29 de agosto de 2018

La duración de las vacaciones escolares

El verano discurría entonces lentamente, pero no recuerdo que molestara tanto el calor. Cualquier hora era buena para ir en busca de una aventura o para encontrarla en algún libro. El ritmo del reloj tendía a hacerse más pausado y, a veces, parecía detenerse. Aún no se había inventado lo del cambio de hora estacional, pero el Sol tardaba mucho en ocultarse tras el Monte Coronado. Las vacaciones escolares no se caracterizaban por su cicatería. Pero qué habríamos deseado los niños de entonces, que se mantuviesen en aquellos tres meses largos, que se acortasen, que se prolongasen aún más...

Hoy día han cambiado bastante las cosas respecto a aquella época lejana de los años sesenta del pasado siglo. Aunque las vacaciones de verano en España se han acortado en algunos niveles educativos, oscilan entre algo más de dos meses y prácticamente tres.

La duración óptima de las vacaciones de verano es un tema objeto tradicionalmente de controversia, controversia que continúa en la actualidad. Así se pone de manifiesto en un interesante artículo publicado en The Economist (11 de agosto de 2018), con un título claramente indicativo de una postura a favor de su minoración: “Down with summer holidays”. Para el semanario británico, ésta es una cuestión más seria de lo que parece, y también bastante heterogénea en cuanto a su tratamiento en el plano internacional. Así, nos encontramos con el caso extremo de Corea del Sur, con unas escuálidas tres semanas, que contrastan con los treses meses que prevalecen en países como Turquía, Italia y Letonia.

El principal argumento que se esgrime para reducir la duración de las vacaciones veraniegas es el de evitar la “pérdida de aprendizaje veraniega”: después de un largo paréntesis, los estudiantes retornan a su centro escolar con una pérdida notable de lo aprendido durante el curso anterior. Según un estudio reseñado en el citado artículo, realizado para un estado norteamericano en el período 2008-2012, los niños entre 7 y 15 años perdieron durante el verano más de una cuarta parte de lo aprendido en el curso anterior.

Ahora bien, el impacto parece variar en función del estatus socioeconómico de los alumnos. Dicho estatus determina que los estudiantes realicen o no actividades formativas complementarias durante las vacaciones estivales. De manera ciertamente llamativa, según un estudio igualmente citado, las variaciones en el retroceso formativo vacacional pueden explicar las dos terceras partes del desfase de nivel alcanzado entre los niños ricos y pobres de 14 y 15 años de edad.

Las mayores cargas que, por la la falta de atención en los comedores escolares, se generan para las familias con menos recursos es otro de los argumentos que se señalan para justificar la propuesta de repliegue vacacional.

De aceptarse el razonamiento expuesto, con más o menos matices, la directriz sería proceder a un acortamiento del período vacacional estrella, pero seguramente hay fórmulas para buscar equilibrios apropiados mediante la aplicación de mecanismos de contrapeso, particularmente hoy día gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Dentro de unos límites razonables, la duración óptima de las vacaciones veraniegas es difícil de establecer si no se conocen las alternativas, el uso y el provecho que pueda extraerse de ellas. Las aulas son un sitio muy importante para aprender, a mi parecer insustituible, pero no el único.

25 de agosto de 2018

El IVA y el cine: la incidencia impositiva sale al encuentro

Hace ahora seis años, para dar comienzo a mi colaboración recurrente con el diario “Sur”, elegí como tema la entonces inminente entrada en vigor de la subida de los tipos de gravamen del IVA en España. El artículo pretendía llamar la atención acerca de la diferencia entre quién soporta formalmente un impuesto (incidencia legal) y quién lo soporta realmente en términos económicos (incidencia económica). El texto de dicho artículo se reproduce al final de esta entrada del blog.

Para los economistas, desde el punto de vista de quién soporta la carga efectiva de un gravamen, resulta escasamente relevante quién es la persona obligada a hacer el ingreso de un tributo a la Hacienda Pública o quién es la persona sobre la que formalmente recae aquél. Se parte, naturalmente, de que los impuestos se aplican sobre unos precios que se fijan libremente en condiciones de mercado, y no bajo el dictado de alguna disposición legal. Cuando es de aplicación un impuesto, los obligados tributarios, como su propio nombre indica, están obligados al cumplimiento de las normas tributarias. Eso es algo ineludible para los obligados tributarios cumplidores. Cuestión distinta es que las partes afectadas por un impuesto, ya sea como oferentes o como demandantes en el mercado que corresponda, traten de ajustar sus respectivos precios a fin de no verse afectados, o lo menos posible, por la aplicación del impuesto.

El asunto vuelve a estar de actualidad, en esta ocasión no con motivo de una subida del tipo de gravamen, sino de su reducción, en el caso de la exhibición de películas en salas de cine. Para esta actividad, el tipo de gravamen del IVA ha pasado del 21% al 10%, con una disminución, pues, de 11 puntos porcentuales. El precio de las entradas de cine debería bajar, por tanto, un 11%, podría pensarse, en una primera aproximación. ¿Es correcto este razonamiento?

Vayamos por partes. Supongamos que, con un tipo del 21%, una entrada de cine cuesta 7,00 euros. Esto significa que el precio sin IVA se sitúa en 5,79 euros. Si sobre este precio sin IVA se aplica el nuevo tipo del 10%, nos encontraríamos con un precio final de 6,37 euros, lo que viene a representar una caída del precio para el consumidor de un 9%. En este supuesto, la bajada del impuesto se habría trasladado íntegramente al consumidor.

Para evaluar la situación de forma completa tendríamos que tener información detallada y exacta de la evolución de los precios cuando se produjo el aumento del tipo de gravamen del IVA. Hay mercados en los que los empresarios pueden repercutir totalmente la carga de un impuesto sobre el comprador y otros en los que no es posible. Todo depende del juego de la sensibilidad de la oferta y de la demanda a los precios, o, lo que es lo mismo, del valor de las elasticidades de la oferta y de la demanda respecto al precio. Ante un menor coste impositivo a trasladar, un empresario puede colegir que, aunque no repercuta totalmente la bajada, los consumidores seguirán demandando su producto. Podría considerar mantener un precio relativamente alto. La respuesta de los consumidores dependerá, entre otros factores, de la existencia o no de competencia, y, con carácter general, de la mayor o menor facilidad para encontrar alguna opción alternativa.

Por otro lado, cabría la posibilidad de que el empresario haya afrontado alguna subida de otros costes que no hubiese podido trasladar plenamente al precio. La reducción de la carga impositiva se le presenta ahora como una oportunidad para ajustarlo. En definitiva, antes de pronunciarnos de manera categórica deberíamos poder disponer de la información adecuada.

