29 de diciembre de 2018

Los grandes discursos: la clave está en los detalles ocultos

Algunos discursos pueden ser como una lluvia de verano, aquellos que llegan cuando nadie se lo espera, ni siquiera quienes los verbalizan. En el polo opuesto están los discursos solemnes, históricos, pronunciados por los grandes líderes nacionales o internacionales. Aquellos contienen palabras que quedan grabadas con letra de molde en registros preferentes. Leídos con perspectiva histórica, es casi inevitable caer en el fetichismo.

En tales casos, los discursos suelen ser una obra de orfebrería, y han de atravesar -se supone- un largo camino hasta su culminación y su puesta en escena final. Lo que percibimos en última instancia no es más el extremo de un iceberg. Los discursos memorables ayudan a forjar la imagen mítica de los líderes, a fortalecer su figura y a elevar su prestigio. La mayor o menor destreza que el personaje en cuestión pueda tener como orador o como lector representa indudablemente un importante componente del producto final cuando tiene lugar la alocución. Sin embargo, tienden a ignorarse los prolegómenos, todo el proceso de preparación y, lo que es más relevante, el origen de las pautas de los contenidos, la selección de los ejes de los mensajes, y la autoría del texto transmitido.

Normalmente, hay que esperar a la difusión de biografías autorizadas y documentadas para, en su caso, encontrar respuesta a algunos de los interrogantes apuntados. Según relata Sam Leith en un artículo publicado en el diario Financial Times (18-9-2018), en la biografía de la Reina Isabel de Inglaterra escrita por Robert Hardman se recoge un curioso detalle acerca de uno de los discursos solemnes más celebrados del reinado de aquélla. Se trata del discurso que la Reina (entonces Princesa) pronunció desde el continente africano, concretamente “desde Ciudad del Cabo”, “el día de su 21º cumpleaños” (21 de abril de 1947).

Al margen de la trascendencia de los mensajes transmitidos por la soberana británica, según se indica en el citado artículo, la alocución, contrariamente a las apariencias, no se retransmitió en directo ni desde Ciudad del Cabo.

Sam Leith, especialista en comunicación pública, considera que tales detalles no son suficientes para catalogar el suceso como un “gran fraude”, sino más bien como una “mentira inocente”: “… La autenticidad es siempre convincente. Pero permitir que el discurso fuese grabado como si fuera ‘en vivo’, y retransmitirlo un poco más tarde, fue una forma de permitir a una mujer joven no experimentada capturar la mejor versión de ella misma como oradora”.

Tras este veredicto, sentencia que “La verdad sobre hablar en público es que, en gran medida, es un truco de confianza. Nadie, o casi nadie, es de forma natural bueno en su primera ocasión”.

Estas aclaraciones, aun siendo interesantes, siguen dejando en terreno ignoto gran parte del iceberg. Posiblemente la mayoría de los que navegan por los surcos de la historia contemporánea no se verán afectados por los efectos del cambio climático.

27 de diciembre de 2018

Proyecto Mlk: a la búsqueda de las huellas perdidas de la ciudad ausente


La historia de una ciudad está en sus calles, en sus plazas y avenidas; reposa en las fachadas de sus monumentos; revive en los rasgos y en el carácter de sus habitantes; anida en los surcos que ha ido labrando el tiempo; se adormece en los jardines donde acuden las almas solitarias; palpita en todos sus rincones, reales o imaginarios. Todo eso y mucho más forma parte de su ser. En su largo camino se han ido quedando atrás símbolos e imágenes que ayudaron a forjarla tal como es, dejando una huella, que aún permanece, aunque no siempre se perciba a simple vista.

Las empresas, ya se trate de una factoría, de un establecimiento comercial o de un local de servicios, como organismos vivos condenados a ganarse cada día la supervivencia, amenazados por fuerzas internas y otras que llegan del exterior, en distintos grados de permanencia e intensidad, han sido un elemento imprescindible en la configuración urbana. Como seres vivientes, las empresas presentan una gran heterogeneidad en cuanto a su origen, apariencia, dimensión, actividad y longevidad. Sea cual sea el perfil concreto que adopte, toda empresa se ve sometida a la dialéctica permanente que impone la dinámica económica y social, más o menos exigente en función del sector y del entorno en el que opera. Cuando una empresa se extingue es como si con ella se esfumara una parte de nuestras vivencias, como si se desprendiera una pieza del mosaico que representa la actividad económica y también el panel del entramado social, dejando un hueco que no volverá a rellenarse.

Que muchos establecimientos no formen parte del paisaje urbano de hoy no significa que debamos ignorar su papel, que olvidemos lo que hicieron para construir nuestro presente y lo que aportaron a nuestra idiosincrasia.

Rendir un homenaje a las unidades empresariales que, por una u otra razón, se han ido desprendiendo de ese gran mosaico, es el propósito que inspira el proyecto Mlk del Instituto Econospérides. Pero una cosa es una mera declaración de principios y otra, muy distinta, la capacidad de materialización de la aspiración que subyace en aquélla. A tenor de los exiguos recursos disponibles, esa capacidad es ciertamente modesta, por lo que este proyecto no se plantea ninguna meta que, ni de lejos, pudiera tacharse de ambiciosa. Más bien, la pretensión no es otra que la de abrir una senda, que venga a añadirse a otras ya trazadas por otros autores, para ir recordando imágenes hoy ausentes, sin objetivos cuantitativos concretos. Aun cuando ese espíritu se extienda sin límites temporales, que se remontan al origen de los tiempos malacitanos, con la fundación del núcleo fenicio llamado Malaka o Mlk, la iniciativa surge a raíz de la reflexión en torno a la ausencia de establecimientos que identificaban la fisonomía de la Málaga de los años setenta del pasado siglo.

Apelando una vez más a la filosofía machadiana de hacer camino al andar, no nos fijamos alcanzar ninguna cota de antemano, ni siquiera mínima. Tampoco, al menos en su fase inicial, ningún formato cerrado. Si el proyecto logra echar a andar, ya habrá tiempo de pensar en dotarlo de alguna estructura definida, así como de un nombre adecuado.

Las trayectorias de las empresas más significativas están documentadas en los textos de historia. Aunque sólo sea a título de recordatorio, tienen, naturalmente, abiertas de par en par las puertas de este modesto proyecto, pero, especialmente, aquellas otras menos conocidas o que han pasado desapercibidas.

Como dejaba escrito en una de las entradas de este blog, de agosto de 2017, uno de esos negocios anónimos fue el de María Quintero, conocida en mi barrio como María la del carrillo. Ella fue la primera empresaria que conocí, en mi infancia, cuando corrían los primeros años de la década de los sesenta. A su recuerdo van dedicadas estas líneas.

