29 de marzo de 2020

Economía básica de la pandemia


Hace algunos años, la Reina de Inglaterra preguntaba a los economistas cómo nadie había sido capaz de ver la llegada de una crisis tan grave como la iniciada en 2007. ¿Ante quién debería alzar  ahora “HM” su dedo acusador, cuando el origen de la crisis se sitúa extramuros del mundo económico? Tal vez no sepamos la respuesta concreta, pero sí que el desconocimiento y la incapacidad de predicción no son monopolio de la profesión económica, sobre la que, no obstante, recae la responsabilidad de plantear medidas eficaces para hacer frente a una compleja y desafiante situación sin precedentes históricos.

El análisis ha de partir del reconocimiento de la naturaleza del problema generado por el Covid-19, que constituye un mal colectivo de carácter universal. Ingenuamente, al inicio, a raíz de un clamoroso fallo público internacional, se pensaba que se trataba de un asunto local e inocuo. A partir de ahí, la falta de previsión y de planificación ha allanado el camino para la propagación transfronteriza de la enfermedad. No es en absoluto fácil saber cuál debe ser el rumbo a adoptar en cada momento, pero, según The Economist, “nada aviva más los rumores y el miedo que la sospecha de que los políticos estén ocultando la verdad. Cuando se resta importancia a la amenaza en un intento equivocado de evitar el pánico, se acaba sembrando confusión y se incurre en un coste de vidas”.

Se ilustra, una vez más, la tragedia de los bienes y males colectivos mundiales: no se dispone de la coordinación ni de la capacidad de actuación acordes con su ámbito de influencia. Y, como ha señalado Martin Wolf, “ningún evento demuestra mejor por qué un estado administrativo de calidad, dirigido por personas capaces de diferenciar a los expertos de los charlatanes, es tan vital para la gente”.

En el mundo andábamos muy preocupados, con toda razón, por la aparición de un “cisne verde”, deslizándose sobre las turbulentas aguas del cambio climático, pero ha sido otra terrorífica ave la que ha venido a perturbar, no sólo el orden económico, sino también a poner en solfa el modelo de sociedad y el modo de vida imperantes en los países democráticos.

De manera tardía en la mayoría de los casos, los gobiernos nacionales han reaccionado implantando medidas inconcebibles hasta hace poco, como el confinamiento de la población. Ante una coyuntura económica que evidenciaba signos de desaceleración, tales medidas van encaminadas conscientemente a contener el aparato productivo, salvo en lo que concierne a los servicios esenciales, cuya definición, y niveles de prestación, admiten, no obstante, cierto recorrido. Evidentemente, no había otra opción. Primero la vida, después la economía, ha de ser el mantra fundamental, como nos recuerda el profesor Miguel González.

A lo largo de los últimos cien años, se han vivido grandes crisis económicas con distintas connotaciones: la Gran Depresión de 1929, que fue una crisis de demanda; la de los años 70, de oferta, y la Gran Recesión de 2009-2013, originada por una crisis financiera. Pues bien, la crisis del Covid-19 aglutina, a partir de una concatenación de efectos en cascada, esos tres componentes: i) el de oferta es palmario a tenor del alto grado de paralización del sector productivo por las causas señaladas, así como por la ruptura de las cadenas de suministro internacionales; ii) el de demanda, ante la imposibilidad de materializar el consumo de bienes y servicios presenciales en la situación descrita, y por las repercusiones negativas generadas en la actividad empresarial, el mercado de trabajo y la percepción de rentas; iii) a su vez, el deterioro de la economía real puede afectar seriamente a un sistema bancario que ya venía lastrado por una política prolongada de tipos de interés ultrarreducidos. No acabarían ahí los problemas. Los altos niveles de endeudamiento público y la falta de una adecuada gobernanza pueden añadir elementos de inestabilidad al proyecto del euro y a la sostenibilidad de las finanzas públicas de algunos países, si no se adoptan medidas adecuadas a escala de la Eurozona.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 29 de marzo de 2020)

26 de marzo de 2020

Covid-19 v. plagas bíblicas: diferencias de contexto

Un estado de confinamiento es intrínsecamente incompatible con una sociedad libre. Pero difícilmente podía preverse que fuera más bien una bendición como única vía de defensa ante el acoso de un enemigo implacable, que la experiencia ha ido transformando de episodio banal en castigo nocivo y letal. Por lo demás, la considerablemente laxa interpretación del carácter esencial de las actividades productivas hace que numerosas personas, a su pesar, hayan de incumplir dicha drástica medida, exponiéndose a un contagio que no es tan trivial como algunos, desde el desconocimiento y/o la irresponsabilidad, proclamaban. La heroica e imprescindible labor de algunos colectivos distinguidos no solo sirve para mantener el suministro de los bienes y servicios básicos sino, ante todo, para salvar vidas humanas.

