Desde
hace bastante tiempo venía planeándose la idea de constituir una superliga
europea de fútbol. Era un proyecto que tenía interés en analizar, que había anclado
en la larga lista de autoencargos, acumulando ya meses de demora. Es una de las
cuestiones a abordar, dentro del estudio de los clubes deportivos desde un
punto de vista económico que recientemente proponía a un alumno ante la realización
de su trabajo de fin de grado. Finalmente se decantó por el análisis de las
implicaciones fiscales de tales clubes.
El
lunes de esta semana saltaba la noticia. El proyecto que venía larvándose por
fin tomaba forma con una fuerza aparentemente imparable. No había ya excusa
para demorar el intento de realizar una incursión en dicha iniciativa desde un
prisma económico. El fútbol europeo seguía así los pasos del baloncesto, que,
no sin algunos escollos ni sin controversias, ha logrado consolidar una
competición sumamente exitosa de primerísimo nivel deportivo, la Euroleague
Basketball.
Ante
una tesitura de esta naturaleza, es casi inevitable que surjan sentimientos
contrapuestos entre los aficionados: ¿se debe rechazar radicalmente este tipo
de competiciones, cerradas o cuasicerradas?, ¿hay que intentar estar incluido dentro
de la élite deportiva?...
La
actividad de los clubes deportivos presenta una serie de características muy
singulares. Su proceso productivo no responde a ningún modelo empresarial
estándar. Los aficionados juegan un papel esencial en todo momento. Aunque no
formalmente, pueden ejercer una gran influencia, en la práctica, en la
gobernanza de las entidades deportivas. También, en su condición de grupos de
interés con gran incidencia en la opinión pública y, por esta vía, en las
posiciones de los políticos maximizadores de votos, valga la redundancia.
La
corta vida del ostentoso proyecto de la European Superleague (en el caso del
fútbol no hacen falta especificaciones) ha demostrado que la incidencia efectiva de dichos colectivos puede ser sumamente poderosa. Los organizadores del gran proyecto deportivo
quizás no habían llegado a evaluar adecuadamente los riesgos de ejecución a los
que podían enfrentarse. Aunque tal vez pocos pudieran pensar que el recorrido
iba a ser tan corto.
Está
por ver cuál será el desenlace de la iniciativa. Es un buen momento para recordar
y reivindicar el espíritu de los Bromley Boys[1], pero no
puede eludirse el peso del “factor presupuestario”, condicionante de muchas
decisiones. Como en otros ámbitos, puede demandarse que un servicio –público o
privado- sea gratuito y de calidad, pero, desde luego, eso no es sinónimo de
que pueda producirse con un coste nulo o reducido.