31 de marzo de 2024

Los sorprendentes efectos colaterales del ‘Big Bang’

Lucy Hawking ha continuado la labor de difusión de los secretos del Universo que, con gran éxito editorial, comenzara su padre, el profesor Stephen Hawking. Con su “Breve historia del tiempo” convirtió en físicos de andar por casa a una buena parte de la población del planeta. Con el libro “Descifrar el Universo”, que exhibe la firma de ambos (HarperCollins, 2020; 2024, en versión española), prosigue esa impagable labor. En la contraportada de la edición española se afirma que dicha obra “es la guía perfecta para conseguir entender el universo”.

Sus contenidos son auténticamente reveladores e impactantes. Respecto al ‘Big Bang’, se afirma que “en aquel entonces [en este momento tan temprano de su existencia], toda la materia que vemos hoy día estaba embutida en un espacio mucho más pequeño que un átomo”. Si seguimos leyendo, pronto nos encontramos con la inflación (la cósmica: ¿quién decía que era difícil de explicar la inflación mundana, la de los precios de los bienes?): “Cuando se produce el Big Bang, esa materia exótica muy caliente se expande a medida que crece el espacio que llena… El universo temprano sigue siendo mucho más pequeño que un átomo. Uno de los cambios en el fluido causa un aumento extraordinario en la velocidad de su expansión (la inflación). El tamaño del universo se duplica una y otra vez hasta que se ha multiplicado por dos unas noventa veces, creciendo así de una escala subatómica a una humana. Igual que cuando sacudes el edredón para alisarlo, su enorme expansión aplasta cualquier bulto en la materia…”.

El Bing Bang debió de ser muy rápido, pero no lo fue tanto la aceptación científica de esa teoría explicativa del origen del Universo. En caso de respaldarse, se desprendería que todo comienza con el Big Bang, no hay un antes, lo que vendría a quebrantar la noción de la existencia de un Universo eterno. Esta visión era bastante determinante en el sentido de evitar la necesidad de plantear la cuestión de su creación.

El Big Bang cósmico fue también una gran convulsión en el ámbito científico. Robert W. Wilson, Premio Nobel de Física, uno de los descubridores de ese hito, afirma que “si… como sugiere la teoría del Big Bang, el Universo tuvo un comienzo, no podemos evitar esta pregunta [la cuestión de la creación]”. Y añade que “nuestro descubrimiento hizo añicos la creencia según la cual el Universo no tenía comienzo ni fin”.

Lo hace en el prólogo de una obra de un contenido aparentemente desconcertante: “Dios, la ciencia, las pruebas – El albor de una revolución”, de Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies (Ed. Funambulista, 2023).

Era conocido como Alberto Extremera, pero realmente nunca llegué a saber cuál era su verdadero nombre. Gozaba de un gran prestigio y sus seminarios formativos despertaban gran expectación. Siendo un joven estudiante, tuve la oportunidad de asistir a algunos de ellos, en las instalaciones del Seminario diocesano, gracias a las invitaciones cursadas por alguien que llegaría a ocupar importantes responsabilidades sindicales. Extremera dominaba múltiples disciplinas -al menos eso nos parecía entonces- y emanaba una seguridad imponente. Era capaz de dar una respuesta contundente a cualquier cuestión que se le planteara, por muy compleja que fuera. La clave, según manifestaba, radicaba en la superioridad del materialismo histórico como enfoque científico, dotado de infalibilidad. Tenía claro que no merecía la pena angustiarse por encontrar una explicación al origen del Universo, porque, ciertamente, no tenía comienzo ni fin. Durante un tiempo aquella respuesta fue apacible y tranquilizadora. Cuando menos, lo fue por un instante. 



30 de marzo de 2024

Cuando el cine supera a la literatura

 

Es una de las decepciones más frustrantes que puede sufrir un lector. Inesperadamente, descubre una proyección cinematográfica que lo cautiva. El entusiasmo y la expectación crecen cuando se entera de que la historia que ha visto en la pantalla tiene su origen en una obra literaria. El razonamiento no se hace esperar. Si la traslación cinematográfica es magnífica, cómo debe de serlo el texto original. Qué mejor indicio para adentrarse en la lectura de un libro que un aval, ya comprobado, de un relato necesariamente comprimido y sujeto a inevitables limitaciones.

Por fin, tiene el libro entre sus manos y da inicio a lo que se espera como una aventura apasionante. ¿Habrá habido alguna confusión?, se pregunta, confundido, a medida que avanzan las páginas y se agranda el abismo entre la expectativa y la inamovible realidad de la letra impresa. Aturdido, se ve incapaz de encontrar una explicación lógica. Es entonces cuando empieza a tomar conciencia de la eficacia de un buen guion cinematográfico y de los atributos inherentes a la gran pantalla. El cine se muestra como una criatura capaz de derrotar en toda regla a la literatura. La percepción quizás podría haber si otra, de no haber contado con el antecedente visual, pero ya no hay remedio.

Respecto al autor de algunas obras de intriga ponderadas en este mismo espacio, incluso con entregas distintas, sin tales antecedentes, la experiencia ha sido reiterada en ese sentido. Pero también se ha dado, eso sí, con el sesgo de la grandiosidad de las producciones cinematográficas, con novelas de reputados novelistas del siglo XIX.

Nada de eso ocurre, sin embargo, con la protagonizada por un famoso hidalgo. Sus páginas incorruptibles siguen ofreciendo un refugio sin igual.



