30 de abril de 2021

Asomarse a la ventana que da a la nada


Estaba convencido de que, en alguna entrada de estos recónditos parajes suspendidos en una extraña nube, que –uno tiene la sensación- el día menos pensado se desvanece, encontraría algunas referencias a Cioran. No opina lo mismo el solícito buscador, que me desafía a rastrear su pista paso a paso. No sería la primera vez que esa herramienta podría haber tendido una trampa, pero tampoco que la convicción estuviese totalmente divorciada de la realidad. De todas formas, me resulta raro no localizar su nombre, siquiera sea de refilón, después de haber deambulado, de vez en cuando, por sus espinosas cimas de la desesperación, a la búsqueda de algún desgarro autoinfligido. La irresistible atracción de lo que hiere.

Esta caprichosa tarde, que ahora nos regala una lluvia reparadora, se presentaba propicia para reposar la mente, tratando de reconfigurar los pensamientos. Tal era mi intención cuando, al encontrarme -en la cola de los libros cuyo lectura tal vez nunca llegará- con una obra traducida hace poco al español, “Ventana a la nada”, me he visto impelido a hojearla, aunque fuera fugazmente. Los aguijones aparecen desde los primeros párrafos. En la parte central localizo fortuitamente un aforismo que tiene fuerza suficiente, si no para desterrar totalmente ese propósito de resituar el panorama mental, sí para posponerlo sine die: “El pensamiento es una sucesión de sandeces para uso de aquellos que no están suficientemente tocados; los pensadores: sufrientes, al gusto de los frívolos aficionados a la enfermedad. El público que asiste al drama del pensar solo está compuesto por convalecientes; la escena: un hospital”. Maltrechos y derrotados nos deja, como casi siempre, Cioran… “Ser el amo y el lacayo de cada duda, ¡ese es el infausto celo de aquel que piensa!”



25 de abril de 2021

Libro de Ezequiel: entre las parábolas y el realismo descarnado

 

Tras leer las novelas “1793” y “1794”, de Niklas Natt Och Dag, recientemente mencionadas en este blog, uno puede tener la sensación de que llegan a una exposición excesivamente pormenorizada de perversiones demasiado extremas y a descripciones hiperrealistas de las condiciones de vida de la época, en las que la sordidez, la inmundicia, y el hedor, tan eficazmente –y reiteradamente- transmitidos en la narración del escritor sueco, tenían un peso tan acusado.

Después de recibir el impacto de la segunda de dichas novelas, me dispongo a hacer una breve incursión en algún texto bíblico. Cualquiera de ellos tiene reservadas sorpresas y enigmas en cada rincón. Son una fuente inagotable de inspiración, capaz de dejarnos atónitos con las historias narradas. Son necesarias grandes dotes interpretativas, amén de profundos conocimientos especializados, para poder encontrar el significado de muchos pasajes. Pero, aun sin disponer de tales atributos, un mero recorrido por cualquiera de los libros sagrados nos abre las puertas a la aventura, al misterio y a la imaginación. E, indefectiblemente, nos induce a constatar que los designios del Señor son inescrutables.

En los textos bíblicos encontramos no pocas muestras de esoterismo, de crueldad sin par, de comportamientos inextricables, de diálogos surrealistas y de escenas insólitas.

Ejemplos de unas y otras situaciones hallamos en el Libro de Ezequiel. En él se recogen las palabras del Señor que exhortan al profeta a trasladar sus palabras al “pueblo rebelde”: “Les dirás mis palabras, te escuchen o no te escuchen, porque son unos rebeldes. Ahora, hijo de hombre, escucha lo que te digo: ¡No seas rebelde, como este pueblo rebelde! Abre la boca y come lo que te doy. Vi entonces una mano extendida hacia mí, con un documento enrollado. Lo desenrolló ante mí… Entonces me dijo: Hijo de hombre, come lo que tienes ahí; cómete este volumen y vete a hablar a la casa de Israel”.

Por si, como es lógico, alguien piensa que la frase está dicha en sentido metafórico, a renglón seguido nos topamos con esto otro: “Abrí la boca y me dio a comer el volumen, diciéndome: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este volumen que te doy. Lo comí y me supo en la boca dulce como la miel”.

Más adelante, en el “anuncio del castigo”, el Señor Dios sentencia que “Por causa de tus acciones detestables haré contigo lo que nunca había hecho ni volveré a hacer: los padres se comerán a sus hijos, y los hijos se comerán a sus padres”.

Y, antes de llegar a esa sentencia, no faltan algunos “gestos simbólicos”, cuya exposición nos hace dudar acerca de su carácter metafórico: “… Te amarraré con cuerdas y no podrás volverte de un lado ni de otro hasta haber cumplido los días del asedio. Toma ahora trigo, cebada, habas, lentejas, mijo y espelta: échalo todo en una vasija y hazte de comer… Comerás una torta de cebada, que cocerás a la vista de todos sobre excrementos humanos”. Sin embargo, ante la súplica del interfecto, en un gesto de magnanimidad, la sentencia se tornó algo más benigna: “Te permito usar boñigas de vaca en lugar de excrementos humanos para cocer tu pan”.

Al abrir esta mañana el volumen que contiene la enciclopedia bíblica, me he encontrado que las primeras páginas del Libro de Ezequiel tenían algunos párrafos subrayados, como una especie de huella premonitoria. Adentrarse en los dominios de Ezequiel puede ser un buen entrenamiento para que un futuro lector de “1793” y “1794” vaya aclimatándose a lo que le espera.

 

 

24 de abril de 2021

“1794”: la historia de Suecia, también escrita con renglones torcidos

 

Después de leer “1793”, primera novela de Niklas Natt Och Dag[1], uno se ve inclinado a pensar que, o bien el contenido histórico de dicha obra se aparta completamente de la realidad, o la construcción de la Suecia contemporánea constituye un auténtico milagro. Y, sin necesidad de estar demasiado influenciado por el “sesgo retrospectivo”, la evocación de la sociedad sueca de finales del siglo XVIII no refleja un cuadro muy estimulante para haber formado parte de él, ni tampoco para experimentar algún sentimiento de orgullo como posibles herederos de lo acontecido en aquella época.