25 de diciembre de 2018

Compra de tiempo y felicidad

Algunas personas, no todas, pueden comprar tiempo. Se trata de aquellas que disponen de ingresos suficientes, ya sea procedentes del trabajo o del capital, y que están en condiciones de “externalizar” tareas domésticas o personales mediante la contratación, formal o informal, de tales servicios con terceros. Montar un mueble, cambiar un fusible, sacar el perro a pasear, recoger al niño del colegio, cuidar de un familiar cercano, instalar un equipo de música, colgar un cuadro…

El “mercado” se expande cada vez más para una gama muy variada de cometidos. La escasez de tiempo de los profesionales alimenta la demanda, mientras que distintos factores que afectan al mercado laboral, unos positivos y otros que lo son bastante menos, tienden a ensanchar la oferta. Se puede comprar tiempo, pero, con ello, ¿se incrementa al mismo tiempo la felicidad? ¿Es una buena práctica el denominado “outsourcing personal”, la externalización de tareas personales de manera que nos podamos concentrar casi exclusivamente en las actividades nucleares de nuestra actividad profesional cotidiana? Es una interesante pregunta que plantea Rhymer Rigby (Financial Times, 27-11-2018).

A este respecto trae a colación un estudio de la Harvard Business School publicado en agosto de 2017 por un grupo de investigadores encabezado por Ashley V. Whillans. El título del trabajo es, de entrada, bastante ilustrativo: “Buying time promotes happiness”. En el estudio, basado en experimentos de campo realizados en Estados Unidos, Canadá, Dinamarca y Holanda, se concluye que los resultados “sugieren que utilizar el dinero para comprar tiempo puede proteger a las personas de los efectos negativos de la presión del tiempo sobre la satisfacción de la vida”.

Sin embargo, Rhymer Rigby opina que “ha llegado el momento de preguntarse si hay un ‘conflicto’… no ser capaz de cambiar un fusible es una falsa economía, con independencia de lo rico que sea uno. El conocimiento y las herramientas requeridas para desmontar un enchufe son triviales [realmente no estoy muy convencido de ello] y el engorro de llamar al electricista siempre será mayor”.

Además, considera que “algunas de estas tareas proporcionan un valor externo a la propia tarea. Un ejemplo obvio de esto son los políticos [y algunos no políticos también] que no saben el precio de una pinta de leche o de una barra de pan. Así, la tarea mundana en cuestión tiene una clase de valor informativo y tiene sentido hacerla ocasionalmente”. Este es, sin duda, un planteamiento sumamente apropiado y coherente, que suscribo íntegramente, aunque, desafortunadamente, no me pueda excluir del colectivo aquejado de la ignorancia mundana a la que se alude. 

Aunque han pasado muchos, muchísimos años, recuerdo como muy gratificante y aleccionadora la experiencia de acompañar a mi abuela o a mi madre al Mercado de Salamanca, en el barrio malagueño de El Molinillo. También, a pesar del tormento de tener que pedir un cuarto y mitad, u otras medidas igualmente rocambolescas, añoro las visitas a mi tienda predilecta del barrio, que hace tiempo desapareció para siempre, mucho antes de que yo lo abandonara. Estaba localizada en la calle Actriz Rosario Pino, muy cerca de la calle Albéniz, donde aún pervive un establecimiento que, quiero creer, es el sucesor de la carbonería que, en su día, se ubicaba en sus aledaños. Allí acudíamos para adquirir los productos más variados e, indefectiblemente, los días de lluvia intensa, para proveernos de serrín. Hoy me pregunto cuánto valdrá una chirimoya, y cuántas pepitas tendría la última que compartí con mi padre.

En fin, a veces, es posible adquirir una cierta dosis de tiempo y aliviar la presión que provoca su escasez o la incompetencia propia. Pero, a nuestro pesar, no podemos recuperar el tiempo perdido. ¿Qué precio estaríamos dispuestos a pagar si pudiésemos viajar en él?

24 de diciembre de 2018

El PIB en la era digital: llega el PIB-B


El producto interior bruto (PIB) es el indicador macroeconómico por excelencia. El PIB nos informa del valor de los bienes y servicios producidos en una economía en un período dado y, de esta manera, nos permite ordenar distintos países o territorios en función de su magnitud económica. Según la perspectiva que se adopte, el PIB nos ofrece información acerca de: i) lo que se produce, con su composición sectorial; ii) los grandes componentes del gasto de una economía, cuánto se consume y cuánto se invierte, lo que se exporta, y lo que se importa del extranjero; o bien iii) las grandes categorías de rentas que se obtienen como contraprestación por intervenir en la producción de bienes y servicios. El ritmo de evolución temporal del PIB marca la tendencia económica de auge, estancamiento o recesión. En fin, las estadísticas relacionadas con el PIB ocupan un lugar preponderante en el cuadro de mando del gobierno económico de cualquier país.

Pese a dicha importancia, si hacemos caso de algunas encuestas, una buena parte de la población española no tiene un adecuado conocimiento de la referida magnitud económica y hasta muestra dificultades para diferenciarla de otros conceptos básicos como el índice de precios al consumo (IPC). Ahora bien, en ocasiones, incluso quienes conocen su definición pasan por alto algunas deficiencias inherentes al PIB como indicador y, asimismo, lo utilizan para fines para los que no fue concebido. El PIB no recoge los daños medioambientales ocasionados por las actividades productivas, como tampoco completamente el trabajo doméstico realizado por las familias, y se enfrenta a trabas sustanciales para estimar el valor de otras producciones no de mercado tan relevantes como la del sector público. No menos significativa es la improcedencia de utilizar el PIB como indicador representativo del bienestar.

Si la necesidad de revisar la fisonomía del PIB era patente desde hace tiempo, las extraordinarias transformaciones originadas por el proceso de digitalización de la economía y la sociedad no han hecho sino elevar el tono de ese requerimiento, convertido ya en inaplazable. De no hacerlo, la reconfiguración de las relaciones económicas convertiría la separación actual, entre lo que transmiten las cifras acuñadas a la vieja usanza y la realidad que vivimos, en divorcio total.

Diversas iniciativas, entre las que sobresalen las impulsadas por organismos e instituciones internacionales como el FMI, la OCDE o la Comisión Europea, se han puesto en marcha. Algunas de ellas pretenden encontrar una alternativa a fin de captar los efectos positivos derivados de la economía digital.