29 de marzo de 2024

Los límites de la Microhistoria

 

Desde un primer momento, al leer las contribuciones del productivo y fértil dúo diferenciable de historiadores integrado por Fernando Alonso y Víctor Heredia, de quienes hay algunas referencias en estos anaqueles prestados por Google, he tenido la sensación de que, en realidad, practicaban una rama de la Historia que bien podría denominarse Microhistoria. Ambos son capaces de encontrar los detalles más nimios que permanecen ocultos tras los grandes titulares o los estereotipos que han trascendido de los acontecimientos históricos. Microhistoriadores, o micro-investigadores históricos.

Circunstancialmente, a finales del año pasado, tuve conocimiento de que había fallecido, a la edad de 94 años, Natalie Zemon Davis, considerada pionera, precisamente, de la Microhistoria. Entendida ésta como una “rama de la disciplina, [en la que] los estudiosos se centran en un individuo, una comunidad o un evento local como forma de extraer lecciones históricas más amplias sobre la sociedad de la que fueron parte”[1].

Se trata, como es evidente, de una concepción distinta, y bastante más pretenciosa, de la aproximación histórica identificada, de forma meramente intuitiva, en los dos investigadores especializados en la historia local malacitana.

Pero hay otro aspecto mucho más relevante. La referida pionera declaraba que lo que escribía era en parte de su propia invención, “pero en estrecho control con las voces del pasado”. Un reconocimiento que, indefectiblemente, penetra en los confines de la novela histórica, que, a su vez, da paso a una peligrosa senda a efectos interpretativos. No es extraño que esa práctica despertara reticencias entre algunos historiadores[2]. Un novelista histórico puede ser buen historiador y buen novelista. El problema es que, en el fragor de la batalla lectora, el lector pierda el hilo de lo que es historia y de lo que es ficción.



[1] Vid. T. Barber, “Natalie Zemon Davis, Pioneer of microhistory, 1928-2023”, Financial Times, 28-10-2023.

[2] Ibíd.


28 de marzo de 2024

Enseñanzas de preguntas absurdas

 

No hace mucho, Tim Harford comentaba que, a través de su cuenta en una de las redes sociales más extendidas, había solicitado que se le formularan preguntas económicas absurdas que el trataría de contestar con respuestas serias[1].

Algunas de ellas pueden parecerlo, aun cuando, en ciertos casos, muestren correlación con otras que se formulan en la realidad, e incluso con propuestas que, por una u otra vía, logran abrirse un hueco en el campo regulatorio. Hay preguntas que pueden resultar disparatadas en la práctica, pero que no lo son a priori, ya que pueden emanar de inclinaciones o instintos naturales.

Una de las preguntas recibidas encaja en esas categorías y tiene un alto interés pedagógico: “¿Qué ocurriría si la inflación se declarara ilegal? ¿Podría legislarse que no pudiera subir nunca ningún precio?”.

Antes de ver la respuesta del afamado economista británico, no puede decirse que las cuestiones planteadas se antojen descabelladas, y no es difícil encontrar situaciones históricas que claramente las evocan.

Tampoco da la impresión de que haya una respuesta muy simple, toda vez que el articulista dedica una página completa a dar una explicación. A este respecto, en un tono formal, Harford señala que el congelamiento legal de los precios haría que “la economía no pudiera ajustarse adecuadamente a las situaciones de escasez y de sobreabundancia, y la economía no podría adaptarse al cambio tecnológico”.

Por otra parte, “sería también difícil abordar las fluctuaciones en la oferta y la demanda. Supongamos que hay un aumento en la demanda de fisioterapeutas, o de café… [al no poder subirse los precios] cabe esperar largas colas para el tratamiento y los estantes vacíos en el supermercado”.

“¿Qué sucedería si la inflación se hiciera ilegal? Nada bueno”, concluye T. Harford. Eso sí, habría un florecimiento de mercados, de esos que, tradicionalmente, se denominaban “mercados negros”.

Pensándolo bien, puede ser difícil etiquetar una pregunta como absurda, e incluso casi puede ser más fácil hacerlo con una respuesta.



[1] “Tim Harford answers more of your crazy economic questions”, Financial Times, 22-12-2023.


27 de marzo de 2024

Reencuentro con Cioran: el espejismo de la edad

“Los lectores de Cioran saben que en sus libros hallarán siempre más preguntas que respuestas, mas vacilaciones que certezas”, reza así la contraportada de “Ese maldito yo” (Tusquets, 2024). Y aun así es difícil esquivarlo. Una y otra vez sale a nuestro encuentro y, cuando no, somos nosotros quienes iniciamos la búsqueda. Sabiendo que el desgarramiento interior está garantizado.

Pese a todo, a veces, sí encontramos respuestas, allí donde realmente no las hay. Más que una vacilación, una certeza que invita a tratar de eludir desgastes del todo improductivos. Así, “Cuanto más progresamos en edad, mejor nos damos cuenta de que nos creemos liberados de todo y de que en realidad no lo estamos de nada”. 



26 de marzo de 2024

La justicia en el ámbito impositivo: interpretaciones sorpresivas

 

Han pasado ya algunos meses desde que recogía estas frases -con subrayado añadido- acerca de la justicia impositiva[1]:

¡Cuánta diferencia en la propiedad! Codiciada por todos, no está reconocida por ninguno. Leyes, usos, costumbres, conciencia pública y privada, todo conspira para su muerte y para su ruina. Para subvenir a las necesidades del Gobierno, que tiene ejércitos que mantener, obras que realizar, funcionarios que pagar, son necesarios los impuestos. Nada más razonable que todo el mundo contribuya a estos gastos. Pero ¿por qué el rico ha de pagar más que el pobre? Esto es lo justo, se dice, porque posee más. Confieso que no comprendo esta justicia”.