Sí eso era así a raíz de la primera entrega de la trilogía, con la segunda, el negro e inquietante panorama no sólo no se atenúa, sino que se acentúa hasta extremos impensables. En verdad uno no sabe adónde se llegaría si, con tales antecedentes, se aplicaran los patrones de “revisionismo histórico” que, de manera intempestiva e irrestricta, están causando estragos en muchas partes del mundo. Así, en una fase de depuración selectiva de los rastros de las prácticas esclavistas, llama la atención la exoneración, declarada o consentida, para las actuaciones y posicionamientos de determinados países, colectivos y organizaciones. A la isla antillana de San Bartolomé, en pleno dominio sueco, nos traslada la trama de la novela, para recordarnos la infamia del tráfico de esclavos, en absoluto rebajada por el sello escandinavo.

Mi primera intención, amparada en el amargo sabor, combinado con la profunda repulsión de algunos de los episodios narrados, era no continuar con la lectura de la trilogía. Pero, quizás como consecuencia de una especie de “síndrome de Estocolmo” literario, casi sin darme cuenta me vi de nuevo deambulando por las sórdidas callejuelas y tabernas de la capital sueca, de la mano del sufrido y desafortunado Mickel Cardell. En esta ocasión acompañado, de una extraña y peculiar manera, por los tres hermanos Winge. Eran tres, pero, eventualmente, no sabemos cuántos son con certeza, ni quién es cada cual. El lector no puede fiarse en ningún momento de los giros preparados por el autor.

Resulta sumamente difícil poder discernir en qué medida los ambientes y los personajes descritos en una novela como “1794” se apartan del curso de los hechos, pero una cosa queda clara. Ha nacido un escritor de novela negra histórica de primer nivel. Conocedor profundo de la anatomía de Estocolmo, describe escrupulosamente sus contornos y su configuración más íntima, logrando transportarnos a hábitats inmundos, y haciéndonos percibir unas condiciones de vida extremadamente deplorables. La simple comparación de tales condiciones con las de un ciudadano medio de la Suecia actual evitaría leer un buen número de páginas de la obra de Pinker, y, asimismo, de tener que confrontar una batería de indicadores, para constatar el progreso de la humanidad. Algo que, desafortunadamente, no se cumple, ni de lejos, respecto a los habitantes de otras áreas.

“1794” tiene una serie de rasgos compartidos con su antecesora; la corrupción y la perversión de algunos personajes, ya actúen individual o concertadamente, llegan a cotas extremas o monstruosas. La fineza, la ética o la urbanidad, salvo excepciones muy contadas, están ausentes del universo niklasiano, en el que no cabe ningún tipo de concesión, ni a la justicia ni a las expectativas del lector.

Para finalizar esta breve nota, sólo un pequeño consejo a alguien que se disponga a emprender la lectura de la segunda novela del señor “Noche y Día”, el de que se abstenga de ojear el texto de la contraportada del libro. Contiene una inapropiada, por anticipatoria, información, que es preferible posponer y confirmar en el interior de la trama. Los renglones torcidos con los que se escribe la historia, según parece, no son exclusivos de ningún país. Aunque, por supuesto, unos están bastante más torcidos que otros.



[1] Vid. “’1793’: Estocolmo no es lo que era”, blog Tiempo Vivo, 14 de junio de 2020.


22 de abril de 2021

La oferta de servicios públicos y la disposición a pagar tributos

Desde hace algún tiempo, vienen lanzándose globos sonda a fin de calibrar la receptividad de la población a abonar tasas por el uso de las autovías. Según informaciones recogidas recientemente por los medios de comunicación, la propuesta está ya bastante madura para llevarla a efecto. Así, en el proyecto –no público- del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia remitido por el Gobierno de la nación a la Comisión Europea se recoge expresamente esa medida: “Es preciso desarrollar un sistema de pago por uso de la red de vías de alta capacidad que permita cubrir los costes de mantenimiento e integrar las externalidades negativas del transporte por carretera” [1].

Como tantas otras veces, nos encontramos con una situación en la que se plantea alcanzar más de un objetivo, presuntamente, con un solo instrumento, que, por lo demás, vendría a sumarse a otros con propósitos compartidos en distintos grado (impuesto sobre la matriculación de vehículos, impuesto sobre la circulación de vehículos, impuestos sobre carburantes)[2]. Dejando al margen estas consideraciones, la aparición de una carga pública vinculada al uso de un servicio público con la finalidad, entre otros aspectos, de mejorar la oferta de dicho servicio es una buena oportunidad para evaluar la disposición de los ciudadanos a efectuar contribuciones públicas.

A este respecto, es bastante frecuente escuchar que, aunque pueda existir alguna reticencia de determinados colectivos a hacer frente a sus obligaciones tributarias, en realidad existe una buena predisposición a aceptar subidas impositivas siempre que ello permita ampliar la oferta y/o la calidad de los servicios públicos.

Los estudios que periódicamente publica el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre “La opinión pública y la política fiscal” nos aportan información relevante. Así, en el estudio de julio de 2020 (nº 3290) se recoge la siguiente pregunta: “Algunas personas piensan que deberían mejorarse los servicios públicos y las prestaciones sociales, aunque haya que pagar más impuestos, (en una escala de 0 a 10, estas personas se situarían en la posición 0). Otras piensan que es más importante pagar menos impuestos, aunque eso signifique reducir los servicios públicos y prestaciones sociales, (se situarían en la posición 10 de la escala). Y hay otras que se sitúan en posiciones intermedias. ¿En qué lugar se situaría Ud.?”

Según el referido estudio, más de la mitad de las personas (52,2%) indican una puntuación igual o inferior a 5, lo que es indicativo de una considerable disposición a incurrir en mayores pagos a cambio de mejores servicios y prestaciones (sin entrar en mayores precisiones). Incluso hay un 21% de personas que se muestran partidarias de tales medidas de manera contundente (están en la posición 0).