Un mero repaso de cómo las nuevas tecnologías, los smartphones, las redes sociales y las plataformas de transacciones que han surgido han transformado nuestra existencia da idea de la trascendencia de los cambios registrados:

  • Tales plataformas online permiten implicar directamente al usuario final en la gestión de los servicios demandados, realizando por sí mismos una serie de tareas por las que anteriormente pagaban o que integraban el circuito de distribución tradicional. De esta manera, parte de la actividad económica tiende a separarse del ámbito de producción cubierto por el PIB.
  • Al margen de su amplia gama de prestaciones, los smartphones han disparado el número de fotografías que se toman en el mundo y eliminado su coste. Según la ponencia presentada, en una reciente conferencia del FMI, por un equipo de investigadores encabezado por Erik Brynjolfsson, profesor del MIT, el número de fotografías ha pasado de 80.000 millones al año en 2000 a 1,6 billones en 2015, y su coste unitario, de 50 céntimos a cero.
  • También escapa de la órbita del PIB el valor de los servicios que las redes sociales aportan a sus usuarios. Al tratarse de servicios gratuitos, obtenidos a cambio del suministro de datos, no encuentran ningún registro económico directo, si bien cabe plantearse si están recogidos indirectamente en el PIB como parte del precio de los productos publicitados o en el de las empresas que adquieren los datos. El referido equipo investigador ha estimado, mediante encuestas, que, en Estados Unidos, los usuarios de Facebook estarían dispuestos a pagar un precio de unos 42 dólares al mes por los servicios de esta red social, lo que, extrapolado, equivaldría a un 0,11% o un 0,47% del PIB, según distintos supuestos. Y si la actividad de Facebook se hubiese computado en los datos del PIB, la tasa de crecimiento económico anual de Estados Unidos entre 2003 y 2017 habría pasado del 1,83% al 1,91% o al 2,20%.
  • Los mismos investigadores, a través de experimentos realizados en Holanda, a fin de identificar el precio que los usuarios exigirían para renunciar a las utilidades de las aplicaciones, han estimado una valoración de Facebook de 97 euros al mes, que queda notoriamente superada por la de WhatsApp (536 euros). Otras valoraciones son las de Google Maps (59 euros), Instagram (7 euros) y LinkedIn (1,5 euros). Curiosamente, para Twitter, el valor obtenido es nulo.
  • Otro estudio revela que un residente en Estados Unidos exigiría 150 dólares por renunciar al acceso a Wikipedia durante un año. Se ha calculado que los ingresos mundiales anuales de Wikipedia, en caso de que vendiera publicidad, ascenderían a 6.000 millones de dólares.
  • Tampoco faltan estimaciones del valor de la producción de software libre (un total de 35.000 millones de dólares anuales en Estados Unidos) y el de los datos acumulados por las grandes compañías, que, en el caso de Amazon, se eleva a la cifra de 125.000 millones de dólares, según Gillian Tett.

A efectos de subsanar las omisiones del PIB en relación con los servicios reseñados, el equipo de investigadores mencionado ha propuesto la introducción de una nueva métrica, a la que denominan “PIB-B”, con objeto de tomar en consideración los beneficios de los nuevos bienes y servicios, muchos de ellos gratuitos, aportados por la revolución digital. No es, desde luego, una tarea sencilla, pero apunta una senda ineludible si queremos tener una imagen más ajustada de la verdadera magnitud de las nuevas realidades económicas.

(Artículo publicado en el diario "Sur")

22 de diciembre de 2018

Lotería y filosofía: el premio más valioso

Tener un encuentro, aunque solo sea de vez en cuando, con los grandes filósofos, es una de las actividades más reconfortantes y reparadoras del estado del alma. Puede ser un buen refugio en un mundo en el que no somos capaces de encontrar una explicación convincente a tantos acontecimientos que se suceden en una espiral sin tregua. Ante el inconmensurable legado recibido, el valor del tiempo se acrecienta, a medida que se escabulle entre los dedos.

En un día tan señalado en la tradición popular como el de hoy, en el que muchas personas depositan sus esperanzas, cifradas en recursos materiales, para cambiar el curso de su existencia, un día en el que la mayoría de ellas quedarán defraudadas por un azar esquivo, surge también la oportunidad de reflexionar acerca de las cosas verdaderamente importantes en la vida.

Al parecer decía Aristóteles, según se recoge en el Protréptico, que “se debe evitar la desgracia que vemos en esos hombres [que tienen un gran amor por los bienes externos] y pensar que la felicidad no depende tanto de poseer muchos bienes como del estado en que se encuentra el alma… ocurre a quienes no tienen ninguna valía que, cuando alcanzan a poseer una fortuna, consideran sus posesiones incluso más valiosas que los bienes del alma, y eso es lo más infame de todo… se ha de considerar miserables… a quienes les resulta más valiosa su hacienda que su propia naturaleza”.

16 de diciembre de 2018

Las pretensiones de la escritura: entre maldiciones y bendiciones

A raíz de la última entrada publicada en este blog, dedicada, aunque muy superficialmente, a la obra “La muerte del comendador” de Haruki Murakami, he recibido un correo electrónico con un breve comentario. El remitente señala que se trata de “un post extraordinariamente técnico y complejo, que he tenido que leer un par de veces en busca de significados ocultos... el que no haya leído la obra en cuestión, u otra del autor, se quedará a dos velas”. Si ésta es la percepción de alguien avezado en la obra del escritor japonés, como lo es dicho remitente, según él mismo me informaba, no es difícil pronosticar el efecto en alguien en quien no concurra tal circunstancia.

En mi respuesta al correo, le señalaba que ese tipo de “efecto” es, obviamente, el más fácil de conseguir, ya que no se requiere de grandes cualidades ni de demasiado esfuerzo. Era en cierto modo la pretensión del “post”, generar una confusión, como réplica, a pequeña o infinitesimal escala, de la que inevitablemente se desprende de algunos pasajes de la novela de Murakami. El grado de eficacia de un texto, cuando el objetivo premeditado es “dejar a dos velas”, suele ser bastante alto, y precisamente por su facilidad de logro no cabe atribuirle mucho mérito. Tampoco necesariamente un gran demérito. En estos casos, no se puede etiquetar “a priori” de manera genérica. Y no ha de ser preocupante, por tanto, sumir a alguien en las tinieblas, aunque sea comprensible el rechazo que pueda provocar en quien ha dedicado parte de su tiempo a una tarea improductiva y no pocas veces irritante.