Si es verdaderamente difícil agradar con la aplicación de impuestos (a quienes se vean afectados por éstos), parece una tarea más sencilla hacerlo mediante su reducción. Pero, como en tantas otras ocasiones, la vida sale al encuentro, en este caso a través de los entresijos de la incidencia impositiva. La teoría de la incidencia económica no es una construcción abstracta limitada a los manuales de Economía del Sector Público, sino una elaboración teórica que encuentra su reflejo en la realidad. No todos los modelos económicos son elucubraciones ajenas al mundo real.

La cadena de acontecimientos a raíz de la disminución del tipo de gravamen del IVA correspondiente a las entradas de cine ha causado algún desconcierto entre agentes económicos, sociales y políticos, del que se están haciendo eco los medios de comunicación. Particularmente significativa ha sido la reacción del ministro de Cultura, quien ha proclamado que “si rebajas un impuesto tienes que aplicarlo al producto final… les reclamo [a los exhibidores] que lo ejecuten rápido y de forma transparente”.

He aquí una magnífica oportunidad para debatir acerca de la teoría de la incidencia impositiva, que espero poder aprovechar en el curso académico entrante.

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¿Quién soporta la subida del IVA? [Texto del artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 30-8-2012, con el título “A propósito del IVA”]

Más de veinticinco años después de su importación como figura impositiva, al hilo de la incorporación de España a la Comunidad Económica Europea, el IVA ha pasado de representar la modernización del sistema tributario a ser concebido por algunos sectores como una carga amenazante. En el ámbito de la Unión Europea, la otrora pieza básica para la armonización de la imposición indirecta, que evitaba las distorsiones en las transacciones internacionales, ha sido incapaz de adaptarse a una realidad económica sin controles aduaneros, ofreciendo oportunidades para la comisión de los más diversos fraudes, alguno tan genuino como el “carrusel”, en el que los implicados no se contentan con no ingresar las cuotas devengadas en las arcas públicas, sino que literalmente saquean estas.

El IVA sigue ampliando su radio de influencia en todo el mundo, con la notable excepción estadounidense. China prepara su implantación. Pero, a pesar de su evidente éxito, adolece de un conjunto de deficiencias: de entrada, cabría plantearse si, en puridad, tiene mucho sentido un esquema impositivo que llega a involucrar a todo el aparato productivo cuando lo que se pretende gravar es el consumo final. La opción del impuesto sobre el gasto, que permitiría convertir la imposición sobre el consumo en personal, directa y progresiva, sigue relegada en los informes sobre reformas fiscales. Una disección del IVA al desnudo depara alguna que otra sorpresa.

Pero ese tipo de análisis queda bastante distante de las preocupaciones de empresarios y consumidores ante una subida de sus tipos de gravamen. Como distante se sitúa el nuevo tipo general, del 21%, respecto al de arranque del IVA en 1986 (12%). Es normal que se plantee quiénes son las personas que sufrirán el incremento de la carga tributaria. La respuesta puede parecer obvia, y la cuestión, superflua. Sin embargo, como ha establecido la teoría económica, quien soporta formalmente un impuesto puede ser alguien distinto a quien lo haga efectivamente. Una cosa es la incidencia legal de un tributo y otra, la económica.

Según dicha teoría, la carga de un impuesto sobre un bien, con independencia de que se exija del vendedor o del comprador, acaba repartiéndose entre ambos. Hay un factor clave que determina hacia dónde se inclina la balanza: el valor de la elasticidad de la oferta en comparación con el de la elasticidad de la demanda. Así, si, en un mercado concreto, la oferta es sensible a las variaciones en el precio y la demanda es totalmente rígida, los consumidores soportarán íntegramente la carga tributaria; es decir, el precio aumentará en la cuantía del impuesto. Si es la oferta la que es fija, los consumidores no se verían afectados y todo el impuesto sería absorbido por los vendedores.

En los casos intermedios, en los que la oferta y la demanda reaccionan a las variaciones en el precio del producto, la carga tributaria, con independencia de quién la pague formalmente, se reparte entre vendedores y consumidores. Ante la implantación de un impuesto o la subida del tipo de gravamen, el precio de mercado aumenta, pero no en la cuantía completa de la mayor carga tributaria; una parte es soportada por los empresarios en la forma de menores márgenes comerciales. El resultado final no puede generalizarse, sino que dependerá de las circunstancias concretas que prevalezcan.

Supongamos que un producto, cuyo precio, IVA incluido, es de 108 euros (100 antes de IVA), pasa a tributar del 8% al 21%. Si el nuevo precio final se situara en 118 (en lugar de 121), la recaudación por IVA aumentaría 12,48 euros; de este importe, el consumidor asumiría un incremento de 10 euros, en tanto que el empresario tendría 2,48 euros menos de margen (precio sin IVA de 97,52 euros). Los consumidores y los vendedores incurren en unos costes que encuentran como contrapartida la recaudación obtenida. Sin embargo, el hecho de que se efectúen menos transacciones, que eran provechosas para ambas partes, implica que surja un coste adicional, un exceso de gravamen, sin contrapartida, que origina una pérdida de bienestar social.

Posiblemente, muchos consumidores que hayan de afrontar un encarecimiento de su cesta de consumo sean reticentes a aceptar las conclusiones del análisis económico, al que, sin embargo, las reacciones de los empresarios de algunos sectores parecen otorgarle alguna credencial. La aplicación de las medidas tributarias ofrece la posibilidad de efectuar comparaciones de precios, antes y después de la entrada en vigor de los nuevos tipos, a fin de apreciar en qué medida los sujetos pasivos económicos difieren de los legales.

22 de agosto de 2018

Una nueva constitución para Cuba

Sostiene Steven Pinker que una regla práctica para saber si un país tiene un régimen democrático es comprobar si ha incorporado la palabra “democrática” en su nombre oficial. En caso que se así sea, la respuesta ha de ser negativa. A la luz de la experiencia histórica, existen precedentes de lo atinado de esa regla: los países autodenominados “democráticos” no lo son, pero no eso no significa, lógicamente, que todos los que no utilizan tal denominación lo sean.

Cuba optó por una denominación aséptica, la de “República de Cuba”, pero eso no ha impedido que, a lo largo de décadas, se haya cuestionado su carácter democrático. De hecho, la disyuntiva se planteaba en el título de una ampliamente difundida obra, inicialmente publicada en el año 1975, bajo la coordinación de Marta Harnecker, conocida autora marxista, asesora del gobierno cubano: “Cuba: ¿dictadura o democracia?”.

La respuesta no se hace esperar mucho, toda vez que ya en la presentación apócrifa se afirma categóricamente: “… la teoría marxista ha señalado que la dictadura del proletariado es la forma más alta de democracia”. Más adelante, ya en la introducción, a cargo de dicha autora, se afirma que “El Estado cubano, como todo Estado -burgués o socialista- representa una dictadura de unas clases sobre otras”. También, que “Pero así como el Estado cubano ha sido una dictadura para la contrarrevolución, ha sido para el pueblo -aun sin la presencia de instituciones representativas- un Estado esencialmente democrático”.

