Tras
leer las novelas “1793” y “1794”, de Niklas
Natt Och Dag, recientemente mencionadas en este blog, uno puede tener la
sensación de que llegan a una exposición excesivamente pormenorizada de
perversiones demasiado extremas y a descripciones hiperrealistas de las
condiciones de vida de la época, en las que la sordidez, la inmundicia, y el
hedor, tan eficazmente –y reiteradamente- transmitidos en la narración del
escritor sueco, tenían un peso tan acusado.
Después
de recibir el impacto de la segunda de dichas novelas, me dispongo a hacer una
breve incursión en algún texto bíblico. Cualquiera de ellos tiene reservadas
sorpresas y enigmas en cada rincón. Son una fuente inagotable de inspiración,
capaz de dejarnos atónitos con las historias narradas. Son necesarias grandes
dotes interpretativas, amén de profundos conocimientos especializados, para
poder encontrar el significado de muchos pasajes. Pero, aun sin disponer de
tales atributos, un mero recorrido por cualquiera de los libros sagrados nos
abre las puertas a la aventura, al misterio y a la imaginación. E,
indefectiblemente, nos induce a constatar que los designios del Señor son
inescrutables.
En los textos bíblicos encontramos no pocas muestras
de esoterismo, de crueldad sin par, de comportamientos inextricables, de
diálogos surrealistas y de escenas insólitas.
Ejemplos de unas y otras situaciones hallamos en el
Libro de Ezequiel. En él se recogen las palabras del Señor que exhortan al
profeta a trasladar sus palabras al “pueblo rebelde”: “Les dirás mis palabras,
te escuchen o no te escuchen, porque son unos rebeldes. Ahora, hijo de hombre,
escucha lo que te digo: ¡No seas rebelde, como este pueblo rebelde! Abre la
boca y come lo que te doy. Vi entonces una mano extendida hacia mí, con un
documento enrollado. Lo desenrolló ante mí… Entonces me dijo: Hijo de hombre,
come lo que tienes ahí; cómete este volumen y vete a hablar a la casa de
Israel”.
Por si, como es lógico, alguien piensa que la frase
está dicha en sentido metafórico, a renglón seguido nos topamos con esto otro:
“Abrí la boca y me dio a comer el volumen, diciéndome: Hijo de hombre, alimenta
tu vientre y sacia tus entrañas con este volumen que te doy. Lo comí y me supo
en la boca dulce como la miel”.
Más adelante, en el “anuncio del castigo”, el Señor
Dios sentencia que “Por causa de tus acciones detestables haré contigo lo que
nunca había hecho ni volveré a hacer: los padres se comerán a sus hijos, y los
hijos se comerán a sus padres”.
Y, antes de llegar a esa sentencia, no faltan
algunos “gestos simbólicos”, cuya exposición nos hace dudar acerca de su
carácter metafórico: “… Te amarraré con cuerdas y no podrás volverte de un lado
ni de otro hasta haber cumplido los días del asedio. Toma ahora trigo, cebada,
habas, lentejas, mijo y espelta: échalo todo en una vasija y hazte de comer…
Comerás una torta de cebada, que cocerás a la vista de todos sobre excrementos
humanos”. Sin embargo, ante la súplica del interfecto, en un gesto de
magnanimidad, la sentencia se tornó algo más benigna: “Te permito usar boñigas
de vaca en lugar de excrementos humanos para cocer tu pan”.
Al abrir esta mañana el volumen que contiene la
enciclopedia bíblica, me he encontrado que las primeras páginas del Libro de
Ezequiel tenían algunos párrafos subrayados, como una especie de huella
premonitoria. Adentrarse en los dominios de Ezequiel puede ser un buen
entrenamiento para que un futuro lector de “1793” y “1794” vaya aclimatándose a
lo que le espera.