El verdadero problema, desde la perspectiva del “oferente” estriba, más bien, en lo que podría denominarse la “maldición del pedagogo”. Quien tiene una vocación de pedagogo, de compartir y extender el conocimiento, trata por todos los medios de explicar, de la manera más sencilla, intuitiva o ilustrativa posible, una cuestión de cierta complejidad. De forma oral o escrita, aquél procura ejercitar sus mejores dotes didácticas para allanar el camino del aprendizaje o facilitar la asimilación de la información. La mayor de las recompensas para quien emprende esas tareas es, sin duda, recibir un testimonio confirmatorio de la utilidad de su enfoque, de su tratamiento, en definitiva, de la bondad de la exposición efectuada o de las explicaciones dadas. El mayor castigo, recoger evidencias directas de los destinatarios de las acciones formativas o divulgativas en sentido descalificatorio, o bien percibir que llegan a conclusiones antagónicas a las pretendidas por la acción pedagógica. Igualmente lo es constatar, por la vía de pruebas objetivas de asimilación de conocimientos, que el esfuerzo didáctico ha sido en balde. Son todas ellas experiencias bastante dolorosas, con aguijones alineados a lo largo de una escala de impacto.

En fin, son variados los riesgos y gajes asociados a ese oficio abnegado, pero el repaso quedaría incompleto si no mencionáramos otras contingencias bastante curiosas. Así, no es infrecuente quedarse estupefacto cuando, tras una presentación que consideramos ininteligible, alguno de los asistentes felicita al ponente por su claridad expositiva. Otra, de más calado, se da cuando el comunicador, bien consciente o inconscientemente, transmite unos contenidos carentes de coherencia o fundamentación y, a pesar de ello, logra una persuasión completa, e incluso pasa los filtros de evaluaciones, formales o informales, supuestamente expertas.

13 de diciembre de 2018

“La muerte del comendador” de Murakami: la vigilia del lector

Reconoce Haruki Murakami que, para él, “escribir novelas es un reto, escribir cuentos es un placer. Si escribir novelas es como plantar un bosque, entonces escribir cuentos se parece más a plantar un jardín… El follaje verde de los árboles proyecta una sombra agradable sobre la tierra, y el viento hace crujir las hojas, que a veces están teñidas de oro brillante”.

Admitamos la metáfora, pero si la hiciéramos extensiva al universo literario, nuestro planeta sería una foresta continua. Habría, desde luego, innumerables espacios forestales, pero muchos de ellos, si nos fijáramos bien, serían en realidad meras ensoñaciones erigidas sobre implacables desiertos. Es posible que percibiéramos muchas formas boscosas, pero tendríamos que estar muy atentos para no dejarnos engañar por los espejismos.

Ahora bien, si el hacedor del bosque ha sido el escritor nipón, podemos tener la certeza de que allí encontraremos sombras reparadoras, a cuyo cobijo merece la pena acampar o, al menos, hacer una breve incursión en sus dominios. La semblanza del autor incluida en el blog “Todosonfinanzas” (http://todosonfinanzas.com/sociedad-y-cultura/de-que-habla-murakami-cuando-habla-de-escribir/) ofrece una serie de rasgos singulares de su trayectoria personal que, añadidos a sus atributos literarios, no hacen sino alimentar los alicientes al respecto.

Seguramente las páginas de Internet están plagadas de una interminable colección de reseñas y opiniones acerca de “La muerte del comendador”. No tengo por ahora la intención de comprobarlo, esencialmente para no verme condicionado a la hora de emitir la mía. Esta línea de actuación conlleva sus riesgos, sobre todo ante la posibilidad de omisión o de falta de apreciación de detalles relevantes. Sin embargo, poder disfrutar de la inmensa libertad de expresar una idea propia, sin condicionantes externos, es un bien incomensurable que compensa afrontar riesgos de esa naturaleza, que, además, en este caso, no podrían llegar a perjudicar a nadie.

Eso pensaba cuando escribí las líneas precedentes. Creía tener las ideas claras sobre qué decir; ahora, al retomarlas, al cabo de algún tiempo, me siento confundido, un tanto aturdido, como si hubiera despertado de un sueño y, en realidad, no estoy seguro de haber leído la novela sobre la que me proponía reflejar mis sensaciones. Miro a mi alrededor, mientras cae la tarde, en busca de ese personaje misterioso y evanescente, caprichoso e impredecible, que un buen día creí ver salir de un libro de aventuras juveniles, bajo apariencias corpóreas. Alguna vez, en la madrugada, lo he sorprendido en mi escritorio, dedicado a lo que, según parece, es una de sus aficiones predilectas. No me cabe duda de que es él el eslabón perdido que a su manera nutre este blog de algunas entradas, como aquí mismo especulaba yo hace algunos meses. Esquivo y parco en palabras, como es, espero que surja pronto la oportunidad de confirmarlo.

Su ayuda me sería ahora muy valiosa para no interrumpir abruptamente estas líneas, y eludir la tentación de buscar la inspiración en opiniones ajenas. Otra opción sería recurrir a la lectura del libro, por segunda o primera vez, quién sabe, para tratar de recuperar o encontrar los hilos de la trama, pero las casi quinientas páginas que tengo ante mí no estimulan mucho al respecto, o quizás sí, si otros reclamos pendientes no presionaran tan insistentemente. Tal vez lo más aconsejable sea plantear una nueva tregua por si alguno de los eventos menos exigentes en dedicación acudiera en mi auxilio.

Una vez finalizada aquélla, retorno a esta página, pero no ha llegado el auxilio anhelado, por lo que he podido comprobar. He acudido en busca del viejo ejemplar de aquella novela, de Verne, amarillento y desgastado, de donde pareció surgir aquel personaje, pero compruebo a mi pesar que la tinta se ha difuminado. No logro recordar los detalles de la narración, sólo que trataba de un billete de lotería; tampoco logro perfilar claramente lo que ocurre en la novela de Murakami. Sin embargo, ahora tengo la sensación de haberla leído, y alguna vaga idea me viene a la mente, como una especie de percepción o intuición.

Ignorar los detalles de una historia tiene también, pese a todo, su lado bueno; se evita así la inclinación, consciente o no, de convertirse en un “spoiler”, si bien dicha contingencia habría quedado en tal caso muy mitigada ante la semiclandestinidad de un sitio como el que alberga este texto. La concatenación de circunstancias necesarias para que alguien lo acabara leyendo daría lugar a una probabilidad bastante minúscula.

Además, acabo de darme cuenta de que la novela en cuestión es solo una primera entrega que se completará con otra de aparición inminente. Habrá que esperar a leerla para intentar despejar el conglomerado de incógnitas en el que queda inmerso el lector del primer libro de “La muerte del comendador”. Sí, intrigante y desconcertante son dos calificativos inevitables. Como también lo es el deseo de proseguir el curso de la narración a la búsqueda de las claves que permitan saciar el ansia de explicaciones que la disposición de piezas desplegadas por el escritor japonés provoca en el lector. Escribe aquél con pulcritud, precisión y concisión narrativa, lo que combina con un detallismo descriptivo, a la vez que con un comedimiento expresivo, que no imaginativo. Se recrea con la música y la pintura, y ahonda en la introspección del personaje principal, a la sazón narrador de la historia. Sus cualidades como retratista constituyen el eje en torno al que gira la obra, de idas y venidas, de viajes catárticos, de aislamientos y de soledades, de enigmas del presente y también del pasado.