Para respaldar esta ocurrente e innovadora tesis recurre a la voz autorizada de Raúl Castro, en una intervención de agosto de 1974: “Cuando un Estado como el nuestro, representa los intereses de los trabajadores, cualquiera que sean su forma y estructura, resulta un tipo de Estado más democrático que ningún otro tipo que jamás haya existido en la historia…”. Merece la pena completar la cita: “… porque el Estado de los trabajadores, el Estado que construye el socialismo es, bajo cualquier forma, un Estado de las mayorías mientras que todos los estados anteriores han sido los estados de las minorías explotadoras”.

Y, aún más, el discurso de Fidel Castro en una conferencia de prensa de agosto de 1975 permite zanjar el asunto: “De modo que no hay ninguna medida fundamental aquí, ninguna ley fundamental que no se discuta con todo el pueblo… De manera que la dictadura es la dictadura de la inmensa mayoría del pueblo. Por eso tú le puedes llamar dictadura o le puedes llamar democracia obrera o democracia popular”.

La Constitución cubana vigente, proclamada en el año 1976, establece, en su artículo 1º, que “Cuba es un Estado socialista de trabajadores, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos, como República unitaria y democrática, para el disfrute de la libertad política, la justicia social, el bienestar individual y colectivo y la solidaridad humana”. En el preámbulo se manifiesta asimismo la voluntad de continuar hacia “el objetivo final de edificar la sociedad comunista”.

Recientemente, el pasado 22 de julio, la Asamblea Nacional ha aprobado el proyecto de nueva Constitución, actualmente en fase de consulta pública para, posteriormente, ser sometido a referéndum.

El nuevo texto mantiene que los “ciudadanos cubanos” (¡no se utiliza ningún desdoblamiento de género!) siguen “guiados” por “las ideas político-sociales de Marx, Engels y Lenin”, si bien prescinde de la referencia al objetivo de avance hacia la sociedad comunista.

Por lo que se refiere a la definición del Estado, se mantienen los elementos esenciales, y se añaden otros que vienen a significar la ampliación del espectro de las ambiciosas metas nacionales: “Cuba es un Estado socialista de derecho, democrático, independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos, como república unitaria e indivisible, fundada en el trabajo, la dignidad y la ética de sus ciudadanos, que tiene como objetivos esenciales el disfrute de la libertad política, la equidad, la solidaridad, el humanismo, el bienestar y la prosperidad individual y colectiva”. Pese a ese elenco de descriptores democráticos, se “reafirma el papel rector del Partido Comunista de Cuba”.

Según el análisis efectuado por The Economist, en un artículo con título elegido por su significado (“Less than meets the eye” -“Menos de lo que aparenta”-, 28-7-2018), aunque el proyecto recoge algunas de las reformas auspiciadas por Raúl Castro, mantiene los dos pilares del régimen de Fidel, el monopolio del poder del Partido Comunista y el dominio estatal de la economía.

Entre los cambios más significativos de la nueva carta magna cubana cabe mencionar la reorganización de la estructura gubernamental nacional y provincial (sin que haya que olvidar la definición preliminar de “república unitaria e indivisible”, ¿aviso para navegantes?).

Por otro lado, mientras que la Constitución de 1976 prohíbe la propiedad privada, la nueva reconoce, además de la propiedad personal, la propiedad privada, “la que se ejerce sobre determinados medios de producción”.

Ahora bien, se mantienen las esencias del régimen surgido tras la revolución del año 1959, en la medida en que se deja meridianamente claro que “rige el sistema de economía basado en la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios de producción, como forma de propiedad principal, y la dirección planificada de la economía, que considera y regula el mercado, en función de los intereses de la sociedad”. Es evidente que los redactores del nuevo articulado no comparten en absoluto el veredicto de Fukuyama acerca del “fin de la historia”.

Dentro de este esquema de planificación centralizada se contempla un cierto papel para los autónomos (“cuentapropistas”), ya existentes (incluso se acota su ámbito respecto a la situación actual), pero se determina que la empresa estatal socialista constituye “el sujeto principal de la actividad económica”.

Según The Economist, “el desafío real para Cuba es cómo sostener su extremadamente ineficiente economía planificada centralmente en ausencia de un patrocinador extranjero”.

En su discurso ante la Asamblea Nacional, con motivo de la aprobación del proyecto de la nueva Constitución, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, proclamó que “el principal obstáculo a nuestro desarrollo es el bloqueo, que sigue ahí como el dinosaurio de Monterroso”. “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, reza el microrrelato del escritor hispanoamericano, como recuerda The Economist. Según éste, “lo mismo podría decirse del Partido Comunista”.

19 de agosto de 2018

La parábola de los talentos: las claves interpretativas y la creación de valor

En una entrada de este blog, de fecha 16 de junio de 2018, hacía referencia a la parábola de los talentos, contenida en el Evangelio según San Mateo. En dicha entrada ponderaba las potencialidades de la parábola para la discusión de cuestiones económicas, financieras y fiscales básicas. Asimismo, aludía a las dudas interpretativas respecto al mensaje a extraer de ese visitado pasaje bíblico. Mihir Desai, en su obra “The wisdom of finance”, de la que igualmente se ofrece una reseña en este blog (entrada de 14-7-2018), viene en nuestro auxilio al aportarnos algunas perspectivas de interés desde el ámbito de la teoría de las finanzas.

Para el profesor Desai, que reconoce tener que batallar con algunas dimensiones de la parábola, las principales lecciones parecen claras (no hay que olvidar que imparte docencia en la Universidad de Harvard): i) todo el mundo ha sido dotado con talentos y dones; ii) éstos están distribuidos de manera desigual; iii) son increíblemente valiosos; y, lo que considera más importante, iv) deben ser ejercidos hasta su máxima capacidad.

El proceso de creación de valor en una compañía ocupa un lugar clave en este enfoque interpretativo. Los accionistas de una sociedad mercantil confían a los gestores de ésta su capital con la expectativa de obtener unos determinados rendimientos. Es lo que los economistas denominan el coste de uso del capital, un concepto un tanto críptico, que viene a representar la tasa de rendimiento mínima que debe obtener un inversor para que le merezca la pena invertir en un proyecto empresarial. 

Bajo una lógica que Desai califica como “brutal”, sólo se crea valor si se logra una tasa de rendimiento que supere el coste de uso del capital, es decir, las expectativas de los inversores. Nótese que la tasa de rendimiento correspondiente al coste de uso del capital puede alcanzarse (se supone que sin mucho problema) fuera de la sociedad considerada. Siguiendo la misma lógica, que se hace aún “más brutal”, si se genera un rendimiento que queda por debajo de las expectativas del inversor, se habrá destruido valor.