Ahora bien, una cosa es declarar la actitud ante una subida de impuestos generales, concebida de manera indefinida, y otra, plantear el pago de cargas individualizadas (tasas y precios públicos, esencialmente) por el acceso a los servicios públicos (o al disfrute de prestaciones sociales). Existe una diferencia radical entre avalar un aumento de una carga tributaria desconectada del acceso a un servicio público, y de impacto generalizado entre los contribuyentes, y hacer lo propio respecto a un pago vinculado a dicho acceso y soportado directamente por el usuario.

Curiosamente, sin demasiado tiempo de desfase, diversos colectivos se han manifestado contra la iniciativa de la aplicación de peajes en las autovías[3].



[1] Vid. I. Lillo, “El Gobierno retoma el proyecto de cobrar para circular por las autovías”, Sur, 21 de abril de 2021.

[2] En las entradas de este blog “¿Un impuesto especial sobre las bicicletas?” (17-10-2017), y “Tráfico, congestión, contaminación y presupuesto: el experimento de Oregón” (17-12-2017) se abordan algunas cuestiones relacionadas.

[3] Vid. I. Lillo y H. Barbota, “Conductores, transportistas y la Junta rechazan el proyecto de cobrar para circular por las autovías”, Sur, 22 de abril de 2021. 


21 de abril de 2021

Europhemeral Super League: learning by (un)doing

 

Desde hace bastante tiempo venía planeándose la idea de constituir una superliga europea de fútbol. Era un proyecto que tenía interés en analizar, que había anclado en la larga lista de autoencargos, acumulando ya meses de demora. Es una de las cuestiones a abordar, dentro del estudio de los clubes deportivos desde un punto de vista económico que recientemente proponía a un alumno ante la realización de su trabajo de fin de grado. Finalmente se decantó por el análisis de las implicaciones fiscales de tales clubes.

El lunes de esta semana saltaba la noticia. El proyecto que venía larvándose por fin tomaba forma con una fuerza aparentemente imparable. No había ya excusa para demorar el intento de realizar una incursión en dicha iniciativa desde un prisma económico. El fútbol europeo seguía así los pasos del baloncesto, que, no sin algunos escollos ni sin controversias, ha logrado consolidar una competición sumamente exitosa de primerísimo nivel deportivo, la Euroleague Basketball.

Ante una tesitura de esta naturaleza, es casi inevitable que surjan sentimientos contrapuestos entre los aficionados: ¿se debe rechazar radicalmente este tipo de competiciones, cerradas o cuasicerradas?, ¿hay que intentar estar incluido dentro de la élite deportiva?...

La actividad de los clubes deportivos presenta una serie de características muy singulares. Su proceso productivo no responde a ningún modelo empresarial estándar. Los aficionados juegan un papel esencial en todo momento. Aunque no formalmente, pueden ejercer una gran influencia, en la práctica, en la gobernanza de las entidades deportivas. También, en su condición de grupos de interés con gran incidencia en la opinión pública y, por esta vía, en las posiciones de los políticos maximizadores de votos, valga la redundancia.

La corta vida del ostentoso proyecto de la European Superleague (en el caso del fútbol no hacen falta especificaciones) ha demostrado que la incidencia efectiva de dichos colectivos puede ser sumamente poderosa. Los organizadores del gran proyecto deportivo quizás no habían llegado a evaluar adecuadamente los riesgos de ejecución a los que podían enfrentarse. Aunque tal vez pocos pudieran pensar que el recorrido iba a ser tan corto.

Está por ver cuál será el desenlace de la iniciativa. Es un buen momento para recordar y reivindicar el espíritu de los Bromley Boys[1], pero no puede eludirse el peso del “factor presupuestario”, condicionante de muchas decisiones. Como en otros ámbitos, puede demandarse que un servicio –público o privado- sea gratuito y de calidad, pero, desde luego, eso no es sinónimo de que pueda producirse con un coste nulo o reducido.



[1] Dicho espíritu se evoca en la entrada de este blog de fecha 18 de agosto de 2019.

20 de abril de 2021

La Comisión Europea derrota al FC Barcelona en el terreno de juego fiscal

 

El deporte es una actividad noble. En ella se ponen a prueba el esfuerzo, el talento, el espíritu de superación, y otras cualidades humanas, aunque, a veces, emerjan otras facetas menos positivas. También es así en la esfera del deporte profesional, pero este se ve altamente influenciado por el factor económico, por la capacidad presupuestaria de los clubes. En su historia encontramos casos de éxitos deportivos construidos sobre ruinas económicas, otros de solidez económica combinada con decepciones deportivas, y, en fin, otros donde se concita el fracaso en ambas vertientes.

Durante años, ni el equilibrio presupuestario ni la sostenibilidad financiera fueron las señas de identidad preponderantes entre los clubes deportivos profesionales en España. Hace ya más de 30 años, la Administración pública llevó a cabo una reforma de la legislación deportiva con el objetivo de encauzar el régimen económico de los clubes. A tal efecto, se determinó que, de manera obligatoria, estos debían convertirse en sociedades anónimas deportivas (SAD). La clave radicaba en que los clubes se tenían que regir básicamente por las pautas exigibles a las sociedades mercantiles, tanto en lo que concierne a la aportación de capital por los accionistas como en relación con el gobierno corporativo. La condición de socio, en sentido estricto, quedaba reservada a quienes arriesgaran su capital, los accionistas, que también tendrían la potestad de nombrar al consejo de administración.

La Ley 10/1990, de 15 de octubre, del Deporte, permitió que algunos clubes que hubiesen obtenido unos resultados positivos en los ejercicios anteriores a la aprobación de la Ley no tuviesen que convertirse forzosamente en SAD, pudiendo mantener la forma de asociaciones sin fines de lucro. El Real Madrid, el FC Barcelona, el Athletic Club Bilbao y el Club Atlético Osasuna estaban en tal situación, y optaron por preservar el estatus anterior.

