24 de marzo de 2020

El destino de las empresas zombis


Recientemente han aparecido dos obras muy significativas acerca del empresariado y de la propia historia económica y social de la ciudad de Málaga, “Comercios históricos malagueños”, y “Comercios malagueños que dejaron huella”, ambas de Fernando Alonso González. Cada una se centra en un colectivo específico: la primera acoge comercios tradicionales subsistentes; la segunda, una muestra de los que, desafortunadamente, ya no forman parte del panorama económico malacitano. El primer grupo -aunque deja abierta la puerta a incorporaciones- acusa una tendencia menguante, mientras que el segundo acumula nuevos registros a costa del primero.

A las personas de mi generación, que fuimos niños en los lejanos años sesenta, nos invade indefectiblemente una sensación de tristeza cuando constatamos cómo han ido desapareciendo referencias emblemáticas que ayudaron a forjar la Málaga del presente. Y es también cuando apreciamos, desde la distancia, la relevancia de un amplio número de proyectos empresariales que alumbraron una época y que, ciertamente, dejaron huella. Huella que, gracias a contribuciones como la de Fernando Alonso, no ha de perderse.

La próxima edición de la segunda de las obras mencionadas incluirá comercios tradicionales que, por distintas razones, no hayan conseguido alargar el curso de su existencia. Algunos lo habrán intentado pero sin poder resistir el embate de los modernos paradigmas. Puede que sea un signo ineludible de una especie de evolución darwiniana o una manifestación de la dinámica schumpeteriana, pero, cuando un comercio señero echa el cierre definitivo, la ciudad pierde un trozo de su alma y, con ello, se esfuma también una parte de nuestras vivencias.

Desde hace algunos años, los economistas han acuñado la expresión “empresa zombi”, para hacer referencia a corporaciones que, a duras penas, se mantienen operativas en el mercado. Los analistas llaman la atención en el sentido de que, después de una década de políticas expansivas de los bancos centrales, que han inyectado ingentes cantidades de liquidez, ahora hay un número mayor de ellas. Y, según Robert Armstrong (Financial Times, 5-2-2020), “pueden estar devorando los cerebros del mundo corporativo”.

Existen diversos criterios para catalogar una empresa como “zombi”. El más extendido es el de la falta de rentabilidad a lo largo de un período extendido, especialmente si no tiene capacidad para atender los costes del servicio de la deuda a partir de los beneficios corrientes.

En un estudio del Banco de Basilea (Ryan Banerjee y Boris Hofmann), basado en el examen de compañías cotizadas de 14 economías avanzadas, se obtiene que la proporción de “empresas zombis” ha aumentado, en promedio, desde un 2%, a finales de los años ochenta, a un 12% en 2016. También ha aumentado muy llamativamente la probabilidad de seguir siendo una empresa de esas características, desde el 3% al 85%.

En el mismo estudio se concluye que las “empresas zombis” tienen unos menores niveles de productividad, de inversión y de crecimiento del empleo que sus homólogas “plenamente vivas”. Son las supervivientes de una devastación, gracias a la política monetaria acomodaticia y a unos tipos de interés ultrarreducidos. Tal vez éstos se mantengan así durante mucho tiempo, pero eso no impide que algunos analistas alerten acerca del posible estallido de la burbuja de las “compañías zombis”. Para el editorialista jefe del Financial Times, “corresponde a los inversores proteger sus compañías del virus zombi… El más aterrador efecto colateral de la política de los bancos centrales pueden no ser las compañías zombis, sino más bien los inversores zombis”, que, según él, no exigen que los ejecutivos adopten decisiones difíciles, en vez de dejarse arrastrar hacia un estado letárgico.

A pesar de todo ello, ojalá, antes de una desaparición irreversible, algunas empresas pudieran continuar algún tiempo en ese estado, a la espera de alguna solución viable. En los complicados tiempos que nos ha tocado vivir, lograr el estatus de “empresa zombi” puede llegar a ser un hito. Tal vez haya que reinventar la taxonomía empresarial, y también la de los virus.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 24 de marzo de 2020)

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