Por aquel entonces aún creía que el tiempo estaba vivo y
la mente, inquieta. Así lo sentía. Ahora, años después, compruebo que el tiempo
había quedado suspendido en los mensajes rescatados de un vetusto e inseguro
arcón electrónico. Hace ya cerca de nueve años, aunque, en realidad, soy
incapaz de calibrar el intervalo verdaderamente transcurrido. Las comparaciones
del tiempo son tan engañosas como las del dinero. La inflación altera el valor
de este, pero las vivencias y las percepciones subjetivas también ponderan de
manera diferente las unidades de aquel, dándoles valores dispares.
La misiva me llegó cuando el año 2008 tocaba a su fin,
casi un mes antes de la multitudinaria puesta en escena del nuevo proyecto
editorial en torno al que reconducía su actividad profesional. El motivo,
recabar –extraoficialmente- mi opinión acerca de una serie de cuestiones aún
relevantes para el sistema financiero andaluz y que ahora entrarían en el
terreno de la arqueología. Hoy causa cierta extrañeza rememorar el pasado, que
una vez fue glorioso, de las ya (prácticamente) extintas cajas de ahorros. A
través de una selección de preguntas, el otrora periodista deportivo en estado
puro pretendía ofrecer a su nuevo público internauta un “Manual básico para
entender la fusión de las Cajas”.
Era el último día de aquel año cuando, después de
agradecer los comentarios transmitidos, aprovechaba para invitarme a sumarme a
su parrilla de columnistas, mediante una oferta que él mismo calificaba de
“irrechazable”: “un café cada vez que te acerques por [la sede de] Analistas
[Económicos de Andalucía] y llegues a la redacción”. En verdad que lo era,
irrechazable, por varios motivos. De entrada, tal vez por querer evidenciar un
deseo de restañar definitivamente los posibles efectos de algunas divergencias
surgidas al hilo de una compleja etapa en el mundo del baloncesto profesional,
protagonizada por ambos desde distintas orillas. Y, sobre todo, por tratar de
aportar algún apoyo a alguien que, después de haber sido el principal referente
de la información deportiva malacitana, iniciaba una nueva aventura digital,
bajo el emblema de “YMálaga”. Y Málaga, cómo no, desempeñó también, una vez
más, su papel como inductora de comportamientos individuales que se apartan del
análisis coste-beneficio.
Así fue cómo, un tanto irreflexivamente, me convertí en
colaborador de ese periódico abanderado por Paco Rengel, en la sección “Blocs”
(sic). A pesar de mi reticencia a quedar encorsetado bajo la denominación de
una etiqueta fija, él mismo me sugirió que buscase alguna que combinase la
economía y el baloncesto. La noción de “tiempo muerto”, como una invitación a
la reflexión sosegada, me pareció, en principio, una opción apropiada, pero fue
la de “tiempo vivo”, por su significado y sus connotaciones, la que finalmente
resultó elegida. Dinamismo frente a estado estacionario, despegue frente a
estancamiento, movimiento frente a parálisis. De este modo, a lo largo de más
de dos intensos años, desde enero de 2009 hasta marzo de 2011, mantuve vivas
mis colaboraciones con dicho medio, carente de medios y recursos en su
malograda andadura. Aquellas totalizaron la cifra de 137 artículos, que se
encuentran reproducidos en dos obras recopilatorias, “Caleidoscopio en blanco y
negro” e “Hipérbaton”, más bien dos ediciones cuasiinéditas.
Las retribuciones en forma de cafés fueron ciertamente
escasas, entre otros motivos, porque la sede del diario –estrictamente virtual
en todos los sentidos- quedó finalmente ubicada en su propio domicilio. Eso sí,
en una ocasión me invitó a almorzar en un restaurante sito en la calle Gerona,
muy apreciado por el periodista, al igual que él lo era por quienes lo
regentaban. Recuerdo que era un día de junio, de calor sofocante, hace ya más
de siete años. Allí me relató su trayectoria profesional, plagada de anécdotas,
y me sometió a un tercer grado atenuado en relación con la crisis económica y
el horizonte deportivo.
