El arte como deleite o incitación de los sentidos. Ha
sido ésta la misión tradicional del arte. Tradicional y primordial, pero no
exclusiva. Ha sido el arte una herramienta para perseguir distintas finalidades.
Sea cuales fueran éstas, el arte lleva incorporada una capa, más o menos
espesa, de connotaciones económicas. Explícita o implícitamente, directa o
indirectamente, el factor económico está ligado inexorablemente al mundo del
arte. Como, de hecho, a cualquier faceta de la actividad humana. Aunque es
verdad que no siempre con una traducción en flujos dinerarios tangibles.
El elemento creativo ha tenido un papel central en la
historia del arte, pero, según acreditados analistas, recientemente el prisma
de la rentabilidad económica viene ganando peso entre artistas y
coleccionistas. El estadio de la financiarización del arte está más cerca. Es
la tesis que sostiene Gillian Tett (“Art’s beauty is in the eye of your accountant”,
Financial Times, 8-12-2023). No sólo los motivos financieros ganan peso entre
las motivaciones de la adquisición de obras de arte, sino que éstas de utilizan
cada vez más como garantías para la concertación de operaciones de crédito. El
hecho de que los precios de arte aumentaran un 30% en el último año es otro
factor no desdeñable en la explicación de las tendencias observadas. No
obstante, en los últimos años, los índices representativos de los valores de
las obras de arte han quedado por debajo de los de otros activos financieros y
no financieros. La financiarización, aparte de forzada y malsonante, sigue
siendo, según Tett, una palabra fea en las ferias artísticas, pero puede ayudar
a ganar en transparencia en un mercado bastante opaco y cerrado.