La gente de mi generación vivimos nuestra infancia bajo la sombra de los años del hambre y los relatos de la guerra civil, y sufrimos el aguijón de la emigración de nuestros familiares más allegados, para comprobar luego que no nos esperaba un camino de rosas. Resignados a nuestra suerte, nos esforzamos día a día para salir adelante. No fue fácil. Siempre supimos que nadie vendría a regalarnos nada y que cualquier meta había que ganársela a pulso. Estábamos preparados para el sacrificio, pero nunca habíamos imaginado que nos tendríamos que enfrentar a un enemigo tan taimado, cruel y poderoso.

Aunque no hace mucho hemos sufrido, material y anímicamente, los efectos de la terrible pandemia financiera de 2007-2008, “and its aftermath”, no nos encontrábamos preparados para experimentar, ya en pleno siglo XXI, lo que, hasta ahora, simplemente habían sido imágenes lacerantes de epidemias o plagas terribles ancladas en los libros de historia, recreadas en pantallas de cine o  narradas en novelas desgarradoras.

Como desgarradores son los textos bíblicos que nos relatan con prosa electrizante los padecimientos del pueblo egipcio, sobre el que fue recayendo, uno tras otro, de manera programada, una sucesión de azotes. Volver a las páginas del “Éxodo” nos permite rememorar aquellos tremendos episodios y, por qué no, también, como mero entretenimiento mental, trazar alguna comparación con el que nos toca vivir estos días lúgubres.

Mucho, sin duda, debieron de sufrir los egipcios por mor del terco faraón, cuyo “corazón se [había] obstinado”. Pese a todo, la situación de entonces tenía algunas ventajas comparativas con la presente. Los castigos dependían exclusivamente de un poder absoluto, centralizado y omnímodo. En el otro lado, también una sola voluntad tenía la potestad de poner término a los escarmientos. Y, además, el proceso contaba con dos intermediarios autorizados, Moisés y Aarón, que, pese a ser mayores de ochenta años, manejaban información exacta y pronósticos que se cumplían a rajatabla.

En contraposición, en la guerra que ahora se libra en el mundo, las víctimas se enfrentan a un mortífero ejército dotado de infinitos escuadrones que, sin misericordia ni control, extienden el pavor por todo el orbe, aprovechándose de portadores inconscientes que ayudan a un enemigo implacable, caprichoso y letal. Y, además, la población hostigada no cuenta con portavoces tan acreditados como aquellos perseverantes hermanos octogenarios.

Finalmente, “cuando el faraón dejó marchar al pueblo, Dios no los guió por el camino de la tierra de los filisteos, aunque es el camino más corto, pues dijo: -No sea que, al verse atacado, el pueblo se arrepienta y se vuelva a Egipto”.

A veces, la línea recta no es el camino más corto entre dos puntos. Puede prescindirse de ella para tratar de alcanzar una meta. No puede, sin embargo, prescindirse de la rectitud. Sin embargo, hay personas a las que no se plantea este dilema. Nunca la han conocido.

24 de marzo de 2020

El destino de las empresas zombis


Recientemente han aparecido dos obras muy significativas acerca del empresariado y de la propia historia económica y social de la ciudad de Málaga, “Comercios históricos malagueños”, y “Comercios malagueños que dejaron huella”, ambas de Fernando Alonso González. Cada una se centra en un colectivo específico: la primera acoge comercios tradicionales subsistentes; la segunda, una muestra de los que, desafortunadamente, ya no forman parte del panorama económico malacitano. El primer grupo -aunque deja abierta la puerta a incorporaciones- acusa una tendencia menguante, mientras que el segundo acumula nuevos registros a costa del primero.

A las personas de mi generación, que fuimos niños en los lejanos años sesenta, nos invade indefectiblemente una sensación de tristeza cuando constatamos cómo han ido desapareciendo referencias emblemáticas que ayudaron a forjar la Málaga del presente. Y es también cuando apreciamos, desde la distancia, la relevancia de un amplio número de proyectos empresariales que alumbraron una época y que, ciertamente, dejaron huella. Huella que, gracias a contribuciones como la de Fernando Alonso, no ha de perderse.

La próxima edición de la segunda de las obras mencionadas incluirá comercios tradicionales que, por distintas razones, no hayan conseguido alargar el curso de su existencia. Algunos lo habrán intentado pero sin poder resistir el embate de los modernos paradigmas. Puede que sea un signo ineludible de una especie de evolución darwiniana o una manifestación de la dinámica schumpeteriana, pero, cuando un comercio señero echa el cierre definitivo, la ciudad pierde un trozo de su alma y, con ello, se esfuma también una parte de nuestras vivencias.

Desde hace algunos años, los economistas han acuñado la expresión “empresa zombi”, para hacer referencia a corporaciones que, a duras penas, se mantienen operativas en el mercado. Los analistas llaman la atención en el sentido de que, después de una década de políticas expansivas de los bancos centrales, que han inyectado ingentes cantidades de liquidez, ahora hay un número mayor de ellas. Y, según Robert Armstrong (Financial Times, 5-2-2020), “pueden estar devorando los cerebros del mundo corporativo”.

Existen diversos criterios para catalogar una empresa como “zombi”. El más extendido es el de la falta de rentabilidad a lo largo de un período extendido, especialmente si no tiene capacidad para atender los costes del servicio de la deuda a partir de los beneficios corrientes.