Como se señalaba entonces, cuesta trabajo asimilarlas sin más, conociendo el perfil de quien las proclama, por lo que puede ser arriesgado extraer conclusiones precipitadas. No es para menos, si tenemos en cuenta que la cita proviene de la obra “¿Qué es la propiedad? Investigaciones sobre el principio del derecho y del gobierno”, de P. J. Proudhon.

En ella se afirma: “El pueblo, finalmente, consagró la propiedad... ¡Dios lo perdone, porque no supo lo que hacía! Hace cincuenta años que expía ese desdichado error. Pero ¿cómo ha podido engañarse el pueblo, cuya voz, según se dice, es la de Dios y cuya conciencia no yerra? ¿Cómo, buscando la libertad y la igualdad, ha caído de nuevo en el privilegio y en la servidumbre?”.

Y también esto otro: “Porque si la propiedad es de derecho natural, como afirma la Declaración de los derechos del hombre, todo lo que me pertenece en virtud de ese derecho es tan sagrado como mi propia persona; es mi sangre, es mi vida, soy yo mismo. Quien perturbe mi propiedad atenta a mi vida. Mis 100.000 francos de renta son tan inviolables como el jornal de 75 céntimos de la obrera, y mis confortables salones como su pobre buhardilla. El impuesto no se reparte en razón de la fuerza, de la estatura ni del talento; no puede serlo tampoco en razón de la propiedad. Si el Estado me cobra más, debe darme más, o cesar de hablarme de igualdad de derechos; porque en otro caso, la sociedad no está instituida para defender la propiedad, sino para organizar su destrucción. El Estado, por el impuesto proporcional, se erige en jefe de bandidos; él mismo da el ejemplo del pillaje reglamentado”.



25 de marzo de 2024

No news… bad news

 

Con este título, totalmente contrapuesto al dicho habitual, Simon Kuper (Financial Times, 23-3-2024) lleva a cabo un inquietante análisis acerca de las consecuencias que tiene el enorme retroceso que la demanda de noticias genéricas está registrando en todo el mundo. El declive de los periódicos tradicionales es el signo más evidente, sin que el auge paralelo de la utilización de las redes sociales sirva de elemento compensatorio. La búsqueda de noticias no es la motivación principal del acceso a dichos medios sociales. El espectáculo y las denominadas celebrities amplían una hegemonía que no para de crecer. Al mismo tiempo, la producción de series (seriales) crece en progresión geométrica…

“Nos asombramos de los rusos, desconectados e inmovilizados, mientras que su gobierno comete atrocidades”, subraya como conclusión, a la que añade lo siguiente: “Eso podríamos ser muy pronto nosotros”.

Algunas reflexiones se suscitan, no obstante. Por ejemplo, ¿cómo habría que calificar una situación de “(some) news (but bad, i.e., fake)”, como “good”, o como “bad” news?, ¿tiene V. Orban, como parece desprenderse, la exclusiva “as a leader who finds easy to disemantle democracy”?, ¿acabarán las series con la lectura de libros?...



23 de marzo de 2024

Los impuestos tienen consecuencias

 

Un hombre rico acude a un prestigioso médico privado, el cual le pide 50.000 libras para practicarle una intervención quirúrgica. Horrorizado ante semejante suma, le plantea al médico que cómo es posible que cobre tanto. El facultativo le responde que, al estar sometido a un tipo de gravamen (marginal) del 98% en el IRPF, de esas 50.000 libras sólo le quedaría una cifra neta de 1.000. A renglón seguido, el paciente le pregunta al médico si sabe cuánto tendría que ganar él para poder disponer de 50.000 libras. Al estar sujeto al mismo tipo de gravamen, necesitaría obtener 2,5 millones de libras, lo que le dejaría el neto necesario de 50.000. Ambos, al darse cuenta del absurdo, acuerdan como compensación una caja de whisky escocés premium, y así todas las cuentas quedarían saldadas.

Es el anterior un chiste recogido en el libro “Los impuestos tienen consecuencias”, de Arthur Laffer, Brian Domitrovic y Jeanne C. Sinquefield (LDS) (Deusto, 2024). Ciertamente, un chiste que parece disparatado, pero refleja una situación real en la historia fiscal británica, y, en el fondo, ilustra a la perfección el efecto que introduce la aplicación de un impuesto en un mercado, ya sea de bienes o de factores. Mientras que, cuando no se aplica ningún impuesto, los oferentes y los demandantes afrontan un precio único, cuando hay un impuesto, se generan precios distintos para los primeros (1.000 libras para el médico, en el chiste) y para los segundos (2,5 millones de libras para el paciente).

Con independencia de la necesidad de utilizar impuestos, una cosa está clara, la que se recoge en el título mencionado: los impuestos tienen consecuencias. Dado que, en la práctica, los impuestos neutrales sólo pueden aplicarse en casos muy limitados, los impuestos, ordinariamente, alteran las decisiones de los agentes económicos. Para los trabajadores, disminuyen el precio del ocio; para los ahorradores, el del consumo; para los productores, incrementan los costes de producción… Normalmente, una persona sujeta a un impuesto reacciona a fin de tratar de mantener su posición económica inicial. Una norma pública puede impedir, por ejemplo, que, formalmente, se incluya en el precio el importe de un impuesto sobre la producción, pero eso no evita que acabe habiendo algún ajuste en forma de menos inversión o empleo.

