Bartleby trabajaba al principio sin
tregua ni descanso, entregado a su actividad de amanuense, allí en la oficina
de un abogado radicada en el “número X” de Wall Street. Aparente trabajador
incansable, su celo laboral contrastaba abiertamente con su educada y pasmosa
reticencia a ayudar a su jefe en la fase de revisión de las copias de los
documentos. “Preferiría no hacerlo”,
se limitaba a decir, con total serenidad y compostura. Primero ante la petición
de tareas concretas, luego ante la demanda del desempeño de su actividad, más
adelante cuando se le invita a abandonar las dependencias del bufete, y así
sucesivamente.
Extraño
cuento el de Melville, extraño y oscuro personaje el que retrata en “Bartleby, el escribiente”. Extraña
también la pauta seguida por el semanario económico de referencia mundial, The Economist. Sus artículos no van
firmados, pero son fruto de autores individuales, lo cual se constata en
términos curriculares y por la propia revista. Cada una de las columnas
semanales, presentadas bajo un rótulo de cabecera, tiene su autor reconocido,
aunque no directamente en cada número.
En
mayo de 2018 arrancó una nueva columna denominada Bartleby, en alusión al deprimente y exasperante personaje
melvilliano. La columna está dedicada al campo de la gestión empresarial y al
trabajo. En la primera entrega se afirmaba que “El trabajo es como un amante caprichoso cuyas incesantes demandas causan
resentimiento pero se echan de menos cuando faltan”, y antes se destacaba
que “El inquietante cuento de Melville
sobre un contumaz escribiente sigue teniendo relevancia hoy día”.
El
responsable de la columna es una de las más prestigiosas firmas de la revista,
profesional con una larga trayectoria, y autor de ensayos de contenido
económico y financiero de gran relieve. Cabe destacar la obra «Paper
Promises. Money, Debt and the New World Order» (Allen Lane, Penguin, Londres, 2011)[1].
Últimamente me he encontrado con varias personas, algunas de ellas integrantes
del equipo de trabajo de Edufinet,
que me han ensalzado las columnas semanales de Bartleby. Todas las que he leído son ciertamente de extraordinaria
calidad, de gran interés y de enorme agudeza analítica. Algunos de tales
artículos han sido objeto de comentario o cita en este blog.
Quien
haya trabajado en una oficina seguramente es conocedor del extenso repertorio
de personajes peculiares que pueden poblar el hábitat. En una oficina o en
cualquier otro entorno laboral. Es posible que el personaje de Melville encarne
un tipo de reto con el que se tenga que enfrentar un gestor de personal, aunque
se antoja un tanto difícil que pueda representar a una persona comprometida y
entregada a su responsabilidad profesional.
Prefería no
hacerlo, no
tener que pronunciarme sobre la breve
obra antes referida del autor de Moby
Dick. Sería un trabajo arduo que requeriría de una dedicación y de unas competencias
especiales. En cualquier caso, creo que elegiría a Bartleby más bien para una columna especializada en Psicología,
aunque tal vez, haya de admitirlo, podría ser una buena excusa para abordar
temas relacionados con la Economía del comportamiento.
Con
todo, para lo primero me vienen a la memoria las imágenes de otros personajes
literarios, como Stevens o Betteredge, aunque no fueran
oficinistas. En mi círculo familiar o de personas cercanas, en su mayor parte
ya extinguido, encuentro diversos modelos para mí insuperables, cada uno a su
modo. Cierro los ojos y los veo aparecer, uno tras otro. Me doy cuenta de que
sus figuras se han engrandecido con el paso de tiempo. Todos ellos, a través de
las columnas que relatan su experiencia, Endless
work, Duty first, Pride and sacrifice, Always on time, Respect for all, Responsibility
in every job, Every job matters…,
siguen siendo un ejemplo que ilumina y da fuerzas en un camino lleno de
sombras.
También
el empleador de Bartleby exhibe unas
grandes cualidades como gestor de de difíciles situaciones protagonizadas por
empleados singulares. Se puede aprender bastante de su comportamiento y de su
grado de dominio y control. Y también de la conducta del escribiente, cuyo
simple conocimiento es garantía para entrar en una honda depresión: “… había sido un empleado subalterno de la
Oficina de Cartas Muertas de Washington, de donde lo habían despedido sin
previo aviso… Con sus mensajes de vida, esas cartas corren hacia la muerte”[2].