Concluye su razonamiento Mihir Desai con las siguientes directrices: “utiliza al máximo lo que has recibido, sé consciente de cuánto has recibido y de cuánto se espera de ti, y no escatimes esfuerzos para superar tales expectativas”. Ahora bien, semejante claridad de ideas puede ser predicable de un profesor de una de las mejores universidades del mundo, pero cabe dudar de que estuviera al alcance de un modesto siervo que, para colmo, no había recibido indicaciones expresas. Otrosí, maravilla la confianza en los banqueros de la antigüedad, a diferencia de lo que ha ocurrido en los años recientes.

En fin, también podemos colegir que en la época reflejada en el relato bíblico no se daba una situación de tipos de interés negativos. ¿Cómo habría reaccionado el iracundo potentado de haberse encontrado, a su regreso, con un “corralito” financiero, con un “default”, o con un menor capital por mor de intereses sustractivos?
Aparte de su parquedad instructora acerca del uso de los capitales confiados, sabemos con certeza, a tenor de sus manifestaciones “ex post”, que el señor de la fábula no se caracterizaba por la aversión al riesgo, o bien que no concebía su existencia en la operatoria de los banqueros. Ya se sabe que hasta no hace mucho relativamente -en perspectiva histórica- algunos banqueros no tenían una responsabilidad patrimonial limitada sino personal.

De haberse producido eventos con impacto negativo en el capital retornado o ser otro el perfil de riesgo del hacendado, probablemente habrían cambiado las tornas, y el siervo timorato y conservador no habría sido expulsado a las tinieblas. En España y en otros países, durante el “boom” crediticio de comienzos del presente siglo, algunos banqueros fueron condenados a las tinieblas, pero, tras el estallido de la crisis financiera y su “aftermath” (After maths all of us are good forecasters), resulta que, de pronto, se encontraron en territorio de luz.

Como ya señalaba en la primera entrada del blog sobre esta extraordinaria parábola, hay otras vertientes de interés que se desprenden de la misma. Para abordarlas hay que hacer acopio de energía y determinación. No en vano hasta el propio Mihir Desai encuentra que “algunas lecciones de la parábola [son] más misteriosas”.

16 de agosto de 2018

El Brexit en el horizonte: un panorama incierto e inquietante

Mediados de agosto parece ofrecer una buena oportunidad para reflexionar en torno a los grandes acontecimientos que aguardan en la convulsa hoja de ruta del Brexit hasta la fecha de salida del Reino Unido (RU) de la Unión Europea (UE), prevista para el 29 de marzo de 2019. Así se afirma en el flash diario (BrexitSpokes Flash) que, sistemáticamente desde hace ya más de dos años, elabora afanosamente un gabinete especializado.

Quizás movido por ese espíritu “ferragosteño”, en los últimos días he conversado al respecto con algunas personas (españolas), preocupadas por los problemas que aquejan a la UE. Todas ellas se mostraban convencidas de que, en última instancia, no se producirá el abandono británico del club europeo, bien porque se llevará a cabo un nuevo referéndum, que permitirá revocar holgadamente la decisión adoptada en junio de 2016, bien porque, mediante alguna fórmula imaginativa, no llegará a materializarse a efectos prácticos.

Sin embargo, en el referido flash se da por hecho que la salida acaecerá en la fecha estipulada, por lo que se centra en los eventos previstos en los próximos siete meses, entre ellos, la Cumbre de la UE de mediados de octubre de 2018 y la “votación significativa” que habrá de celebrarse en el Parlamento británico sobre el acuerdo de desvinculación. Eso sí, se admite que, en uno y otro caso, cabe esperar buenos partidos de ‘ping-pong’.

No obstante, no es menos cierto que existe un movimiento que propugna la celebración de un nuevo referéndum. De hecho, según un sondeo (Sky Data poll), un 50% de los británicos (frente a un 40%) son partidarios de una nueva consulta, si bien la pregunta formulada planteaba tres opciones de voto: el acuerdo sugerido por el gobierno, ningún acuerdo, o permanencia en la UE.

Wolfgang Münchau publicó en el Financial Times, a finales del pasado mes de julio, un artículo con un título bastante significativo: “Las esperanzas proeuropeístas de evitar el Brexit son un espejismo”. Para este influyente columnista, la esencia de los plebiscitos en una democracia parlamentaria ha de llevar a plantear cuestiones binarias, no tres opciones como en el caso mencionado. Es cierto que los “hard remainers” prefieren la disyuntiva “aceptación de un acuerdo vs. permanencia en la UE”, pero esto, según él, privaría a los electores de la opción de abandonar la UE sin acuerdo.

En su opinión, un segundo referéndum sería posible, pero requeriría de una precisa cadena de acontecimientos. Lo mínimo necesario para que la UE permitiese una extensión del plazo sería la celebración de unas elecciones en el RU, que fuesen ganadas por un partido o una coalición comprometidos con el mantenimiento en la UE, o que prometieran un nuevo referéndum. En tal supuesto, la opción de preservación de la membresía europea debería triunfar. Sin embargo, considera que esa cadena de “improbables eventos” se rompería en el primer eslabón. Lo más probable es que se llegara a un acuerdo “soft”.

También la revista The Economist se ha ocupado recientemente del asunto. En un artículo del número de fecha 21 de julio de 2018, de manera bastante enrevesada se expone “The case for a second referendum”. De las tres opciones consideradas (desvinculación sin acuerdo, elección de un nuevo Parlamento que aborde la tarea, y segundo referéndum), las tres con problemas, sostiene que la del nuevo referéndum sería la menos mala. Propone que las alternativas sean la continuidad en la UE y el plan que surja de las negociaciones con la Comisión Europea. “Pero no nos quepa duda, un referéndum es un remedio desesperado… Incluso como último recurso, un referéndum dejaría a Gran Bretaña dividida e insatisfecha”.

Uno de mis contertulios se mostraba dispuesto ayer a apostar fuerte por que, finalmente, Reino Unido no saldrá de la UE. A la vista de las fuerzas contrapuestas que están en acción, yo no me atrevería a asegurar nada. Únicamente estoy convencido de que, si nadie lo remedia, aunque sea con algún último recurso inopinado que salga de alguna chistera, el proyecto europeo sufrirá una herida, una grave herida de pronóstico reservado.

14 de agosto de 2018

Las taxonomías de Foucault como estrategia empresarial

En la columna “Schumpeter” del número de The Economist de fecha 23 de junio de 2018, titulada “French connection”, se sostiene que, aunque no muchos hombres (y mujeres) de negocios estudian a los filósofos franceses de la posguerra, podrían aprender bastante de dicho colectivo. Personalmente, soy un convencido de la utilidad del pensamiento filosófico para el desenvolvimiento empresarial y también para la enseñanza de las doctrinas económicas. Así trataba de ponerlo de manifiesto en un artículo (“El papel de Filosofía en la enseñanza de la Economía”, eXtoikos, nº 13, 2014) dedicado a algunas de las aportaciones de los filósofos estudiados en la obra de Nigel Warburton “Una pequeña historia de la filosofía”.