A las grandes diferencias existentes en el sistema de gobernanza de una sociedad anónima y de una asociación sin ánimo de lucro se unía la aplicación de un régimen de tributación diferente en el Impuesto sobre Sociedades (IS). Hasta el año 2016, las entidades sin ánimo de lucro estuvieron sometidas a un tipo de gravamen inferior al de las SAD.

Ante esa situación, la Comisión Europea, a finales de 2013, incoó un procedimiento en relación con el posible trato preferente otorgado a los mencionados cuatro clubes deportivos en comparación con los que actuaban bajo la forma genérica de SAD. La Comisión consideraba que el Reino de España había establecido ilegalmente una ayuda en forma de privilegio fiscal en el IS, y ordenaba que lo suprimiera y que recuperase de los beneficiarios, a partir del año 2000, la diferencia correspondiente. A raíz de un recurso interpuesto por el FC Barcelona, el Tribunal General de la Unión Europea, el segundo tribunal más alto de ésta, estimó que la Comisión, a quien incumbía la carga de la prueba, no había acreditado suficientemente que la medida controvertida confería una ventaja a los cuatro clubes, toda vez que, aunque se beneficiaban de un menor tipo impositivo, habían de aplicar un menor porcentaje de deducción que las SAD en los supuestos de reinversión de beneficios extraordinarios, como suele ocurrir en los casos de traspasos de jugadores. De esta forma, el Tribunal, en 2019, anuló la decisión recurrida.

Posteriormente, la Comisión Europea presentó un recurso ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), esgrimiendo que el elemento determinante en el análisis de la existencia de un privilegio es la aptitud de la medida para otorgar una ventaja, con independencia de que haya otros elementos dependientes de casuísticas concretas de cada club que la puedan contrarrestar en la práctica. Después de efectuar claros reproches a la actuación del Tribunal General, el TJUE anula la sentencia recurrida y rechaza el planteamiento del FC Barcelona, validando la decisión de la Comisión Europea. Dicho club, así como los otros integrantes del distinguido cuarteto, deberá reintegrar el importe de las ventajas fiscales netas disfrutadas. La Comisión Europea ha ganado un partido ex post, aunque aún no se sabe el tanteo del marcador.

La sentencia, aun siendo de gran trascendencia, no concierne a la cuestión básica, la relativa a la aplicación de un régimen de aportaciones económicas y de decisiones distinto al de las sociedades mercantiles. SAD o no SAD: esa es la gran cuestión.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

18 de abril de 2021

Ramón Tamames y la economía española: 45 años después

 

Ramón Tamames fue durante años una figura emblemática de la Universidad española y luego, para sorpresa de muchos, se convirtió en una referencia icónica de la izquierda, nada menos que miembro del Comité Central del Partido Comunista de España (PCE). Para quienes llegamos a la Facultad de Económicas de Málaga a mediados de los años 70, era un motivo de frustración no haber podido tener la oportunidad de tenerlo como docente. Según la idea extendida, entonces, durante el período que estuvo adscrito al centro de El Ejido, venía expresamente a Málaga a impartir sus lecciones magistrales, con una capacidad de atracción de estudiantes que desbordaba la capacidad de las aulas.

Habilidoso como quien más, o suficientemente sagaz para sacar provecho de las lagunas formativas de los censores, sus textos académicos, publicados en una etapa, aunque tardía, aún bajo el régimen franquista, contenían una encendida defensa de la visión marxista del análisis económico. Así lo hace en su manual de “Fundamentos de estructura económica” (Alianza Editorial, 1975). Sus textos sobre la estructura económica de España y la estructura económica internacional fueron, durante muchos años, auténticos hitos bibliográficos en todas las Facultades de Económicas españolas.

Más adelante, tuve informaciones de primera mano de economistas que habían trabajado con él en el gabinete de estudios económicos que él dirigía, Iberplan. También se empezaban a oír apreciaciones críticas acerca del enfoque del profesor Tamames por parte de los integrantes de las nuevas corrientes de Estructura Económica que venían a propugnar un mayor uso de la Teoría Económica y de la Econometría, menospreciando, sin tapujos, lo que entendían como esquemas pretéritos y errados. Su reinado académico comenzó a declinar, como también su protagonismo en la vida política, después de que su partido político no hubiese alcanzado las cotas electorales que se habían pronosticado a tenor de su posición hegemónica de oposición del franquismo.

“¿Adónde vas, España? (Quo vadis, Hispania)” (editorial Planeta), se preguntaba Ramón Tamames en el año 1976. Cierro los ojos, y me veo transportado a aquel año, en el que todavía se levantaba el primigenio edificio de la Facultad, y me reencuentro  con un joven que, como tantos otros, anhelaba el cambio. Ávido de conocer las claves del futuro que estaba por llegar, acudía impaciente a devorar las páginas escritas por el gran economista, a iluminarse en las fuentes de su saber enciclopédico. Siento ahora vértigo cuando recupero por un instante aquellas páginas olvidadas. ¿Adónde ibas España? ¿Adónde has llegado?...

El libro contenía un análisis de los problemas de España de entonces, así como una configuración de su futuro. Tamames destacaba como error político “el mismo error en el que históricamente incurrieron los déspotas ilustrados del siglo XVIII, los ‘revolucionarios desde arriba’ de principios de nuestro siglo, o los tecnócratas de los años 60. Ahora les toca el turno a los ‘ingenieros sociales’”, entendiendo por “ingeniería social” “el arte de transformar el entorno social con la más absoluta ‘neutralidad política’”. Como en todo escrito que se retome con tanto desfase temporal, su lectura se ve casi indefectiblemente afectada por el “sesgo retrospectivo”. Aun así, hay detalles que no dejan de ser llamativos, como la referencia al “espectacular aumento del paro”, después de que la tasa de paro llegara al “5,1% de la población activa”. Releer esta pequeña obra de Tamames es un ejercicio sumamente ilustrativo para recordar y contextualizar las cuestiones políticas, económicas y sociales que se suscitaban en una España de horizontes inciertos.

