8 de agosto de 2024

Turismo: de la atracción al rechazo

 

Según Barney Jopson, corresponsal del diario Financial Times en Barcelona (“The cost of Europe’s backlash against tourists”, julio 2024), turismofobia es la palabra de moda de este verano en diversos lugares de España, entre los que cita Málaga, donde ha habido movilizaciones recientes anti-turismo.

Ciertamente, hoy día es un tormento pasear por la calle Larios, detenerse en los aledaños de la Catedral, o recrearse con las vistas del Teatro Romano. Qué curioso. Hasta hace poco, eran reclamos que se exhibían con la intención de mostrar los atractivos culturales de una ciudad que antaño se publicitaba como “ciudad de invierno”. Apenas si tenía hoteles donde alejar a los visitantes, que se antojaban escasos y esquivos. Las cosas han cambiado bastante, y ya ni siquiera se puede circular en coche por la calle principal ni aparcar en la plaza matriz.

Los espacios urbanos (y no urbanos) públicos, las fachadas de los monumentos y otros elementos de la trama municipal constituyen una suerte de bienes comunales. Si no se ponen cortapisas o trabas regulatorias, todo el mundo tiene derecho a disfrutarlos presencialmente. Si no existe la posibilidad de practicar algún tipo de filtro o exclusión, es muy probable que este tipo de bienes, si son valiosos, se vean sometidos a una sobreutilización. Y qué decir de las playas y los recursos naturales. ¿Quién tiene derecho a disfrutar de los bienes y servicios de carácter local?

“Al turismo… una sonrisa, ¿o un impuesto?”, nos venimos planteando desde hace tiempo[1], como también reflexionamos sobre su importancia económica[2]. En verdad, la masificación es un gran problema, sobre todo cuando alguien invade “nuestro territorio”, pero, para quienes nos criamos en una época en la que se agasajaba al turista, al que se mimaba, en una dura pugna con otros destinos turísticos, conceptualmente resulta difícil asimilar la idea de rechazarlo ahora. Además, algunos de los visitantes no eran sino emigrantes locales que regresaban cada año a su querida tierra. Málaga y la Costa del Sol deben mucho a los flujos de visitantes estacionales y a quienes decidieron instalarse aquí.

Ahora bien, percepciones más o menos románticas al margen, es innegable que la nueva situación implica un gran desafío por razones de mera capacidad técnica. Es algo que tampoco se puede obviar, y que, en vez de un rechazo frontal, requiere de una reflexión sosegada y de la articulación de medidas sensatas que posibiliten un disfrute compartido racional y sostenible en el tiempo.

Como afirma Jopson, “España se está convirtiendo en un caso de prueba europeo de si la furia puede transformarse en una fuerza para la renovación – y no la desestabilización. Después de todo, rechazar un sector que es la savia económica de muchos sitios es peligroso”.

En el citado artículo se efectúa una clasificación de los remedios propuestos para afrontar el “sobreturismo” en varias categorías: a) implantar controles más estrictos por los gobiernos regionales y municipales (limitación de las viviendas turísticas, de las llegadas de cruceros…); b) restringir el turismo en masa y sustituirlo por un turismo selectivo de alto poder adquisitivo; c) realizar inversiones para aumentar la capacidad de acogida; d) promover el “decrecimiento”, o reducir la cifra de turistas internacionales, sobre la base del rechazo de que el viaje al extranjero es un derecho y de la necesidad de reducir las emisiones de carbono; e) aplicar impuestos al turismo para frenar a los visitantes.

También se hace eco de la opinión de un comerciante barcelonés: “La mayoría de quienes protestan [contra los visitantes turísticos] puede que mañana vayan a Roma o a París. Todos somos turistas hoy”.

El problema es también abordado por la revista The Economist en su último número: “The travel boom: all inclusive”, agosto 2024. Según su punto de vista, “los argumentos que están detrás de las protestas [contra el turismo] están mal orientados -como muchas de la políticas que inspiran. El turismo es una fuente útil de ingresos. Los políticos deben encontrar vías de lograr que sea más llevadero y lucrativo al mismo tiempo. Éstas no incluyen prohibiciones sobre los turistas o hacer que los destinos sean menos atractivos. En su lugar, los países deben perseguir una solución más capitalista, ejerciendo su poder de aplicar precios”, lo que daría paso a la extensión de impuestos… [TBC] pero más vale ir pensando en algún que otro trilema o, simplemente, reconocer algún dilema entre objetivos no transaccionales.



[1] Blog “Tiempo Vivo”, 14-5-2019.

[2] Ibíd., 7-10-2020.


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