6 de agosto de 2020

La estrategia de Zafnat Panej ante las crisis: enseñanzas bíblicas

Entre la búsqueda de claves económicas en los textos sagrados no podía faltar la contenida en uno de los episodios más conocidos del Génesis. Allí, con miles de años de antelación, encontramos el fundamento de las modernas recomendaciones del Fondo Monetario Internacional y de otros organismos supranacionales en el sentido de constituir reservas para los “días de lluvia” o, dicho de otra manera, crear “espacios fiscales”, durante las épocas de bonanza, para poder resistir los embates de los tiempos difíciles.


Esos “espacios” que ahora tanto anhelamos para hacer frente a los efectos devastadores de la pandemia y que, ineludiblemente, hemos tenido que recabar de nuestros socios europeos. Pese a las crecientes expectativas, cada vez más cercanas según bastantes indicios, aún no ha podido recogerse el dinero de los árboles, y eso crea algunos inconvenientes.


En los tiempos bíblicos, las cosas, hasta cierto punto, eran más fáciles, al menos en tierras egipcias. Para empezar, existía un poder central con una única referencia informativa, ciertamente privilegiada, con conexión directa con el supremo hacedor, que daba avisos, aunque estuvieran encriptados en sueños. Y, además, el faraón no hacía caso omiso de las advertencias, si bien tuvo la suerte de contar con la pericia interpretativa de un tal José, que postuló una de las primeras teorías conocidas de los ciclos económicos. No quedaban ahí sus cualidades, sino que se extendían también a las vertientes de la intendencia y la logística. El primeramente desgraciado hijo de Jacob recomendó al faraón que desplegara un cuerpo de inspectores a fin de recaudar la quinta parte del producto de la tierra de Egipto durante los siete años de abundancia.


Impresionado por su sabiduría, el faraón no dudó en encumbrar a José, a quien llamó Zafnat Panej (“revelador de misterios”), atribuyéndole un poder omnímodo: “Yo soy el faraón, pero sin tu permiso nadie moverá mano o pie en toda la tierra de Egipto”. Eso sí que era un mando único en toda regla, la centralización administrativa en su expresión más absoluta.


No, no se dan condiciones semejantes en la depresión en la que ahora estamos inmersos. Si ya nos habíamos vuelto a convencer de que los ciclos económicos no habían desaparecido, era más difícil prever que pudiera materializarse un fenómeno tan destructivo como la enfermedad provocada por el coronavirus. Eso no quita, desde luego, para cuestionar el déficit de prevención y las patentes deficiencias de la gobernanza, tanto a escala internacional como nacional, con un apreciable recorrido en función de los distintos países.


Dado que no ha podido disponerse de expertos en oniromancia antes de la llegada de la pandemia, ni tenemos las despensas llenas, cobra aún más importancia poner al frente de la maltrecha nave a personas con dotes contrastadas como administradores eficaces y eficientes de los recursos escasos. Sin embargo, en contraposición al privilegiado cuerpo de los especialistas en gastar lo que han de pagar otros, que suelen ser bastante abundantes, el de los “josefinos” parece menos nutrido.


Parafraseando a Ortega en su defensa de los economistas, cabría afirmar que sin unos buenos y competentes administradores públicos no haremos nada; con ellos, seguramente no lo haremos todo, pero sí pondríamos las bases para un presente más llevadero y para un futuro mejor.

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