La referida columna del semanario británico se centra en una de las contribuciones de Michel Foucault, concretamente en su tesis de que la forma en la que se estructura la información constituye una fuente de poder. Y uno de los ejes fundamentales a tal efecto es el uso de las taxonomías. Vivimos en un mundo dominado por las clasificaciones y las etiquetas, que se erigen en determinantes de la forma en que una persona, una empresa, un producto o cualquier otra cosa son percibidas públicamente.

Según The Economist, la habilidad de algunos empresarios para lograr que sus empresas sean incluidas en ciertas categorías o que sus actividades o resultados sean segmentados en bloques diferenciados, o, en otros casos, difuminados en rúbricas globales, permite cosechar importantes ventajas. Un buen repertorio de ejemplos se ofrece en el artículo mencionado: la separación en Amazon del negocio de almacenamiento en la nube, la distinción de las actividades de Uber según ciudades y año de implantación, la segmentación de líneas de negocio llevada a cabo por Google, etcétera.

Al margen de esta tendencia, otra estrategia significativa ha sido procurar que la empresa sea percibida como un tipo específico y singular de entidad, como en los casos de Berkshire Hathaway, el emporio de Warren Buffett, o de Tesla, de la mano de Elon Musk, de forma que no sea evaluada con arreglo a los criterios estándares. En suma, la clave radica en presentar el negocio de la forma que posibilite la percepción pública más favorable. Según The Economist, “la mayor parte de las industrias han establecido categorías para ocultar sus defectos”.

Asimismo, nos recuerda que Foucault, obsesionado con las taxonomías, concebía éstas como el reflejo de “cómo los seres humanos dividen el mundo en categorías mentales arbitrarias ‘a fin de domar la salvaje profusión de cosas existentes’”. El filósofo francés comienza su obra “Las palabras y las cosas” con una cita del texto de Borges “El idioma analítico de John Wilkins”, quien “dividió el universo en cuarenta categorías o géneros, subdivisibles luego en diferencias, subdivisibles a su vez en especies”. De las diversas taxonomías recogidas en el opúsculo borgiano, Foucault cita la de “cierta enciclopedia china“ en la que los animales se dividen en: “(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”.

Después de ofrecer tan genial e hilarante clasificación del “desconocido (o apócrifo) enciclopedista chino”, Borges sentencia que “notoriamente no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple: no sabemos qué cosa es el universo”.

Finaliza el artículo de The Economist con la advertencia de que “Las taxonomías no son la alquimia. Si las empresas no tienen éxito, eventualmente no hay sitio para ocultarse… No obstante, controlando cómo sus empresas son clasificadas y subdivididas, los gestores pueden a menudo cambiar las percepciones y, a su vez, la realidad, reduciendo el coste del capital e intimidando a los competidores. Foucault no tenía interés en el mundo empresarial. Pero si lo hubiera tenido, podía haber dividido las compañías en dos categorías: aquellas que comprenden el poder de las taxonomías y las que no”.

Puede que algunos filósofos no hayan manifestado inquietudes expresas por las cuestiones económicas, pero muchos de ellos sí que han mostrado gran habilidad para adscribirse a categorías con connotaciones positivas en la percepción social. Sin embargo, la historia de las últimas décadas ha demostrado que es arriesgado dejarse guiar por etiquetas simplistas y reduccionistas. ¿Qué diría hoy Paul-Michel Foucault, que dio la denominación de “episteme” a los sistemas de ordenación dominantes en una época determinada, al verse incluido en la categoría de los intelectuales “filotiránicos”, como notable integrante de los “coros dictatoriales” analizados por Mark Lilla?

11 de agosto de 2018

IIVTNU: ¿impuesto sobre plusvalías o sobre minusvalías?

La crisis del mercado inmobiliario español vivida en los últimos años ha traído situaciones dramáticas a muchas familias. Entre las más lacerantes se encuentran aquéllas que han desembocado en la pérdida de la vivienda, circunstancia agravada, en algunos casos, por el lastre de una deuda bancaria pendiente. En España y en otros países han sido frecuentes los supuestos de “hipotecas sumergidas”, cuando el valor de la vivienda, como consecuencia de la caída de los precios del mercado, queda por debajo del saldo pendiente del préstamo hipotecario. Por distintas razones, muchos propietarios se vieron abocados a la venta de sus inmuebles incurriendo en pérdidas muy significativas. No acababan ahí los pesares. Tras la operación de venta aún tenían que rendir cuentas con la Hacienda local haciendo frente al Impuesto sobre el Incremento de Valor de los Terrenos de Naturaleza Urbana (IIVTNU), más conocido como el impuesto (municipal) de plusvalía.

A cualquier persona corriente le cuesta trabajo entender que pueda exigirse un tributo que pretende gravar una plusvalía cuando en la práctica se ha incurrido en una minusvalía. El origen de tan llamativa paradoja se encuentra en la normativa reguladora de las Haciendas Locales y, concretamente, en la peculiar forma de determinar la base imponible del mencionado impuesto sobre la plusvalía. Este impuesto va orientado a gravar las plusvalías ligadas al suelo, los incrementos de valor de los terrenos de naturaleza urbana, en el momento en el que se transmite un inmueble. Lo peculiar de la regulación es que hace abstracción completa de la evolución real de los precios, al establecer normativamente que existe una revalorización a lo largo de cada año del período de tenencia del activo (eso sí, fijando un máximo de 20 años). Así, la base imponible, la plusvalía gravable, se obtiene multiplicando el valor catastral del suelo por el coeficiente de revalorización anual que corresponda (entre el 3,7% y el 3%, según la duración del período de tenencia) y por el número de años de tenencia.

Así, por ejemplo, si se transmite una vivienda adquirida hace 8 años, con un valor catastral de 120.000 euros (50.000 correspondientes al valor del suelo y 70.000, a la construcción), la base imponible sería la siguiente: 50.000 euros x 3,5% anual x 8 años = 14.000 euros. Por tanto, suponiendo que el valor catastral no se haya modificado en el período considerado, la aplicación de la norma implica que se considera que el suelo se ha revalorizado un 28%, con independencia de que, en la práctica, se hubiese depreciado. El importe del impuesto a ingresar depende del tipo de gravamen establecido por cada Ayuntamiento, con un tope del 30%. Si el tipo es del 25%, en el ejemplo considerado, la cuota ascendería a 3.500 euros.

Este esquema impositivo ha venido aplicándose desde hace tiempo, con lo que se han gravado plusvalías determinadas administrativamente, con total desconexión del curso real de los acontecimientos. Regía el supuesto de que las actuaciones urbanísticas municipales incidían positivamente en el valor del suelo, obligando a retornar a las arcas públicas una parte de dicho incremento, si bien sólo cuando se producía un cambio en la propiedad del inmueble.