En un estudio del Banco de Basilea (Ryan Banerjee y Boris Hofmann), basado en el examen de compañías cotizadas de 14 economías avanzadas, se obtiene que la proporción de “empresas zombis” ha aumentado, en promedio, desde un 2%, a finales de los años ochenta, a un 12% en 2016. También ha aumentado muy llamativamente la probabilidad de seguir siendo una empresa de esas características, desde el 3% al 85%.

En el mismo estudio se concluye que las “empresas zombis” tienen unos menores niveles de productividad, de inversión y de crecimiento del empleo que sus homólogas “plenamente vivas”. Son las supervivientes de una devastación, gracias a la política monetaria acomodaticia y a unos tipos de interés ultrarreducidos. Tal vez éstos se mantengan así durante mucho tiempo, pero eso no impide que algunos analistas alerten acerca del posible estallido de la burbuja de las “compañías zombis”. Para el editorialista jefe del Financial Times, “corresponde a los inversores proteger sus compañías del virus zombi… El más aterrador efecto colateral de la política de los bancos centrales pueden no ser las compañías zombis, sino más bien los inversores zombis”, que, según él, no exigen que los ejecutivos adopten decisiones difíciles, en vez de dejarse arrastrar hacia un estado letárgico.

A pesar de todo ello, ojalá, antes de una desaparición irreversible, algunas empresas pudieran continuar algún tiempo en ese estado, a la espera de alguna solución viable. En los complicados tiempos que nos ha tocado vivir, lograr el estatus de “empresa zombi” puede llegar a ser un hito. Tal vez haya que reinventar la taxonomía empresarial, y también la de los virus.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 24 de marzo de 2020)

21 de marzo de 2020

Ventas en corto: atarlas corto


El mercado de valores acoge una inusitada gama instrumentos y operaciones financieras, algunas de ellas aparentemente esotéricas. Tal es el caso de las denominadas “ventas en corto”, que, con toda lógica, suelen provocar inicialmente un desconcierto absoluto entre personas ajenas a la dinámica de los mercados bursátiles.

No son pocos quienes se ven intrigados por las causas por las que ese tipo de operaciones puede ser tan nocivo y llegar a desestabilizar la evolución bursátil de los títulos afectados por las mismas. Sin necesidad de adentrarnos en toda la casuística de las ventas en corto, sus aspectos fundamentales pueden ser expuestos a partir de un ejemplo sencillo.

En lo que constituye un esquema bastante habitual, la realización de las referidas operaciones se apoya en la utilización de otro tipo de operaciones, un préstamo de valores. Como su nombre indica, se trata de un préstamo en el que el objeto del préstamo son acciones. El propietario de un paquete de acciones acepta ceder las acciones al prestatario, quien asume la obligación de entregar el mismo número de acciones en una fecha determinada, a cambio de la percepción de un interés.

Así, por ejemplo, una persona es propietaria de 100 acciones de la compañía ATY, que cotizan actualmente a un precio de 30 euros por acción. Un operador del mercado considera que es probable que dichas acciones registren una evolución negativa en próximas fechas, y ve una posibilidad de obtener un beneficio mediante una transacción con tales acciones. Dado que no posee ninguna de ellas, realiza un contrato de préstamo de valores. Gracias a éste, consigue unos títulos que puede vender en el mercado. Una vez que los tiene a su disposición, los vende en el mercado, por ejemplo, a 30 euros por acción. Obtiene un total de 3.000 (30 x 100) euros, pero entra en una situación “corta” de 100 acciones, ya que precisa adquirir este número para poder hacer frente a la devolución de las acciones tomadas a préstamo cuando llegue el vencimiento.

Llegado este momento, el operador acude al mercado para comprar los títulos que necesita. Si se se ha confirmado su “apuesta”, y las acciones han bajado de precio, podrá comprarlas a un precio inferior al que vendió las que había transmitido. Así, si el el precio se sitúa, por ejemplo, en 20 euros, el resultado de la operación sería el siguiente: 100 x (30 – 20) = 100 x 10 = 1.000 euros, sin contar las comisiones de las operaciones ni el interés del préstamo de valores.

La operación, en verdad, sobre el papel, es un tanto arriesgada. Teóricamente, podría producirse alguna circunstancia no esperada que elevara el precio de las acciones por encima del valor de la transmisión inicial, con lo que, en tal caso, el operador incurriría en pérdidas, al tener que adquirir las que necesita para devolver el préstamo a un precio mayor. No suele ser el caso de aquellas corporaciones que se encuentran en algún proceso -general o particular- crítico que desencadena una tendencia bajista. Es el tipo de coyuntura que tratan de aprovechar algunos operadores en corto. Gracias al préstamo de valores, venden unos títulos que en realidad no poseen, introduciendo ya una presión del precio a la baja, al aumentar la oferta de títulos. El paso siguiente consiste simplemente en esperar, según el plazo fijado en la operación de préstamo de valores, para comprar, a un precio menor, lo que ya se ha vendido y, así, consolidar una ganancia.