En varias ocasiones he rastreado Internet a la búsqueda
de algún indicio, con la esperanza, reiteradamente frustrada, de que alguien
hubiese continuado su proyecto periodístico. Y echo de menos nuestros
encuentros fortuitos en los alrededores del palacio de deportes, y me hiere
saber que no lo volveré a ver aparecer con su verbo entusiasmado y su pluma
ágil y afilada. Pero, cerca de allí, desde la quietud del rótulo que da nombre
a su atípica calle, seguro que sigue atentamente todos los entresijos de sus
pasiones deportivas y hasta puede que, a través de algún intermediario, esté a
punto de sorprendernos con alguna de sus impactantes primicias a las que nos
tenía acostumbrados. La última vez que lo vi, me anunció que, después de una
serie de pesquisas, estaba ultimando una noticia de gran alcance relacionada
con un conocido entrenador de baloncesto.
No, no era mi pretensión glosar aquí la figura de Paco
Rengel. Ya tuve el honor de adherirme, mediante un testimonio escrito, al
homenaje que se le rindió en el mes de mayo de 2013. Sin embargo, al recuperar,
para este blog naciente, el identificador utilizado en aquella fase, no he podido,
ni he querido, dejar de evocar su imagen.
La elección de un título siempre entraña algún grado de
dificultad, máxime cuando el libro tiene aún todas sus páginas en blanco y, es
más, ni siquiera se sabe cuántas llegarán a rellenarse, ni con qué contorno.
Resulta así bastante complicado encontrar una denominación capaz de abarcar un
edificio aún ni siquiera diseñado, del que únicamente se sabe que tendrá, si
llega a tenerla, una geometría variable. Toda elección conlleva, por lo demás,
el coste de renunciar a lo que se deriva de lo no elegido. El coste de
oportunidad, esa noción tan básica para el razonamiento económico, cobra en
estos casos una considerable importancia.
“Tiempo vivo”, además de lo que esta expresión en sí
misma proyecta, estaba teñida de algunos rasgos sentimentales que la colocaban
en una posición destacada, reforzada con la ventaja de la disponibilidad para
su uso en el disputado espacio virtual. El coste de oportunidad es, desde
luego, muy alto, pero también lo es el beneficio de la oportunidad de recuperar
las raíces de la experiencia personal.
Después de un ya bastante largo período de colaboraciones
con distintos medios, me veo ahora situado ante un auténtico blog autónomo, a
pesar de haber declinado anteriormente el ofrecimiento de su creación en
algunos de ellos. No fue, desde luego, por el deseo de eludir la interacción,
pero es evidente que esta, en el supuesto de que se genere, requiere de una
dedicación. Al fin y al cabo, el tiempo, salvo cuando se detiene de manera definitiva,
es un recurso escaso. Hoy, el formato de blog puro, hasta ahora utilizado
parcialmente durante mi ciclo ateneísta, se antoja como un instrumento idóneo
para difundir reflexiones sin ataduras administrativas, sin ninguna obligación
de plazo, tamaño, estilo o contenido, ni tampoco de respuesta.
Absurdo sería pretender negar que toda publicación aspira
a conseguir algún fin, que ha de partir necesariamente del intento de que
alguien le otorgue su atención. Pero quizás haya un instinto primario en todo
escritor (dicho sea este vocablo sin ningún tipo de pretensiones), el que lo
lleva a liberar su impulso narrativo, como meta preponderante ante cualquier
otra. Así trataba de expresarlo al escribir la introducción de “Caleidoscopio
en blanco y negro” y así lo sigo creyendo bastantes años después: “… Pero ese
respeto o temor reverencial a enfrentarse con un folio en blanco, desafiante,
ha encontrado siempre, pese a todo, otras fuerzas con las que sostiene una
permanente dialéctica: una vocación pedagógica, que mueve a intentar
transmitir, una y otra vez, algún conocimiento previamente adquirido; otra
distinta, pero también ingobernable hasta cierto punto, la que emana del
espíritu del escritor, la que hace de la reflexión, de la palabra escrita, una
forma de ser, la que impulsa a una construcción literaria, por modesta que sea,
la que actúa como una instancia liberadora que busca salir al exterior, a dejar
un testimonio. Un testimonio que no aspira más que a eso, simplemente, a estar
ahí por si alguien, en algún momento, le regala una mirada, pero que aun sin
ésta sabe que ya cuenta con el preciado activo de haber logrado trascender del
pensamiento".
Con ese propósito y ese espíritu, que se mantiene vivo
con el paso del tiempo, nace este blog, que no se sabe si logrará sobrevivir y,
en su caso, durante cuánto, al
implacable dictado de su marcha imparable. Podemos tratar de detener el
cronómetro, pero es totalmente ilusorio intentarlo con el tiempo. En cualquier
caso, quizás haya podido haber tiempos muertos, pero no tiempos perdidos.