Después de años de relativa discreción en el plano de la comunicación económica, aderezados por una patente inclinación a la impartición de conferencias sobre temas diversos, la figura de Ramón Tamames, nacido en el año 1933, ha retomado un brío insólito. Dando muestras de unas dotes intelectuales y de una capacidad de trabajo inusitadas, lo mismo nos encontramos nuevas publicaciones suyas sobre la historia de España que con ensayos sobre el presente económico.

La reciente publicación de “Más allá de la maldita pandemia. El informe Tamames para la recuperación de España” (Erasmus Ediciones, 2021) es una buena prueba de ello. El autor se inclina por la necesidad de “plantearnos una Nueva Transición…, pero a mayor nivel tecnológico y social”, y propone “un Equipo de Trabajo de alcance nacional que dé un repaso a las grandes cuestiones de la trama socioeconómica del país”, que acota en algo más de una quincena de áreas temáticas. En la parte final, nos recuerda el auge de ciertos planteamientos políticos, y nos insta a que no nos dejemos engañar: “dentro de la estructura de poder, hay piezas que difícilmente pueden perpetuarse en una España democrática, como ya empieza a observarse desde la propia Unión Europea”.

Ojeo el libro de Tamames y, por un instante, me veo sumido en la confusión, sin saber en qué época me encuentro, y con la duda de si todo lo que he creído vivir a lo largo de estos años no ha sido más que un sueño. Por un momento, lleno de aturdimiento, he creído recuperar la juventud hace tanto tiempo perdida, si es que alguna vez existió de verdad.

Como Ave fénix, el economista Ramón Tamames emerge en un paisaje desolado, en el que su mera presencia es un símbolo de la esperanza de recuperar la senda del análisis, del estudio y de la discusión con serenidad, rigurosidad y, sobre todo, con libertad de pensamiento y de expresión. Sin pretender evaluar sus métodos, su estilo y su contenido, la recuperación de la figura que marcó una época es una gran noticia y una inyección de moral.




17 de abril de 2021

Las obras de arte como testimonio y como premonición

Hay pinturas en las que subyace algún detalle, algún mensaje o algún código que permanecen ocultos a la mirada del espectador. En otras ocasiones están aquéllos totalmente a la vista, pero amparados en figuras alegóricas o en una simbología cuya significación queda reservada sólo para ojos adiestrados. También hay obras en las que no se utiliza este tipo de recursos y que muestran su significado de manera directa y palmaria.

Después de reflexionar sobre los contornos de la sociedad postpandémica reseñados en el artículo publicado en este blog el pasado jueves, una imagen –diría que casi inevitablemente- me vino a la mente.

Existen estudios que muestran la experiencia histórica de los “defaults” de deuda soberana en el mundo desde mediados del siglo XIV hasta nuestros días[1]. Pese al notorio papel de España, en perspectiva histórica, en el inventario de tales impagos, no puede decirse que sea una práctica que responda a la idiosincrasia hispana, ni, mucho menos, con exclusividad. Tras muchas escaramuzas y vicisitudes en las relaciones de Carlos V con sus banqueros, el primer episodio de “default” así reconocido aconteció poco después, en el año 1557, bajo el reinado de Felipe II[2]. Hacia esa fecha, la deuda, entre capital e intereses, que Carlos V había acumulado con la familia Fugger ascendía a 7 millones de ducados[3].

En 1866, Carl Becker pintó un cuadro en el que se recoge una escena con el Emperador en la casa de su principal financiero, Anton Fugger, quien arroja al fuego los bonos imperiales para la campaña de Túnez[4]

El último episodio de impago del Estado español se produjo en el año 1882. El historial de solvencia se muestra limpio –en un plano formal- desde entonces, a pesar de haber pasado por enormes calamidades.

Después de asistir al resurgimiento de movimientos, de distinto origen, proclives a la aplicación de fórmulas directas de impago, cabe recordar las palabras de Adam Smith cuando afirmaba que “no existe ejemplo de que una vez contraídas deudas desorbitadas por parte de las naciones, hayan sido regularmente satisfechas y liberadas. Si alguna vez se ha llegado a liberar los ingresos públicos, ha sido por el camino de la bancarrota, una veces declarada, y otras encubierta, aunque paliada en pagos supuestos”[5].

Ante la tesitura que se avecina, más vale prepararse para no caer en el “síndrome de ‘esta vez es diferente’”. Como han expuesto Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, quien crea que las experiencias previas de impago sirven como lecciones para garantizar cumplimientos futuros puede encontrarse con desagradables sorpresas[6]. No será el caso, desde luego, para quienes defienden la política de la cancelación de las deudas como una alternativa idónea. 

La contemplación de este magnífico óleo es un deleite en sí misma, pero también un aliciente para buscar las claves del contexto y las circunstancias. Por supuesto, la historia atesora otros muchos episodios en los que quien lanza los títulos de deuda al fuego no es el acreedor sino el deudor.

La apacible ceremonia del lienzo lleva también a evocar otra escena, en este caso de la pantalla cinematográfica, protagonizada por los hermanos Marx...



[1] Vid. José M. Domínguez Martínez y Rafael López del Paso, “Situaciones de impago de deuda soberana”, eXtoikos, nº 4, 2011.

[2] Vid. José  Mª López Jiménez, “Economía y finanzas en el siglo XVI: la visión de Ramón Carande en ‘Carlos V y sus banqueros’”, eXtoikos, nº 17, 2015.

[3] Vid. Real Academia de la Historia, “Anton Fugger”, www.dbe.rah.es.

[4] Vid. www.akg-images.co.uk.

[5] Vid. “La Riqueza de las Naciones”, 1776; versión española, FCE, 1979, pág. 827.

[6] Vid. “This time is different: a panoramic view of eight centuries of financial crises”, NBER Working Papers, 13.882, pág. 53.