El desplome de los precios del mercado inmobiliario registrado en los años recientes ha evidenciado la incoherencia de los preceptos legales en este tributo. En el año 2003, una empresa promotora adquirió unos terrenos que, posteriormente, fueron objeto de adjudicación por el acreedor bancario, la mayoría de ellos a un 50% de su valor. Pese a la pérdida registrada, el Ayuntamiento de Jerez giró la cuota del impuesto de plusvalía. Dicha empresa presentó un recurso contra la liquidación y, después de ser desestimado, inició un procedimiento judicial que finalizó mediante sentencia del Tribunal Constitucional (STC 59/2017, de 11 de mayo de 2017).

La cuestión clave a dilucidar era si la aplicación del tributo mediante el procedimiento descrito vulneraba o no el principio de capacidad económica consagrado por la Constitución (artículo 31.1). Aunque el concepto de capacidad económica es bastante esquivo cuando tratamos de concretar su alcance, no parece que requiera el consumo de demasiada materia gris concluir que tal capacidad económica brilla por su ausencia cuando una persona ha incurrido en una disminución patrimonial.

Esa es, resumen, la tesis esgrimida por el Alto Tribunal, pese a la defensa numantina del Abogado de Estado, dictando el carácter inconstitucional de someter a gravamen, sin permitir prueba en contrario, “situaciones inexpresivas de capacidad económica”. Y, como colofón, encomienda al poder legislativo la realización de los ajustes legales pertinentes.

A este respecto, en febrero de 2018, tuvo entrada en el Congreso de los Diputados una proposición de ley en la que se incluyen una serie de adaptaciones tributarias. Concretamente, con relación al caso que nos ocupa, se prevé la no sujeción al IVTNU respecto a aquellas transmisiones de inmuebles para las que el sujeto pasivo acredite la inexistencia de plusvalía. A día de hoy, dicha proposición sigue su curso parlamentario.

9 de agosto de 2018

Guía de operaciones bursátiles de Jaime Vicens: un viaje en el tiempo

Hace unos días, revisando las que fueron pertenencias de mi padre, que, durante años, como mero mecanismo de autodefensa personal, he mantenido apartadas de mi escrutinio, encontré casualmente una guía con formato reducido (18 x 12 cm) y tan sólo 60 páginas. Al toparme con esta obrita, acompañada de otra sobre la letra de cambio, no he podido evitar sentirme aturdido. Publicada en el año 1959 por la editorial Miñón de Valladolid, la guía fue escrita por Jaime Vicens Carrió, profesor e intendente mercantil (1913-1990).

Siendo aún niño, recuerdo que mi padre, meritorio autodidacta, trataba de instruirme acerca de la regla de tres simple y compuesta, de la regla de compañía y del tanto de interés. Todo ello me resultaba muy intrigante y me infundía un gran respeto. Él no tenía ningún título académico, pero, a lo largo de toda su vida, fue un eficaz y documentado asesor y un diligente escribiente, totalmente desinteresado, siempre solícito para atender a la gente del barrio y a sus compañeros de trabajo. Fueron escasas las pertenencias materiales que nos dejó, pero nos transmitió el legado más valioso, compuesto, entre otros activos, por la inquietud por el saber y el altruismo en la utilización del conocimiento al servicio de los demás.

La Bolsa era un mundo muy alejado de nuestro entorno, por eso no logro ubicar la procedencia del texto encontrado. Mis primeros recuerdos de la Bolsa se remontan también muy atrás en el tiempo, cuando Ramón Guevara Castro, tío político mío, perito mercantil, pulcro y riguroso contable, me ilustraba sobre algunos conceptos básicos. Fue él quien me enseñó aquello de que un entero equivalía a un duro (cinco pesetas), a tenor del nominal típico de las acciones españolas de la época. Aunque yo prefería entretenerme con las novelas de Stevenson, Verne o Salgari.

Eso sí, ya años después, siempre deseé hacer la típica visita a la Bolsa de Madrid que solía organizarse para los estudiantes de los primeros cursos de Economía. No tuve nunca la oportunidad de hacerlo. Por eso, y por otras connotaciones, aunque ya el parqué bursátil ha pasado a mejor vida, me resultó muy emotivo hacerlo -con un ligero retraso- el día 30 de junio de 2017. Sin embargo, he de reconocer, y eso sí que estuvo al alcance de mi mano, que tampoco acudí nunca a la lonja de pescadería, paradigma de los mecanismos de subasta. En esta vida, por una o por otra razón, no siempre podemos elegir lo que nos apetece, a veces aunque esté a nuestra merced, ni el momento más oportuno.

Una de las aspiraciones de estudiar Económicas era justamente poder llegar a comprender todos los detalles subyacentes al funcionamiento real de la economía, como los intrincados entresijos que gobiernan el mundo de las finanzas y los mercados de valores. Paradójicamente, un primer contacto formal con los ingredientes de estos últimos no vino de la mano de los estudios superiores sino de la preparación de un examen para ¡auxiliar administrativo! de una entidad bancaria. Corría el año 1977, en el que se recuperó la democracia, que fue un año muy turbulento en múltiples sentidos. Y no menos perturbadora me parecía entonces la forma de calcular el precio de un derecho de suscripción. También me viene a la memoria el dictamen que, una vez acabada la carrera, un destacado sindicalista me encargó -y yo, inconscientemente, acepté realizar (cómo un licenciado en Económicas no iba a saber manejarse en la materia)- un dictamen acerca de las repercusiones de una ampliación liberada de capital de un banco.

Al tener ahora entre mis manos el número 96 de la “Pequeña Enciclopedia Práctica”, es como si hubiese realizado un viaje en el tiempo, como si hubiese retrocedido a otra época. Al leer el prólogo, carente de firma, supuestamente del propio autor, dudo, sin embargo, de que algunas cosas hayan cambiado, y quedo sumido en la confusión. Algunos de sus mensajes forman parte del ideario que he tratado de inculcar en los proyectos de difusión del conocimiento económico en los que he participado o participo: “Manuales reducidos y fáciles, compendios con la alta y laudable misión de traducir la dificultad en sencillez, éstos no abundan. Mejor aún, escasean”.

Resulta curioso, y en ocasiones sorprendente, adentrarse en las páginas de este breviario, en el que encontramos una sucinta historia de la Bolsa, así como un recorrido por los principales instrumentos financieros negociados en el mercado bursátil, aderezado con una explicación del fenómeno básico “de la alza y baja”, en el que radica “el resorte de todos los beneficios y pérdidas”.

Dentro de la concisión de la obra, llama la atención la minuciosidad en la descripción de los títulos y operaciones. Por ello, resulta particularmente sorprendente la definición de la obligación como “un título representativo de una parte del capital de una sociedad anónima”. No menos singular se antoja, teniendo en cuenta el momento de la edición, la alusión a que “cualquier movimiento político que se espera, que se produce o que se ha producido, se deja sentir en Bolsa e influye en el cambio”.

