Desde hace años, en algunos países
se viene hablando de cómo se va cebando la “bomba demográfica”, que está dando
lugar a una inversión de la típica pirámide poblacional. Son varias las tendencias
que inciden en ese proceso, pero, sin duda alguna, el declive de las tasas de natalidad
es uno de los más determinantes. La cifra de 2,1 hijos en promedio por mujer -considerada
necesaria para mantener una población estable- hoy se antoja utópica en
numerosos países. De manera destacada en Corea del Sur, que, con una tasa de
0,72, se coloca en las últimas posiciones dentro del panorama mundial.
Los factores que explican la
existencia de unas bajas tasas de natalidad son diversos, y engloban aspectos
económicos, sociológicos, culturales, y psicológicos, entre otros. Articular un
plan de actuación para estimular la natalidad se ha convertido en una prioridad
en determinadas jurisdicciones. Al tratarse de un problema complejo, no resulta
fácil plantear, ni, aun menos, aplicar medidas efectivas. La toma de conciencia
de la situación está llevando a que los intentos de solución provengan también,
en parte, de entidades privadas. Ha tenido una amplia difusión la noticia de que
Booyoung, un grupo de construcción coreano, ofrece a los integrantes de su
plantilla un bono de $75.000 por cada hijo que tengan. Según el presidente de
la compañía, “Si la tasa de natalidad se mantiene baja, el país afrontará su
extinción”[1].
Si se tiene en cuenta que las medidas
públicas aplicadas en dicho país durante 17 años, con un considerable coste
presupuestario ($270.000 millones), han dado escasos resultados, no parece que
las expectativas sean demasiado prometedoras. Pero lo que sí es innegable es que,
en caso de que haya alguna solución factible, se requeriría de una colaboración
público-privada. Ahora bien, si la opinión, de una joven de 41 años, que se
recoge en el artículo citado es representativa, no se vislumbra que las recetas
planteadas puedan ser muy exitosas: “Mi madre quiere que tenga un hijo, por lo que
jocosamente le dije que, si me daba $200.000 dólares, entonces tendré uno”.
¿Puede ponerse precio a la
maternidad? Si no dinerario, en esta vida toda decisión personal conlleva algún
coste económico que puede ser no desdeñable. En este caso, la misma persona,
profesora de escuela, decía: “Tenía que elegir entre mi carrera y tener un hijo”.
Es ésta una disyuntiva real, pero hay también otras que quizás no se perciben
adecuadamente: entre una vida cómoda y tranquila, y la sonrisa de un niño.
¿Quién sería capaz de ponerle precio?
[1]
C. Davies, S. Jung, y K. Buseong, “$75,000 for a baby? South Korean business
float incentives as demographic crisis looms”, Financial Times, 28-3-2024.