Cuesta trabajo asimilarlo, pero el cambio
es perceptible, y no pocas veces llamativo. Da la impresión de que asistimos a
los compases de un movimiento pendular que ha iniciado, sin preaviso, el viaje
de vuelta. Mientras que, hasta hace poco, las notas de incremento sostenido de
la deuda dominaban casi todas las partituras de los oráculos económicos,
individuales o institucionales, ahora el giro es manifiesto. Lo que hasta ayer
era la senda recomendada, es hoy motivo de reflexión, cuando no de
preocupación. La herencia de unos abultados niveles de deuda pública, en un
entorno de tipos de interés típicos de épocas pasadas, ha avivado la conciencia
sobre el alcance de las cargas asumidas. Y ello a pesar de que la inflación,
como uno de los más fieles escuderos los Estados endeudados, se encarga de llevar
a cabo quitas no negociadas rebajando el montante real de los saldos
pendientes.
La reciente llamada atención de Gita
Gopinath, primera subdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional,
resulta particularmente reveladora. En su discurso inaugural de una conferencia
sobre la “Política fiscal en una era de alta deuda”, celebrada a mediados de
noviembre de este año, señalaba que “la combinación de niveles de deuda mundial
récord, tasas de interés más altas durante más tiempo y perspectivas de
crecimiento débiles plantea un triple desafío para las autoridades… el gasto
financiado con deuda puede seguir pareciendo tentador. Pero eso sería un gran
error”.
Subraya Gopinath que más de 100 países
tienen reglas fiscales, pero las desviaciones son frecuentes, y pocos han
contenido la deuda desde la crisis financiera mundial. Por su parte, Martin Wolf,
editor económico jefe del Financial Times, ha señalado que la ratio de la deuda
pública respecto al PIB de los países de alta renta, con un 112% en 2023, se
sitúa en un nivel cercano al máximo alcanzado en 1946, pero con la diferencia
de que entonces estaba recién finalizada la Segunda Guerra Mundial, mientras
que el dato actual corresponde a un tiempo de paz (al menos, no a escala
global).
Una noción arrumbada en el baúl de los
recuerdos, la sostenibilidad de la deuda pública, vuelve a escena. Hace algunos
años, Charles Wyplosz sostenía que la evaluación de la sostenibilidad de la
deuda, un concepto que no puede medirse directamente, es una misión imposible.
Sin embargo, no faltan intentos recientes para obtener una respuesta.
Aun cuando no existe una definición
universalmente aceptada, la sostenibilidad de la deuda, definida en el sentido
de la solvencia del sector público, se cumple, según un informe del Parlamento
Europeo, cuando las administraciones públicas pueden atender todas sus
obligaciones de deuda a través de superávits presupuestarios primarios (es
decir, sin computar los gastos de intereses) futuros. A su vez, economistas del
Banco Central Europeo destacan que la sostenibilidad de la deuda pública
significa que la deuda pública acumulada pueda ser atendida en cualquier
momento, lo que requiere que el sector público sea solvente y tenga liquidez.
A pesar de las complejidades técnicas, hay
una ecuación bastante sencilla que nos describe cómo varía, de un año a otro,
la ratio de la deuda pública respecto al PIB. Aunque no la escribamos aquí, estos
son los factores que explican la magnitud de dicho cociente en un año: i) el
nivel de deuda de partida; ii) la tasa de variación del PIB; iii) el tipo de
interés; y iv) el saldo presupuestario primario.
A mediados de 2023, el saldo de la deuda
pública de España ascendía, aproximadamente, al 111% del PIB. Supongamos que
con ese importe se cierra el año 2023, y que el PIB de este año es de 1,41
billones de euros. También, como hipótesis, que, en 2024, el tipo de interés sea
del 4%, que el PIB crezca un 4% en términos nominales, y que haya un déficit
público primario del 2% del PIB. En este escenario, el saldo de deuda se
situaría, a finales de 2024, en el 113% del PIB. En el año 2033, bajo las
mismas hipótesis en todo el período, en el 130%. Esta cifra bajaría al 92%, si
el escenario fuera más favorable: crecimiento nominal del PIB del 5% anual,
tipo de interés del 3%, y equilibrio presupuestario primario.
La experiencia demuestra que es bastante sencillo
aumentar los niveles de deuda pública, pero, en contraposición, estos no disminuyen
con la misma facilidad. A falta de soluciones mágicas, no caben otras opciones
que extremar la eficiencia del gasto público y/o expandir la recaudación
tributaria. No obstante, habría que evaluar también la sostenibilidad de ambos
procesos.
(Artículo publicado en el diario “Sur”)