La profesión de la fe
cristiana es motivo evidente para aproximarse a los textos bíblicos, pero hay
otras razones no desdeñables. La destreza narrativa, la fuerza arrebatadora de
las historias descritas, el halo misterioso que las envuelve, la profusión de reglas
morales que contienen, las enseñanzas que pueden extraerse, o la introspección
psicológica a la que invitan son, entre otros, atractivos que superan los
límites de las afinidades religiosas. Es la Biblia también una fuente
inspiradora para el estudio de cuestiones económicas.
Particular interés doctrinal
tienen las parábolas, recurso literario empleado por Jesucristo “para anunciar
a todos el mensaje del reino de Dios”. El Papa Benedicto XVI sentenció que “las
parábolas son indudablemente el corazón de la predicación de Jesús”. Si bien, a
tenor de esta exégesis, no son de extrañar las dudas interpretativas que puedan
surgir: “A vosotros se os ha dado el misterio de Dios; en cambio a los de fuera
todo se les presenta en parábolas, para que ‘por más que miren, no vean, por
más que oigan, no entiendan’” (Marcos, 4-11).
Consciente de que muchas de
sus enseñanzas resultan contraintuitivas y difíciles de entender, Robert Sirico
(“La economía de las parábolas, Deusto, 2024) trata de rasgar el velo que
protege las palabras de Jesús en formato parabólico para desentrañar el
significado económico y las pautas éticas que se pueden proyectar en la
sociedad actual. Según este sacerdote católico estadounidense, las parábolas
“son tan contemporáneas como cualquier moderno manual de ética empresarial”.
Consciente de que la gestión de la economía es inseparable de la política,
aspira a “corregir la politización de las Escrituras que [se ha] encontrado a
lo largo de estos años”.
En su libro, efectúa un
análisis de una docena de parábolas con un perceptible contenido económico. En
la del tesoro escondido, incide en la licitud de los intercambios comerciales,
y subraya que la obligación primordial de conocer el valor de una propiedad
recae en su dueño. Queda en el aire la duda de si, en su caso, el comprador de
un terreno tiene la obligación o no de revelar a su propietario que hay un
tesoro escondido en él.
En la de la perla, reivindica
la figura del mercader, como empresario, persona que descubre algo de gran
valor y está dispuesta a correr riesgos para obtenerlo. Como en otros pasajes,
muestra su respaldo a la propiedad privada, toda vez que “el acuerdo permite
que lo que se posee de forma privada tenga un precio y se venda en el mercado a
otros propietarios potenciales”. La misma idea se repite en la parábola del
sembrador, donde sostiene que “la falta de propiedad suele desembocar en el
caos”, y destaca que la moderna concepción de la “tragedia de los comunes” fue,
de hecho, fundamentada por Santo Tomás de Aquino. Asimismo, citando a San Juan
Pablo II, entiende que el beneficio es una indicación de que un negocio
funciona bien.
La de los trabajadores de la
viña sirve para argumentar, en contraposición con los postulados marxistas, que
las recompensas en una economía de mercado dependen del valor subjetivo
atribuido a los productos finales. En la del rico insensato recuerda que la
redistribución de la riqueza requiere que previamente ésta se haya creado. La
defensa de las prácticas de prestar y tomar prestado se desprende de la
parábola de los dos deudores, mientras que en la de los talentos se defiende el
ejercicio de la creatividad frente a la pasividad en la administración de los
recursos.
La necesidad de realizar una
evaluación antes de emprender un proyecto, la concepción de una economía
moderna como un proceso de construcción o edificación, las exigencias
permanentes para los empresarios en una economía competitiva, y la obligación
de rendir cuentas surgen en relación con otras parábolas. En la del buen
samaritano, reflexiona en torno a cómo el Estado moderno ha ido suplantando
cada vez más esa figura. En fin, la equidad, como elemento esencial para
mantener ordenadas las relaciones sociales, es abordada en conexión con la
parábola del hijo pródigo.
Según Robert Sirico, “los
principios morales establecidos en las enseñanzas de Cristo y sus apóstoles
forman el sistema de valores a partir del cual los creyentes toman decisiones
económicas, pero esto no debe confundirse con ninguna noción de ‘economía
bíblica’ per se”, lo que no impide reconocer que aquellos han influido en la
Economía. Frente a otras interpretaciones de la Biblia, Sirico lleva a cabo una
apasionada defensa de la libertad y de la economía de mercado, que considera
compatibles con los mensajes bíblicos. Asevera que el cristianismo nunca ha
enseñado que la riqueza como tal sea mala, sino que ha advertido contra vicios
como la avaricia y la codicia: “El antídoto cristiano contra los vicios
mencionados no se encuentra en un Estado grande y redistribuidor… sino en el
difícil cultivo de una vida interior de virtudes”.
(Artículo publicado en el
diario “Sur”)