Uno de los
mandamientos de la doctrina del Gran Reinicio es poner coto a la tendencia a
que cada persona o cada familia quieran disponer de una vivienda propia para su
uso privativo, mucho menos en régimen de propiedad. Fórmulas sugeridas como la
del co-living se dibujan en el horizonte. Puede que sean muy novedosas,
pero en la España de la posguerra tuvimos bien conocidas experiencias
inspiradas en la idea de compartir espacios y servicios. Algunos de los corralones
pervivieron hasta finales de los años sesenta. Está cambiando tanto la sociedad
que es lógico que haya adaptaciones en la forma de cobijarse bajo un techo, una
necesidad que no parece que en su esencia vaya a cambiar mucho, aunque puede
que sí los perfiles de su percepción individual.
De manera un tanto
sorprendente, pero solo a medias, después de todo lo acontecido en los últimos
tiempos, es cierto que el Gran Reinicio está en marcha, en algunos aspectos
forzada, pero, en el caso del mercado de la vivienda, lo que se ha producido ya
es un reinicio del boom. Aún dentro de la pesadilla de la pandemia del
coronavirus, en la inmensa mayoría de los países desarrollados, los precios de
la vivienda están en pleno ascenso. Según un análisis del Financial Times,
de los 40 países cubiertos por los datos de la OCDE, sólo tres registraron
caídas del precio de la vivienda en términos reales en los tres primeros meses
de 2021, la menor proporción desde el año 2000[1].
En el ámbito
de referencia, el precio de la vivienda tuvo un aumento del 9,4%, en términos interanuales,
en el primer trimestre de 2021, lo que representa la cifra más elevada de los
últimos 30 años. Los analistas apuntan una serie de factores como causantes de
esa evolución[2]:
i) la existencia, durante un prolongado período de tiempo (y sin perspectivas
de cambio a corto plazo), de tipos de interés históricamente reducidos; ii) la
movilización del ahorro acumulado durante la pandemia; iii) un deseo de disponer de un espacio más
amplio en tanto un mayor número de personas trabajan desde su hogar; iv) la falta
de oferta suficiente; y v) el aumento de los precios de la construcción debido
a la ruptura de las cadenas de producción.
No obstante,
la tendencia a la compra se contrapone con el aumento de los denominados nómadas
digitales. Por otro lado, la experiencia del confinamiento, especialmente
dura para algunas familias, ha impulsado la demanda de viviendas de mayor
dimensión y con acceso a espacios exteriores.
¿Se trata de
una nueva burbuja? Es la pregunta que comienza a planear. De momento, pese a
las inexplicables condiciones en las que se comercializan algunos préstamos
hipotecarios, el crecimiento del crédito es sustancialmente inferior al de
mediados de la primera década del presente siglo, y los niveles de
endeudamiento acumulado son también inferiores. Son signos tranquilizadores,
pero ya se sabe cómo se inician procesos que pasan desapercibidos y que pueden
acabar teniendo nefastas consecuencias. En prevención de eso, no está de más
incidir en pautas conductistas a fin de que calen en la población: “Co-living
is for you; non-leaving my big living, for me”. Más vale ser prudentes.
[1]
Vid. V. Romei y C. Giles, “Pandemic fuels broadest global house price boom in
two decades”, Financial Times, 2 de agosto de 2021.
[2] Ibíd.