Tan cerca, pero tan lejos. Era uno de los momentos más esperados
por el viajero que, ya extenuado, anhelaba llegar a la ciudad de Málaga. Por
fin, desde algún lugar de la tortuosa ruta que serpenteaba por los elevados
cerros, se dibujaba a lo lejos el paisaje urbano. Al fondo, la luminosidad del
mar ya se intuía, o el crepúsculo comenzaba a dar paso a luces itinerantes.
Pero, entonces, el pasajero se daba cuenta de que aquello era un espejismo. En
vez de avanzar, el tiempo parecía detenerse y la ciudad se mostraba cada vez más
distante. Aparecía y desaparecía, en una secuencia inacabable. Cuando, al fin,
las últimas curvas depositaban al viajero en Fuente Olletas, allí se adentraba
en un circuito urbano que se asemejaba más a una carretera nacional salpicada
de cruces y semáforos. Llegar o salir de Málaga por carretera era una auténtica
proeza.
En un documento reciente, el Banco Mundial califica el
transporte como el “conector esencial”, y la movilidad, como “la savia de
nuestras comunidades: con carreteras, tenemos el poder de sanar, de educar, de
generar prosperidad”. Si esto es así, no cabe duda, entonces, de que, durante
mucho tiempo, hasta completar los tres primeros cuartos del siglo veinte, la
ciudad de Málaga careció de ese elemento vital, lo que acarreó importantes
consecuencias negativas no sólo para la propia urbe, sino también para muchos
de los municipios integrantes de una misma demarcación provincial que, en la
práctica, quedaban segregados económica y socialmente.
Es evidente que la disponibilidad de infraestructuras no es una
condición suficiente para el progreso económico y social, pero sí una condición
necesaria. Visto desde una perspectiva histórica, es ciertamente admirable que
Málaga pudiera transitar durante la mayor parte de la pasada centuria con esa
limitación tan severa, derivada de una intrincada orografía no desafiada
durante siglos, no ya sólo por obras, sino ni siquiera por proyectos de
ingeniería. Aunque no faltaran voces que clamaron en el desierto sin ver
atendidas las súplicas evocadas en los escritos del profeta Isaías: “… los
caminos tortuosos se enderezarán y los ásperos se nivelarán”.
Aun cuando podría simularse, a partir de hipótesis más o menos
razonables, cómo habría evolucionado la economía malagueña de haber contado
varias décadas antes con vías de comunicación terrestre más modernas, hacerlo no
tendría ya demasiada utilidad. Pero eso no impide constatar que tan señalada
carencia actuaba como un poderoso corsé que segaba posibilidades de crecimiento.
Pero, a pesar de ello, la sociedad malagueña no se quedó anclada en el lamento.
Lejos de aislarse y retraerse, siguió trabajando denodadamente y abriéndose al
mundo, en consonancia con su carácter e idiosincrasia de raíces milenarias. En
ese empeño, la aportación de otros medios de transporte -el ferrocarril, la navegación
aérea y la marítima- resultó crucial.
Casi doscientos años después de la planificación de las primeras
carreteras en la provincia, la orografía seguía mostrándose inexpugnable. La
única ruta existente para salvar las alturas de mil metros que, en un corto
intervalo, separaban el litoral del interior de la provincia y de la puerta de
la España peninsular tenía un trazado que rayaba en lo épico, con dificultades
acentuadas a medida que se expandían las necesidades del transporte de personas
y del tráfico de mercancías. Afortunadamente, aunque con décadas de retraso, hace
ahora cincuenta años, a los malagueños nos tocó lo que se entonces se valoraba más
que un premio gordo de lotería que vino a transformar nuestras vidas y a
incorporarnos de facto al siglo veinte, justamente en unas fechas en las que el
mundo occidental se veía impactado abruptamente por la primera gran crisis del
petróleo. El nuevo acceso a Málaga por carretera, a través de la N-331, marca
un antes y un después en la historia de la capital y de la provincia
malacitanas.
Desde entonces, la ciudad y la provincia han protagonizado un
destacado proceso de crecimiento económico, con altibajos, pero con un rasgo de
dinamismo como vector permanente. Los numerosos informes elaborados por
Analistas Económicos de Andalucía así lo atestiguan. Si antes decíamos que es
ahora un tanto fútil tratar de conocer con precisión el lastre que supuso en su
momento no tener una vía de comunicación intraprovincial como la carretera de
Las Pedrizas, tal vez no sea muy exagerado afirmar que el curso efectivo de la
economía provincial en el último cuarto del siglo veinte, base de lo acontecido
posteriormente, no habría sido posible sin haber contado con el “nuevo acceso a
Málaga” por carretera. En este sentido, aquella infraestructura representa hoy
algo más que un mero capital físico y, por su significado, trascendencia y
alcance, forma también parte de nuestro capital social. Es el malagueño un
pueblo agradecido, y así esa carretera forma parte de nuestro propio acervo
cultural.
Con motivo del quincuagésimo aniversario de la entrada en
funcionamiento de esa vía, estaba plenamente justificado rendirle una especie
de homenaje simbólico mediante una publicación en la que quedara constancia del
contexto, de sus antecedentes, de su génesis, de su realización, de su
finalización, y de sus implicaciones. A la dotación de una infraestructura que
vino a romper la losa del aislamiento que atenazaba el dinamismo provincial. “Elogio
de una carretera… que cambió a Málaga”, cuyos autores son José Pedro Alba
García y Esther de León Ramírez, viene a cumplir ese papel.
Esta obra, que cuenta con las aportaciones de Analistas Económicos
de Andalucía, ofrece un compendio de las connotaciones históricas y de las
implicaciones económicas y sociales de la construcción de la carretera de Las
Pedrizas, además de recoger los aspectos principales desde la vertiente
técnica. El libro incluye igualmente un conjunto de testimonios de
protagonistas y usuarios de la emblemática infraestructura, así como abundante
información gráfica y documental.
La carretera de Las Pedrizas vino a cambiar la existencia de los
malagueños, a quienes situó en otra longitud de onda, y facilitó la llegada de
visitantes y residentes a la ciudad y a la provincia. No sé si puede decirse
tajantemente que alteró el curso de la historia provincial. Es algo opinable y
sujeto a contraste. Lo que sí es seguro es que buena parte de la historia de
las últimas décadas pasó de escribirse con los renglones, si no torcidos, sí
tortuosos, de la carretera de Los Montes, a hacerlo con otros que descubrieron
que también existían trazos rectilíneos.
(Texto procedente del Prólogo del libro "Elogio de una carretera... que cambió a Málaga")