Estaba
convencido de que, en alguna entrada de estos recónditos parajes suspendidos en
una extraña nube, que –uno tiene la sensación- el día menos pensado se
desvanece, encontraría algunas referencias a Cioran. No opina lo mismo el solícito
buscador, que me desafía a rastrear su pista paso a paso. No sería la primera
vez que esa herramienta podría haber tendido una trampa, pero tampoco que la
convicción estuviese totalmente divorciada de la realidad. De todas formas, me
resulta raro no localizar su nombre, siquiera sea de refilón, después de haber
deambulado, de vez en cuando, por sus espinosas cimas de la desesperación, a la
búsqueda de algún desgarro autoinfligido. La irresistible atracción de lo que
hiere.
Esta
caprichosa tarde, que ahora nos regala una lluvia reparadora, se presentaba
propicia para reposar la mente, tratando de reconfigurar los pensamientos. Tal
era mi intención cuando, al encontrarme -en la cola de los libros cuyo lectura
tal vez nunca llegará- con una obra traducida hace poco al español, “Ventana a
la nada”, me he visto impelido a hojearla, aunque fuera fugazmente. Los
aguijones aparecen desde los primeros párrafos. En la parte central localizo
fortuitamente un aforismo que tiene fuerza suficiente, si no para desterrar
totalmente ese propósito de resituar el panorama mental, sí para posponerlo sine die: “El pensamiento es una
sucesión de sandeces para uso de aquellos que no están suficientemente tocados; los pensadores: sufrientes, al
gusto de los frívolos aficionados a la enfermedad. El público que asiste al
drama del pensar solo está compuesto por convalecientes; la escena: un hospital”.
Maltrechos y derrotados nos deja, como casi siempre, Cioran… “Ser el amo y el
lacayo de cada duda, ¡ese es el infausto celo de aquel que piensa!”