En el referido libro se lleva a cabo un recorrido pormenorizado por la historia fiscal de Estados Unidos. En él se sostiene la tesis de que, cuando los tipos del IRPF son muy elevados, las personas con rentas altas se dedican prioritariamente a buscar alternativas para reducir su carga fiscal, en lugar de centrarse en actividades productivas. Mueven sus inversiones a fin de aprovechar las ventajas y las lagunas fiscales existentes. Todo lo cual hace perder efectividad a los tipos de gravamen más altos. A este respecto, ofrecen datos que demuestran que, cuando aumentan los ingresos después de impuestos de los ricos, también lo hacen los ingresos declarados por éstos. Lo contrario ocurre cuando disminuyen los ingresos netos de impuestos.

Esto último tiene consecuencias negativas para el resto de la población: al aportar los más ricos menos recaudación, se hace preciso imponer mayores cargas fiscales sobre el resto de los contribuyentes. En cambio, cuando los tipos impositivos máximos han sido más bajos, los impuestos totales pagados por los no ricos cayeron sustancialmente como proporción del PIB, en tanto que la aportación fiscal de los ricos aumentó notoriamente.

En esta obra, el artífice de la famosa curva que lleva su apellido y sus coautores no sólo apabullan al lector con una amplia batería de datos y un despliegue de gráficos, sino que lanzan lo que, sin ninguna duda, pueden calificarse como auténticas “bombas académicas”. Así, pretenden desmontar lo que consideran como mitos muy consolidados en la opinión pública. Según el trío LDS, la causa última de la Gran Depresión fue realmente la subida de impuestos, mientras que la Segunda Guerra Mundial no fue lo que puso fin a dicha crisis, sino la rebaja de impuestos aprobada inmediatamente después de la contienda mundial. Y, para rematar la faena, arguyen que el recorte de impuestos originado por la reforma fiscal de Donald Trump “se financió por sí solo”.

Concluyen que la historia pone de manifiesto que la curva de Laffer (la recaudación responde al aumento de los tipos de gravamen en forma de “U” invertida) funciona, y que el tipo óptimo del IRPF está más cerca del 20% que del 70%. En la edición española de la obra se ha incorporado este subtítulo: “El análisis definitivo acerca del efecto del impuesto sobre la renta en la economía”. Se trata de un calificativo pretencioso, lo que no quita para reconocer que las tesis del libro se sustentan en argumentos contrastables y en datos verificables. El subtítulo podrá ser rebatido, pero difícilmente podrá serlo el título.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



22 de marzo de 2024

El reto de transmitir conocimientos: inflación mundana vs inflación cósmica

 

Transmitir conocimientos es un reto en toda regla. Especialmente si, en lugar de una sesión formativa directa e interactiva, se recurre a un texto escrito, sujeto a estrictas restricciones de espacio, y dirigido a un colectivo genérico de amplio espectro cognitivo. El lenguaje y la forma de expresión pueden convertirse en barreras infranqueables para un receptor innominado de los contenidos transmitidos.

En mi caso personal, circunstancialmente, coincido con personas que han leído algunos de mis artículos publicados en un periódico local. En ocasiones, ciertos lectores me manifiestan las dificultades que encuentran para poder asimilar o entender completamente el significado de los textos. Este tipo de situaciones representa una considerable decepción para cualquiera que elabore un artículo con fines esencialmente didácticos o divulgativos. Especialmente si se han redactado en la creencia de que respondían a pautas de expresión incluyentes. Una gran frustración. En descargo de ese incumplimiento de objetivos, aunque basado en unas evidencias parciales, pueden apuntarse los aspectos antes señalados, pero eso no debe impedir apreciar el gap entre las expectativas y los logros.

Un párrafo, extraído de uno de dichos artículos, que podría haber dado lugar al juicio mencionado, es el siguiente: “… La inflación ocasiona múltiples distorsiones en el ámbito del impuesto sobre la renta de las personas físicas (IRPF), incluso aunque éste sea un impuesto proporcional, con un tipo de gravamen fijo, por ejemplo, del 30%. Por una parte, se genera una carga excesiva sobre las ganancias o plusvalías por la transmisión de activos. Supongamos que una persona compró acciones por importe de €10.000 en el año 2001 y las vende por €20.000 en 2021, y que, entre ambos años, los precios han aumentado un 40%. Dicha persona tendría que tributar por una renta de €10.000, cuando sólo debería hacerlo por la ganancia real (€6.000)”.

Reconociendo lo anterior, no deja de llamar la atención la eficacia aparente que, a tenor, no ya de declaraciones aisladas, sino masivas, tienen textos de más enjundia que se ocupan de dar explicaciones, supuestamente llanas, de cuestiones bastante complejas. A título de ejemplo, el siguiente párrafo escrito por Stephen Hawking, para explicar la creación de universo, puede ser ilustrativo: “El universo comenzó con el Big Bang, que provocó una expansión cada vez más rápida en un proceso llamado inflación, palaba que también describe el fenómeno del aumento de precios. La inflación al comienzo del universo fue mucho más rápida que la inflación de los precios: consideramos que la inflación es muy alta si los precios se doblan en un año, pero el universo dobló su tamaño muchas veces en una minúscula fracción de segundo”. 

