30 de abril de 2021

Asomarse a la ventana que da a la nada


Estaba convencido de que, en alguna entrada de estos recónditos parajes suspendidos en una extraña nube, que –uno tiene la sensación- el día menos pensado se desvanece, encontraría algunas referencias a Cioran. No opina lo mismo el solícito buscador, que me desafía a rastrear su pista paso a paso. No sería la primera vez que esa herramienta podría haber tendido una trampa, pero tampoco que la convicción estuviese totalmente divorciada de la realidad. De todas formas, me resulta raro no localizar su nombre, siquiera sea de refilón, después de haber deambulado, de vez en cuando, por sus espinosas cimas de la desesperación, a la búsqueda de algún desgarro autoinfligido. La irresistible atracción de lo que hiere.

Esta caprichosa tarde, que ahora nos regala una lluvia reparadora, se presentaba propicia para reposar la mente, tratando de reconfigurar los pensamientos. Tal era mi intención cuando, al encontrarme -en la cola de los libros cuyo lectura tal vez nunca llegará- con una obra traducida hace poco al español, “Ventana a la nada”, me he visto impelido a hojearla, aunque fuera fugazmente. Los aguijones aparecen desde los primeros párrafos. En la parte central localizo fortuitamente un aforismo que tiene fuerza suficiente, si no para desterrar totalmente ese propósito de resituar el panorama mental, sí para posponerlo sine die: “El pensamiento es una sucesión de sandeces para uso de aquellos que no están suficientemente tocados; los pensadores: sufrientes, al gusto de los frívolos aficionados a la enfermedad. El público que asiste al drama del pensar solo está compuesto por convalecientes; la escena: un hospital”. Maltrechos y derrotados nos deja, como casi siempre, Cioran… “Ser el amo y el lacayo de cada duda, ¡ese es el infausto celo de aquel que piensa!”



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