12 de abril de 2021

El nuevo consenso de Washington: ¿qué clase de vino, qué clase de odres?

Desde hace ya bastante tiempo, especialmente desde que se desencadenó la gran crisis económica y financiera internacional de 2007-2008, evocar el consenso de Washington es algo así como mencionar al maligno. Dicho consenso hace referencia a las directrices emanadas de los principales organismos económicos internacionales, con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), ambos con sede en Washington, a la cabeza, a mediados de los años 90 del pasado siglo, para orientar la actividad del sector público.

Aunque es bastante discutible que el citado consenso se siguiera a pies juntillas en un mundo caracterizado por cursos de acción bastante divergentes, el coro de acusaciones para imputarlo como presunto culpable de casi todos los males terrenales ha rozado la unanimidad. No faltan, sin embargo, algunos lobos esteparios que se han atrevido a desafiar las tesis correctas, aun a costa de verse abocados a compartir condena. Uno de esos solitarios disidentes, para mayor sorpresa, se mueve dentro del territorio de una congregación religiosa particularmente beligerante, por parte de sus máximos representantes, con las posiciones de corte liberal. Merecerá la pena, siquiera como observación de una postura exótica, en otro momento, echar una mirada a esa posición claramente heterodoxa, hoy día arrinconada y vilipendiada.

Por varios motivos, recuerdo con nostalgia aquella época en la que daba la impresión de que nos adentrábamos en una senda en la que parecía posible ir superando los grandes problemas económicos, y en la que las democracias liberales aparecían como una conquista irreversible. Las expectativas, desafortunadamente, no se cumplieron, y luego nos topamos con una realidad bien distinta, una vez que el espejismo llegó a desvanecerse.

Acudo a las páginas de aquel proyecto docente que hube de elaborar durante los años 1998 y 1999, a fin de recordar las directrices del consenso de Washington, que podían resumirse en el siguiente decálogo: a) disciplina presupuestaria; b) cambios en las prioridades del gasto público desde las áreas menos productivas a otras, como sanidad, educación e infraestructuras, consideradas como las más productivas y las más efectivas en la lucha contra la pobreza; c) reforma fiscal encaminada a buscar bases imponibles amplias y tipos marginales moderados; d) liberalización financiera; e) búsqueda y mantenimiento de tipos de cambio competitivos; f) liberalización comercial; g) política de apertura respecto a la inversión extranjera directa; h) política de privatizaciones; i) política desreguladora; y j) derechos de propiedad firmemente establecidos y garantizados.

A continuación, en las mismas páginas, se señalaba que el anterior decálogo de propuestas podía sintetizarse en los siguientes cuatro aspectos fundamentales: i) un marco macroeconómico equilibrado; ii) un gobierno de menor tamaño y más eficiente; iii) un sector privado eficiente y en expansión; y iv) políticas destinadas a la reducción de la pobreza.

Más de veinte años después, el marco económico y el panorama doctrinal han cambiado drásticamente. A raíz de las reuniones de primavera del FMI y del BM de 2021, se ha afirmado que ha emergido un nuevo consenso de Washington, de connotaciones muy diferentes. Un cambio de paradigma de este calibre no surge de manera espontánea en una convención anual. Antes al contrario, la mutación se había venido larvando desde hace años. Y, a pesar de que es ahora cuando, de manera explícita, se perfila un nuevo recetario, los numerosos informes publicados desde el año 2007 atestiguan que no se ha producido una ruptura sino, más bien, un proceso evolutivo que ahora aflora con más brío.

Uno de los analistas que con más entusiasmo ha acogido la eclosión de la nueva encíclica es Martin Sandbu, defensor a ultranza de los postulados keynesianos, destacado columnista de un periódico como el Financial Times que no parece sentir demasiada nostalgia por el periclitado, desde hace tiempo, primigenio consenso de Washington.

La nueva doctrina económica es desarrollada en un reciente informe del FMI[1]. Sandbu efectúa una síntesis de la misma en los siguientes términos[2]: i) realización de un elevado gasto en salud pública; ii) asignación del gasto público a aquellos usos que generen un mayor “valor a cambio del dinero”; iii) relajación acerca de los déficits públicos masivos en los países desarrollados; iv) respaldo a “contribuciones para la recuperación”, a concretar en impuestos extraordinarios de solidaridad con cargo a las personas ricas, e impuestos sobre beneficios empresariales extraordinarios; v) aprobación de impuestos sobre el patrimonio; vi) preocupación por la desigualdad; y vii) recuperación de un papel activista para el Estado.

El propio FMI recomienda las siguientes respuestas de la política económica[3]: a) invertir más y mejor en educación, salud, y desarrollo de la infancia temprana; b) fortalecer las redes de seguridad social expandiendo la cobertura de los más vulnerables, y aumentando la adecuación de las prestaciones; c) obtener los recursos necesarios, mediante el aumento de la progresividad de la imposición sobre la renta y un mayor recurso a impuestos sobre la propiedad, y sobre las herencias y donaciones; d) actuar de una manera transparente; e) apoyar a los países de baja renta que afrontan desafíos especialmente abrumadores.

En el resumen ejecutivo del informe, el FMI llega a destacar un resultado obtenido en una encuesta reciente realizada en Estados Unidos: “si un miembro de una familia contrae la enfermedad de la COVID-19 o pierde el empleo, la probabilidad de favorecer la imposición progresiva aumenta 15 puntos porcentuales”[4], respecto a quienes no sufren tales adversidades. Un resultado sin duda sugerente desde el punto de vista de la Sociología Financiera, además, naturalmente, desde un prisma didáctico, en relación con el conocimiento de la noción de progresividad y su concreción en la práctica. 

Y, cómo no, para los estudiosos de la Economía del Sector Público, el nuevo manifiesto económico es una interesante oportunidad para discernir -a expensas de una posible coincidencia estimada de continente y contenido- qué dictamen cabe proclamar: ¿vino nuevo en odres viejos, o vino viejo en odres nuevos?


[1] FMI, “Fiscal Monitor. A Fair Shot”, abril 2021.

[2] M. Sandbu, “A new Washington consensus is born”, Financial Times, 11 de abril de 2021.

[3] FMI, op. cit., págs. xii-xiii.

[4] FMI, op. cit., pág. xiii. Dentro del informe se efectúan algunas matizaciones (pág. 43). 

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