Hasta aquí, miel sobre hojuelas, pero la inflación de la exigencia cognitiva tampoco para: “La inflación hizo que el universo se volviera muy grande, muy uniforme y plano, aunque no era del todo uniforme: había pequeñísimas variaciones en algunos lugares que causaban diminutas diferencias en la temperatura del universo temprano reflejadas en lo que se conoce como la radiación de fondo de microondas. Esas variaciones significan que algunas regiones se expandirán algo más despacio y en algún momento dejarán de hacerlo y colapsarán formando galaxias y estrellas. Debemos la vida a esas variaciones; si el universo temprano hubiera sido totalmente uniforme, no habría galaxias ni estrellas y, por lo tanto, la vida no podría haber surgido”.

Son claras y evidentes, según parece, las diferencias entre las inflaciones mundanas y las inflaciones cósmicas.



17 de marzo de 2024

Keynes y la peseta española

 

Es J. M. Keynes una figura rodeada de proezas económicas, pero también de mitos de distinto signo. Entre los múltiples episodios económicos, institucionales y personales, que marcaron la vida (relativamente corta, de 1883 a 1946) del economista británico, no faltan algunos relacionados con España.

Entre éstos, según algunos testimonios, en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, Keynes realizó operaciones en divisas que afectaron muy negativamente al mercado de cambios entre la libra y la peseta, en lo que podría considerarse como una manipulación que hoy día sería ilícita.

En los últimos años se han realizado investigaciones para tratar de dilucidar si se trata de un mito o de un hecho. Según algunas investigaciones, parece ser que Keynes, en el año 1918, llegó a manipular dicho mercado y obtuvo unas suculentas ganancias en sus operaciones.



16 de marzo de 2024

La reivindicación del traductor

 

De vez en cuando, se cruza en nuestro camino Cioran. Ninguno de sus aforismos nos deja indiferentes. Destrozan cualquier certeza pretendida, y nos mueven a tratar de ubicarlos en una escala de desgarramiento, en la que es difícil vislumbrar el límite superior.


En uno de esos aforismos efectúa una contraposición entre la figura del escritor y la del traductor: “He conocido a escritores obtusos e incluso tontos. Por el contrario, los traductores con los que he tratado eran más inteligentes e interesantes que los autores a quienes traducían. Es lógico: se necesita más reflexión para traducir que para ‘crear’”. 


Ahora bien, habría que tener en cuenta que, mientras que es relativamente fácil identificar lo que es un traductor, no siempre lo es acotar lo que es la creación e, incluso, o lo que es un escritor. A veces, ni siquiera se sabe lo que es un escribidor.





11 de marzo de 2024

La batalla académica sobre la desigualdad

 

Pocas constataciones empíricas pueden reclamar la categoría de “hechos estilizados”, si nos atenemos a la cantidad de evidencias acumuladas, como el incremento de la desigualdad económica. Especialmente desde el acaecimiento de la gran crisis financiera de 2008-2009, en casi todos los países, y singularmente en algunos como Estados Unidos, las diferencias de renta y de riqueza se agudizan sin cesar. De manera particular, el privilegiado grupo del 1% de la población con mayor nivel de renta (el top 1%) acapara cuotas crecientes.

Tres estrellas económicas mundiales, Thomas Piketty, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, vienen ejerciendo desde hace años el apostolado redentor de los grandes contrastes económicos personales. Con el respaldo de la obra del primero de ellos “El capital en el siglo XXI”, convertida en best seller a escala planetaria, han aportado abundante información estadística, perfilado teorías explicativas, reclamado la intensificación de la intervención del sector público, y propugnado la aplicación de impuestos para hacer frente al problema de la desigualdad. Frente al “despiadado capitalismo”, la opción de un “nuevo socialismo” recupera posiciones, levantando el vuelo a pesar del fracaso histórico, esgrimido por sus detractores, del “socialismo real”.

Con todo, pese a la hegemonía del pensamiento y de las conclusiones estadísticas pikettianas, durante estos años no han faltado algunos analistas e investigadores que, vanamente, trataban de contrarrestar o cuestionar la potencia del aparato discursivo del aclamado trío estelar. La definición y la medición de la desigualdad son problemas complicados que tropiezan con considerables escollos metodológicos: ¿qué es más importante, el nivel relativo de la renta, o su cuantía absoluta?, ¿debe medirse la desigualdad atendiendo al conjunto de la vida de los individuos, o referida a un año concreto?, ¿cómo influyen las diferencias, por niveles de renta, en la composición de las unidades declarantes (familias) del IRPF?, ¿qué ocurre cuando, a lo largo del tiempo, las personas no permanecen en los mismos estratos de renta, cuya composición no se mantiene inalterada?, ¿cómo influye el hecho de que el IRPF sea en la práctica un impuesto más progresivo, como sucede en Estados Unidos, de lo que se supone?...

Sin embargo, una verdadera sorpresa ha sacudido el mundo académico cuando, en una de las más prestigiosas revistas internacionales, ha aparecido un estudio realizado por Gerald Auten, técnico del Departamento del Tesoro estadounidense, y David Splinter, del Comité sobre Tributación del Congreso norteamericano. Ambos economistas argumentan que las estimaciones de las porciones de renta del 1% superior, basadas sólo en las declaraciones individuales del IRPF, están sesgadas por diversos factores, y señalan que, después de impuestos, el top 1% obtiene el 9% de la renta nacional estadounidense, frente al 15% estimado por Piketty, Saez y Zucman. Y, en contraste con estos, sostienen que la participación de dicho 1% prácticamente no ha cambiado desde los años sesenta del pasado siglo. Si esta fuese la senda verdadera, entonces, según Chris Giles (Financial Times), “nos hemos estado planteando las preguntas erróneas sobre la sociedad estadounidense”. Como pregunta más adecuada apunta la siguiente: “¿Por qué un aumento en la redistribución ha sido tan ineficaz en resolver los males de la sociedad estadounidense?”.

