Los
Evangelios de los Apóstoles contienen un buen número de escenas de significado críptico.
Algunas de ellas nos dejan sumidos en la estupefacción, incapaces de averiguar
la pretensión última de los mensajes sagrados. Ante tales situaciones de
indefinición, falta de precisión o ambigüedad, es inevitable recurrir al
dictamen de quienes están en posesión de conocimientos especializados en la
materia.
El
episodio de la (aparente) multiplicación de los panes y los peces es uno de los
que, con más claridad, requiere del juicio experto o autorizado. Los cuatro
Apóstoles son igualmente parcos en el relato del celebrado milagro, sin que
ninguno de ellos se detenga en derrochar detalles de lo acontecido. Lo único
que podemos saber, a partir de los cuatro testimonios, es que, con tan sólo
cinco panes y dos peces, Cristo logró saciar el apetito de más de cinco mil
personas.
Hemos
de suponer que, para lograr semejante proeza, Cristo hubo de obrar
necesariamente el milagro de multiplicar los exiguos manjares disponibles.
Trasladada al mundo económico, de alguna manera la enseñanza de Cristo podría
ser que, para satisfacer necesidades estrictamente individuales, como la de
comer, es preciso que el sistema económico sea capaz de proveer los alimentos
en las cuantías mínimas adecuadas para cubrir los requerimientos básicos de
cualquier persona.
Sin
embargo, el Papa Francisco, con motivo del rezo del Ángelus en fechas recientes
muy significadas, en la solemnidad del Corpus Christi, ha difundido una
interpretación bastante diferente (vaticannews.va, 25-7-2021): “Lo poco o nada [sic]
que podemos dar es suficiente para hacer grandes cosas. La lógica del don está,
pues, en la base del milagro realizado por Cristo”. Y continúa haciendo
hincapié en que “El verdadero milagro no es la multiplicación que produce
orgullo y poder, sino la división, el compartir…”, para añadir luego que
“Nosotros tratamos de acumular y aumentar lo que tenemos; Jesús, en cambio,
pide dar, disminuir. Nos encanta añadir, nos gustan las adiciones; a Jesús le
gustan las sustracciones, quitar algo para dárselo a los demás”.
Resulta
cuando menos extraña esta visión -al menos cuando se aplica a determinados
contextos- que aporta el Sumo Pontífice, quien, en su afán por la primacía de
los objetivos redistributivos, parece pasar por alto un aspecto en absoluto baladí.
Cuando estamos en presencia de bienes individuales (desde un punto de vista
técnico, cuando ineludiblemente el consumo del mismo bien por una persona
excluye el de otra), cubrir necesidades personales obliga a expandir el número
de bienes para hacerlos llegar a todos los demandantes. Si tenemos que
alimentar cinco mil bocas con una cantidad determinada de un alimento (unidad),
es imprescindible disponer de cinco mil unidades. La misma situación se da, por
ejemplo, respecto al suministro de vacunas contra la Covid-19. ¿Qué haríamos
para vacunar a un colectivo de 5.000 personas con 5 dosis de AstraZeneca y 2 de
Pfizer?