16 de noviembre de 2019

El retorno de Piketty: el gran salto hacia arriba

El libro “El capital en el siglo veintiuno”, del economista francés Thomas Piketty, se ha convertido, desde su publicación en el año 2013, en un auténtico best seller. Emulando a su predecesor, aparecido casi 150 años antes, ha tenido una gran influencia en la opinión pública y en el afianzamiento doctrinal de movimientos proclives al derrocamiento del capitalismo.

Ahora bien, a diferencia del autor de “Das Kapital”, las vías propuestas para ese objetivo se circunscriben fundamentalmente a la utilización de herramientas típicas de un Estado moderno, dotado de unas capacidades presupuestarias muy diferentes a los de la época victoriana.

Una de las medidas estrella propuestas por Piketty, en la referida obra de 2013, para poner freno al incremento de la desigualdad económica y a la acumulación de riqueza, era la aplicación de un impuesto global sobre el patrimonio de carácter progresivo. Para que nos hagamos una idea de su alcance, llegaba a decir que el impuesto ideal sobre el capital que proponía se asemejaba al vigente en algunos países europeos, entre los que se encuentra España (con una situación bastante diferente según la Comunidad Autónoma de que se trate).

La escala de gravamen planteada era del siguiente tenor: 0% para patrimonios inferiores a 1 millón de euros; un 1%, para patrimonios comprendidos entre 1 y 5 millones de euros; y un 2%, para importes superiores a 5 millones de euros.

En 2019, el influyente economista francés ha publicado un nuevo libro, con el título “Capital e ideología”. Quizás espoleado por el éxito alcanzado, consciente del margen de receptividad social y política mayoritaria para elevar las cargas fiscales de las personas mejor situadas, para dar un respaldo académico a las propuestas ya avanzadas por significados políticos, o por otras razones, lo cierto es que ha acelerado drásticamente el ritmo de su diapasón fiscal.

Piketty, movido por su deseo de atemperar la desigualdades económicas, considera que debe otorgarse una dotación de capital a cada joven adulto (por ejemplo, a la edad de 25 años). Para financiarla, y, al mismo tiempo, acabar con las excesivas concentraciones de la renta y la riqueza, propone ahora la puesta en marcha de un poderoso tridente impositivo, integrado por impuestos fuertemente progresivos sobre la renta, sobre el patrimonio, y sobre las herencias.

De forma ilustrativa, recoge unas tarifas de cada uno de dichos impuestos referenciando las bases imponibles a las respectivas cifras de las bases medias nacionales. Lo que no varía es el tipo de gravamen efectivo propuesto para niveles que representen 10.000 veces la correspondiente cifra media (para que nos hagamos una idea, un patrimonio de 2.000 millones de euros, o una renta de 200 millones de euros), que sitúa en el 90%.

No hace falta hacer cálculos muy complicados para tomar conciencia de que si alguien parte con un patrimonio (activos menos pasivos) de 2.000 millones de euros, al día siguiente del devengo impositivo, con la ingeniosa propuesta de Piketty se quedaría con 200, eso sí, bajo la hipótesis de que lograse vender inmediatamente sus activos (para el pago del tributo) sin deterioro de su precio. Por otro lado, si consigue llegar al final del segundo ejercicio con esos 200 millones, se quedaría con 20, y así sucesivamente.

A su vez, en la vertiente de la renta, la obtención de 200 millones de euros daría lugar a una renta neta de 20 millones. Finalmente, quien recibiese una herencia por importe de 10.000 veces el legado medio, se haría con una décima parte de la misma.

A diferencia del laconismo del Manifiesto Comunista, que se limitaba a propugnar un impuesto sobre la renta fuertemente progresivo, sin mayores aclaraciones, Piketty ofrece bastantes más detalles. Ahora bien, ha de reconocerse que el planteamiento del economista galo es más generoso para los capitalistas que el referido Manifiesto, toda vez que en este se incluye la medida de la supresión de todos los derechos de herencia. En cualquier caso, la aplicación de un impuesto potente sobre el patrimonio puede ser un arma bastante eficaz para acabar con el problema de raíz.

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