Los datos y los argumentos esgrimidos por Auten y Splinter no parecen haber mermado la convicción de Piketty & Co. Más bien, da la impresión de que no se muestran demasiado preocupados por lo que tienden a tipificar como un nuevo caso de “negacionismo” económico. Para otros economistas, en cambio, sí resultan creíbles y, en cualquier caso, la controversia no viene sino a recordarnos que ni siquiera los economistas ungidos por los dioses se ven liberados de la amenaza de planteamientos heréticos, ya sean teóricos o empíricos.

Aun cuando los indicios sobre la desigualdad se perciban de forma contundente, el análisis económico no se presta a dogmas de ningún tipo ni a formulaciones apriorísticas. Sólo el examen objetivo y riguroso de la realidad puede dictar un veredicto. Mientras tanto, The Economist ha llegado a reconocer que “la idea de que la desigualdad está creciendo está muy lejos de ser una verdad evidente”. Confundidos ante un panorama insospechado, hemos de admitir que, efectivamente, estamos ante una economía con rostro de Mona Lisa, con la que compite en su carácter esquivo y ambiguo. Ya no sólo es difícil efectuar predicciones, sino incluso poder describir con certeza lo que está pasando.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



10 de marzo de 2024

La presión fiscal en España: cuestiones básicas

 


Es difícil rebatir la célebre aseveración de Benjamin Franklin de que “en esta vida no hay nada cierto, salvo la muerte y los impuestos”, pero no puede decirse lo mismo respecto a la medición del nivel de la fiscalidad de un país, que, al igual que otra serie de cuestiones relacionadas con los impuestos, se ve plagada de dudas e incertidumbres. Efectuar una aproximación a la presión fiscal en España, desde diferentes ángulos, es el objeto de este artículo, cuyo contenido se estructura en torno a un conjunto de preguntas básicas:

1)      ¿A través de qué ingresos se financian las Administraciones Públicas?

Para atender los gastos públicos, disponen, principalmente, de las siguientes categorías de ingresos: impuestos, tasas, cotizaciones sociales, precios públicos, ingresos patrimoniales, y transferencias recibidas. Son ingresos no financieros, esto es, no conllevan una obligación de devolución ni el pago de intereses. Esto sí ocurre con el endeudamiento, al que hay que recurrir en caso de déficit presupuestario. Los impuestos, las tasas y las cotizaciones sociales tienen un carácter coactivo, pero hay diferencias: los impuestos carecen de contraprestación para los contribuyentes; las tasas se pagan a cambio de algún servicio o actuación; las cotizaciones sociales, en general, son pagos para recibir prestaciones sociales en el futuro, y, teóricamente, debería haber una correspondencia.

2)      ¿Qué se entiende por presión fiscal?

La definición más extendida es la siguiente: suma de impuestos y cotizaciones sociales (ingresos fiscales) como porcentaje del producto interior bruto (PIB). Así, si un país tiene una presión fiscal del 40%, significa que las Administraciones Públicas detraen un montante equivalente al 40% del valor de todos los bienes y servicios producidos durante un año en dicho país. No obstante, en algunos informes se incluyen dentro de la presión fiscal, indebidamente, otros ingresos no tributarios.

3)      ¿Se trata de un indicador absolutamente significativo y fiable?

No lo es, por una serie de motivos: i) mezcla ingresos sin contraprestación, como los impuestos, con otros que, supuestamente, tienen una contrapartida individual en forma de prestaciones; ii) puede aumentarse la cifra de la presión fiscal suprimiendo beneficios fiscales y, con la recaudación obtenida, efectuar ayudas directas; iii) no informa de cuál es la carga efectiva que soportan los contribuyentes en comparación con quienes incumplen sus obligaciones fiscales; iv) un país puede tener menos presión fiscal que otro, pero, a través de regulaciones, puede lograr los mismos objetivos (por ejemplo, estableciendo un impuesto sobre emisiones de gases, o bien un sistema de compra de derechos de emisión); v) es difícil juzgar una cifra de presión fiscal sin conocer cuál es la oferta y la calidad de los servicios públicos, y el alcance de las prestaciones sociales; vi) puede ser muy diferente el grado de coincidencia entre los contribuyentes y los beneficiarios de los programas de gasto público.

4)      ¿Cómo ha evolucionado la presión fiscal en España?

En 1965, estaba por debajo del 15%. En 1977, apenas llegaba al 20%. Desde entonces, aunque con algunas oscilaciones, presenta un perfil ascendente. En 1987 llegaba al 30%, y alcanzó un máximo en 2007, por encima del 35%. Como consecuencia de la crisis económica y financiera, hubo una acusada caída, a la que ha seguido una fase de recuperación, que la ha llevado a máximos históricos, situándose en 2022 por encima del 38%.

5)      ¿Cómo se compara con los países de su entorno?

España supera ya claramente la media de los países de la OCDE (34%), en tanto que queda por debajo de la media de la Unión Europea (UE) (41%), donde hay una horquilla entre el 48% de Francia y el 22% de Irlanda.

6)      ¿Cuál es la estructura de los ingresos fiscales?

