Hace unos días, me crucé en la calle con Avelino, conocido
del escritor y filósofo Lucio Ségel, quien me lo presentó tiempo atrás. Según
parece, había visto alguna referencia mía sobre la novela “Personas decentes”,
de Leonardo Padura, que, después de leerla, valoraba muy positivamente. No
obstante, me manifestó su preferencia por “El hombre que amaba a los perros”,
en la que se rastrea la trayectoria de Liev Davídovich Bronstein, más
conocido como León Trotski. Tras ponderar los atributos de la obra, sin solución
de continuidad, pasó a otra esfera para afirmar que, en su opinión, el político
comunista había sido tratado muy favorablemente por los historiadores en
comparación con quien dictó la fatídica orden a otro de los personajes que aparece en
la novela de Padura.
Al día siguiente, me remitió un correo electrónico en el
que transcribía la descripción que el impulsor de la revolución permanente hacía
sobre el tránsito entre principios, de lo viejo a lo nuevo, en un país en el
que el estado fuese el único empleador: de “quien no trabaja, no come” a “quien
no obedezca, no come”. Aparte de resaltar el interés intrínseco de las máximas,
el remitente me recomendaba buscar el contexto en “La revolución traicionada”.