15 de abril de 2021

Tiziano y Marinus van Reymerswale en El Prado: preludio de la vida postpandémica

 

Seguimos inmersos en una nueva ola pandémica y, pese a ello, proliferan los análisis y las elucubraciones acerca de cómo será la vida económica y social cuando acabe la terrible pesadilla. Desde hace ya meses se viene hablando de la etapa post-Covid-19 cuando, desgraciadamente, estábamos, y seguimos estando aún, en la etapa Covid-19.

El aumento del hedonismo por parte de las personas corrientes, conscientes ya de las graves contingencias que pueden desencadenarse en cualquier momento, apunta como uno de los rasgos emergentes. Carpe diem parece ser un lema que está llamado a cobrar nuevos bríos. Sin embargo, hay algunas sombras, alimentadas por las crisis concatenadas, que se preparan para oscurecer el panorama que se avecina. Los agujeros económicos originados por el virus son amplios y profundos; algunos ni siquiera muestran aún su abertura pero agrietan ya la superficie. Mientras más hondos sean, más alta será la montaña de la deuda.

El Museo de El Prado, a través de la exquisitez del arte, insinúa los perfiles de la sociedad que está por llegar. Esa es la tesis que sostiene Daniel Dombey[1], basándose en la coexistencia actual de dos sensacionales exposiciones de pintura, una centrada en las pasiones mitológicas de Tiziano, y otra en obras de Marinus van Reymerswale acerca de los recaudadores fiscales.

Los lienzos exhibidos en la primera son, a todas luces, esplendorosos, lo que es fácilmente constatable a partir de las imágenes difundidas. Según se desprende de alguno de los testimonios recogidos, algunas de esas obras magistrales –en razón de su contenido erótico- estuvieron en su día “confinadas”, preservadas para los ojos reales. A la vista de determinadas tendencias constatadas en distintas instancias, no sé sabe si podrán resistir en su estado originario el combate de otros virus para los que se antoja difícil encontrar una vacuna eficaz.

A la voluptuosidad de las escenas plasmadas por el magistral artista que, pese a contar con el mecenazgo de Felipe II, nunca visitó España, se contrapone el inquietante ambiente, suspendido en el tiempo, reflejado en las pinturas más reproducidas, como reza en la información de la propia exposición, en los textos de economía y finanzas. En una de ellas, un hombre y una mujer permanecen extasiados mientras proceden a llenar los cofres estatales.

Según Daniel Dombey, “Es un recordatorio, en cierto modo, de que cuando la pandemia haya finalmente remitido, la economía de España, fuertemente golpeada, estará altamente endeudada. El Prado nos ha hecho la advertencia: tanto un disfrute de fiestas sibaríticas como un montón de facturas fiscales que hacen llorar podrían ser grandes rasgos de la vida postpandémica”. Es posible que así sea, aunque es probable que haya perfiles especializados en la primera de esas vertientes, y otros, en dedicarse a trabajar para poder pagar esas onerosas facturas. Esa especialización existe desde hace tiempo, y cabe esperar que se agudice en esa fase que tanto se resiste a adoptar ese anhelado prefijo.

 

 


 



[1] “Eroticism and tax collectors at Madrid’s Prado”, Financial Times, 15 de abril de 2021.

14 de abril de 2021

La seguridad jurídica en España: ¿un bien colectivo deteriorado?

 

El sistema judicial es un determinante básico de la actuación económica de un país. Un buen servicio de justicia promueve la producción y la distribución eficientes de bienes y servicios al asegurar dos requisitos esenciales de una economía de mercado: la seguridad de los derechos de propiedad y el cumplimiento de los contratos. Así lo recogíamos en un artículo publicado, hace varios años, en un número de la revista “eXtoikos”[1].

Más recientemente, Fedea ha difundido un magnífico estudio elaborado por el profesor Benito Arruñada acerca de “La seguridad jurídica en España”[2]. En él se subraya que la “’seguridad jurídica’ es condición necesaria para que la economía de mercado funcione con eficiencia y pueda alcanzar mayor equidad y prosperidad” (pág. 2), y, asimismo, que “las instituciones de una economía de mercado moderna canalizan la creatividad de los seres humanos hacia formas productivas de competencia… desempeñan dos tareas fundamentales: protegen los derechos de propiedad y reducen los costes de transacción” (pág. 5).

Podemos afirmar que la seguridad jurídica es un “input” esencial para toda economía de mercado. Claramente presenta rasgos de bien colectivo en el sentido de que beneficia simultáneamente al conjunto de la sociedad, tanto a quienes participan en el proceso de producción y distribución de bienes y servicios como a quienes son demandantes de éstos. Asimismo, el deterioro de la seguridad jurídica y, en caso extremo, su desaparición, van en detrimento del bienestar colectivo y pueden llevar a un colapso del aparato económico. Sin necesidad de llegar a ese extremo, acciones aisladas que socaven la seguridad jurídica pueden beneficiar a una parte en detrimento de otra, al tiempo que generan efectos externos negativos al inhibir o dificultar el desarrollo de actividades que, de otro modo, favorecerían el curso de una economía eficiente y dinámica.

En el estudio referido, el profesor Arruñada lleva a cabo un análisis lúcido y riguroso sobre la evolución de la seguridad jurídica en España del que se desprenden conclusiones de gran relevancia, en algunos casos con connotaciones bastante preocupantes. Como déficits principales detectados en nuestra seguridad jurídica señala los relacionados con los siguientes fenómenos (págs. 3-4):

       i.  Desprotección creciente de los derechos de propiedad derivada de cambios legales y regulatorios que exceden de los criterios de razonabilidad imperantes en el ámbito internacional o que subvierten la propiedad privada para suplir sin coste para el erario las carencias de las políticas públicas (desahucios y ocupación de viviendas).

     ii.          Extralimitación de la justicia en el ejercicio de sus funciones jurisdiccionales, al entrar a valorar todo tipo de asuntos, lo que va en detrimento de mecanismos de autorregulación y arbitraje.

    iii. Deficiencias de la legislación en una triple vertiente: exceso de reglas “imperativas” (de obligado cumplimiento), déficit de reglas “dispositivas” (de libre incorporación a los contratos), y decreciente calidad técnica de las leyes).

    iv.       Baja calidad e imprevisibilidad de muchas sentencias, basadas a veces en criterios de “justicia material” con cierta intención redistributiva.