Tal vez el mejor elogio que pueda hacerse de ella es constatar el impulso que, tras completar su lectura, surge para volver a empezarla a fin de intentar descubrir algunos detalles inadvertidos y, sobre todo, para poder disfrutar de grandes pasajes a la altura de una novela que no deja al lector indiferente, sumiéndolo en una extraña vigilia.

10 de diciembre de 2018

¡Viva la revolución… del ACB!


Aunque el viva no figura expresamente en el título, quien lea el libro de Cass R. Sunstein “La revolución del coste-beneficio” no dudará en identificar pronto los vítores que el autor otorga al uso de ese tipo de análisis en el ámbito de la Administración pública. Quizás sí pueda sorprenderle que el calificativo de “revolucionario” se utilice en la esfera pública del país considerado como principal exponente del capitalismo y, bastante más, que el artífice del “proceso revolucionario” fuera el mismísimo Ronald Reagan.

Igualmente la sorpresa de adscribir esa etiqueta innovadora en un libro publicado en 2018 podrían tenerla también los alumnos de la Facultad de Económicas de Málaga a los que, a mediados de los años ochenta, tuve la oportunidad de explicar los fundamentos del análisis coste-beneficio (ACB) como técnica para la evaluación de los proyectos públicos.

Ciertamente, dicha técnica cuenta con décadas de desarrollo teórico y de aplicación práctica, pero eso es una cosa y otra distinta su asimilación y adopción con carácter estructural en la toma de decisiones de las agencias públicas reguladoras. Ésa es la revolución a la que se refiere Sunstein.

Lo primero que habría que señalar es que quien se aproxime con prevención al ACB por el hecho de que el presidente Reagan fuese el gran impulsor del mismo, ha de tener en cuenta que los presidentes posteriores, Clinton, Bush y Obama, prosiguieron su estela, incluso intensificándola. También el ACB se mantiene en la Administración Trump, si bien en ésta la introducción de una nueva medida regulatoria ha de ir acompañada por la retirada de otras dos vigentes.

¿Cómo se explica ese consenso presidencial tan atípico? Cass Sunstein, responsable de la Oficina de Información y Asuntos Regulatorios durante la Administración Obama, lo fundamenta con entusiasmo. Considera que las divisiones de los ciudadanos respecto a los temas de la política pública obedecen fundamentalmente a valores más que a hechos. Pretende combatir una aproximación a las cuestiones de política pública basada en creencias personales, que ve como un gran obstáculo al progreso. En su lugar, defiende que las decisiones se basen en hechos.

“El análisis coste-beneficio refleja un firme (y orgulloso) compromiso con una concepción tecnocrática de la democracia. La ciudadanía es soberana en última instancia, pero, por buenas razones, los tecnócratas son investidos de una considerable autoridad - por la propia ciudadanía… El análisis coste-beneficio insiste en que las cuestiones difíciles relativas a hechos deben ser respondidas por quienes están en una buena posición para responderlas correctamente”. La aplicación de dicho análisis lleva a que los reguladores justifiquen la necesidad de las acciones públicas planteadas, a partir de una evaluación de las consecuencias, en campos como los de protección medioambiental, seguridad vial, política energética, seguridad ocupacional, obesidad, y seguridad alimentaria. Es en este ámbito, el de la regulación, donde dicho enfoque se utiliza primordialmente en Estados Unidos, pero, de hecho, el ACB puede ser aplicable para la evaluación de cualquier proyecto de actuación pública, singularmente en relación con la construcción de infraestructuras.

Según Sunstein, hay dos enfoques para las políticas regulatorias: i) el populista, en el que los cargos públicos simplemente siguen la opinión de los ciudadanos, confiando en sus intuiciones; ii) el tecnócrata, que defiende el curso de acción que sea más adecuado con base en hechos y datos, respaldados por la ciencia, la estadística y la economía, y con una toma en consideración de las repercusiones para el sistema en su conjunto.

El planteamiento básico del ACB es sencillo, al menos en apariencia. Se trata de computar todos los costes y beneficios asociados a la puesta en marcha de un proyecto público, con un importante matiz. No sólo han de incluirse aquellas partidas que se concreten en una suma dineraria, sino también aquellas otras que afecten a las personas aunque no tengan una concreción monetaria explícita. No es, desde luego, una tarea fácil, pero difícilmente podemos hacernos una buena idea del impacto de un proyecto si ignoramos su incidencia en aspectos tan relevantes como el ahorro de vidas humanas, el riesgo de una mayor mortalidad, la disminución de los tiempos de desplazamiento, o los efectos sobre el medio ambiente.

Otro problema a abordar se deriva de que los costes y los beneficios de un proyecto no tienen lugar inmediatamente, sino a lo largo del tiempo. Con objeto de poder compararlos de manera homogénea se hace preciso situarlos en el mismo momento. Para tal fin es preciso recurrir a una tasa de descuento o tipo de interés. Utilizar una tasa muy elevada significa infravalorar lo que sucederá en el futuro, mientras que hacer uso de una tasa muy reducida implica darle un gran peso.

El ACB se concibe como la forma más gestionable de captar los efectos de las políticas públicas sobre el bienestar de los ciudadanos. En caso de que pudiesen cuantificarse directamente las repercusiones sobre el bienestar de manera fiable, decaería la necesidad de recurrir al ACB. Hay intentos prometedores de construcción de indicadores de bienestar, pero el camino es todavía bastante largo.

Identificar y cuantificar costes y beneficios requiere, evidentemente, disponer de mucha información. Aquí radica uno de los grandes retos a los que se enfrenta el ACB. Sunstein se pregunta si éste se ve afectado por el “problema del conocimiento” puesto de manifiesto por Hayek. Dado que el conocimiento está disperso en la sociedad, los planificadores públicos no pueden llegar a captar toda esa información. Sunstein reconoce este problema, pero considera que no debe ser exagerado, si bien propone una serie de estrategias para abordarlo.

