11 de abril de 2021

Bartleby encuentra empleo en The Economist: Coggan al rescate de Melville

 

Bartleby trabajaba al principio sin tregua ni descanso, entregado a su actividad de amanuense, allí en la oficina de un abogado radicada en el “número X” de Wall Street. Aparente trabajador incansable, su celo laboral contrastaba abiertamente con su educada y pasmosa reticencia a ayudar a su jefe en la fase de revisión de las copias de los documentos. “Preferiría no hacerlo”, se limitaba a decir, con total serenidad y compostura. Primero ante la petición de tareas concretas, luego ante la demanda del desempeño de su actividad, más adelante cuando se le invita a abandonar las dependencias del bufete, y así sucesivamente.

Extraño cuento el de Melville, extraño y oscuro personaje el que retrata en “Bartleby, el escribiente”. Extraña también la pauta seguida por el semanario económico de referencia mundial, The Economist. Sus artículos no van firmados, pero son fruto de autores individuales, lo cual se constata en términos curriculares y por la propia revista. Cada una de las columnas semanales, presentadas bajo un rótulo de cabecera, tiene su autor reconocido, aunque no directamente en cada número.

En mayo de 2018 arrancó una nueva columna denominada Bartleby, en alusión al deprimente y exasperante personaje melvilliano. La columna está dedicada al campo de la gestión empresarial y al trabajo. En la primera entrega se afirmaba que “El trabajo es como un amante caprichoso cuyas incesantes demandas causan resentimiento pero se echan de menos cuando faltan”, y antes se destacaba que “El inquietante cuento de Melville sobre un contumaz escribiente sigue teniendo relevancia hoy día”.

El responsable de la columna es una de las más prestigiosas firmas de la revista, profesional con una larga trayectoria, y autor de ensayos de contenido económico y financiero de gran relieve. Cabe destacar la obra «Paper Promises. Money, Debt and the New World Order» (Allen Lane, Penguin, Londres, 2011)[1]. Últimamente me he encontrado con varias personas, algunas de ellas integrantes del equipo de trabajo de Edufinet, que me han ensalzado las columnas semanales de Bartleby. Todas las que he leído son ciertamente de extraordinaria calidad, de gran interés y de enorme agudeza analítica. Algunos de tales artículos han sido objeto de comentario o cita en este blog.

Quien haya trabajado en una oficina seguramente es conocedor del extenso repertorio de personajes peculiares que pueden poblar el hábitat. En una oficina o en cualquier otro entorno laboral. Es posible que el personaje de Melville encarne un tipo de reto con el que se tenga que enfrentar un gestor de personal, aunque se antoja un tanto difícil que pueda representar a una persona comprometida y entregada a su responsabilidad profesional.

Prefería no hacerlo, no tener que pronunciarme sobre la breve obra antes referida del autor de Moby Dick. Sería un trabajo arduo que requeriría de una dedicación y de unas competencias especiales. En cualquier caso, creo que elegiría a Bartleby más bien para una columna especializada en Psicología, aunque tal vez, haya de admitirlo, podría ser una buena excusa para abordar temas relacionados con la Economía del comportamiento.

Con todo, para lo primero me vienen a la memoria las imágenes de otros personajes literarios, como Stevens o Betteredge, aunque no fueran oficinistas. En mi círculo familiar o de personas cercanas, en su mayor parte ya extinguido, encuentro diversos modelos para mí insuperables, cada uno a su modo. Cierro los ojos y los veo aparecer, uno tras otro. Me doy cuenta de que sus figuras se han engrandecido con el paso de tiempo. Todos ellos, a través de las columnas que relatan su experiencia, Endless work, Duty first, Pride and sacrifice, Always on time, Respect for all, Responsibility in every job, Every job matters…, siguen siendo un ejemplo que ilumina y da fuerzas en un camino lleno de sombras.

También el empleador de Bartleby exhibe unas grandes cualidades como gestor de de difíciles situaciones protagonizadas por empleados singulares. Se puede aprender bastante de su comportamiento y de su grado de dominio y control. Y también de la conducta del escribiente, cuyo simple conocimiento es garantía para entrar en una honda depresión: “… había sido un empleado subalterno de la Oficina de Cartas Muertas de Washington, de donde lo habían despedido sin previo aviso… Con sus mensajes de vida, esas cartas corren hacia la muerte[2].



[1] Una reseña se recoge en “Promesas de papel: las raíces del mal. La crisis de la deuda según Philip Coggan”, eXtoikos, nº 8, 2012.

[2] Herman Melville, “Bartleby, el escribiente. Una historia de Wall Street”, Ed. Navona Ineludibles, 2019, págs. 104-105.

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