11 de marzo de 2024

La batalla académica sobre la desigualdad

 

Pocas constataciones empíricas pueden reclamar la categoría de “hechos estilizados”, si nos atenemos a la cantidad de evidencias acumuladas, como el incremento de la desigualdad económica. Especialmente desde el acaecimiento de la gran crisis financiera de 2008-2009, en casi todos los países, y singularmente en algunos como Estados Unidos, las diferencias de renta y de riqueza se agudizan sin cesar. De manera particular, el privilegiado grupo del 1% de la población con mayor nivel de renta (el top 1%) acapara cuotas crecientes.

Tres estrellas económicas mundiales, Thomas Piketty, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, vienen ejerciendo desde hace años el apostolado redentor de los grandes contrastes económicos personales. Con el respaldo de la obra del primero de ellos “El capital en el siglo XXI”, convertida en best seller a escala planetaria, han aportado abundante información estadística, perfilado teorías explicativas, reclamado la intensificación de la intervención del sector público, y propugnado la aplicación de impuestos para hacer frente al problema de la desigualdad. Frente al “despiadado capitalismo”, la opción de un “nuevo socialismo” recupera posiciones, levantando el vuelo a pesar del fracaso histórico, esgrimido por sus detractores, del “socialismo real”.

Con todo, pese a la hegemonía del pensamiento y de las conclusiones estadísticas pikettianas, durante estos años no han faltado algunos analistas e investigadores que, vanamente, trataban de contrarrestar o cuestionar la potencia del aparato discursivo del aclamado trío estelar. La definición y la medición de la desigualdad son problemas complicados que tropiezan con considerables escollos metodológicos: ¿qué es más importante, el nivel relativo de la renta, o su cuantía absoluta?, ¿debe medirse la desigualdad atendiendo al conjunto de la vida de los individuos, o referida a un año concreto?, ¿cómo influyen las diferencias, por niveles de renta, en la composición de las unidades declarantes (familias) del IRPF?, ¿qué ocurre cuando, a lo largo del tiempo, las personas no permanecen en los mismos estratos de renta, cuya composición no se mantiene inalterada?, ¿cómo influye el hecho de que el IRPF sea en la práctica un impuesto más progresivo, como sucede en Estados Unidos, de lo que se supone?...

Sin embargo, una verdadera sorpresa ha sacudido el mundo académico cuando, en una de las más prestigiosas revistas internacionales, ha aparecido un estudio realizado por Gerald Auten, técnico del Departamento del Tesoro estadounidense, y David Splinter, del Comité sobre Tributación del Congreso norteamericano. Ambos economistas argumentan que las estimaciones de las porciones de renta del 1% superior, basadas sólo en las declaraciones individuales del IRPF, están sesgadas por diversos factores, y señalan que, después de impuestos, el top 1% obtiene el 9% de la renta nacional estadounidense, frente al 15% estimado por Piketty, Saez y Zucman. Y, en contraste con estos, sostienen que la participación de dicho 1% prácticamente no ha cambiado desde los años sesenta del pasado siglo. Si esta fuese la senda verdadera, entonces, según Chris Giles (Financial Times), “nos hemos estado planteando las preguntas erróneas sobre la sociedad estadounidense”. Como pregunta más adecuada apunta la siguiente: “¿Por qué un aumento en la redistribución ha sido tan ineficaz en resolver los males de la sociedad estadounidense?”.

Los datos y los argumentos esgrimidos por Auten y Splinter no parecen haber mermado la convicción de Piketty & Co. Más bien, da la impresión de que no se muestran demasiado preocupados por lo que tienden a tipificar como un nuevo caso de “negacionismo” económico. Para otros economistas, en cambio, sí resultan creíbles y, en cualquier caso, la controversia no viene sino a recordarnos que ni siquiera los economistas ungidos por los dioses se ven liberados de la amenaza de planteamientos heréticos, ya sean teóricos o empíricos.

Aun cuando los indicios sobre la desigualdad se perciban de forma contundente, el análisis económico no se presta a dogmas de ningún tipo ni a formulaciones apriorísticas. Sólo el examen objetivo y riguroso de la realidad puede dictar un veredicto. Mientras tanto, The Economist ha llegado a reconocer que “la idea de que la desigualdad está creciendo está muy lejos de ser una verdad evidente”. Confundidos ante un panorama insospechado, hemos de admitir que, efectivamente, estamos ante una economía con rostro de Mona Lisa, con la que compite en su carácter esquivo y ambiguo. Ya no sólo es difícil efectuar predicciones, sino incluso poder describir con certeza lo que está pasando.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



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