En su opinión, el ACB ha hecho que los gobiernos sean mucho mejores que antes: “en términos de ahorro de dinero y de vidas humanas, la revolución del coste-beneficio ha producido mejoras inconmensurables. Ha evitado cosas malas, estimulado cosas buenas, y convertido cosas buenas en cosas mejores”. Se trata de una revolución inacabada. Sin embargo, en muchos otros sitios es una revolución no iniciada y, lo peor, es que ni está ni se le espera.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

8 de diciembre de 2018

La Joya del Nilo y el Caja de Ronda

Ha sido una de las escenas que más me ha sorprendido de las películas que he visto a lo largo de mi vida, no por la trama, ni por el contenido de las imágenes, sino por el de uno de los diálogos, completamente accesorio. Aquellas palabras impactantes fueron también, en el plano personal, una especie de señal del curso de los acontecimientos que me aguardaban pocos años después. Algo así como un signo anticipatorio de una experiencia que marcaría mi vida.

Corrían los años centrales de la década de los ochenta, y aquella película, precedida de una eficaz propaganda, ofrecía una oportunidad para pasar un buen rato de entretenimiento, con garantías de no salir traumatizado de la sala de cine, como era bastante frecuente, pocos años antes, tras sufrir estoicamente algunas grises producciones bastante perturbadoras. Aunque se trata éste de un terreno resbaladizo, parece que es evidente que no hay una correlación estricta entre el sufrimiento causado al espectador y la calidad artística. “La Joya del Nilo” no puntúa demasiado alto en este último apartado -conclusión que se acentúa con visionados más recientes- pero al menos no nos hace ascender en la escala que mide el primero.

En fin, aquella película no es precisamente una joya, pero nos tenía reservada un regalo en forma de sorpresa, con tintes que en cierta medida podrían ser calificados como extravagantes o incluso casi surrealistas. En uno de los diálogos entre los protagonistas, no caracterizados ciertamente por su profundidad filosófica, ella le recrimina a él que, en una ocasión, cuando estaban en la Costa del Sol, se había presentado en una cena de gala acompañado de todo el equipo del Caja de Ronda.

Cuando oí semejante referencia en el transcurso de una película de tanto éxito internacional, no podía dar crédito, al tiempo que se desataba una sensación de orgullo, aunque simplemente fuera por afinidad o por cercanía. Pese a esta singularidad tan llamativa, a lo largo de estos treinta años nadie me ha comentado ese, cuando menos, atípico reclamo. Desde entonces ha sido para mí un misterio inescrutable.

Ha de advertirse que la película visionada correspondía a la versión doblada al español. Aprovechando que hace escasas fechas volvía a parecer en la parrilla de los canales televisivos, una incursión selectiva me ha permitido comprobar que nadie ha tocado aquella frase con connotaciones ya casi míticas.

Diez años después de su fundación, en la segunda mitad de los años ochenta el club de baloncesto Caja de Ronda, ese sí auténticamente mítico, alcanzó cotas de esplendor, y abrió la senda que llevaría a su sucesor deportivo a grandes momentos de gloria, aunque en el camino se exigiera vivir conatos o episodios de zozobra y sufrimiento, que, a la postre, merecieron la pena.

Recientemente, alguien a quien referí el episodio, con gran apego histórico al baloncesto malacitano y de aficiones cinéfilas, me comentaba, tras haber hecho la preceptiva comprobación en la cinta en versión original, que en ella la alusión no es al club Caja de Ronda sino al equipo de la selección española de baloncesto, si bien se confirma la alusión a la Costa del Sol. Una ampliación de la investigación, efectuada por la misma persona, permite encontrar evidencias de explicaciones pasadas a la intrigante referencia baloncestística. Algunas son verdaderamente curiosas. Entre ellas destaca la de quien atribuye la mención al Caja de Ronda al hecho de que un jugador del conjunto local había entablado una relación con la guionista, que, tal vez por antonomasia, llegó a confundir, si damos credibilidad a esa explicación, Ronda con España. Otro testimonio, también poco trabajado, se decantaba, en cambio, simplemente por aseverar que la mención al equipo de nombre rondeño figuraba tal cual en la cinta original.

Descartadas esas explicaciones falaces, las pistas para resolver el enigma apuntan, pues, al artífice del doblaje al español o a algún otro responsable de la adaptación a las pantallas de habla hispana. Quien fuera y por los motivos que fueran, propició una traducción bastante libre; dede luego es así, pero no por eso, más de treinta años después, dejo de agradecerle el detalle de la joya que inesperadamente nos proporcionó unos instantes de orgullo autóctono, antes de experimentar la agudeza de las aristas de las competiciones fuera de las pantallas. Dentro de éstas, el misterio sigue vivo.

6 de diciembre de 2018

Diversificación de activos y competencias financieras: el desafío keynesiano

La diversificación de riesgos forma parte de los conceptos clave seleccionados en los cuestionarios internacionales para la evaluación del nivel de competencias financieras de la población. De hecho, la relativa a dicha diversificación es una de las “tres grandes” preguntas incluidas en los estudios de mayor alcance, a partir del planteamiento metodológico de Lusardi y Mitchell: “¿Considera que la siguiente frase es verdadera o falsa?: ‘Comprar una acción de una compañía concreta ofrece usualmente un rendimiento más seguro que un fondo de inversión’”.

Como hemos apuntado en otro lugar (revista “e-publica”, nº 20, 2017), el desconocimiento de las características de un fondo de inversión puede condicionar la respuesta a una pregunta así formulada. No obstante, con una redacción más adecuada [“Suponga que Vd. tiene algún dinero. ¿Qué es más seguro: colocar ese dinero en una empresa o una inversión, o colocarlo en múltiples empresas o inversiones?”], el estudio realizado por la agencia Standard and Poor’s con la colaboración del Banco Mundial (Klapper, Lusardi y Oudheusden, 2015) pone de relieve que, en el mundo, dos de cada tres personas desconocen el fundamento de la diversificación del riesgo. En las principales economías avanzadas, ese desconocimiento afecta a un 40% de la población.

Una pregunta similar [“Por lo general, es posible reducir el riesgo de invertir en Bolsa mediante la compra de una amplia variedad de acciones. ¿Verdadero o falso?”] se recoge en la Encuesta de Competencias Financieras 2016 del Banco de España y la CNMV, como se señala en una entrada de este blog de fecha 27 de mayo de 2018. En ella se incide en que, pese a contemplarse solo dos respuestas, el porcentaje de aciertos no llega a la mitad (49%) y en el elevado porcentaje de personas que no responden (27%). También se hace una reflexión acerca de las garantías del conocimento de la acción como instrumento financiero por parte de los encuestados.

Para cualquier persona con unos mínimos conocimientos económico-financieros, o que aplique el sentido común, las preguntas anteriores pueden parecer una trivialidad. ¿Qué podría pensarse, pues, de alguien que afirmara que “Es un error pensar que podemos limitar nuestro riesgo mediante una diversificación acentuada entre empresas que conocemos poco y sin que tengamos ninguna razón para una confianza especial”?

