21 de abril de 2024

La Economía de las Parábolas

 

La profesión de la fe cristiana es motivo evidente para aproximarse a los textos bíblicos, pero hay otras razones no desdeñables. La destreza narrativa, la fuerza arrebatadora de las historias descritas, el halo misterioso que las envuelve, la profusión de reglas morales que contienen, las enseñanzas que pueden extraerse, o la introspección psicológica a la que invitan son, entre otros, atractivos que superan los límites de las afinidades religiosas. Es la Biblia también una fuente inspiradora para el estudio de cuestiones económicas.

Particular interés doctrinal tienen las parábolas, recurso literario empleado por Jesucristo “para anunciar a todos el mensaje del reino de Dios”. El Papa Benedicto XVI sentenció que “las parábolas son indudablemente el corazón de la predicación de Jesús”. Si bien, a tenor de esta exégesis, no son de extrañar las dudas interpretativas que puedan surgir: “A vosotros se os ha dado el misterio de Dios; en cambio a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que ‘por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan’” (Marcos, 4-11).

Consciente de que muchas de sus enseñanzas resultan contraintuitivas y difíciles de entender, Robert Sirico (“La economía de las parábolas, Deusto, 2024) trata de rasgar el velo que protege las palabras de Jesús en formato parabólico para desentrañar el significado económico y las pautas éticas que se pueden proyectar en la sociedad actual. Según este sacerdote católico estadounidense, las parábolas “son tan contemporáneas como cualquier moderno manual de ética empresarial”. Consciente de que la gestión de la economía es inseparable de la política, aspira a “corregir la politización de las Escrituras que [se ha] encontrado a lo largo de estos años”.

En su libro, efectúa un análisis de una docena de parábolas con un perceptible contenido económico. En la del tesoro escondido, incide en la licitud de los intercambios comerciales, y subraya que la obligación primordial de conocer el valor de una propiedad recae en su dueño. Queda en el aire la duda de si, en su caso, el comprador de un terreno tiene la obligación o no de revelar a su propietario que hay un tesoro escondido en él.

En la de la perla, reivindica la figura del mercader, como empresario, persona que descubre algo de gran valor y está dispuesta a correr riesgos para obtenerlo. Como en otros pasajes, muestra su respaldo a la propiedad privada, toda vez que “el acuerdo permite que lo que se posee de forma privada tenga un precio y se venda en el mercado a otros propietarios potenciales”. La misma idea se repite en la parábola del sembrador, donde sostiene que “la falta de propiedad suele desembocar en el caos”, y destaca que la moderna concepción de la “tragedia de los comunes” fue, de hecho, fundamentada por Santo Tomás de Aquino. Asimismo, citando a San Juan Pablo II, entiende que el beneficio es una indicación de que un negocio funciona bien.

La de los trabajadores de la viña sirve para argumentar, en contraposición con los postulados marxistas, que las recompensas en una economía de mercado dependen del valor subjetivo atribuido a los productos finales. En la del rico insensato recuerda que la redistribución de la riqueza requiere que previamente ésta se haya creado. La defensa de las prácticas de prestar y tomar prestado se desprende de la parábola de los dos deudores, mientras que en la de los talentos se defiende el ejercicio de la creatividad frente a la pasividad en la administración de los recursos.

La necesidad de realizar una evaluación antes de emprender un proyecto, la concepción de una economía moderna como un proceso de construcción o edificación, las exigencias permanentes para los empresarios en una economía competitiva, y la obligación de rendir cuentas surgen en relación con otras parábolas. En la del buen samaritano, reflexiona en torno a cómo el Estado moderno ha ido suplantando cada vez más esa figura. En fin, la equidad, como elemento esencial para mantener ordenadas las relaciones sociales, es abordada en conexión con la parábola del hijo pródigo.

Según Robert Sirico, “los principios morales establecidos en las enseñanzas de Cristo y sus apóstoles forman el sistema de valores a partir del cual los creyentes toman decisiones económicas, pero esto no debe confundirse con ninguna noción de ‘economía bíblica’ per se”, lo que no impide reconocer que aquellos han influido en la Economía. Frente a otras interpretaciones de la Biblia, Sirico lleva a cabo una apasionada defensa de la libertad y de la economía de mercado, que considera compatibles con los mensajes bíblicos. Asevera que el cristianismo nunca ha enseñado que la riqueza como tal sea mala, sino que ha advertido contra vicios como la avaricia y la codicia: “El antídoto cristiano contra los vicios mencionados no se encuentra en un Estado grande y redistribuidor… sino en el difícil cultivo de una vida interior de virtudes”.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



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