Hoy día se ha expandido enormemente la regulación de los inversores con arreglo a su perfil de riesgo, pero ya en la obra comentada, escrita hace casi sesenta años, se hablaba de tres categorías de valores: “con miras a la seguridad, al rendimiento o a la franca especulación”.

Con algún que otro sobresalto, leer la guía “Operaciones de Bolsa” es una delicia que nos aporta valiosas enseñanzas, no sólo en el plano bursátil. Hoy día, bajo el dominio de formulaciones y modelizaciones cada vez más sofisticadas, su lectura sirve para reivindicar el valor de los principios básicos que permanecen inmutables, como el implícito en el recordatorio de que “en cuestiones monetarias, porque en moneda se traducen finalmente las operaciones, toda precaución es poca”. Y ojalá que muchas más obras pudiesen jactarse de la virtud autoproclamada en el prólogo: “la ausencia del charlatanismo”.

6 de agosto de 2018

El gran nivelador: la acción de la violencia igualadora

Aunque puedan efectuarse algunas precisiones y matizaciones, vivimos en un mundo caracterizado por una tendencia generalizada de mayores desigualdades económicas. ¿Merecería la pena recuperar situaciones de épocas anteriores en las que las diferencias interpersonales no eran tan acusadas? ¿Sería fácil lograrlo?
Son éstas preguntas bastante trascendentales para cuya respuesta Walter Scheidel (“El gran nivelador. Violencia e historia de la desigualdad desde la Edad de Piedra hasta el siglo XXI”, 2018) nos proporciona importantes claves sustentadas en la experiencia histórica.
En esta obra se constata que la desigualdad económica se remonta a los orígenes de la Humanidad, y que, a lo largo de miles de años, la civilización no se prestó a una equiparación pacífica. Las igualaciones más relevantes han resultado siempre de las sacudidas más brutales, protagonizadas por los “cuatro jinetes del Apocalipsis”: guerras a gran escala, revoluciones, fracaso de los Estados y pandemias.
Estos cuatro métodos, cada uno a su manera, han sido eficaces igualadores, aunque, en algunos casos, atribuyendo nuevos privilegios a minorías selectas. Pero ¿existían otros mecanismos más pacíficos y menos cruentos para reducir la desigualdad?
Si lo que pensamos es en una igualación económica significativa, la respuesta es negativa: “No existe un repertorio de medios de compresión benignos (reforma agraria, democracia, educación, desarrollo económico, crisis macroeconómica) que haya conseguido resultados ni remotamente comparables a los causados por los cuatro jinetes”.
"Todos aquellos que valoramos una mayor igualdad económica haríamos bien en recordar que, con las más raras excepciones, siempre ha venido acompañada de tristeza. Cuidado con lo que deseas”, es el mensaje inquietante que nos deja esta extensa y aleccionadora obra, aunque de lectura agotadora.


4 de agosto de 2018

A Valero Enfedaque López, in memoriam

Él era el exponente de la tercera generación de Valeros, para nosotros los malagueños, acostumbrados a verlo antaño en el rótulo de un establecimiento comercial emblemático del centro histórico, un nombre extraño, propenso a ser confundido con un apellido. Estaba muy orgulloso de sus ancestros homónimos.

Su abuelo, Valero Enfedaque Blasco, que había trasladado a estas tierras sureñas el nombre del patrón zaragozano, fue pionero en la promoción de la imagen de Málaga, su ciudad adoptiva y querida. En el año 1930 comenzó a publicar el “Anuario General de Málaga. Guía Oficial Comercial, Industrial, Profesional y del Vecindario”, al que el Ayuntamiento, en el año 1938, otorgó el rango de guía oficial. A su editor, “hombre de lucha por el bien de la sociedad”, como él mismo se definía y acreditó sobradamente, muchos años después, el nombre de una calle.

Su hijo, Valero Enfedaque Ruiz, compaginó sus funciones como funcionario del histórico cuerpo de telegrafistas con una permanente labor de difusión ciudadana y cultural. En uno de los números del folleto de publicidad “Cicerone de la Costa del Sol”, que él editó, del año 1965, podemos recrearnos hoy con curiosas imágenes como la de la sala de fiestas “El Pimpi”.

Él, Valero Enfedaque López, continuó la saga valeriana pero dirigió sus ansias profesionales hacia otros derroteros, sin por ello renunciar a su amor por su tierra natal ni a la condición transmitida por vía genética, como genuino luchador por el bien de la sociedad, desde sus profundas raíces humanistas.

Conocí circunstancialmente a Valero, Valero III, hace cuarenta años. Él cursaba los primeros años de Medicina; yo me disponía a enfilar los últimos de Económicas y, poco después, la ineluctable incorporación a filas. Yo aspiraba a convertirme en un profesor dedicado a la docencia y a la investigación; él, en un profesional consagrado a la medicina, más que como ejercicio de una prestigiosa especialidad, como una forma de plasmar una vocación de servicio a la sociedad, de entrega incondicional para procurar el bien de los demás.

Era un estudiante despierto, ávido por aprender, deseoso de ponerse manos a la obra. Y ya como estudiante dio muestras de su valía y de sus cualidades para afrontar cuadros clínicos complicados. A la postre, esa intensa y precoz experiencia extramuros de los torreones universitarios le llevó a tener que asumir un esfuerzo añadido, pleno de sacrificio y abnegación, alimentado por su férrea voluntad de forjarse como un médico en su más auténtica expresión. De lejos y de cerca, yo no dejaba de admirar su perseverancia y su entrega, su capacidad para sobreponerse a la adversidad. Y me maravillaba cómo mantenía imperturbable su talante personal, benefactor, siempre optimista y lleno de sensatez.

Al término de su periplo formativo, además de haber formado una familia, Valero había logrado aunar grandes conocimientos teóricos con una valiosa experiencia, profesional y humana, que contribuyeron a completar el magnífico especialista y la excelente persona que hemos tenido la fortuna de compartir en nuestro entorno más o menos cercano.

Los pertenecientes a ese colectivo privilegiado han dado innumerables muestras y testimonios de los rasgos que definían su carácter. La lista es bastante extensa: afabilidad, aplomo, amabilidad, discreción, esmero, disponibilidad, tolerancia, espíritu de sacrificio, resistencia, altruismo, empatía, cordialidad, ingenio, sensibilidad, prudencia, generosidad, encanto, dulzura, desvelo, condescendencia, templanza, resiliencia, autocontrol, pundonor, diligencia, ternura, sabiduría…

Puede que alguien considere que incurro en la exageración al hilvanar esta ristra de virtudes, pero seguramente son muchos más -todos los que lo han conocido- los que piensen que estas palabras en abstracto, por mucho que se dilaten, no pueden hacerle totalmente justicia. En mi caso concreto es así. Durante estos cuarenta años he sido beneficiario directo de su amistad, de su respeto, de su comprensión, de su ánimo, de su aliento y de su afecto fraternal. Una pausada conversación con él, fuera cual fuera la materia, acababa de la misma manera, teniendo efectos terapéuticos. Ha sido para mí un ejemplo en todos los órdenes. Y ese ejemplo, profesional y humano, humano y profesional, es de tal valor y de tan gran magnitud que debe prevalecer en el tiempo.

