28 de noviembre de 2019

La hora de la política fiscal: los cuadrantes de la sostenibilidad presupuestaria

Ha llegado la hora de la política fiscal. Es una frase de moda, repetida como una consigna por analistas, políticos y economistas. Va asociada a otra idea extendida, la de que la política monetaria, más que agotado, ha exprimido todo su arsenal, hasta adentrarse en la más insospechada heterodoxia, y que ya no da más de sí. Si los conductos monetarios están exhaustos, es el momento de desplegar una batería de medidas presupuestarias, preferentemente por la vía del gasto público. Salir del agujero negro monetario no será tarea fácil.

Desde luego que podrían hacerse algunas matizaciones. La primera, que la política fiscal realmente no ha estado tan ausente como se proclama, sino que ha estado camuflada en la política monetaria. La otra, que, como ya han aseverado las autoridades monerarias europeas, llegado el caso, el Banco Central Europeo no escatimaría ningún esfuerzo, sin descartar ningún tipo de actuación… La verdad es que aterra pensar en esa coyuntura. Tal vez la imagen de un agujero negro monetario, asociada a la de un pozo -se supone que con algún fondo- , se deformaría en la de un agujero negro estelar.

Lejos, de momento, de ese escenario apocalíptico, la nueva ortodoxia pasa por auxiliar a la política monetaria heterodoxa, transgresora y balsámica, con el recurso a los instrumentos presupuestarios, después de una época dominada por la denostada austeridad.

No todos los países, sin embargo, están en la mismas condiciones ni disponen de los mismos márgenes de actuación. La ubicación de los distintos países en el espacio delimitado por dos indicadores “maastrichtianos” (no en sentido geológico) cruciales, como son el del saldo presupuestario público y el de la ratio de deuda pública, ambos respecto al PIB, nos ofrece algunas pistas significativas.

Así, en el gráfico adjunto se recoge la posición absoluta y relativa de los países de la Unión Europea. Al representar las líneas correspondientes a un déficit del 3% y a un saldo de deuda del 60%, respecto al PIB, quedan delimitados cuatro cuadrantes.

No sé si a Nono Valdivieso le habrán quedado ganas de seguir haciendo incursiones en el mundo de los gráficos, pero espero que, en el supuesto de que llegue a ver este, convenga conmigo en que algunas representaciones son bastante autoexplicativas. Esta es, en mi opinión, una de ellas. Si no mil, la imagen ahorra un buen lote de palabras.



24 de noviembre de 2019

La educación financiera ante el templo del conocimiento

La pasada semana se celebró en Málaga el II Congreso de Educación Financiera de Edufinet, bajo el título de “Educación financiera para una sociedad en transformación”. El encuentro se desarrolló en un lugar privilegiado, concretamente en la antigua capilla del Palacio Episcopal, actualmente reconvertida en un espléndido salón de actos, bajo la gestión de la Fundación Unicaja, que cedió a Edufinet el honor de inaugurar dicho espacio con la referida actividad congresual.

En una de la sesiones, en tono humorístico, Eugenio Luque, Decano de la Facultad de Económicas de Málaga, llegó a plantear si era realmente apropiado tratar asuntos relacionados con las finanzas en un recinto con connotaciones sagradas, con tácita alusión a la conocida escena de los mercaderes en el templo.

En el mismo tono, me permití luego señalar dos pequeñas matizaciones. De un lado, si bien era innegable que el objeto del Congreso eran las cuestiones financieras, no lo era menos que se abordaban desde una perspectiva estrictamente académica, sin ningún tipo de visos transaccionales. De otro, la mención al que hasta ahora ha sido el banco más longevo de la historia, que justamente estaba ubicado en un templo, el de Artemisa en Éfeso.

Por lo demás, una de las tesis que traté de defender en el Congreso, en la que encontró alguna oposición, fue la de realzar por encima de todo, dentro del enfoque de la educación financiera, la vertiente del conocimiento.

Esto no significa que se pretenda ignorar o menospreciar las otras fases habitualmente comprendidas en las definiciones y propósitos de la educación financiera, las de actitud, comportamiento y bienestar. La motivación es subrayar el rol fundamental del conocimiento como base de toda la pirámide, y, asimismo, propugnar una independencia de instrumentos. Las actitudes, los comportamientos y el bienestar requieren inexorablemente del conocimiento, pero esa dependencia no se da en sentido contrario.

Mientras más sólidos sean los cimientos, más factible será ascender en la escala de componentes. Es el conocimiento lo que se merece consagrarle un templo de devoción y de dedicación exclusiva. En otras salas se pueden abordar, por quienes libremente quieran proseguir el itinerario, otros componentes del edificio de la cultura financiera.

