Según Barney Jopson, corresponsal del diario
Financial Times en Barcelona (“The cost of Europe’s backlash against tourists”,
julio 2024), turismofobia es la palabra de moda de este verano en
diversos lugares de España, entre los que cita Málaga, donde ha habido
movilizaciones recientes anti-turismo.
Ciertamente, hoy día es un tormento pasear por
la calle Larios, detenerse en los aledaños de la Catedral, o recrearse con las
vistas del Teatro Romano. Qué curioso. Hasta hace poco, eran reclamos que se
exhibían con la intención de mostrar los atractivos culturales de una ciudad
que antaño se publicitaba como “ciudad de invierno”. Apenas si tenía hoteles
donde alejar a los visitantes, que se antojaban escasos y esquivos. Las cosas
han cambiado bastante, y ya ni siquiera se puede circular en coche por la calle
principal ni aparcar en la plaza matriz.
Los espacios urbanos (y no urbanos) públicos,
las fachadas de los monumentos y otros elementos de la trama municipal constituyen
una suerte de bienes comunales. Si no se ponen cortapisas o trabas
regulatorias, todo el mundo tiene derecho a disfrutarlos presencialmente. Si no
existe la posibilidad de practicar algún tipo de filtro o exclusión, es muy
probable que este tipo de bienes, si son valiosos, se vean sometidos a una
sobreutilización. Y qué decir de las playas y los recursos naturales. ¿Quién
tiene derecho a disfrutar de los bienes y servicios de carácter local?
“Al turismo… una sonrisa, ¿o un
impuesto?”, nos venimos planteando desde hace tiempo[1], como también
reflexionamos sobre su importancia económica[2]. En verdad, la masificación
es un gran problema, sobre todo cuando alguien invade “nuestro territorio”,
pero, para quienes nos criamos en una época en la que se agasajaba al turista,
al que se mimaba, en una dura pugna con otros destinos turísticos,
conceptualmente resulta difícil asimilar la idea de rechazarlo ahora. Además, algunos
de los visitantes no eran sino emigrantes locales que regresaban cada año a su querida
tierra. Málaga y la Costa del Sol deben mucho a los flujos de visitantes
estacionales y a quienes decidieron instalarse aquí.
Ahora bien, percepciones más o
menos románticas al margen, es innegable que la nueva situación implica un gran
desafío por razones de mera capacidad técnica. Es algo que tampoco se puede obviar,
y que, en vez de un rechazo frontal, requiere de una reflexión sosegada y de la
articulación de medidas sensatas que posibiliten un disfrute compartido
racional y sostenible en el tiempo.
Como afirma Jopson, “España se está
convirtiendo en un caso de prueba europeo de si la furia puede transformarse en
una fuerza para la renovación – y no la desestabilización. Después de todo,
rechazar un sector que es la savia económica de muchos sitios es peligroso”.
En el citado artículo se efectúa
una clasificación de los remedios propuestos para afrontar el “sobreturismo” en
varias categorías: a) implantar controles más estrictos por los gobiernos regionales
y municipales (limitación de las viviendas turísticas, de las llegadas de
cruceros…); b) restringir el turismo en masa y sustituirlo por un turismo
selectivo de alto poder adquisitivo; c) realizar inversiones para aumentar la
capacidad de acogida; d) promover el “decrecimiento”, o reducir la cifra de turistas
internacionales, sobre la base del rechazo de que el viaje al extranjero es un
derecho y de la necesidad de reducir las emisiones de carbono; e) aplicar
impuestos al turismo para frenar a los visitantes.
También se hace eco de la opinión de
un comerciante barcelonés: “La mayoría de quienes protestan [contra los
visitantes turísticos] puede que mañana vayan a Roma o a París. Todos somos turistas
hoy”.
El problema es también abordado por
la revista The Economist en su último número: “The travel boom: all inclusive”,
agosto 2024. Según su punto de vista, “los argumentos que están detrás de las
protestas [contra el turismo] están mal orientados -como muchas de la políticas
que inspiran. El turismo es una fuente útil de ingresos. Los políticos deben
encontrar vías de lograr que sea más llevadero y lucrativo al mismo tiempo.
Éstas no incluyen prohibiciones sobre los turistas o hacer que los destinos
sean menos atractivos. En su lugar, los países deben perseguir una solución más
capitalista, ejerciendo su poder de aplicar precios”, lo que daría paso a la
extensión de impuestos… [TBC] pero más vale ir pensando en algún que otro trilema
o, simplemente, reconocer algún dilema entre objetivos no transaccionales.