11 de septiembre de 2019

“Intrigo: Samaria”: se completa la trilogía

Es posible, o casi seguro, que la vida, a lo largo del último medio siglo, haya empeorado en algunos aspectos.  Dejaremos para otro momento la trascencental cuestión de la percepción social de las tendencias de las condiciones socioeconómicas en el mundo, en concreto en lo concerniente a las aportaciones del proyecto “Factfulness” de Hans Rosling. En algunas áreas, sin embargo, el avance ha sido incontestable.

Si nos circunscribimos a un aspecto secundario, pero importante en la vertiente del ocio personal, como es el de la oferta cinematográfica suministrada por la televisión, la mejora es no sólo perceptible, sino realmente inconmensurable. Así, durante mi infancia, después de aguardar una llegada tardía del primer aparato de televisión al hogar familiar, dicha oferta se limitaba a una sola película a la semana, gracias al mítico programa “Sesión de noche”.

Por eso, al evocar aquella época en blanco y negro, en lo televisivo y en otros apartados -aunque, desde luego, llovía bastante más, incluso a veces en verano-, no puedo, a pesar del tiempo transcurrido, salir de mi asombro cuando, en un breve espacio de tiempo, he podido disfrutar de las tres joyas que integran la trilogía “Intrigo”, dirigidas por Daniel Alfredson, a partir de las novelas del escritor Hakan Nesser. También me causa un enorme asombro constatar, en contraposición, las dificultades para acceder a las ediciones de sus libros en lengua española, así del comparativamente poco eco que los mismos tienen en nuestra geografía más cercana.

“Samaria” da nombre a la tercera entrega de la mencionada trilogía. Ya al inicio de la película ese vocablo aparece en el rótulo que lleva al lugar donde vivía el personaje en el que se centra la historia, una joven estudiante que desapareció una noche, tras una fiesta escolar, y que, supuestamente, fue objeto de asesinato, aunque, después de mucho tiempo, no hubiese sido hallado su cuerpo. Han pasado los años y su padre, como acusado de ese delito, y condenado, continúa en prisión.

La trama se desarrolla en torno al meticuloso proyecto de reconstrucción de los acontecimientos que una habilidosa y metódica reportera gráfica (exalumna del mismo colegio) trata de llevar a cabo en relación con dicha desaparición. En su intento de plasmar en soporte audiovisual los pormenores del triste suceso, va hilvanando todas las piezas disponibles, contactando a tal fin con testigos, investigadores y personas allegadas. Antiguos compañeros y docentes desfilan ante su cámara, en particular un exprofesor interino de literatura, ahora dedicado a tareas de marketing en otra ciudad, con el que establece una estrecha e intensa colaboración. Presente y pasado se alternan rítmicamente a lo largo de la cinta, hasta tal punto de que, en alguna ocasión, uno tiene el riesgo de no saber identificar a cuál de los dos corresponde la escena. Como es habitual en la trilogía, conviene, en fin, estar bastante atentos para no dejarse ningún cabo suelto.

Aun así, en esta entrega, costará algo más trabajo identificar contenidos de corte económico específico. Aunque sólo sirviera como excusa, merecería la pena volver a recrearse en la película a la búsqueda de referencias económicas. En el recuerdo únicamente se han quedado prendidas algunas bastante genéricas y que trascienden del estricto círculo de la economía, si es que éste realmente se puede acotar de manera tajante.

Así, percibimos indicios de la eficacia del trabajo en equipo, y de la importancia de la planificación de tareas y la sistemática para la ejecución de proyectos. Igualmente, las distintas opciones para el disfrute de vacaciones, y, de manera destacada, cómo las nuevas tecnologías han transformado el proceso de producción de reportajes audiovisuales, dotando de mayor autonomía a los profesionales y a los consumidores. Al hilo de lo anterior, no puede dejar de mencionarse la otra cara de la moneda, la vulnerabilidad a la que nuestra intimidad queda expuesta ante los nuevos artilugios. Como tampoco se puede eludir mencionar la conveniencia de utilizar copias de respaldo de los registros ante los riesgos de su pérdida o deterioro por distintas causas.

Sí, hay que seguir forzando la imaginación para identificar supuestos con repercusiones económicas (y fiscales), tales como el tratamiento de la cesión gratuita del uso de viviendas o vehículos, o el de las contingencias por el uso de estos últimos por conductores no incluidos en la póliza del seguro.

Pero, sin duda, el aspecto más relevante con el que nos encontramos se sitúa en el campo jurídico, y concierne a la posibilidad de condena de una persona acusada de homicidio en ausencia de la prueba definitiva y concluyente, o, también, a las consecuencias de la falta de colaboración en una investigación policial.

En fin, aparte de lamentar que no se prevean nuevas producciones de la “serie nesseriana”, también lo es no poder visitar la cafetería “Intrigo” -elemento ambiental que se repite en las tres películas, como la alusión a nuestros antepasados ancestrales los reptiles en cada preámbulo-, por ubicarse en una ciudad imaginaria. Aunque precisamente ese atributo, a veces, añade un mayor atractivo. Algo parecido me ocurrió en su día con la genuina localidad de Peterswood, aunque ahora aquella autora de libros de misterio para niños haya sido declarada proscrita, según edicto emitido hace ya algunos años por la Nueva Inquisición.

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