¿Qué habría ocurrido si, a pesar de los matices apuntados, esa persona hubiese decidido, en lugar de declinar la respuesta, contestar como “falsa” la pregunta relativa a la diversificación de las inversiones. ¿Cabría suponer que se trataría de una persona con escasas competencias financieras?

¿Cuál sería nuestra reacción -siguiendo con la elucubración- si nos dijeran que esa “incompetente persona” firma con las iniciales “JMK”? ¿Una mera coincidencia, un seudónimo, tan al uso actualmente, basado en el nombre de un gran economista?

No es así; la frase reseñada fue pronunciada por el mismísimo John Maynard Keynes, quien, además de sus grandes contribuciones a la teoría y a la política económicas, fue un activo gestor de carteras, a quien se le encomendó la inversión de los fondos del King´s College de la Universidad de Cambridge. En el período 1921-1946, su cartera logró batir en una media de 8 puntos porcentuales anuales el índice de la bolsa británica.

Ahora el aserto del gran economista británico antes transcrito iba precedido de la siguiente directriz: “el método correcto para invertir es colocar sumas bastante grandes en empresas que uno piensa conoce algo y en cuya gestión cree completamente”.

En cualquier caso, aunque sólo sea como un mero entretenimiento especulativo, cabría plantearse cómo habría contestado JMK a la pregunta comentada en un cuestionario cerrado. En fin, nos encontramos ante uno de los bien conocidos problemas de los test carentes de la posibilidad de explicaciones o consideraciones adicionales.

Como recuerda su biógrafo más afamado, Robert Skidelsky, “A lo largo de su vida, Keynes fue un inversor con un éxito espectacular, a pesar de que sufrió tres grandes reveses… La deprimida situación del capitalismo de la década de 1930 no impidió que Keynes llegara a ser ‘horriblemente próspero’”.

Para quienes no nos hemos dedicado a las inversiones financieras, y sí a las educativas como agentes implicados en su provisión, quizás la principal enseñanza a extraer es la conveniencia de diversificar los métodos de evaluación.

2 de diciembre de 2018

El Congreso de Educación Financiera de Edufinet “Realidades y Retos”: la hora de las conclusiones


Como se ha recogido en este mismo blog, durante los días 22 y 23 de noviembre se ha celebrado en Málaga el Congreso de Educación Financiera de Edufinet “Realidades y Retos”. En él han participado más de 60 ponentes y moderadores, y se ha contado con la asistencia de 250 congresistas.

A lo largo de dos intensas jornadas, en el Congreso se ha abordado un amplio elenco de cuestiones relacionadas con la educación financiera. Próximamente, en la página web de Edufinet (www.edufinet.com) se pondrá a disposición del público un resumen de las ponencias e intervenciones y, posteriormente, se procederá a la edición y difusión del libro de actas del Congreso.

El objetivo de adelantar un extracto de las conclusiones alcanzadas tropieza con las dificultades que se derivan de la diversidad de temas tratados, de la multitud de aspectos comentados, de la profundidad de los análisis realizados y de la existencia de aspectos controvertidos que impiden formular consensos claros en determinados apartados. En una primera aproximación, a través de estas líneas, se pretende simplemente ofrecer una apretada síntesis de las principales conclusiones que, en la apreciación subjetiva de quien suscribe estas líneas, pueden extraerse, tomando como referencia las diferentes áreas temáticas contempladas en el programa. A continuación se recogen de manera telegráfica:

