Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos
por las Naciones Unidas se han convertido en una especie de catecismo universal
que, como referencia programática, ha calado en todo el mundo. Ya sea por
convicción, adhesión, seguidismo o respaldo de la oficialidad institucional, lo
cierto es que los ODS han alcanzado un estatus ecuménico sin apenas sufrir el
desgaste de consideraciones críticas o escépticas. Después de todo, ¿quién
puede estar en desacuerdo con una colección de tan encomiables propósitos?
Por todo ello, encontrar artículo con un título como
éste, “El porqué de que los ODS sean una mala idea”, escrito, además, por un
experto en el ámbito del desarrollo económico, como David Pilling (Financial
Times, 30-12-2023), no puede, en principio, sino interpretarse como una mera provocación
estilística.
Sin embargo, esa percepción comienza a debilitarse a
medida que nos adentramos en el contenido del texto. Quizás influido por un informe
de progreso de las Naciones Unidas en cuyo título se anticipa el riesgo de
incumplimiento (“A promise in peril: SDG progress at midpoint”, 18 de septiembre
de 2023), Pilling proclama abiertamente que “La dura verdad es que los ODS
estaban condenados al fracaso desde el principio. Un vistazo superficial a los
17 objetivos te dice por qué. El primer objetivo es ‘poner fin a la pobreza en
todas sus formas en todas partes’, una ambición loable, sin duda, pero que
debemos saber en secreto que es una exageración”.
Para Pilling, el problema, más que en la ambición de las
metas, radica en la complejidad. Algunos objetivos -añade- son contradictorios,
algo no demasiado infrecuente en el terreno de la política económica.
De otro lado, constata que “los ODS son una lista de deseos
para el mundo”, y recoge la opinión de un especialista en planificación estratégica,
Richard Rumelt, quien recuerda que una lista de resultados deseables no es una
estrategia: “las estrategias implican aislar el punto crucial de un problema y
encontrar la mejor forma de abordarlo”. Acaba su repaso Pilling señalando que “los
objetivos de desarrollo sostenible priorizan todo. En el mundo real, esto equivale
a priorizar nada”.
Alguien, no sin razón, podría considerar que éste sería
un momento oportuno para rememorar un refrán español recurrentemente aplicable
a distintas situaciones: “A buenas horas, mangas verdes”.