La conmoción causada por su repentina pérdida, los testimonios surgidos espontáneamente, las muestras de aflicción recibidas, y el cúmulo de gestos callados de personas que lo han conocido no vienen sino a corroborar la licitud de los epítetos vertidos hacia él.

El día 26 de julio llegó el primer zarpazo, bajo una apariencia engañosa. Como engañosa fue la tregua después ofrecida. La última vez que lo vi, al día siguiente por la tarde, su semblante mostraba la afabilidad de siempre; su ánimo, también como siempre, transmitía entereza y entusiasmo. En esa visita improvisada, le acerqué dos libros que tenía preparados para uso propio, uno de Jöel Dicker y otro de Kazuo Ishiguro, que precisamente, sin haberlo elegido por tal motivo, narra la historia de un personaje que encarna el paradigma del profesionalismo más extremo, el de alguien que es capaz de sacrificarlo todo en aras del cumplimiento de su misión y de su compromiso.

Durante estos días tristes, marcados por la consternación, han sido muchos los testimonios hacia Valero que me han impresionado y, en algunos casos, emocionado profundamente. Entre éstos, no puedo dejar de mencionar el de las madres que acudieron a visitarlo a su postrera estancia transitoria acompañadas de sus bebés, a los que él trajo a este mundo, como una especie de conmovedora ofrenda simbólica y sentimental.

Ingenuamente, al hacerle entrega del libro con ese título alusivo, pensaba que era mucho lo que quedaba del día y mucho lo que, en su madurez profesional, Valero podía aportar y, también, disfrutar tras su incesante y agotadora carrera. Sin embargo, de pronto, implacablemente, se echó encima la noche cerrada.

No podemos encontrar consuelo, pero alguien me dijo ayer que una nueva estrella ha aparecido en el firmamento. Hoy he salido a buscarla. Es una estrella muy peculiar y, al verla, he sabido inmediatamente por qué despide un brillo tan especial y por qué lucirá para siempre, ayudando a las demás. 

1 de agosto de 2018

El lance del penalti: entre la destreza y el azar, entre el premio y el castigo

En no pocas ocasiones, los vericuetos del lenguaje llevan a un vocablo a enfrentarse con su destino. En otros supuestos, son los propios mimbres etimológicos los que condicionan las expresiones al uso. En el caso del penalti, aun cuando la palabra inglesa originaria no albergue ninguna duda de su vocación sancionadora, no deja de ser curiosa la acepción del penal argentino. Al margen de eso, el penalti se utiliza en los campeonatos de fútbol no solo como práctica sancionadora de una infracción tipificada como grave, sino también como instrumento para dirimir un empate. Para los equipos que no han sido capaces de evidenciar su supuesta superioridad frente a su rival, llegar a la tanda de penaltis se convierte en un castigo por no haber podido atenerse al guion; para el adversario, un premio por la resistencia mostrada.

El recurso al lanzamiento de penaltis en los mundiales de fútbol es relativamente reciente. Antes del mundial de 1982 (“Naranjito” remembered), cuando un partido de eliminatoria finalizaba con empate tras la prórroga, el ganador se dilucidaba mediante el lanzamiento de una moneda al aire, simplemente a cara o cruz.

¿Es la alternativa de los penaltis un método menos dependiente del azar que la de jugárselo a cara o cruz? En un reciente artículo de The Economist (“Football penalties. The lucky 12 yards”, 23-6-2018) se sostiene que es discutible que así sea. En dicho artículo se recogen algunas consideraciones de interés tanto para el aficionado al fútbol como para el amante de la técnica estadística, basadas en el análisis de la propia revista como en el de un profesor de la London School of Economics, Ignacio Palacios-Huerta, que hace años fue jefe de identificación del talento del Athletic Club de Bilbao. Aquí se recogen, de manera sintética, algunas de ellas:

1. No existe relación entre el nivel deportivo de un equipo y su éxito en las tandas de penaltis.

2. Sí hay algunas pautas para mejorar la probabilidad de victoria.

3. Es preferible ser los primeros en el turno de lanzamiento: el equipo que comienza lanzando triunfa en un 60% de las ocasiones.

4. Los lanzadores marcan gol un 75% de los lanzamientos, pero el porcentaje de acierto disminuye en el cuarto de los penaltis (de los cinco estipulados inicialmente), hasta un 70% para quien lanza primero y un 56% para quien lo hace después.

5. La importancia de los cinco penaltis presenta una forma de “U”: los lanzamientos que tienen mayor impacto en la práctica son el primero y el quinto; el que menos suele importar, el tercero.

6. La mayor dificultad para detener un penalti corresponde a los que se tiran por arriba; los porteros solo paran un 3% de estos.

7. Sin embargo, la tasa de fallos de los lanzamientos por arriba es elevada, de un 18%, frente a únicamente un 5% para los que van rasos.

8. La combinación de ambos aspectos, dificultad y probabilidad de fallo, hace que se aproximen bastante las tasas de éxito de los dos tipos de lanzamiento, 79% y 72%, respectivamente.

9. Hay poca diferencia en las tasa de éxito de los tiros lanzados por la izquierda, por el centro o por la derecha.

10. Los lanzadores golpean el balón en su dirección natural, según sean diestros (hacia la izquierda de la portería, derecha del guardameta) o zurdos (hacia la derecha de la portería, izquierda del guardameta), un 25% más frecuentemente que en la otra dirección.

Decidir un partido mediante el lanzamiento de penaltis puede ser considerado un procedimiento más justo que el dictado de una moneda al aire, pero conlleva unos elementos de incertidumbre y tensión que pueden desembocar en heroicidades o en episodios trágicos. Cabría razonablemente plantearse si debe someterse a los jugadores a semejante coste potencial. Pero quizás a muchos de ellos el aliciente de la gloria les puede compensar el riesgo incurrido.

[Dedicado a la memoria de Valero Enfedaque, quien, a lo largo de su vida, tuvo la capacidad, la destreza y el aplomo para detener muchos penaltis. Solo ha podido ser batido cuando alguien ha alterado las reglas y ha permitido un segundo lanzamiento a puerta vacía. Ahora, desde su nueva atalaya, su valentía, su entereza, su actitud ante la vida y su bonhomía seguirán siendo un ejemplo imborrable para todos los que tienen que seguir enfrentándose, sin ayuda de nadie, como cancerberos solitarios, al duro lance de los penaltis en este deporte inescrutable, muchas veces injusto y cruel, que es la vida.]

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