Según el Reglamento (UE) nº 236/2012 del Parlamento Europeo y del Consejo de 14 de marzo de 2012, sobre las ventas en corto y determinados aspectos de las permutas de cobertura por impago, se entiende por “venta en corto” (artículo 2.1), “en relación con una acción o un instrumento de deuda, toda venta de los mismos sin que el vendedor los posea en el momento de cerrar el contrato de venta, incluso en el caso de que, en el momento de cerrar el contrato de venta, el vendedor haya tomado en préstamo, o acordado tomar en préstamo, la acción o el instrumento de deuda para su entrega en la fecha de liquidación”.

Dicho Reglamento de la Unión Europea, en su artículo 23, confiere a los Estados miembros la facultad de prohibir o restringir las ventas en corto, “cuando el precio de un instrumento financiero en una plataforma de negociación descienda de manera significativa en un solo día de negociación”. Dicho de manera coloquial, tales operaciones pueden ser “atadas corto” por las autoridades competentes.

Lo ha hecho recientemente la CNMV, en el marco de la crisis bursátil ocasionada por la pandemia del COVID-19, al decretar la prohibición temporal de la constitución o el incremento de posiciones cortas netas sobre acciones cotizadas. Se trata, sin duda, de una medida necesaria y acertada, pero no deja de ser una mala noticia que haya que recurrir a ella, teniendo en cuenta el cariz de la causa subyacente.

(Artículo publicado en EdufiBlog, con fecha 20 de marzo de 2020)

18 de marzo de 2020

Shakespeare y la teoría del mono infinito

En una entrada de este blog de fecha 25 de enero de 2020, al hilo de algunas cuestiones matemáticas recogidas en un artículo de Bobby Seagull en el diario Financial Times, se planteaba la pregunta “¿Cuánto tiempo hace falta para que un inversor llegue a ser millonario?”. Dicha pregunta se abordaba mediante la resolución de un ejemplo bastante simple.

Como bastante simple es un ejercicio incluido en el primer capítulo del libro de dicho autor “The changing magic of numbers. How maths shapes every day life” (Penguin, 2018). En él se pide hallar el peso de cuatro balones de fútbol, a partir de cuatro pistas: i) el peso medio de los balones es de 80 gramos; ii) los tres más pesados pesan en total 270 gramos; iii) el peso del balón más pesado es 3 veces el del más ligero; iv) los dos balones intermedios pesan exactamente lo mismo.

Sin embargo, casi sin solución de continuidad, en el capítulo segundo se nos recuerda un problema algo más intrincado, asociado al conocido como teorema del mono infinito, expuesto en 1913 por el matemático Émile Borel.

Dicho teorema viene a decir que un mono que aporreara al azar las teclas de una máquina de escribir, durante una cantidad de tiempo infinita, en algún momento… ¡escribiría las obras completas de Shakespeare, o, incluso, cualquier texto dado!

Como tantas otras formulaciones teóricas, no cabe decir que ésta sea demasiado intuitiva. ¿Mero chiste, o inesperada conclusión derivada de la teoría de la probabilidad?

En cualquier caso, se trata de un extraordinario aliciente para el entretenimiento mental de alguien que haya de permanecer forzosamente confinado en estos días de enorme pesar.

16 de marzo de 2020

El Impuesto sobre (algunas) Transacciones Financieras


Aunque es difícil rebatir la tesis de Edmund Burke según la cual “Establecer impuestos y agradar no está al alcance de los hombres” (tampoco de las mujeres), no lo es menos que la “resistencia” social a los tributos es una cuestión de grado. Si hay impuestos que pertenecen a la categoría de las “marías” en este apartado, uno de ellos es el Impuesto sobre las Transacciones Financieras (ITF), también conocido como el “impuesto Robin Hood” (diario Sur, 4-3-2018).

Su accidentado rumbo en el panorama internacional está marcado por algunos equívocos. A pesar de la extendida denominación de “Tasa Tobin”, no se trata de una tasa (tributo exigido por la prestación de un servicio público de demanda ineludible), sino de un impuesto (tributo, sin contraprestación, exigido por la realización de determinadas operaciones). Tampoco responde a la propuesta efectuada por James Tobin, hace casi 50 años, orientada a frenar las operaciones especulativas en divisas. Una idea similar a esta última, para el mercado de valores, fue lanzada por Keynes varias décadas antes.

Desde hace años existe una iniciativa para la implantación de un ITF en el ámbito de la Unión Europea. Al no contar con una adhesión plena de los Estados Miembros, se puso en marcha un procedimiento de cooperación reforzada limitado a un conjunto de países, sin que, hasta la fecha, se haya logrado el propósito. Ante ese retardo, el gobierno español ha decidido pasar a la acción con la presentación de un proyecto de ley, siguiendo la estela de otros países de nuestro entorno, y tomando como referencia una propuesta alemana. La justificación dada apunta a fines recaudatorios y de equidad, por cuanto “las operaciones que ahora se someten a tributación con carácter general no se encuentran sujetas efectivamente a impuesto alguno en el ámbito de la imposición indirecta”, lo que, circunstancialmente, también ocurre respecto a otras transacciones financieras.

