25 de abril de 2021

Libro de Ezequiel: entre las parábolas y el realismo descarnado

 

Tras leer las novelas “1793” y “1794”, de Niklas Natt Och Dag, recientemente mencionadas en este blog, uno puede tener la sensación de que llegan a una exposición excesivamente pormenorizada de perversiones demasiado extremas y a descripciones hiperrealistas de las condiciones de vida de la época, en las que la sordidez, la inmundicia, y el hedor, tan eficazmente –y reiteradamente- transmitidos en la narración del escritor sueco, tenían un peso tan acusado.

Después de recibir el impacto de la segunda de dichas novelas, me dispongo a hacer una breve incursión en algún texto bíblico. Cualquiera de ellos tiene reservadas sorpresas y enigmas en cada rincón. Son una fuente inagotable de inspiración, capaz de dejarnos atónitos con las historias narradas. Son necesarias grandes dotes interpretativas, amén de profundos conocimientos especializados, para poder encontrar el significado de muchos pasajes. Pero, aun sin disponer de tales atributos, un mero recorrido por cualquiera de los libros sagrados nos abre las puertas a la aventura, al misterio y a la imaginación. E, indefectiblemente, nos induce a constatar que los designios del Señor son inescrutables.

En los textos bíblicos encontramos no pocas muestras de esoterismo, de crueldad sin par, de comportamientos inextricables, de diálogos surrealistas y de escenas insólitas.

Ejemplos de unas y otras situaciones hallamos en el Libro de Ezequiel. En él se recogen las palabras del Señor que exhortan al profeta a trasladar sus palabras al “pueblo rebelde”: “Les dirás mis palabras, te escuchen o no te escuchen, porque son unos rebeldes. Ahora, hijo de hombre, escucha lo que te digo: ¡No seas rebelde, como este pueblo rebelde! Abre la boca y come lo que te doy. Vi entonces una mano extendida hacia mí, con un documento enrollado. Lo desenrolló ante mí… Entonces me dijo: Hijo de hombre, come lo que tienes ahí; cómete este volumen y vete a hablar a la casa de Israel”.

Por si, como es lógico, alguien piensa que la frase está dicha en sentido metafórico, a renglón seguido nos topamos con esto otro: “Abrí la boca y me dio a comer el volumen, diciéndome: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y sacia tus entrañas con este volumen que te doy. Lo comí y me supo en la boca dulce como la miel”.

Más adelante, en el “anuncio del castigo”, el Señor Dios sentencia que “Por causa de tus acciones detestables haré contigo lo que nunca había hecho ni volveré a hacer: los padres se comerán a sus hijos, y los hijos se comerán a sus padres”.

Y, antes de llegar a esa sentencia, no faltan algunos “gestos simbólicos”, cuya exposición nos hace dudar acerca de su carácter metafórico: “… Te amarraré con cuerdas y no podrás volverte de un lado ni de otro hasta haber cumplido los días del asedio. Toma ahora trigo, cebada, habas, lentejas, mijo y espelta: échalo todo en una vasija y hazte de comer… Comerás una torta de cebada, que cocerás a la vista de todos sobre excrementos humanos”. Sin embargo, ante la súplica del interfecto, en un gesto de magnanimidad, la sentencia se tornó algo más benigna: “Te permito usar boñigas de vaca en lugar de excrementos humanos para cocer tu pan”.

Al abrir esta mañana el volumen que contiene la enciclopedia bíblica, me he encontrado que las primeras páginas del Libro de Ezequiel tenían algunos párrafos subrayados, como una especie de huella premonitoria. Adentrarse en los dominios de Ezequiel puede ser un buen entrenamiento para que un futuro lector de “1793” y “1794” vaya aclimatándose a lo que le espera.

 

 

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