffer es paradigmática al respecto. El famoso dibujo surgido originariamente de una servilleta en un restaurante neoyorkino ilustra la conocida relación entre el nivel de la fiscalidad sobre la renta y la recaudación alcanzada. Partiendo de un tipo de gravamen nulo, aumentos sucesivos llevan a mayores cuantías de recaudación hasta llegar a una cota máxima. A partir de ahí, incrementos adicionales del tipo de gravamen, a raíz de un repliegue de bases imponibles, llevan a recaudaciones cada vez menores hasta anularse completamente cuando el tipo impositivo se sitúa en el 100%.

Una relación sujeta a una representación similar puede identificarse en la forma de adoptar decisiones políticas. En el eje horizontal podemos medir el nivel de democracia y en el eje vertical, la calidad de los resultados obtenidos. A diferencia de otros ámbitos, donde las curvas correspondientes adoptan denominaciones específicas, Garett Jones (“10% less democracy. Why you should trust elites a little more and the masses a little less”, 2020), ha introducido la de “curva de Laffer de la democracia”.


Como se desprende de la representación, a medida que aumenta la participación de los ciudadanos en la toma de decisiones (más decisiones e instituciones sujetas a elección) se eleva la calidad de los resultados, hasta alcanzar un “punto óptimo”. Más allá de éste, la ampliación de la democracia tiende a mermar dicha calidad.


En un jugoso artículo, Manuel Conthe (“El virus del fundamentalismo democrático”, Expansión, 8-12-2020) ilustra las aportaciones de G. Jones, y efectúa una contraposición entre la democracia directa y la democracia representativa en el caso español. Analiza en particular los efectos del recurso al mecanismo de las elecciones primarias por los partidos políticos españoles, concluyendo que “las primarias son un mecanismo de democracia directa que ha tenido en España un funesto efecto radicalizador”.


Si observamos el primero de los gráficos adjuntos, cabe plantearse en qué punto de la curva nos encontramos en España. ¿Deberíamos avanzar hacia una mayor democracia, en el sentido de ampliar la participación popular en la tomas de decisiones, o hacia una mayor tecnocracia?


No menos interesante puede ser calibrar la relación entre la calidad de la propia democracia (eje horizontal) y la libertad de pensamiento y de expresión (eje vertical). No es difícil concebir una curva con pendiente positiva creciente. Podríamos aproximarnos de dos formas a este gráfico: i) ¿cuál es la calidad efectiva de la democracia?; ii) ¿cuál es el grado de la libertad de pensamiento y de expresión?


Es evidente que el nivel de la primera es un determinante esencial de la segunda. Sin embargo, la representación se ve desafiada desde la segunda perspectiva: no cabe concebir una democracia efectiva si hay alguna limitación a la libertad de pensamiento y de expresión, ya sea legal o consuetudinaria.




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