La propuesta de ITF circunscribe su hecho imponible a las operaciones de adquisición de acciones de sociedades españolas cotizadas y con un valor capitalización bursátil superior a los 1.000 millones de euros. Es éste un grupo bastante selecto, integrado en la actualidad por unas 60 sociedades.

Con objeto de impedir la elusión, el impuesto grava todas las operaciones relacionadas con las referidas empresas españolas, con independencia de dónde residan las partes que intervengan en la operación. Y, en buena lógica, se incluyen las compras, una vez que se materialicen, a través de derivados, como, por ejemplo, opciones.

El tipo de gravamen previsto es del 0,2% sobre el precio de la transacción. Para una compra de acciones valoradas en 1.000 euros, el adquirente deberá pagar la suma de 2 euros. Para una inversión a 1 año, con una tasa de rentabilidad del 4% anual, el impuesto absorbería un 5% del rendimiento obtenido (2 sobre 40 euros). Aunque, en principio, de forma modesta para los inversores estables, el ITF viene a presionar sobre el coste del capital, es decir, que los inversores pasarían a exigir algo más de rentabilidad para estar dispuestos a invertir en las acciones objeto de tributación. Evidentemente, el montante del impuesto llegaría a ser muy gravoso si se realizan operaciones de alta frecuencia. La recaudación prevista se cifra en torno a los 850 millones de euros anuales.

El gravamen se limita a las operaciones que tengan lugar en el mercado secundario, es decir, una vez que han sido emitidas las acciones, y con independencia de si son con finalidad especulativa o para la constitución de carteras a largo plazo. Los destinatarios del impuesto son los adquirentes de acciones, ya sea directamente o por mediación de inversores institucionales, como los fondos de inversión y de pensiones.

La valoración del ITF, en general, es controvertida, y aflora algunos puntos débiles desde la perspectiva de los principios de la imposición, como exponíamos en un trabajo anterior (DT 01/2017, IAES, Universidad de Alcalá).

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 15 de marzo de 2020)

13 de marzo de 2020

“La desaparición de Stephanie Mailer”, o la desesperación del lector

Joël Dicker protagoniza uno de los fenómenos literarios más fulgurantes de los últimos años. Es uno de los reyes Midas del mercado novelístico, además de encontrarse entre los más precoces. Ya su primera novela, que no fue la que primeramente apareció en España, obtuvo un premio en Suiza, su país natal, y, poco después, con “La verdad sobre el caso Harry Quebert”, rompió registros; no solo en ventas, también en el uso de los flashbacks como recurso narrativo.

Esa práctica llega al paroxismo en su última novela, “La desaparición de Stephanie Mailer” (2018). Ese rasgo, unido a sus casi 650 páginas, hace que la lectura se convierta en una ardua tarea para un lector a tiempo parcial en la franja horaria que marca la pugna diaria con los designios de Morfeo. El primer intento estaba condenado a ser fallido. Meses después, el segundo encontró el mismo sino, contando, eso sí, con el auxilio del préstamo del ejemplar ante la petición de una entusiasta seguidora del escritor suizo.

Hace muchos años, un profesor, en el bachillerato elemental, me recomendó con insistencia que nunca prestara un libro a un amigo, ya que ello sería garantía de incurrir en dos pérdidas, la del libro y la del amigo. Aunque los lazos de la amistad suelen ser resistentes ante situaciones de descuido en el retorno de las obras cedidas, la propensión a esa mala práctica, como acredita la experiencia a lo largo de años, tiende a incrementarse en el caso de simples conocidos.

En cualquier caso, la recomendación de aquel profesor, que me introdujo en las primeras nociones del latín, constituye una valiosa regla a tener presente. Pocas excepciones he conocido a la misma en los préstamos de libros efectuados a lo largo de mi vida, en muchas ocasiones de forma absolutamente incauta. Por ello, la recuperación, un tanto inesperadamente, de la referida novela representa una excepción, que, naturalmente, viene a significar, no una confirmación, sino un desafío a la citada regla. De manera que la ocasión merecía que se completase de una vez el empeño, retomándolo desde un primer momento para tratar de perfilar todos los detalles del sinuoso hilo narrativo.

En las condiciones descritas, el esfuerzo ha sido ímprobo, sin tener la sensación de que haya merecido demasiado la pena. Adentrarse en una lectura basada en un sinfín de vaivenes, salpicados de continuos retrotestimonios de una pléyade de personajes, se convierte en un auténtico calvario. Al margen de este aspecto formal, la novela arranca con la inesperada reapertura de un caso de homicidio múltiple acaecido veinte años atrás en una pacífica ciudad de Los Hamptons.

Los ingredientes de intriga se van expandiendo a medida que van desplegándose las piezas de un complejo rompecabezas que habían pasado completamente inadvertidas en primera instancia. El lector se va encontrando con sucesivas entregas de muñecas rusas. Cuando ya ha aparecido la más pequeña hace acto de presencia un nuevo repertorio, sin que puedan dejar de mencionarse algunas situaciones, actuaciones y explicaciones rayanas en lo inverosímil e incluso en lo ridículo. Así hasta la recta final, donde, sorprendentemente, el desenlace y la resolución del caso llegan en un tropel abrupto.