Las cotizaciones sociales representan un 35% del total; el IRPF, un 24%; el IVA, un 19%; los impuestos especiales, un 8%; el impuesto sobre sociedades, algo más de un 7%; y los impuestos relacionados con la riqueza, cerca de un 7%.

En comparación con los países de la OCDE, en España las cotizaciones sociales tienen un mayor peso; también los impuestos relacionados con la riqueza. Por el contrario, es menor la importancia de la imposición sobre el consumo, y del impuesto sobre sociedades. Es similar la del IRPF.

Por otro lado, en España, como en los países de la UE en promedio, la fiscalidad sobre el trabajo (que incluye las cotizaciones sociales) representa algo más de la mitad de los ingresos fiscales; la imposición sobre el consumo aporta algo más de una cuarta parte, y la imposición sobre el capital, algo menos.

7)      ¿Tiene España un sistema fiscal competitivo internacionalmente?

Según el Índice de Competitividad Fiscal Internacional de la Tax Foundation, que clasifica los países según la competitividad (nivel de los tipos de gravamen) y la neutralidad (obtención de ingresos con las menores distorsiones económicas) de sus sistemas fiscales, España se encuentra ubicada entre las últimas posiciones de los países de la OCDE (puesto número 31 de 38).

8)      ¿Cómo se distribuyen los impuestos entre los distintos niveles del sector público?

De lo que son estrictamente impuestos, la Administración Central obtiene, aproximadamente, un 50%, las Comunidades Autónomas, un 37%, y las Corporaciones Locales, un 13%. Hay que tener presente que, con cargo a los fondos del Estado, se transfiere la parte que le corresponde a España para financiar el presupuesto de la UE.

9)      ¿Quiénes soportan realmente los impuestos?

Para los economistas, lo realmente importante no es sobre quién recae formalmente un impuesto, o sobre quién se pretende que recaiga la carga tributaria (incidencia legal), sino quién acaba soportándola (incidencia económica). Dependiendo de las circunstancias de los mercados, y de la posición de los diferentes agentes económicos, la carga impositiva puede ser trasladada a través de diferentes ajustes (mayores precios, menores salarios…). También puede ocurrir que un impuesto (por ejemplo, el IVA) se esté trasladando formalmente, pero, en la práctica, se traduzca en un menor beneficio del empresario. En cualquier caso, los impuestos, en última instancia, son soportados por personas físicas, no por entidades.

10)   ¿Tienen los impuestos costes ocultos?

Los impuestos introducen distorsiones económicas al alterar los precios de los bienes y de los factores, por lo que originan cambios de comportamiento de las personas (“exceso de gravamen”). Así, para esquivar un impuesto, una persona puede ahorrar, trabajar o invertir menos, lo que da lugar a unos costes individuales y sociales que no se reflejan en los indicadores usuales.

11)   ¿Es adecuado el esfuerzo fiscal realizado en España?

La mayoría de los países con mayor presión fiscal que España la superan también en renta per cápita. El nivel de renta por habitante de cada país es un condicionante del esfuerzo fiscal realizado, que debe ser tenido en cuenta, pero no de una forma determinista, ya que intervienen otros factores. Ahora bien, no hay que limitarse al esfuerzo fiscal en términos agregados. En un país con una presión fiscal relativamente baja, los contribuyentes efectivos pueden estar soportando una fuerte carga y realizando un gran esfuerzo tributario.

12)   ¿Es la presión fiscal una guía adecuada como determinante de la política tributaria?

A menos que se disponga de información detallada como la señalada, la presión fiscal es un indicador escasamente informativo y bastante limitado para establecer directrices inexorables de política tributaria. La presión fiscal puede ser comparativamente baja en su conjunto, pero la carga fiscal puede ser elevada para quienes pagan impuestos. Antes de subir indiscriminadamente los impuestos, parece obligado combatir el fraude fiscal y la economía sumergida, y asegurarse de que el gasto público cumple los requerimientos de economía, eficiencia y eficacia.

(Artículo publicado, en versión resumida, en el diario “Sur”)

6 de marzo de 2024

La superioridad de la música en vivo

 

Las diferencias entre asistir a un concierto y oír el mismo contenido musical a través de un aparato reproductor son tan ostensibles que no merece la pena entretenerse en enunciarlas. En un mundo en el que se han extendido los servicios de música en streaming, y el acceso a una infinidad de composiciones musicales es factible usualmente con sólo unos clicks, como destaca The Economist, la gente sigue acudiendo a conciertos para ver la actuación de sus artistas favoritos[1]. Ni los discos de vinilo, ni los compactos, pese a su amplia difusión, habían frenado antes esa tendencia. A tenor de la incesante demanda de asistencia a eventos musicales, no parece que los últimos desarrollos tecnológicos vayan tampoco a quebrarla.

Incluso aunque se trate del mismo contenido musical, es evidente que nos encontramos ante dos productos claramente diferenciados. Al no ser el mismo producto, no es de extrañar, pues, que existan demandas disociadas. En ambos casos, se parte de la oferta de un servicio colectivo -de alcance necesariamente limitado en los conciertos presenciales; potencialmente universal en un canal en streaming; individual o restringido, si se recurre a un disco compacto o similar-, pero la forma de recibirlo es radicalmente distinta. Cada opción tiene sus beneficios y sus costes asociados.

No obstante esas diferencias fácilmente perceptibles, los neurocientíficos han apuntado las causas profundas por las que las personas siguen acudiendo a espectáculos de música en vivo: “la música en vivo involucra los centros de emoción del cerebro más que su contraparte grabada… los conciertos son experiencias sociales en la que la gente escucha y siente la música en grupo… son también dinámicos”. Pero, pese a todo, poder disfrutar de música grabada aporta unas vías de libertad que ninguna otra alternativa puede equiparar.