16 de noviembre de 2019

El retorno de Piketty: el gran salto hacia arriba

El libro “El capital en el siglo veintiuno”, del economista francés Thomas Piketty, se ha convertido, desde su publicación en el año 2013, en un auténtico best seller. Emulando a su predecesor, aparecido casi 150 años antes, ha tenido una gran influencia en la opinión pública y en el afianzamiento doctrinal de movimientos proclives al derrocamiento del capitalismo.

Ahora bien, a diferencia del autor de “Das Kapital”, las vías propuestas para ese objetivo se circunscriben fundamentalmente a la utilización de herramientas típicas de un Estado moderno, dotado de unas capacidades presupuestarias muy diferentes a los de la época victoriana.

Una de las medidas estrella propuestas por Piketty, en la referida obra de 2013, para poner freno al incremento de la desigualdad económica y a la acumulación de riqueza, era la aplicación de un impuesto global sobre el patrimonio de carácter progresivo. Para que nos hagamos una idea de su alcance, llegaba a decir que el impuesto ideal sobre el capital que proponía se asemejaba al vigente en algunos países europeos, entre los que se encuentra España (con una situación bastante diferente según la Comunidad Autónoma de que se trate).

La escala de gravamen planteada era del siguiente tenor: 0% para patrimonios inferiores a 1 millón de euros; un 1%, para patrimonios comprendidos entre 1 y 5 millones de euros; y un 2%, para importes superiores a 5 millones de euros.

En 2019, el influyente economista francés ha publicado un nuevo libro, con el título “Capital e ideología”. Quizás espoleado por el éxito alcanzado, consciente del margen de receptividad social y política mayoritaria para elevar las cargas fiscales de las personas mejor situadas, para dar un respaldo académico a las propuestas ya avanzadas por significados políticos, o por otras razones, lo cierto es que ha acelerado drásticamente el ritmo de su diapasón fiscal.

Piketty, movido por su deseo de atemperar la desigualdades económicas, considera que debe otorgarse una dotación de capital a cada joven adulto (por ejemplo, a la edad de 25 años). Para financiarla, y, al mismo tiempo, acabar con las excesivas concentraciones de la renta y la riqueza, propone ahora la puesta en marcha de un poderoso tridente impositivo, integrado por impuestos fuertemente progresivos sobre la renta, sobre el patrimonio, y sobre las herencias.

De forma ilustrativa, recoge unas tarifas de cada uno de dichos impuestos referenciando las bases imponibles a las respectivas cifras de las bases medias nacionales. Lo que no varía es el tipo de gravamen efectivo propuesto para niveles que representen 10.000 veces la correspondiente cifra media (para que nos hagamos una idea, un patrimonio de 2.000 millones de euros, o una renta de 200 millones de euros), que sitúa en el 90%.

No hace falta hacer cálculos muy complicados para tomar conciencia de que si alguien parte con un patrimonio (activos menos pasivos) de 2.000 millones de euros, al día siguiente del devengo impositivo, con la ingeniosa propuesta de Piketty se quedaría con 200, eso sí, bajo la hipótesis de que lograse vender inmediatamente sus activos (para el pago del tributo) sin deterioro de su precio. Por otro lado, si consigue llegar al final del segundo ejercicio con esos 200 millones, se quedaría con 20, y así sucesivamente.

A su vez, en la vertiente de la renta, la obtención de 200 millones de euros daría lugar a una renta neta de 20 millones. Finalmente, quien recibiese una herencia por importe de 10.000 veces el legado medio, se haría con una décima parte de la misma.

A diferencia del laconismo del Manifiesto Comunista, que se limitaba a propugnar un impuesto sobre la renta fuertemente progresivo, sin mayores aclaraciones, Piketty ofrece bastantes más detalles. Ahora bien, ha de reconocerse que el planteamiento del economista galo es más generoso para los capitalistas que el referido Manifiesto, toda vez que en este se incluye la medida de la supresión de todos los derechos de herencia. En cualquier caso, la aplicación de un impuesto potente sobre el patrimonio puede ser un arma bastante eficaz para acabar con el problema de raíz.

8 de noviembre de 2019

Los certámenes de debates entre estudiantes: conocimiento vs interpretación

En los últimos años se ha venido extendiendo la promoción de debates entre estudiantes de bachillerato. A través de la organización de certámenes de distintos grado y alcance, muchos son los alumnos que, como integrantes de equipos, se instruyen en esa faceta tan importante para el desenvolvimiento tanto en la esfera profesional como en la personal. Hay diferentes competiciones, locales, regionales, nacionales e internacionales. La mayoría de los participantes, después de haber acumulado una mínima experiencia en contiendas dialécticas reales, suelen exhibir una gran desenvoltura, un enorme desparpajo, y toda una suerte de habilidades escénicas. Una vez que se adentran en un tema, por muy espinoso que sea, les da igual actuar como defensores o como detractores. Y, lo que es más importante, se desinhiben y pierden por completo el miedo al ridículo, un lastre que puede ser tan atenazante y corrosivo.