No es nada fácil realizar un análisis coste-beneficio personal tras la lectura de un libro. Habría que dedicar algún tiempo para hacerlo de forma rigurosa, pero la primera impresión es que, en el caso referido. el resultado no sería de los más prometedores.

11 de marzo de 2020

Taxis voladores: ¿ficción o realidad cercana?


Los transeúntes constituyen un extensa masa anónima, carente de perfiles identitarios, que asume, resignadamente, los efectos de las conquistas de otros colectivos que compiten por el mismo espacio. Hubo un tiempo en el que el peatón era dueño y señor de las aceras, las avenidas y los paseos. El paisaje urbano se fue transformando con la llamada modernización, y, más recientemente, las nuevas tecnologías, a través del uso de aplicaciones informáticas, han poblado el centro de las ciudades, paradójicamente, de medios de transporte de la era pre-Internet, ya sean vehículos con conductor o patinetes. Un buen día vimos aparecer de pronto a una persona montada en un patinete eléctrico, como algo exótico, mientras que hoy se han convertido en un elemento cuasiubicuo.

Ante un mismo hábitat objeto de crecientes disputas, el peatón tiene aún la posibilidad de apostarse en algún remanso -bien cada vez más escaso- de su camino para dirigir su mirada a las alturas y deleitarse con el vuelo de las golondrinas en el cielo urbano. Hasta ahora, los inquietantes coches voladores eran una mera recreación de las películas de ciencia ficción. Pero en el guion de las empresas que marcan la agenda de la movilidad urbana, el taxi volador se prepara a marchas forzadas para situarse en la parrilla de salida. Puede que quede poco tiempo para disfrutar del cielo de la ciudad al que estamos acostumbrados.

Uber, junto a más de cuarenta compañías, lleva años trabajando para hacer realidad las aeronaves o vehículos VTOL (“Vertical Take-off and Landing”), esto es, con despegue y aterrizaje verticales. Según Uber, la aviación bajo demanda tiene el potencial de mejorar radicalmente la movilidad urbana, posibilitando que los “commuters” recuperen el tiempo perdido diariamente en los desplazamientos desde su domicilio hasta el lugar de trabajo, y a la inversa. Su objetivo es poder operar con taxis voladores ya en el año 2023.

Según el “Libro Blanco” de Uber Elevate (octubre 2016), “al igual que los rascacielos permitieron a las ciudades usar de forma eficiente un suelo limitado, el transporte aéreo urbano utilizará el espacio aéreo tridimensional para aliviar la congestión del transporte terrestre”. Asimismo, sostiene que las nuevas alternativas ofrecen ventajas en términos de costes y de diversidad de rutas para un mismo trayecto.

El helicóptero es la tecnología equivalente más próxima, pero ésta es más ruidosa, ineficiente, contaminante y cara para su uso a escala masiva, al margen de estar ensombrecida a raíz de la conmovedora tragedia de Kobe Bryant y sus acompañantes. Los aparatos VTOL harían uso de propulsión eléctrica con cero emisiones operativas, y, según sus promotores, podrían ser poco perturbadores para el entorno, además de más seguros y económicamente viables. En el referido informe se describe, no obstante, una amplia lista de barreras que aún deben ser superadas para confirmar su viabilidad práctica (proceso de certificación, tecnología de las baterías, eficiencia y fiabilidad de los vehículos, control del tráfico aéreo, seguridad, niveles de contaminación acústica, infraestructuras en las ciudades, formación de los pilotos…).

Los avances de la ingeniería posibilitan que los cielos de las ciudades acojan la circulación de aeronaves ligeras, pero, como ha enfatizado John Gapper, la pregunta es si ello es deseable. Para este articulista del Financial Times, sería preferible que las ciudades recurrieran más a la utilización del transporte ferroviario, en lugar de “desplegar escuadrones de taxis privados en el cielo. Los reguladores y los inversores determinarán si servicios como los de Uber Air merecen la aprobación y justifican el riesgo financiero. Unos y otros deberían tomarse una pausa antes de convertir la ciencia ficción en un hecho”.

Sin embargo, Jaiwon Shin, uno de los responsables de investigación aeronáutica de la NASA, declaraba hace unos años que el que tales aparatos ocupen el espacio aéreo es una cuestión “no de si, sino de cuándo”.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 9 de marzo de 2020)

8 de marzo de 2020

Neoliberalismo vs neodirigismo

Si el uso de la palabra “liberal” se ve afectado desafortunadamente por sus antagónicas acepciones a uno y otro lado del Atlántico, quizás no cabría esperar con demasiada fe que el concepto de “neoliberalismo” pudiese encontrar un camino libre de ambigüedades y equívocos. Especialmente a raíz de la crisis financiera iniciada en 2007-2008 y la subsiguiente Gran Recesión, el neoliberalismo se ha convertido en una potente etiqueta multiuso a la que atribuir el origen de todos los males y, asimismo, el desmantelamiento más absoluto del sector público, que, según algunas versiones bastante extendidas, ha cedido por completo al mercado el gobierno de la economía.

