17 de abril de 2021

Las obras de arte como testimonio y como premonición

Hay pinturas en las que subyace algún detalle, algún mensaje o algún código que permanecen ocultos a la mirada del espectador. En otras ocasiones están aquéllos totalmente a la vista, pero amparados en figuras alegóricas o en una simbología cuya significación queda reservada sólo para ojos adiestrados. También hay obras en las que no se utiliza este tipo de recursos y que muestran su significado de manera directa y palmaria.

Después de reflexionar sobre los contornos de la sociedad postpandémica reseñados en el artículo publicado en este blog el pasado jueves, una imagen –diría que casi inevitablemente- me vino a la mente.

Existen estudios que muestran la experiencia histórica de los “defaults” de deuda soberana en el mundo desde mediados del siglo XIV hasta nuestros días[1]. Pese al notorio papel de España, en perspectiva histórica, en el inventario de tales impagos, no puede decirse que sea una práctica que responda a la idiosincrasia hispana, ni, mucho menos, con exclusividad. Tras muchas escaramuzas y vicisitudes en las relaciones de Carlos V con sus banqueros, el primer episodio de “default” así reconocido aconteció poco después, en el año 1557, bajo el reinado de Felipe II[2]. Hacia esa fecha, la deuda, entre capital e intereses, que Carlos V había acumulado con la familia Fugger ascendía a 7 millones de ducados[3].

En 1866, Carl Becker pintó un cuadro en el que se recoge una escena con el Emperador en la casa de su principal financiero, Anton Fugger, quien arroja al fuego los bonos imperiales para la campaña de Túnez[4]

El último episodio de impago del Estado español se produjo en el año 1882. El historial de solvencia se muestra limpio –en un plano formal- desde entonces, a pesar de haber pasado por enormes calamidades.

Después de asistir al resurgimiento de movimientos, de distinto origen, proclives a la aplicación de fórmulas directas de impago, cabe recordar las palabras de Adam Smith cuando afirmaba que “no existe ejemplo de que una vez contraídas deudas desorbitadas por parte de las naciones, hayan sido regularmente satisfechas y liberadas. Si alguna vez se ha llegado a liberar los ingresos públicos, ha sido por el camino de la bancarrota, una veces declarada, y otras encubierta, aunque paliada en pagos supuestos”[5].

Ante la tesitura que se avecina, más vale prepararse para no caer en el “síndrome de ‘esta vez es diferente’”. Como han expuesto Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, quien crea que las experiencias previas de impago sirven como lecciones para garantizar cumplimientos futuros puede encontrarse con desagradables sorpresas[6]. No será el caso, desde luego, para quienes defienden la política de la cancelación de las deudas como una alternativa idónea. 

La contemplación de este magnífico óleo es un deleite en sí misma, pero también un aliciente para buscar las claves del contexto y las circunstancias. Por supuesto, la historia atesora otros muchos episodios en los que quien lanza los títulos de deuda al fuego no es el acreedor sino el deudor.

La apacible ceremonia del lienzo lleva también a evocar otra escena, en este caso de la pantalla cinematográfica, protagonizada por los hermanos Marx...



[1] Vid. José M. Domínguez Martínez y Rafael López del Paso, “Situaciones de impago de deuda soberana”, eXtoikos, nº 4, 2011.

[2] Vid. José  Mª López Jiménez, “Economía y finanzas en el siglo XVI: la visión de Ramón Carande en ‘Carlos V y sus banqueros’”, eXtoikos, nº 17, 2015.

[3] Vid. Real Academia de la Historia, “Anton Fugger”, www.dbe.rah.es.

[4] Vid. www.akg-images.co.uk.

[5] Vid. “La Riqueza de las Naciones”, 1776; versión española, FCE, 1979, pág. 827.

[6] Vid. “This time is different: a panoramic view of eight centuries of financial crises”, NBER Working Papers, 13.882, pág. 53.








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