En mi época, lejana época, como estudiante de enseñanza secundaria, no se conocían, o al menos no se experimentaban, técnicas tan modernas y avanzadas, a pesar de encontrar sus raíces en el mundo clásico. Sí teníamos, en cambio, la competición promovida por el programa televisivo “Cesta y puntos”. Con un planteamiento bastante más modesto, tenía una gran virtud: se centraba prácticamente en una única competencia. No hacía falta saber jugar al baloncesto, pese a la imagen preeminente y repetida de la típica canasta; tampoco se requerían muchas dotes interpretativas, todo lo más ser capaz de ejercer una portavocía.

El elemento fundamental era el conocimiento, es verdad que un mero conocimiento “epidérmico”, sin necesidad de acreditar argumentos ni explicaciones. No había que evidenciar dotes escénicas, ni capacidad de persuasión, ni versatilidad argumental. Se sabía o no la respuesta correcta; esa era la única, objetiva e inapelable vara de medir. Se trataba, en fin, de un instrumento bastante rudimentario, simple e incompleto, pero no había trampa ni cartón. El concurso era unidimensional, con la consiguiente ventaja de la sencillez de la evaluación.

En contraposición, los modernos (antiguos) debates son multidimensionales, rasgo este que conlleva el coste asociado de la dificultad de llevar a cabo una evaluación marcada por la objetividad y la nitidez. ¿Cómo juzgar, cómo valorar, cómo ponderar cada una de las competencias de los participantes, las cuales se mezclan en sus actuaciones? El ejercicio resulta más fácil cuando se trata de debatir en torno a una cuestión abierta y completamente opinable (vgr., elegir la montaña o la playa para las vacaciones), pero se torna bastante más arduo cuando la contienda se centra en una cuestión sujeta a cánones científicos (vgr., cómo impacta la aplicación de aranceles a la importación).

Una duda se abre hueco casi ineludiblemente. Asistimos a los turnos de intervenciones de dos equipos contendientes. Uno de ellos hace gala de unas extraordinarias dotes interpretativas y oratorias, pero hace aguas en el plano del conocimiento; en el otro se da justamente la situación contraria. ¿Cuál de los dos equipos debería proclamarse vencedor?

2 de noviembre de 2019

Al rescate de Nono Valdivieso, asediado por los gráficos: la clave está en el 9


Hacía tiempo que no tenía ninguna noticia de él. En verdad lo echaba de menos. Desde que, decepcionado por el rumbo que había tomado el mercado editorial, había empeñado su creativa e incisiva pluma en el vetusto monte de piedad, al menos eso me dijeron, el panorama literario no era el mismo sin él. Sin sus afilados dardos, el magister magistrorum había podido permanecer, en su acostumbrada postura beatífica, en su cetro incontestado, cual esfinge pétrea, disfrutando de su venerado imperio, que día tras día expande sus fronteras. La semana pasada, camino de El Ejido, en plena calle Carretería, me crucé con él, acompañado de algunos miembros de su cortejo habitual. Traté de saludarle cordialmente, pero no me respondió. No sé si porque no había empleado el obligado vocativo.

Ahora reaparecía de forma inesperada, a través de un intrigante correo electrónico, con el que adjuntaba un extraño gráfico. Inmediatamente me di cuenta de que aún no había superado completamente su graficofobia, que, durante años, le había martirizado. Algo que me resultaba totalmente inexplicable teniendo en cuenta sus grandes cualidades para el diseño geométrico y la visión arquitectónica. Tal vez la asociación de los gráficos con los contenidos económicos, o quizás alguna experiencia vivida en su  etapa escolar, habían generado en él esa suerte de relación traumática con las representaciones gráficas de datos numéricos.

Tras una serie de reflexiones, llegué a la conclusión de que el gráfico en cuestión podría ser objeto de la siguiente interpretación. Supongamos que dos personas (A y B) han nacido el mismo día, pero con una diferencia de 9 años. Así, cuando B cumple 10 años, A cumple 19; cuando B cumple 31, B cumple 40; cuando B llega a los 48, B tiene 57... Sucesivamente, la suma de los dígitos de la edad de cada uno coincide con la del otro (10, 4, 12, respectivamente, en los casos señalados). Sin embargo, la regla se quiebra cuando A llega a las edades representativas del final de las décadas, a partir de la segunda (20, 30, 40...). En estos supuestos, las diferencias entre las sumas de los dígitos, en un sentido u otro, ascienden a +/- 9.

Con gran ilusión, he trasladado esta posible explicación a Nono Valdivieso, pero aún no he obtenido ninguna respuesta suya.

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