En el estudio se analizan una serie de casos específicos, todos ellos de gran interés. En uno de ellos se cuestiona abiertamente la sentencia del Tribunal Supremo que anuló las denominadas “cláusulas suelo” de los préstamos hipotecarios. Sostiene la tesis de que, más que los altos magistrados cometieran un error en forma de “sesgo retrospectivo”, su decisión pudo venir motivada por la intención de redistribuir riqueza ex post con arreglo a lo que interpretaban que era el deseo de la sociedad. Desde otro punto de vista, podría ser oportuno conocer cuántos puestos de trabajo ha destruido esa sentencia con tan alto impacto económico y, también, las consecuencias económicas aparejadas.



[1] “La justicia como servicio público: la importancia de la perspectiva económica”, eXtoikos, núm. 12, 2013, pág. 3

[2] Fedea, Estudios sobre la Economía Española – 2020/26.

12 de abril de 2021

El nuevo consenso de Washington: ¿qué clase de vino, qué clase de odres?

Desde hace ya bastante tiempo, especialmente desde que se desencadenó la gran crisis económica y financiera internacional de 2007-2008, evocar el consenso de Washington es algo así como mencionar al maligno. Dicho consenso hace referencia a las directrices emanadas de los principales organismos económicos internacionales, con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), ambos con sede en Washington, a la cabeza, a mediados de los años 90 del pasado siglo, para orientar la actividad del sector público.

Aunque es bastante discutible que el citado consenso se siguiera a pies juntillas en un mundo caracterizado por cursos de acción bastante divergentes, el coro de acusaciones para imputarlo como presunto culpable de casi todos los males terrenales ha rozado la unanimidad. No faltan, sin embargo, algunos lobos esteparios que se han atrevido a desafiar las tesis correctas, aun a costa de verse abocados a compartir condena. Uno de esos solitarios disidentes, para mayor sorpresa, se mueve dentro del territorio de una congregación religiosa particularmente beligerante, por parte de sus máximos representantes, con las posiciones de corte liberal. Merecerá la pena, siquiera como observación de una postura exótica, en otro momento, echar una mirada a esa posición claramente heterodoxa, hoy día arrinconada y vilipendiada.

Por varios motivos, recuerdo con nostalgia aquella época en la que daba la impresión de que nos adentrábamos en una senda en la que parecía posible ir superando los grandes problemas económicos, y en la que las democracias liberales aparecían como una conquista irreversible. Las expectativas, desafortunadamente, no se cumplieron, y luego nos topamos con una realidad bien distinta, una vez que el espejismo llegó a desvanecerse.

Acudo a las páginas de aquel proyecto docente que hube de elaborar durante los años 1998 y 1999, a fin de recordar las directrices del consenso de Washington, que podían resumirse en el siguiente decálogo: a) disciplina presupuestaria; b) cambios en las prioridades del gasto público desde las áreas menos productivas a otras, como sanidad, educación e infraestructuras, consideradas como las más productivas y las más efectivas en la lucha contra la pobreza; c) reforma fiscal encaminada a buscar bases imponibles amplias y tipos marginales moderados; d) liberalización financiera; e) búsqueda y mantenimiento de tipos de cambio competitivos; f) liberalización comercial; g) política de apertura respecto a la inversión extranjera directa; h) política de privatizaciones; i) política desreguladora; y j) derechos de propiedad firmemente establecidos y garantizados.

A continuación, en las mismas páginas, se señalaba que el anterior decálogo de propuestas podía sintetizarse en los siguientes cuatro aspectos fundamentales: i) un marco macroeconómico equilibrado; ii) un gobierno de menor tamaño y más eficiente; iii) un sector privado eficiente y en expansión; y iv) políticas destinadas a la reducción de la pobreza.

Más de veinte años después, el marco económico y el panorama doctrinal han cambiado drásticamente. A raíz de las reuniones de primavera del FMI y del BM de 2021, se ha afirmado que ha emergido un nuevo consenso de Washington, de connotaciones muy diferentes. Un cambio de paradigma de este calibre no surge de manera espontánea en una convención anual. Antes al contrario, la mutación se había venido larvando desde hace años. Y, a pesar de que es ahora cuando, de manera explícita, se perfila un nuevo recetario, los numerosos informes publicados desde el año 2007 atestiguan que no se ha producido una ruptura sino, más bien, un proceso evolutivo que ahora aflora con más brío.

Uno de los analistas que con más entusiasmo ha acogido la eclosión de la nueva encíclica es Martin Sandbu, defensor a ultranza de los postulados keynesianos, destacado columnista de un periódico como el Financial Times que no parece sentir demasiada nostalgia por el periclitado, desde hace tiempo, primigenio consenso de Washington.

La nueva doctrina económica es desarrollada en un reciente informe del FMI[1]. Sandbu efectúa una síntesis de la misma en los siguientes términos[2]: i) realización de un elevado gasto en salud pública; ii) asignación del gasto público a aquellos usos que generen un mayor “valor a cambio del dinero”; iii) relajación acerca de los déficits públicos masivos en los países desarrollados; iv) respaldo a “contribuciones para la recuperación”, a concretar en impuestos extraordinarios de solidaridad con cargo a las personas ricas, e impuestos sobre beneficios empresariales extraordinarios; v) aprobación de impuestos sobre el patrimonio; vi) preocupación por la desigualdad; y vii) recuperación de un papel activista para el Estado.

El propio FMI recomienda las siguientes respuestas de la política económica[3]: a) invertir más y mejor en educación, salud, y desarrollo de la infancia temprana; b) fortalecer las redes de seguridad social expandiendo la cobertura de los más vulnerables, y aumentando la adecuación de las prestaciones; c) obtener los recursos necesarios, mediante el aumento de la progresividad de la imposición sobre la renta y un mayor recurso a impuestos sobre la propiedad, y sobre las herencias y donaciones; d) actuar de una manera transparente; e) apoyar a los países de baja renta que afrontan desafíos especialmente abrumadores.