  1. Aspectos generales:
    1. Reconocimiento de la educación financiera como uno de los pilares de la estabilidad financiera, junto a la regulación y a la supervisión financieras.
    2. Atribución a la educación financiera de las misiones fundamentales de combatir la información asimétrica entre oferentes y demandantes de servicios financieros, y de capacitar a los usuarios de éstos para evaluar sus elecciones.
    3. Conveniencia de precisar la definición de educación financiera y de delimitar las vertientes relativas al conocimiento, la competencia, el comportamiento y el bienestar.
    4. Reforzamiento del carácter fronterizo y multidisciplinar de la educación financiera.
    5. Énfasis en la necesidad de evaluación rigurosa y objetiva de los programas formativos.
  2. Nivel de cultura financiera:
    1. Constatación de las dificultades de la población española para responder a cuestiones económicas y financieras básicas, en un grado similar a la media de los países de nuestro entorno.
    2. Existencia de “gaps” de género y de nivel educativo.
    3. Amplio margen de mejora en el conocimiento de los productos financieros por parte de ahorradores e inversores, que, por otro lado, prestan una insuficiente atención al papel de la fiscalidad.
  3. Didáctica y metodología de la educación financiera:
    1. Presencia de una serie de mitos relacionados con la educación financiera, que pueden ser refutados mediante el uso de enfoques metodológicos apropiados.
    2. Importancia de evitar caer en la “maldición del conocimiento” (resistencia del docente a colocarse en el lugar del discente).
    3. Relevancia del sustrato económico para la impartición de contenidos financieros.
    4. Conveniencia de confrontar la idoneidad de los enfoques basados en la transversalidad y en la especialización para la impartición de los conocimientos financieros.
    5. Consideración del impacto de los impuestos como requisito fundamental para la evaluación de las decisiones financieras.
  4. Efectos económicos de los programas de educación financiera:
    1. Evidencia empírica internacional en el sentido de que el conocimiento financiero ejerce una influencia positiva en la disminución de la desigualdad de la renta y en el estímulo del desarrollo económico.
    2. Asimismo, identificación de una relación positiva del nivel de cultura financiera con los niveles de ahorro y endeudamiento de las familias, y con la inclusión y la estabilidad financieras.
    3. En el caso de España, hallazgo de una relación positiva entre el nivel de competencias financieras y la tenencia de productos financieros de ahorro, mientras que la relación es negativa entre dicho nivel y los instrumentos bancarios de financiación.
  5. Buenas prácticas en los programas de educación financiera:
    1. El desarrollo de acciones formativas útiles en el ciclo vital de los consumidores es un aspecto prioritario, pero también lo es la potenciación de tales competencias en otros agentes institucionales.
    2. Las entidades financieras desempeñan un papel preponderante como proveedores de programas de educación financiera, si bien dentro de los esquemas de la responsabilidad social corporativa.
    3. Conveniencia de combinar, mediante alianzas, la participación de las entidades financieras con la de otros agentes sociales e institucionales.
    4. El respeto riguroso del código de buenas prácticas en materia de educación financiera resulta imprescindible para superar la asimetría informativa entre oferentes y demandantes de servicios financieros.
  6. Toma de decisiones financieras: la psicología de las decisiones financieras:
    1. La Psicología Financiera aporta una perspectiva fundamental al poner de relieve la influencia de los sesgos en la toma de decisiones financieras.
    2. Un mayor conocimiento financiero puede contrarrestar la influencia de los sesgos por limitaciones cognitivas y de fuente emocional.
    3. La vertiente de las finanzas conductuales debe ser un componente básico de los programas de educación financiera.
    4. La racionalidad limitada de los individuos es un rasgo que debe ser tenido en cuenta en el establecimiento de políticas regulatorias y en la protección al consumidor financiero.
  7. Educación financiera y emprendimiento:
    1. La posesión de conocimientos financieros puede aportar algunas ventajas con vistas al aumento de las probabilidades de éxito de los emprendedores.
    2. A partir de la constatación de la importancia de la gestión financiera para el sistema de control de la gestión empresarial, se obtiene evidencia indirecta acerca del efecto positivo de la cultura financiera sobre el éxito del emprendimiento.
    3. El conocimiento financiero representa un intangible que permite a las empresas conseguir y mantener ventajas competitivas sostenibles a medio y largo plazo.
  8. Análisis económico de la eficacia de los programas de educación financiera:
    1. Las investigaciones empíricas orientadas a la evaluación de la eficacia de los programas de educación financiera se basan en distintas alternativas metodológicas que están sujetas a limitaciones y expuestas a posibles sesgos.
    2. La robustez metodológica es crucial a la hora de valorar las conclusiones obtenidas y, como premisa, la validez de los datos utilizados para las estimaciones. En particular, la certeza de que las variables representativas de las acciones formativas recibidas responden a unos contenidos adecuados y a un aprovechamiento efectivo.
    3. Existencia de un conjunto de investigaciones internacionales que apuntan una apreciable incidencia del nivel de cultura financiera en las conductas financieras.
    4. Respecto al impacto de los programas de educación financiera en el nivel de conocimientos adquiridos, los resultados son más controvertidos.
    5. Elevado grado de sobreestimación de las competencias financieras propias entre los ciudadanos españoles.
  9. Conocimientos económico-financieros en el sistema educativo: experiencia internacional:
    1. Apreciación de una desconexión bidireccional entre la enseñanza de la Economía y la formación financiera, que subsiste incluso en centros especializados de prestigio internacional.
    2. La omisión del estudio de materias financieras puede afectar incluso al proceso de formación de abogados y economistas.
    3. La comparación de la posición de los conocimientos económicos y financieros en los sistemas educativos de los países europeos refleja una notable diversidad de prácticas según países y, dentro de éstos, según la categoría de centros.
  10. La educación financiera ante el reto de la digitalización:
    1. Consenso acerca de la necesidad de ampliación del campo de la educación financiera para incluir la digitalización.
    2. El sector financiero se encuentra inmerso en un proceso de disrupción tecnológica que plantea diversos retos para los programas de educación financiera.
    3. Ante la aparición en el sistema financiero de nuevos “jugadores” no cubiertos por los paraguas de los esquemas regulatorios y supervisores aplicables a las entidades de crédito, se incrementa el papel protector que puede derivarse de la cultura financiera.
  11. Inclusión financiera:
    1. La inclusión financiera es un fenómeno que muestra grandes contrastes entre las diferentes regiones del planeta. Dentro de cada país se aprecian diferencias en función del género, el nivel educativo y la inserción en el mercado laboral.
    2. Las iniciativas encaminadas a incrementar la cultura financiera de los ciudadanos generan un efecto muy positivo en cuanto a la inclusión financiera de la población.
    3. La educación financiera, aunque no suficiente, es una condición necesaria para la promoción de instrumentos financieros sencillos, que resultan valiosos para la inclusión financiera y que han demostrado ser resortes de la prosperidad de individuos, familias y comunidades.
  12. La educación financiera y los medios de comunicación:
    1. Existen distintos puntos de vista respecto al papel que pueden asumir los medios de comunicación, especializados o no, en el campo de la educación financiera.
    2. En cualquier caso, de manera intrínseca, los medios de comunicación tienen una influencia estructural como vehículos de la información económica y financiera.
    3. De lo anterior se desprende la necesidad de diferenciar claramente entre hechos, estudios y opiniones.

Tras este rápido recorrido, especialmente al abordar la esfera de la información, no puedo dejar de evocar la reflexión del filósofo francés Jean-François Revel, cuando señalaba que “Las sociedades abiertas son a la vez la causa y el efecto de la libertad de informar y de informarse… La información en la democracia es tan libre, tan sagrada, por haberse hecho cargo de la función de contrarrestar todo lo que oscurece el juicio de los ciudadanos”.

Modestamente, en el proyecto Edufinet, desde hace más de una década, venimos tratando de aportar nuestro granito de arena para facilitar el juicio de los ciudadanos a la hora de enfrentarse a decisiones financieras. Ése y no otro es para mí el leitmotiv que me llevó a implicarme en una iniciativa de educación financiera; simplemente, tratar de ayudar a facilitar algunos elementos para evaluar y juzgar distintas situaciones. A mi parecer, el sentido concreto de cada elección y la valoración en el bienestar individual nos sitúa en una tesitura diferente que corresponde exclusivamente a cada persona. Reconociendo su trascendencia, la posible incidencia en tales ámbitos, en su caso, debe quedar adscrita a ámbitos distintos al de la educación financiera.

La celebración del Congreso “Realidades y Retos” ha permitido poner encima de la mesa un buen ramillete de cuestiones relacionadas con la cultura financiera que requieren de  profundización, análisis y reflexión. Lo que sí es palpable es el interés que concita la educación financiera. A fin de potenciar la eficacia de las numerosas aportaciones, más o menos dispersas, podría ser conveniente crear una red interactiva con tales propósitos. De hecho el sufijo “net” que figura en la denominación de nuestro proyecto, que lo sigue siendo como tal, refleja en parte esa vocación originaria. Las nuevas tecnologías permiten estar presentes en una especie de “congreso permanente”.

Sin renunciar a esa posibilidad, estamos también convencidos de que los encuentros presenciales y el contacto personal directo tienen muchos atributos valiosos y aprovechables. En este Congreso recién concluido hemos superado no sólo una “prueba de estrés”, sino un evento real sumamente exigente. Verdaderamente ahora no podemos saber si tendremos -o tendrán quienes sigan involucrados en este proyecto- “resiliencia” y “solvencia” suficientes para afrontar un nuevo reto de semejante calibre, pero seguramente lo intentaremos, o lo intentarán.

(Artículo publicado en "UniBlog")

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