[1] “Nothing better than the real thing”, 2-3-2024.


3 de marzo de 2024

La evolución del PIB per cápita en España en los últimos 2.000 años

 

Como se apuntaba en un artículo de hace ya algunos años (“Los puentes estadísticos de Maddison”, La Opinión de Málaga, 19-10-2010), aunque resulte inverosímil, existe información de indicadores económicos básicos desde comienzos de la era cristiana, gracias al magno proyecto estadístico de Angus Maddison, hoy continuado por la Universidad de Groningen.

La observación de cómo ha evolucionado el PIB per cápita en España entre los años 1 y 2016 resulta verdaderamente impactante. Sobran los comentarios.



2 de marzo de 2024

Un manifiesto capitalista con raíces en el Manifiesto Comunista

 

Puede resultar paradójico, pero la tesis central que Johan Norberg sostiene en “The Capitalist Manifesto: why the global free market will save the world” (Atlantis Books, 2023; publicado en español en 2024) se inspira en una constatación que Marx y Engels recogían, en 1848, en el Manifiesto Comunista: “la burguesía ha creado fuerzas productivas más masivas y colosales que todas las generaciones pasadas juntas”, tras haber dejado sentado que “La gran industria ha creado el mercado mundial, que fue preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial ha impulsado una evolución inconmensurable del comercio, de la navegación, de las comunicaciones terrestres”.

Según Norberg, escritor e historiador sueco, “Marx y Engels se dieron cuenta mucho mejor que los socialistas de hoy día de que el libre mercado es una formidable fuerza progresista”, aunque “no supieron predecir que el capitalismo también extendería esta prosperidad dentro de y entre las naciones”.

Tampoco causa indiferencia su aseveración de que, a pesar de los difíciles años que se han vivido en las dos últimas décadas, plagados de perturbaciones económicas, pandemias y guerras, “en términos de bienestar humano, han sido los mejores veinte años en la historia de la humanidad”. En el libro se desarrollan argumentos teóricos para explicar las tendencias económicas y las percepciones sociales, que se complementan con una amplia batería de datos, lo que posibilita la comparación de distintos sistemas económicos. Así, se recoge que, entre los años 2000 y 2022, la pobreza extrema ha disminuido en una forma que no se había conocido anteriormente. En su opinión, es difícil imaginar una prueba más contundente, de que el progreso depende de una sociedad y de una economía abiertas, que la experiencia del confinamiento global vivido con motivo de la pandemia del coronavirus.

La esencia del capitalismo del libre mercado radica en que es un sistema que traslada la gestión y el control de la economía a miles de millones de consumidores independientes, empresarios, y trabajadores, permitiéndoles tomar sus propias decisiones sobre lo que creen que mejora sus vidas. A este respecto, reflexiona en torno a la experiencia de una mayoría de países africanos que, en los años sesenta del siglo pasado, eran más ricos y crecían más que algunos países asiáticos. Señala casos en los que la pobreza no deriva de una carencia de condiciones económicas favorables, sino de una falta de libertad. Asimismo, se apoya en las etapas del socialismo identificadas por Kristian Niemietz para analizar la evolución de países como Venezuela: “luna de miel”, “excusas”, y “esto no era el socialismo real”. Particularmente interesante es el análisis de la evolución de China.

Siguiendo la estela de algunas obras ya clásicas, describe en detalle toda la magia que hay detrás de poder disfrutar de una taza de café, acto que depende de una infinidad de decisiones, operaciones y transacciones dentro de una cadena que enlaza zonas remotas del mundo, sin recurrir a ningún tipo de planificación superior ni establecer una organización previa. Enemigo declarado del proteccionismo, considera que es imposible centralizar todo el conocimiento, que está sujeto a un cambio continuo. En un escenario en el que hay que afrontar sucesivos retos y obstáculos, ensalza la figura del empresario, que adquiere un carácter heroico.

En su análisis de la desigualdad, entiende que ésta puede ser positiva siempre que surja como consecuencia de que a una persona se le ocurra algo que haga que mejore la vida de los demás. Llama la atención en el sentido de que, por primera vez en la historia, la desigualdad en términos dinerarios no es la misma que la desigualad en el acceso a bienes y servicios, que antes sólo estaban a disposición de las élites. Menciona igualmente algunas situaciones paradójicas sobre la existencia de grandes corporaciones que dan lugar a aumentos de la productividad y a precios más bajos. La mejor política antimonopolio es, para él, el comercio libre y la apertura de los mercados. Consciente de los problemas medioambientales, sostiene que el “decrecimiento económico” sería lo peor que podríamos hacer por el mundo y por el clima.

Trazando un paralelismo con la conocida actuación de un emperador romano en un certamen de intérpretes musicales, en el que otorgó el galardón a un concursante sin haberle visto actuar, Norberg proclama que “el capitalismo ha significado el mayor progreso social y económico que la humanidad ha experimentado nunca”, a pesar de lo cual millones de personas lo rechazan, y le otorgan el premio al siguiente cantante, del que nunca han visto una interpretación.

El capitalismo global, asevera, necesita amigos, defensores y educadores. Lo cual, a la vista de la comparación de las corrientes dominantes en el ámbito de los medios de comunicación que hace poco destacaba The Economist, bastaría para calificarlo como “capitalista utópico”.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)




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