En el resumen ejecutivo del informe, el FMI llega a destacar un resultado obtenido en una encuesta reciente realizada en Estados Unidos: “si un miembro de una familia contrae la enfermedad de la COVID-19 o pierde el empleo, la probabilidad de favorecer la imposición progresiva aumenta 15 puntos porcentuales”[4], respecto a quienes no sufren tales adversidades. Un resultado sin duda sugerente desde el punto de vista de la Sociología Financiera, además, naturalmente, desde un prisma didáctico, en relación con el conocimiento de la noción de progresividad y su concreción en la práctica. 

Y, cómo no, para los estudiosos de la Economía del Sector Público, el nuevo manifiesto económico es una interesante oportunidad para discernir -a expensas de una posible coincidencia estimada de continente y contenido- qué dictamen cabe proclamar: ¿vino nuevo en odres viejos, o vino viejo en odres nuevos?


[1] FMI, “Fiscal Monitor. A Fair Shot”, abril 2021.

[2] M. Sandbu, “A new Washington consensus is born”, Financial Times, 11 de abril de 2021.

[3] FMI, op. cit., págs. xii-xiii.

[4] FMI, op. cit., pág. xiii. Dentro del informe se efectúan algunas matizaciones (pág. 43). 

11 de abril de 2021

Bartleby encuentra empleo en The Economist: Coggan al rescate de Melville

 

Bartleby trabajaba al principio sin tregua ni descanso, entregado a su actividad de amanuense, allí en la oficina de un abogado radicada en el “número X” de Wall Street. Aparente trabajador incansable, su celo laboral contrastaba abiertamente con su educada y pasmosa reticencia a ayudar a su jefe en la fase de revisión de las copias de los documentos. “Preferiría no hacerlo”, se limitaba a decir, con total serenidad y compostura. Primero ante la petición de tareas concretas, luego ante la demanda del desempeño de su actividad, más adelante cuando se le invita a abandonar las dependencias del bufete, y así sucesivamente.

Extraño cuento el de Melville, extraño y oscuro personaje el que retrata en “Bartleby, el escribiente”. Extraña también la pauta seguida por el semanario económico de referencia mundial, The Economist. Sus artículos no van firmados, pero son fruto de autores individuales, lo cual se constata en términos curriculares y por la propia revista. Cada una de las columnas semanales, presentadas bajo un rótulo de cabecera, tiene su autor reconocido, aunque no directamente en cada número.

En mayo de 2018 arrancó una nueva columna denominada Bartleby, en alusión al deprimente y exasperante personaje melvilliano. La columna está dedicada al campo de la gestión empresarial y al trabajo. En la primera entrega se afirmaba que “El trabajo es como un amante caprichoso cuyas incesantes demandas causan resentimiento pero se echan de menos cuando faltan”, y antes se destacaba que “El inquietante cuento de Melville sobre un contumaz escribiente sigue teniendo relevancia hoy día”.

El responsable de la columna es una de las más prestigiosas firmas de la revista, profesional con una larga trayectoria, y autor de ensayos de contenido económico y financiero de gran relieve. Cabe destacar la obra «Paper Promises. Money, Debt and the New World Order» (Allen Lane, Penguin, Londres, 2011)[1]. Últimamente me he encontrado con varias personas, algunas de ellas integrantes del equipo de trabajo de Edufinet, que me han ensalzado las columnas semanales de Bartleby. Todas las que he leído son ciertamente de extraordinaria calidad, de gran interés y de enorme agudeza analítica. Algunos de tales artículos han sido objeto de comentario o cita en este blog.

Quien haya trabajado en una oficina seguramente es conocedor del extenso repertorio de personajes peculiares que pueden poblar el hábitat. En una oficina o en cualquier otro entorno laboral. Es posible que el personaje de Melville encarne un tipo de reto con el que se tenga que enfrentar un gestor de personal, aunque se antoja un tanto difícil que pueda representar a una persona comprometida y entregada a su responsabilidad profesional.

Prefería no hacerlo, no tener que pronunciarme sobre la breve obra antes referida del autor de Moby Dick. Sería un trabajo arduo que requeriría de una dedicación y de unas competencias especiales. En cualquier caso, creo que elegiría a Bartleby más bien para una columna especializada en Psicología, aunque tal vez, haya de admitirlo, podría ser una buena excusa para abordar temas relacionados con la Economía del comportamiento.

Con todo, para lo primero me vienen a la memoria las imágenes de otros personajes literarios, como Stevens o Betteredge, aunque no fueran oficinistas. En mi círculo familiar o de personas cercanas, en su mayor parte ya extinguido, encuentro diversos modelos para mí insuperables, cada uno a su modo. Cierro los ojos y los veo aparecer, uno tras otro. Me doy cuenta de que sus figuras se han engrandecido con el paso de tiempo. Todos ellos, a través de las columnas que relatan su experiencia, Endless work, Duty first, Pride and sacrifice, Always on time, Respect for all, Responsibility in every job, Every job matters…, siguen siendo un ejemplo que ilumina y da fuerzas en un camino lleno de sombras.

También el empleador de Bartleby exhibe unas grandes cualidades como gestor de de difíciles situaciones protagonizadas por empleados singulares. Se puede aprender bastante de su comportamiento y de su grado de dominio y control. Y también de la conducta del escribiente, cuyo simple conocimiento es garantía para entrar en una honda depresión: “… había sido un empleado subalterno de la Oficina de Cartas Muertas de Washington, de donde lo habían despedido sin previo aviso… Con sus mensajes de vida, esas cartas corren hacia la muerte[2].



[1] Una reseña se recoge en “Promesas de papel: las raíces del mal. La crisis de la deuda según Philip Coggan”, eXtoikos, nº 8, 2012.

[2] Herman Melville, “Bartleby, el escribiente. Una historia de Wall Street”, Ed. Navona Ineludibles, 2019, págs. 104-105.

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