Para empezar, el uso del término tropieza con el importante escollo de delimitar cuál es el verdadero núcleo de su doctrina. En un artículo reciente, Clemens Fuest (“Neodirigism”, ifo Viewpoints, 10-2-2020) recuerda que “el término realmente se refiere a una escuela de pensamiento histórica que, en respuesta a la crisis económica mundial de finales de los años 20 y comienzos de los 30 [del siglo pasado], demandaba no menos sino más acción pública para establecer condiciones que mejoraran la economía”.

El profesor Fuest, presidente del Instituto Ifo, llama la atención acerca de lo paradójico que resulta el “uso inflacionario” del término “neoliberalismo”, cuando el debate político en Alemania (y otros países) está marcado por una posición completamente opuesta a la (neo)liberal y que, según él, puede denominarse “neodirigismo”.

Éstas son las características que dicho enfoque propugna para la política económica: i) un bajo nivel de confianza en la capacidad de los mercados, los mecanismos de precios y la competencia para resolver los problemas económicos; ii) debe confiarse en la intervención pública para resolver los problemas económicos; iii) los incentivos económicos no juegan un papel central en las decisiones económicas de familias y empresas; y iv) el Estado puede redistribuir la renta a través de diferentes instrumentos (regulaciones de precios, transferencias o impuestos) sin tener que preocuparse de las distorsiones sobre el comportamiento económico ni de otros efectos colaterales perjudiciales.

En el referido artículo se analizan algunas ideas neodirigistas en ámbitos como la política medioambiental, la regulación de los alquileres de viviendas y la política del mercado de trabajo, y se constata que, en Alemania, la defensa del sistema de economía de mercado frente al intervencionismo dirigista no es particularmente popular entre los ciudadanos. Según los sondeos de opinión, la frase de que “el socialismo era fundamentalmente una buena idea, solo que ejecutada inadecuadamente” ha elevado su peso dentro de la opinión pública desde el 39% en 1991 hasta el 49% en 2018. En las regiones del Este de Alemania la cifra se mantiene constante por encima del 70%.

A pesar de lo anterior, C. Fuest considera que ese punto de vista se mantiene “en oposición a un hecho crucial: hasta la fecha, sólo las economías de mercado han alcanzado protección medioambiental y prosperidad para amplios colectivos de la población”.

4 de marzo de 2020

El “split” hipotecario: el “splitting” del “split”


Ya sea en épocas de crisis o de esplendor, el panorama financiero no conoce tregua en la generación de novedosos perfiles en los productos ofertados ni, aún mucho menos, en la incorporación de nuevos vocablos, expresiones o siglas. El “split” es un término con larga tradición en el mercado financiero, y no digamos la relevancia del “splitting” en relación con el tratamiento de la unidad familiar en el IRPF. También el “split” ha cobrado importancia en los últimos años en el terreno de la financiación hipotecaria, particularmente en el caso del Reino Unido. Sin ir más lejos, el Financial Times dedicaba hace tan solo unos días un extenso -y ciertamente sofisticado- artículo sobre dicha fórmula[i]. Sin duda, una valiosa pieza para poner a prueba no sólo los conocimientos idiomáticos, también la comprensión lectora y las competencias financieras.

El artículo comienza con esta explicación: “Increasing numbers of borrowers are splitting their mortgage, taking advantage of rising competition between lenders to divide the debt on home loans to suit their financial circumstances”. Y, poco después, señala que “A common way of splitting mortgage debt is part of the loan to be repaid on capital repayment basis, and the rest on an interest-only arrangement”.

Podemos comprobar, pues, que el “split” (“división”) de un préstamo hipotecario tiene una acepción específica, referida a la forma de pago del capital y de los intereses. Concretamente, un “split” consiste en dividir un préstamo en dos partes: una primera basada en el pago de cuotas periódicas comprensivas de amortización del capital y de intereses, que es la práctica más extendida; otra, respecto a la que únicamente se abonan intereses, sin amortización del capital, que tendría lugar, de una sola vez, al vencimiento de la operación[ii]. En el gráfico adjunto se recogen las correspondientes secuencias de pagos, para un caso concreto[iii], de los dos esquemas: amortización progresiva del capital (1) vs amortización única al vencimiento (2).

Ahora bien, existen otras acepciones del “split” hipotecario, como la basada simplemente en la división del capital del préstamo en dos o más tramos, sujetos a distintos regímenes de tipo de interés. Por ejemplo, un préstamo por importe de 300.000 euros podría ser estructurado en tres tramos: 100.000 euros a tipo de interés fijo del 3%, 100.000 euros a un tipo variable igual al Líbor más 1,5 puntos porcentuales, y 100.000 euros a un tipo variable igual al Euríbor más 2 puntos porcentuales.

Otra opción adicional del “split” consiste en establecer un tipo fijo para un período inicial, y un tipo variable para el resto[iv].

Como queda patente a partir de los supuestos anteriores, puede decirse que el “split” hipotecario se encuentra sujeto a un considerable “split”. Seguramente éste también se da entre las preferencias personales para acogerse a uno u otro esquema.

(Artículo publicado en EdufiAcademics, Serie Ensayos y Notas, 2/2020)




[i] Vid. J. Pickford, “How to ‘do the splits’ on your mortgage”, Financial Times, 21 de febrero de 2020.
[ii] No obstante, en el Reino Unido, esta fórmula usualmente es aplicable en relación con las propiedades adquiridas para su destino al alquiler. Vid. C. Cheung, “Repayment mortgages explained”, https://www.which.co.uk/money, julio 2019.
[iii] Préstamo por importe de 200.000 euros, a 15 años, y tipo de interés del 5,25% anual, estructurado en dos tramos: 1) 100.000 euros, mediante cuotas de capital e intereses; 2) 100.000 euros, mediante pago periódico de intereses y amortización completa al vencimiento.
[iv] Vid., por ejemplo, G. Sessons, “What is a split mortgage?”, https://budgeting.thenest.com, 8 de abril de 2019.

1 de marzo de 2020

La Unión Europea ante el reto presupuestario

En una entrevista reciente, Angela Merkel vaticinaba que las conversaciones acerca del presupuesto de la Unión Europea (UE) para los próximos años no serían “un paseo por el parque”. Está en discusión el establecimiento del marco financiero plurianual (MFP) para el período 2021-2027. Ante la falta de coincidencia entre quienes efectúan aportaciones y quienes obtienen beneficios, la controversia inicial está garantizada en todo debate presupuestario. Además, aunque el daño causado por el Brexit al proyecto europeo sea inconmensurable, ha dejado como herencia inmediata un agujero de unos 10.000 millones de euros anuales.

El presupuesto de la UE se nutre de recursos tradicionales (principalmente derechos de aduana) (16%), del recurso basado en el IVA (12%), y de la contribución ligada a la renta nacional bruta (RNB) (72%). De los gastos totales, un 39% va asociado a recursos naturales (los subsidios agrícolas representan una cuarta parte del total), un 34% se destina a la cohesión económica, social y territorial, un 13% a programas de competitividad, y un 14% a otras actuaciones.

Diversos son los retos suscitados: cubrir el Brexit gap, financiar nuevas prioridades de gasto en ámbitos como los del cambio climático, la tecnología avanzada, la seguridad, o la defensa, y evitar reducir las subvenciones agrícolas, así como las dotaciones para los programas de convergencia económica de las regiones más pobres.

La Comisión Europea ha propuesto un presupuesto equivalente al 1,1% de la RNB de la UE, lo que significa un montante agregado de 1,28 billones de euros en el conjunto de los siete años. Propugna un “presupuesto moderno, simple y flexible”, lo que se traduce, entre otros aspectos, en un ajuste a la baja del 5% en las principales políticas tradicionales. Y, como novedad, una mayor vinculación entre la financiación recibida y el respeto del imperio de la ley. El Parlamento Europeo pretende alcanzar una cifra del 1,3%, y plantea la creación de impuestos propios de la UE.

La fragmentación nacional es evidente. Según el Financial Times, las disputas sobre la cifra de gasto se resuelven en torno a fracciones de un punto porcentual, “pero las pasiones exacerbadas en estos debates testimonian la ansiedad neurálgica de todos los gobiernos de la UE por demostrar a sus votantes que han obtenido ‘una victoria en Bruselas’”. Ante la falta de una visión europea, el presupuesto sigue concibiéndose como un “juego de suma cero”.

Los denominados “cuatro frugales” (Austria, Dinamarca, Holanda y Suecia) abogan por fijar el techo de gasto en el 1% de la RNB. En contraposición, países receptores netos como Polonia o Rumanía sostienen que la idea de que hay ganadores y perdedores netos es errónea, y subrayan que los beneficios de las compañías europeas que operan en tales países supera la financiación que les es transferida. Alemania parece dispuesta a ampliar su contribución, aunque estableciendo algunas restricciones sobre los gastos.

Más allá de los decimales arriba o abajo, la fijación del MFP 2021-2027 viene a significar la entrada en una fase de “modernización” del presupuesto (expresión de interpretación un tanto libre), que puede afectar significativamente a países como Francia y España. Al propio tiempo, refleja el drama de una UE que sigue anclada, pese a que el euro era una apuesta hacia el objetivo de mayor integración política.

En esto sí lleva razón Mateusz Morawiecki, primer ministro polaco, cuando afirma que “negociar un acuerdo presupuestario no es un ejercicio puramente aritmético. Más bien, debe ser una traducción de prioridades políticas en un marco financiero”. ¿Cuáles son esas prioridades en la UE? ¿Cuáles deberían ser. 

La Comisión Europea proclama que “cada ciudadano disfruta de enormes beneficios que la UE proporciona por menos del precio de una taza de café al día”. ¿Cuál es el precio que estamos dispuestos a pagar por un almuerzo o, al menos, por un desayuno completo? Está en juego mucho más que una mera discrepancia cuantitativa.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 1 de marzo de 2020)

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